Quiero ser alavés

Si la reencarnación existe y la distribución administrativa persiste, en la próxima vida muchos desearían nacer alaveses.

Según el último censo de 2005, la Comunidad Autónoma del País Vasco cuenta con un total de 2.124.846 habitantes, representando los 299.957 alaveses el 14,12%, que se suma al 32,41% de los 688.708 guipuzcoanos y al 53,47% de los 1.136.181 vizcaínos. Uno de éstos soy yo, que casualmente trabajo en la administración vasca, desde un modesto puesto pero que abarca a toda Bizkaia.

Mi responsabilidad es un 65% superior a la de mi colega guipuzcoano y un 279% superior a la de mi correspondiente alavés, pero el sueldo es idéntico y la estructura de apoyo parecida. Además, para complicarnos el trabajo a los de las provincias grandes, las reuniones decisivas se realizan en la capital del territorio más pequeño, adonde nos desplazamos varias veces por semana para gestionar nuestros mayores cometidos desde la lejanía y con tiempo perdido en viajes.

Las desventajas adicionales de estar en la Delegación de Bizkaia son las protestas constantes en nuestras puertas, porque ni manifestantes ni medios de comunicación se toman la molestia de desplazarse a Vitoria-Gasteiz (capital administrativa), así como la necesidad inexcusable de acudir y organizar las actividades generales que siguen la lógica de la realidad demográfica, como congresos, visitas externas, relaciones con otras entidades e instituciones,… Como resultado de todo lo anterior parece que a los vizcaínos nos atribuyen la fama de lentos y torpes, porque no llevamos las diligencias burocráticas con la misma celeridad y detallismo que nuestros felices colegas.

Por si fuera poco nuestro voto vizcaíno vale 3,8 veces menos que un voto alavés, y 1,65 veces menos que un voto guipuzcoano en el Parlamento Vasco, donde existen 25 representantes por cada territorio histórico. En definitiva, trabajamos el triple y ganamos lo mismo, y esto no cambiará nunca porque nuestros votos valen la tercera parte. No puede seguir habiendo ciudadanía de 1ª, 2ª y 3ª categoría, o hasta de 7ª clase si Euskal Herria se reencuentra.

Sólo caben dos alternativas: O se equilibran en población los 3 territorios, limitando Bizkaia a 6 municipios (Bilbao, Barakaldo, Getxo, Portugalete, Santurtzi y Sestao), con lo que ya superaría en habitantes a Gipuzkoa a quien se cedería Ermua y traspasando a Araba los restantes 105 municipios vizcaínos; o, lo que parece más sensato, se buscan mejores soluciones administrativas y políticas.

Por si hubiese dudas, declaro que me siento vasco y que, como la mayoría, tengo raíces en todos los territorios históricos. Mi primer apellido procede de Gipuzkoa (Leintz-Gatzaga), mi madre nació en Araba (Amurrio) y vivió en Lapurdi (Bayonne) y todos los veranos de mi infancia los pasé entre Ubide (Bizkaia) y Zigoitia (Araba), traspasando varias veces al día la aduana foral que entonces existía. Era absurda, discriminaba a Bizkaia y desapareció; ahora, nos corresponde resolver otros desequilibrios.
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La familia crece

Todo padre o madre sabe que familia significa crecimiento continuo. Crece el vientre de la madre y nace un nuevo hijo, que no para de crecer.

Los zapatitos de bebés muestran cuán rápidos crecen. Aumentan los hermanos, los primos, los amigos,... Crecen tanto que hasta la mesa familiar se queda pequeña, y la casa también. Pasan la adolescencia y cuando parece que finalmente nuestros hijos e hijas no seguirán creciendo (al menos en altura), les aparecen a todos ellos esas extrañas sombras colaterales que parece ser que se llaman algo así como nueras y yernos.

Atención a esta brusca reduplicación de la familia. De pronto, las cuestiones familiares se multiplican por dos, y ya no sólo debemos seguir la carrera estudiantil o profesional de nuestros propios hijos, sino también las de sus parejas. Además cada uno de los nuevos miembros de la familia viene acompañado de todo tipo de parientes anexos, como consuegros y otras figuras que agotan al mismísimo diccionario.

Se supone que todo ello es el proceso creativo que nos lleva a la fase final, al esplendor de ser abuelos. Pensando en ello se comprende que toda esta familia recrecida es fundamental. Nos demuestra que si es importante que sepamos quiénes fueron nuestros abuelos, aún nos importa mucho más conocer quiénes serán nuestros nietos.
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Anímate

Es fácil recobrarse, reanimarse, fortalecerse, quizá hasta curarse. Basta encontrar a la protagonista de esta adivinanza.

La ética, la filosofía y la literatura se han ocupado extensamente de ella. Ha sido descrita de muchas formas. Muchos creemos que todos tenemos una, aunque otros nieguen su existencia. Quizá sea una cuestión semántica, porque dispone de muchas definiciones directas y alusiones indirectas. Abundan las metáforas que la simbolizan. ¿Qué puede ser algo que cuenta con tantos símiles alegóricos?

Ella es… un océano bajo la piel. Es un estanque lleno de agua calmada. Es una materia luminosa que quema sin consumir. Es una copa que sólo se llena con eternidad. Es el espejo de un universo indestructible. Es un acorde que la espada no puede herir, que el fuego no puede consumir, que el agua no puede macerar y que el viento del mediodía no puede secar. Es la potencia que preserva al cuerpo de la corrupción. Es antípoda del cuerpo, y así amanece para ella cuando anochece para él.

Dicen que es invisible, intangible, inmortal para siempre, e incluso divina. Los poetas la denominan el alma, el ánima, el aliento, el corazón, el espíritu, la conciencia, la fuerza, la potencia, la energía, el ánimo, el coraje, el entusiasmo, la voluntad, la sustancia, la quintaesencia, el principio, el hálito, el aura,... Acaso muchos nombres, demasiadas cualidades, excesiva trascendencia,... ¿O sólo la justa? Anímate: La tienes a ella, llámala, calma.
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El lector preferido

De las relaciones artificiosas establecidas entre personas, la más caprichosa y variable de todas es la formada entre escritor y lector.

Es obvio que no existirían escritores, si no hubiese lectores (aunque este artículo pudiera ser una refutación). En realidad, todo texto tiene por colaborador a su lector. Sólo el buen lector convierte un escrito en algo valioso. La obra surge cuando se cierra el nexo entre dos misterios humanos, el del autor y el del lector. El verdadero escritor no lo pone todo en su prosa; su obra más capital se destina y se completa en el alma de sus lectores.

Algunos estilistas, como Papini, opinan que son dos funciones incompatibles, señalando que “si los escritores no leyeran y los lectores no escribieran, los asuntos de la literatura irían extraordinariamente mejor”. Otros, como Montesquieu, recomiendan lecturas diferentes: “Los libros antiguos, para los autores; los nuevos, para los lectores”. En todo caso, siempre es aconsejable haber sido lector impenitente antes que escritor incipiente.

Lo que pide quien escribe a quien le lee no es tanto su beneplácito, sino su atención. Lograr captar el interés de muchos lectores puede ser signo de calidad redactora, aunque los escritores de moda multipliquen las tiradas de los grandes clásicos. Tampoco sería aceptable lo contrario, que la excelencia literaria sea inversamente proporcional al número de lectores.

Goethe creía que la ambición en lectores era requisito imprescindible del autor: “El que no espere tener un millón de lectores que no escriba ni una línea”. Muchos lectores leen no para conocer otra opinión, sino para sentir la repetición de la suya propia. En la actualidad, los lectores buscan un autor que refleje sus ideas y emociones. En ocasiones, se convierten en verdaderos héroes a la espera de un autor de su sintonía. Ésos son los lectores que todo escritor anhela descubrir. Ahí, en el lejano y trémulo corazón de una persona lectora, duerme el premio tímido y virginal que busca quien escribe.

El genio Monterroso, maestro guatemalteco de la sencillez compleja, consideraba como lector ideal a Sherlock Colmes: “En realidad, cualquier lector es ideal porque no abundan. Aunque hay muchos grados de lectores ideales. Pero, claro, el lector ideal es quien está más capacitado para entender las referencias y alusiones de todo escrito y que, lo que no sabe, le atrae. Como un detective”.

Todo autor, uniendo lo útil con lo amable, enseñando y deleitando al mismo tiempo, solicita lectores, muchos o pocos, pero incesantes y apasionados, sus semejantes y sus hermanos, que le relean periódicamente. Sabe que existe un solo antídoto para prevenir en el lector el empacho del cargante "yo": la tersa y desnuda verdad. El escritor pide lo mismo que ofrece: fidelidad y sinceridad.

Querida imaginación

En la lucha contra la realidad, la humanidad sólo tiene un arma: la imaginación. Llevemos la imaginación al poder.

Julio Verne sentenció que “Todo lo que una persona puede imaginar, otra podrá hacerlo realidad”. Somos lo que somos, porque primero lo hemos imaginado. Imaginar es elegir. Imaginar es construir. La imaginación produce fuerza. La imaginación gobierna. El poder creador de la imaginación ha inspirado, sin excepción, todo el progreso de la historia. Si lo creemos, creamos un nuevo mundo.

Sentido común lo puede tener cualquiera; lo que falta es imaginación. En todo, pero más en el amor, la imaginación traspasa los límites de la realidad. Lo de menos es ver las personas o las cosas fuera de nosotros; lo importante es sentirlas en nosotros. Lo que se ve puede perderse de vista; lo que se imagina, vive siempre por toda la eternidad. Entusiasmo es el estado de ánimo en el cual la imaginación ha triunfado sobre el raciocinio. El mismo Einstein creía que “La imaginación es más importante que el conocimiento”.

El imaginativo,… ¡con qué facilidad saca de la nada un mundo! En el punto donde se detiene la realidad, comienza la imaginación. El uso creativo de la imaginación no es sólo la fuente del arte, sino también de la ciencia, porque la imaginación suministra el impulso inicial en todo progreso social. Había tanta imaginación en la mente de Arquímedes como en la de Homero.

André Bretón sugirió el mejor efecto de imaginar. “Querida imaginación: Lo que amo sobre todo en ti es que no perdonas”. La imaginación es el “gran estímulo”, el volcán de deseos, la madre de las utopías,... convertidas en realidad. Pero para evitar que la imaginación se desmorone en fantasías es preciso constancia, esfuerzo y sabiduría. La imaginación sin erudición es como tener alas y carecer de pies. Para volar es preciso saber despegar… y aterrizar. Toda imaginación procede del corazón y de la voluntad; no confundirla con el espejismo, piedra angular de la insensatez.

La imaginación es activa, animosa, fecunda y desprendida; la reflexión calculando se hace cobarde y cicatera. La imaginación nos consuela de lo que no podemos ser; y el humor, de lo que somos. Pero la imaginación nos encamina y guía hacia un futuro mejor. Imaginemos que cada día es el último que brilla para nosotros, y así aceptaremos agradecidos un día que no esperábamos vivir ya, una jornada donde podremos ayudar en algo.

Nosotros, las personas reales, estamos repletos de seres imaginarios. Con razón se ha dicho: “Dejemos las mujeres bonitas para los hombres sin imaginación” o “El viaje sólo es necesario para las imaginaciones menguadas”. La imaginación es el ojo del alma. La imaginación es un corcel sobre el que galopar, aguijoneados por la espuela de la curiosidad que nos arrastra hacia los proyectos más difíciles pero necesarios: la justicia, la igualdad, la solidaridad, la paz, la libertad, la educación,...
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Familias gitanas

En aquel lugar aquellos gitanos desentonaban, hasta que pudimos comprenderlo.

Había algo que desafinaba en aquella consulta médica de una clínica de pago en el centro de Bilbao. En una esquina estaba una mujer con su anciana madre; en otro rincón, un hombre solo de edad avanzada; más allá, dos señoras cuchicheando y un matrimonio de jubilados completaban la escena. Todos de clase media o alta, como pudimos apreciar Carmen y yo cuando entramos. Nos sentamos y continuamos hablando, en voz baja, en aquella tranquila sala.

Entonces llegaron ellos. Primero tres niños correteando, perseguidos por dos hermanas o primas adolescentes que intentaban sujetarlos. Luego aparecieron tres mujeres, una de ellas embarazada con su marido, dos abuelas y un abuelo con una niña de apenas un año. Eran gitanos. Los mayores se sentaron ocupando todas las sillas disponibles, mientras los críos se asomaban a la ventana o jugaban en el suelo enseñando a andar a la pequeñita, que sonreía a todos mientras avanzaba tambaleándose.

Algunos de los presentes parecieron molestos por el ruido generado por los recién llegados, mientras otros hacíamos carantoñas a los pequeños. Nos enteramos que habían acudido a visitar a una pariente, y que ante la imposibilidad de permanecer todos en el mismo cuarto se habían repartido por las salas de espera.

Entonces entendimos qué era lo que chirriaba con su presencia. Allí estábamos todos nosotros en una consulta médica solos o apenas acompañados por un cónyuge, o un único familiar o amigo. Ellos, en cambio, acudían con toda la amplia familia para afrontar la enfermedad o, para vivir el acontecimiento (quizá un feliz nacimiento). Además la relación entre ellos denotaba que niños, padres y abuelos vivían muy cerca unos de otros, y que la familia significa mucho para todos ellos. Hermanos, primos, tíos, sobrinos, abuelos, nietos,.., todos podían contar con todos.

Aquel arropamiento colectivo de la institución familiar nos revivió tiempos pasados, no tan lejanos, cuando también nuestras familias eran grandes y cercanas. Creo que todos pensamos lo mismo: ¡Qué suerte tienen los gitanos, y las familias numerosas, de no haber perdido una tradición tan bella y fructífera!
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