El sordo en el baile

No entendía lo que allí pasaba. ¿Por qué se movían así? El anciano sordo no podía comprender a los bailarines. Mientras los gráciles danzantes se desplazaban y brincaban, él no podía descifrarlo. Fuera de lugar, cabizbajo, no dejaba que nadie se lo explicase. Sólo mascullaba su sempiterna cantinela: "Es una trampa".

El baile había empezado. Todo el pueblo estaba congregado en la plaza mayor, junto al frontón. El júbilo era generalizado y compartido por la mayoría: sólo unos pocos que habían venido de fuera para reventar el festejo, hubieron de desaparecer tras comprender que nada se les había perdido allí. También algunos paisanos se mantenían apartados: los hoscos que sólo querían aburrirse en su pesimismo; ellos también rezongaban que no había suficientes motivos de celebración (quizá fuera por su carácter atrabiliario).

Todo había comenzado, por la mañana, con el solemne y elegante "aurresku" de las grandes ocasiones. Saliendo del Ayuntamiento, una reducida fila de personalidades. El primero (el aurresku) y el último (el atzesku) con sus boinas en la mano. Los dantzaris son hombres, ya que en este baile las mujeres no bailan sino que son bailadas. Pero por la tarde-noche, la danza es patrimonio de todos, entremezclados txikis, adultos y ancianos. El pueblo, sobrio en el trato cotidiano y muy ceremonioso y fiel a sus tradiciones en los actos públicos, también sabe disfrutar colectivamente de la fiesta patronal. ¡Al fin, la orquesta no es ajena a los lugareños, y comprende cuáles son sus melodías favoritas! El ruido de los alborotadores ha desaparecido completamente. Las piezas musicales se van sucediendo. Mañana habrá que seguir trabajando fuerte, pero hoy es domingo de alegría. ¡Qué buen plan hay!

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