Paradoja caracola

En el “Año de la Física” aprendamos metáforas de la naturaleza para saber más de la vida.

El mágico oleaje marino que se escucha cuando se aplica una caracola al oído, no proviene del sonido que quedó retenido en el interior de la concha como describe la fábula. Una prueba concluyente, por si hiciera falta, sería emplear una simple taza o una botella de boca ancha para oír ese mismo “ruido blanco”, llamado así porque es una mezcla de todos los sonidos, tal como la luz blanca es suma de todos los colores.

El rumor que percibimos cuando colocamos una caracola al oído, se debe a su función resonadora que amplifica los leves ruidos procedentes del medio ambiente, que no percibimos por ser muy débiles. La mayor parte del sonido, si el ambiente es silencioso, procederá justamente de nuestro propio oído interno, que dispone de unas estructuras llamadas “conductos semicirculares” con un líquido viscoso que brinda información al cerebro sobre nuestra posición y equilibrio.

El ruido mixto, que se asemeja al que producen las olas al batir la costa, es un simple eco amplificado de la fricción del inestable líquido interior de nuestras propias entendederas. Basta agitar nuestra cabeza con una vasija en la oreja para que chapotee o se encrespe el océano profundo que escuchamos aparentemente fuera, pero que viene de muy dentro.

Así ocurre cuando distintas personas leen el mismo periódico o viven parecidas circunstancias: La mayor parte de lo que cada uno de nosotros interpreta proviene de nuestra peculiar forma de ser. Las sensaciones tan vívidas que experimentamos y que juzgamos externas, como casi la totalidad de malos entendidos y prejuicios, no son ajenas a nuestro ser. Sólo son resonancias que podemos transmutar en poderes solidarios, en facultades maravillosas, en historias posibles de amor, familia y convivencia en playas vírgenes con arena dorada, donde sólo caben besos y abrazos para enjuagar unas pocas tristezas compartidas.

Aprendamos a auscultar la totalidad interior-exterior del espacio - tiempo. Conjugando inteligencia y bondad, descubriremos que principalmente oímos el runrún de nuestro propio corazón. Y su calidad, en cualquier contingencia, únicamente depende de nuestra sabiduría, voluntad y decisión.

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