¿Vas con gafas?

Era un hombre sencillo, corriente, que ya no soñaba. Su vida muy dura, cada día comenzaba vagando en busca de trabajo de una jornada. El pueblo sureño y costero, de casitas blancas de los antepasados heredadas, que los turistas fotografiaban. Gente buena del campo, que en busca de jornal por las dunas vagaba desde la madrugada. Veía a las pateras, a los africanos llegados y las escapadas. A veces, hasta cadáveres hallaba. Y la muerte tardía, en pasos a nivel que eran trampas, donde los temporeros se mataban en camionetas desvencijadas. Y siempre la pobreza, que es cosa muy mala. Las disputas en familia, las jaranas y la violencia doméstica, el dolor en las caras y la miseria en las plazas. Pero no era aquello lo que más le preocupaba.

Recordando a los hijos, lejos en los arrabales de capitales lejanas, buscándose la vida y pagando una vivienda muy cara, con hipotecas que nunca se acaban. Pocos nietos, algunos en casa, con futuro incierto que la escasa educación no despejaba, pero tampoco era esto lo que más le atormentaba. Él se informaba: las radios por la mañana, y en las comidas los telediarios de la Primera y de las privadas. Hasta algunos titulares de la prensa local en el bar comentaban, y allí, como el Aznar pregonaba, estaba lo que más le torturaba: Las Vascongadas.

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