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Personajes secundarios

Depresiones semanales propias de la noche del domingo, cuando el almanaque señala inexorablemente el “tempus fugit”.

La mayoría de nosotros somos personajes secundarios que vivimos historias anónimas de intrascendente relevancia. No podemos aspirar a nada más, a ser testigos a lo sumo, nunca protagonistas. No llegamos a la categoría de inocentes, ni de culpables; acaso culpables de inocencia, quizá más de indolencia. Nuestra “carrera de la vida”, lo que pomposamente dicen “currículum vitae” es un ridículo vital. Sólo nos queda un resquicio para ser virtuosos en la ciencia del vivir: Aprender a ensayar el arte de amar.

Nuestra vida es un viaje sólo de ida,… alrededor del mundo, hasta volver al mismo punto de partida. Morir donde nacimos tras emigrar y mudar de una etapa a otra. Una existencia anodina con algunos cuentos y muchas cuentas: cuentos incumplidos, cuentas pendientes. Lo prueba incluso el diario compromiso de escribir, para sosegar la lacerante desazón por el tiempo que parece escurrirse entre los dedos al tratar inútilmente de aprehenderlo. Hace años la agenda anotaba y verificaba objetivos; ahora su redacción es de aplastante futilidad. Pero "hay un tiempo para todo", dice el Eclesiastés. "Hay un tiempo para amar",....

La vida sigue escabulléndose a nuestro alrededor. Nos sentimos cansados de nadar en una bañera, sin avanzar pero con riesgo de ahogarnos, cercados por los muros de la rutina. Las penas son de enorme onda expansiva. La vida que nos sacude a empellones; nadie puede desoír sus llamadas,... Sólo cuando nada se espera, renacemos. Con palabras sabias de Reinhold Niebuhr: “Concédeme, Dios mío, serenidad para aceptar lo que cambiar no puedo, valor para cambiar lo que cambiar se pueda, y sabiduría para discernir la diferencia”. Es tiempo de amar.

Porque todo es por amor, incluso el odio que frecuentemente no es sino amor mal entendido. Todos mantenemos un temperamento de iceberg, que por timidez asoma apenas un 11% y con un alto riesgo de derretirse fácilmente si va a la deriva. Sentimos frecuentemente que en cada encrucijada, todas las opciones son caminos muertos, que nuestro progreso es el del cangrejo, y que nuestra biografía pertenece al "cajón de-sastre". Y entonces sucede el milagroso efecto del afecto.

Oímos una palabra amable en el momento en que más lo necesitábamos, cuando la vida mancha y desgasta. Ante un desengaño más, nos decimos “Soy un fracasado. ¿Qué he hecho de mi vida?”. Y alguien nos responde: “¡Te diré lo que has hecho de tu vida! Has sabido ganarte mi amor, y hemos compartido cariño, fidelidad, comprensión y sacrificio”. Entonces percibimos el rescate del amor, que siempre es factible mientras haya vida. César Pavese tenía razón: “Hay un solo placer, el de estar vivos, y todo lo demás es miseria”.

Vivos, nada más. Juntos, nadie es imperfecto. Todos somos sublimes, con una dieta continuada de cariño recíproco. La felicidad a dúo siempre es en Do Mayor. No dejemos las cosas para después. Ahora o nunca. Descubramos la genuina vocación de vivir: ¡Atrevámonos a amar! Porque sólo el amor derrochado nos rescatará de la mediocridad. El día despunta, será lunes. Son días gloriosos los lunes: ¡No desperdiciemos la séptima parte de nuestras vidas! Este lunes será un día propicio para amar.

Mi patria es…

Buscando una respuesta más universal a esta clásica pregunta de identidad, que históricamente ha producido tantas desgracias a la Humanidad.

El sentimiento patriótico de cada uno es algo que puede compartirse con otras muchas personas –con la misma o diferente patria-. La patria es siempre motivo de orgullo propio y nunca debiera ser causa de conflictos. La patria que sentimos como nuestra debiera ser abierta, acogedora e imponernos únicamente la responsabilidad de cuidar de sus lenguas y de sus culturas asociadas, sin desconocer las ajenas y respetando a los restantes idiomas y civilizaciones.

Porque no fueron los políticos quienes mejor definieron qué era la patria, sino los poetas. Ilustres rapsodas dictaron versos gloriosos como "mi patria es mi lengua", "mi patria es mi infancia", “mi patria es la Tierra”,… Qué fácil es proclamar con ellos las mismas verdades: MI PATRIA ES… la memoria, o el pensamiento, o mi hogar, o una nube, o la intemperie, o un baúl de recuerdos en el desván, o el huerto de mi abuela,…

Cómo no compartir con Baudelaire que "mi patria es mi infancia", o con Antoine de Saint-Exupéry que “La infancia es la patria de todos”. Este axioma es reiterado por pensadores con Rainer María Rilke, “la verdadera patria del hombre es su infancia” o Miguel Delibes, “la infancia es la patria común de todos los mortales, de ahí que el lector se identifique de inmediato con un personaje infantil sea de donde sea”.

Muchos literatos, desde tiempos remotos, señalaron otro aspecto prosaico -pero innegable- de qué entendemos a veces como patria. Aristófanes manifestó que “allí donde se está bien es la patria” y Benjamín Franklin que “allí está mi patria, donde mi libertad”. Múltiples proverbios apuntan en la misma dirección, desde los aforismos franceses “para un comerciante la patria es la bolsa (o su bolsillo)”, hasta el adagio árabe “el pobre es un extranjero en su patria”, destacando el apotegma sueco que “la patria está allí donde uno es útil”.

La patria es un concepto noble, pero el patriotismo mal entendido ha sido causa de muchas aberraciones bélicas cuando es un instinto que odia, y no una virtud que prefiere. Guy de Maupassant escribió que “el patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras” y Samuel Johnson que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. Inaceptable es cualquier patriotismo que empuja al campo de batalla para matar o morir, en lugar del amor a lo propio que nos enseña a vivir en comunidad con los próximos y con los lejanos.

La inmensa mayoría de nosotros somos pacíficos y creemos, desde las incontables y peculiares identidades patrióticas y desde la individual libertad, que el respeto mutuo entre personas, lenguas y culturas nos hace más grandes y libres a todos los seres humanos. Suscribimos también las palabras de Séneca, “amamos la patria no porque sea grande, sino porque es nuestra” y las de Fatos Arapi, “donde me halle, soy un pedazo del paisaje de mi patria”.

En estos tiempos de interculturalidad e inmigraciones masivas, allí donde cada persona constituye su familia, allí está su verdadera patria. Todos podemos parafrasear a François Mitterrand cuando dijo que “Francia era su patria y Europa nuestro futuro”. Ojalá pronto cada uno tenga su patria pequeña y “el mundo sea el futuro de toda la raza humana”.

En medio del actual plurilingüismo prima más la máxima de Alfred Tennyson “quien más ama a su patria es el mejor cosmopolita”, que la desafortunada frase de Eça de Queiroz, “una prueba de patriotismo es hablar mal cualquier idioma que no sea el nuestro”.

Creo sinceramente que mi patria se escribe con minúscula, como algo importante pero nunca de valor absoluto. Mi patria convencional probablemente la comparto sólo con uno o dos millones de personas, pero mi Patria Grande, que puede ser la Patria de todos, se llama Inocencia, Tiempo y Vida.

El mito de Ofelia

Un drama descrito en un cuadro favorito de muchos que somos románticos corregibles.

La desdichada Ofelia de la tragedia "Hamlet", es hija literaria de Shakespeare, como la gentil Desdémona o la dulce Julieta. Ofelia, prometida del atormentado príncipe Hamlet, se vuelve loca cuando éste, por confusión, mata a Polonio, chambelán de Hamlet y padre de Ofelia. En su desvarío, Ofelia vagabundea junto a un lago, recogiendo flores, y muere ahogada en las fangosas aguas. El nombre "Ofelia" parece estar inspirado en el griego "he ofeleía" (el socorro, la ayuda). Se ignora si Shakespeare se basó en algún precedente literario, como la novela pastoril Arcadia, publicada por el italiano Sanazzaro en 1504.

La mejor imagen de Ofelia puede verse en la londinense Galería Tate, en un famoso óleo del precoz pintor John Everett Millais, considerado como el sucesor de Turner. Es la obra emblemática en el más puro estilo del romanticismo inglés. Millais deseó realizar este tema inspirado en Shakespeare, si bien una joven ahogada no era muy habitual en los cuadros de mediados del siglo XIX. Ello brindó al artista innumerables posibilidades de experimentar lo relacionado con la ausencia de gracia y equilibrio. Como modelo posó Elizabeth Siddal, una bella doncella que trabajaba en una sombrerería y que se convirtió en la modelo favorita de los artistas del momento, casándose posteriormente con Rossetti. Lizzy posó en incómodas condiciones permaneciendo durante horas sumergida en un baño de agua tibia. El resultado es una obra hipnotizadora y escalofriante cargada de poesía, en la que encontramos el realista naturalismo de los prerrafaelitas, alejado de las tendencias académicas del arte oficial de su época.

Cuando Ofelia muere, pasando "de su melodioso canto a su turbia muerte" ("from her melodious lay to Muddy death"), se convierte en un imposible objeto de deseo. Ofelia cae cual estrella fugaz en un cielo de tragedia. Sentimos su sufrimiento y la vemos morir tan pronto, alejándose agua abajo con la luz de su sonrisa en los labios, como se desvanece cielo abajo la luz de los cometas fugitivos. Queremos quejarnos como ella en el único instante en que se lamenta: "To have seen what I have seen, see what I see!" (Haber visto lo que he visto, ver lo que veo). Porque hay un Hamlet en el fondo de todo corazón humano, y en la oscuridad de la conciencia de ese Hamlet, resta siempre el centelleo de alguna luz que no supimos recoger. La luminaria pasó, pero su estela queda, y jamás volverá aquella sonrisa a inundar con su hechizo nuestra existencia.

El primer amor es la forma genuina de la felicidad, quizá la única: Ánima vaga, impalpable, huidiza, como Ofelia. Momentánea en cada vida, eterna en la memoria. Como Ofelia, un cielo que se nos ofreció y desdeñamos. Podemos pensar que Shakespeare, al dar vida mental a la divina hechura de su alma, presintió que en ella fundía para siempre las eternas aspiraciones del sentimiento ideal de todo corazón humano en todos los países y en todas las edades. Nunca produjo el arte una creación más pura, ni divinizado una realidad más humana, ni concebido una verdad más esplendente. El arte no demuestra, pero el arte presiente.

¿A qué aspira el ser humano? A todo cuanto ofrece Ofelia: sencillez, candor, sinceridad, inocencia en deseos y en pensamientos, delicadeza en sentimientos y en actos, capacidad para todos los afectos, desde temblar ante la presencia de su amante hasta tambalearse en su delirio de huida.

El cadáver de Ofelia, ¡ay!, todavía sigue muriendo. Perecer como sucumbe Ofelia, nos sigue susurrando una belleza mágica, arrebatadora y sublime en el bosque sombrío donde aún habitan seres solitarios. Ojalá supiéramos encontrar los amores posibles, esas pasiones enfrenadas que posibilitan amores realizables y resistibles. Si nos moviésemos por buenos instintos, hallaríamos con facilidad querencias finitas, propias de amantes mortales que se atrevieron a amar.

Lo que sí sabemos

Las conjeturas no deben cegar nuestras certezas inmutables

Hemos de seguir viviendo, incluso hemos de acudir a votar, y nos sentimos en un mar de dudas, tras el océano de sangre del 11M. El dolor enturbia nuestra mente, pero de nuestra alma emergen simultáneamente las convicciones más firmes. Tuvo que ser Albert Einstein quien declarase, ante el dilema de la bomba atómica en plena II Guerra Mundial: “La paz no puede mantenerse por la fuerza...sólo se consigue mediante la comprensión”. Incluso sin la inteligencia del científico pacifista, todos sí sabemos bien que…

Con la muerte de los demás nunca nadie puede ganar nada en ningún lugar del mundo.
La violencia, la guerra, los ejércitos y las guerrillas sólo causan más masacre y horror.
La democracia, la justicia y la paz son el único camino para toda la humanidad.
Son culpables todos aquellos que buscan victorias por la fuerza de las armas.
Ninguna guerra está justificada; ni ninguna causa vale un solo muerto.
No se puede vencer sin sembrar el odio; convencer es el método.
La inocencia asesinada clama el desprecio hacia los belicosos.
La paz es verdad, justicia, solidaridad, hermandad y amor.
La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz.
La paz comienza justamente donde la ambición termina.
Ante las urnas que hable nuestro pacífico corazón.
La paz es un empeño que nos concierne a todos.
No hay caminos para la paz; la paz es el camino.
Jamás hubo una guerra buena o una mala paz.
La justicia elimina los obstáculos para la paz.
Votemos paz aquí, ahora, para todos, ya.
Si queremos paz, sembremos la paz.
Nadie sino nosotros traerá la paz.
Demos una oportunidad a la paz.
La paz está en nuestras manos.
No tememos a la paz.
La paz es posible.
La paz vendrá.
¡PAZ!

Últimos minutos

¿Qué haríamos si nos quedasen sólo 5 minutos?

Christopher Morley fue un prolífico poeta y escritor inglés fallecido en 1957, hijo del ilustre Frank Morley, profesor de matemáticas de la Universidad John Hopkins, descubridor hacia 1899 del teorema de Morley, sobre el triángulo equilátero formado por las trisectrices de cualquier triángulo. Morley hijo popularizó citas muy difundidas y variadas: “En política siempre hay que elegir entre dos males”; “Solamente hay un éxito: ser capaz de gastar tu vida en tu propio camino”; “La vida es una lengua extranjera; todos los hombres la pronuncian mal” o “Cuando le vendes a uno un libro, no le vendes medio kilo de papel, tinta y cola, sino que le ofreces una nueva vida”.

Sus máximas sociales siguen siendo de innegable actualidad: “La verdad no es un régimen dietético, sino un condimento”, “No hay pendencia tan violenta como la que surge entre los que aceptaron alguna idea ayer y los que la aceptarán mañana”, “No se ha convertido un hombre si se le ha reducido al silencio”o “Leamos cada día algo que no lee nadie más. Pensemos cada día algo que nadie más piensa. No es bueno para la mente formar parte siempre de la unanimidad”.

De sus reflexiones destaca un pensamiento que prueba la dimensión profunda de la existencia: “Si descubriéramos que sólo nos quedan cinco minutos para decir todo lo que deseamos decir, todos los teléfonos estarían ocupadas por personas que llaman a otras para decirles que las aman”. Es una meditación impresionante. Recientemente en la tragedia del 11-S supimos que algunos de los pasajeros de los aviones secuestrados, sabiendo que les conducían a una muerte segura, dedicaron sus postreros minutos a telefonear a sus casas para despedirse.

Quién no ha imaginado alguna vez la última hora de un condenado a muerte. En mi infancia, hace años cuando la propagación de noticias no se producía a la velocidad de Internet, seguí con retraso la historia de Caryl Chessman, ajusticiado en la cámara de gas el día 2 de mayo de 1960, tras 12 años de lucha judicial declarándose inocente. La lectura de los acontecimientos de su noche final y su última cena repetida dos veces de hamburguesa con patatas fritas y chocolate caliente, cuando describe nítidamente los acontecimientos programados que en unos minutos vivirá, o mejor dicho, morirá: “Ya es hora; hora de caminar esos pocos y cortos pasos. Ya es hora de sentir el olor sintético similar al del florecimiento del melocotonero (en referencia al ácido cianhídrico). Es hora de inhalar y de que la conciencia retroceda hacia un vacío negro y eterno. Es hora, en breve, para morir. Dejemos aquí a un lado la cuestión de la culpabilidad o inocencia. Lo que me impele a escribir esta carta es que creo honradamente que hay algo más envuelto en este asunto que la muerte de un hombre. Escribo por cuanto he escuchado la voz de la humanidad que se ha levantado en mi favor. No me considero héroe ni mártir. Al contrario, soy un tonto que se da cuenta de la naturaleza y la calidad del desatino de sus primeros años de rebeldía. Aprendí muy tarde, sólo después de llegar a la celda de la muerte, de la hermandad del hombre y de la responsabilidad que individualmente tenemos".

Monstruosa la pena de muerte. Efímera siempre la vida. Apuremos los días en lo esencial, dedicándonos al amor y sin malgastarnos en odios. ¿Qué haríamos si nos restasen cinco minutos de vida? ¿Despedirnos de nuestros seres queridos, decirles cuánto les queremos, pedir perdón, rezar, confiar,…? Los próximos minutos nunca los volveremos a vivir. Dediquémoslos a evaluar y reconsiderar nuestra vida. Todavía estamos a tiempo.

Vocaciones perdidas

¿Qué fue de las vocaciones perdidas? Ésa era la pregunta que insistentemente se planteaba nuestro personaje cuando alcanzó esa edad en la cual se aprecian las etapas de la vida anterior no como los preliminares de un lanzamiento hacia la Luna, sino como las camisas que las serpientes abandonan por cambios estacionales propios de la cronología de la supervivencia. Algunos no están a disgusto con su profesión, pero solamente unos pocos son afortunados que trabajan en lo que más les gusta. El sujeto pensaba que trabajar era algo más que ganarse la vida, por la simple razón de que hasta la fecha había podido "ganarse la vida" y había paladeado eso que llaman "realización". “Quizá sea temerario y futurista pedir realización para todos cuando ni siquiera hay trabajo para muchos”, se decía, pero el incauto proponía esa aspiración a sus alumnos y les inducía a elegir su destino.

Porque él no mantenía opciones imaginarias tomadas de ensoñaciones derivadas de una quiniela, hipótesis por demás absurda en su caso ya que, además de la teoría de las probabilidades, nunca jugaba al azar. Dos eran sus vocaciones predilectas, ambas amadas, aunadas, aliadas y andadas:

- Ser niño. Que siempre creyó era lo más genial, y que deberíamos continuar siéndolo para no reprimir nuestras capacidades de asombro y de aprendizaje; y
- Ser profesor. Que consideraba el máximo honor que la sociedad deposita en los más cabales custodios del mayor tesoro: la infancia que asegura el futuro.

Pero le surgían la nostalgia y la duda. Cada vez más frecuentemente. ¿Estamos acertando con la educación que desplegamos las familias y la escuela? Y recordaba tiempos pasados de eclosión educativa con creciente cariño que le dolía en su interior. Quizá había perdido aquella inocencia de la juventud, que tuvo por orgullo conservar y con la que, en alguna ocasión, hasta creyó que moriría. “Les sucede a todos”, pensó.

Humareda electoral

Algunos políticos españoles siguen tratando al electorado como un bebé: se hace tilín con el sonajero, y vuelve la cabeza automáticamente. Da lo mismo que se trate de elecciones municipales, forales (y regionales en algunos casos), si pesan mucho la marea de petróleo gallega y el océano de sangre iraquí, el presidente y su staff vuelven a exhibir el comodín electoral del terrorismo, aunque –¡afortunadamente y que dure!- ETA no les está haciendo la campaña con sus siempre “oportunas” atrocidades.

¡Granadas de humo!, gritó el comandante y todo ese revoltijo de pago jurídico-mediático-gubernamental-intelectual comenzó el fregado. Ilegalizo por allí, perturbo por acá, detengo por aquí y escandalizo por allá (o por Alá). A la guerra (perdón, a la intervención militar que apoyaron pero no fueron, que ayudaron humanitariamente pero quizás ocupen militarmente) se le da otra vuelta más, y el retorcimiento sucesivo de que era por la resolución de ONU de la guerra de Kuwait del ’91, en búsqueda de armas de destrucción masiva, o para derrocar a un dictador (otrora amigo), acaba en el penúltimo capítulo de que era para igualar a Batasuna con Al Qaeda. Así se ha iniciado la campaña electoral: Todo un insulto a la inteligencia de cualquiera que haya superado la ESO, pero entre el humazo y el fragor a los que nos ha acostumbrado el “partido de la guerra” esta habitual distracción da el pego… a los más tontos. Sólo quienes leen más allá de los titulares llegarán a entender por qué la aliada Gran Bretaña, que sí busca la paz en el Ulster, no quiere que el IRA o el Sinn Fein se incluyan en listas de terroristas. Dicho llanamente porque obstaculiza y no simplifica la solución del conflicto de Irlanda del Norte (claro que como aquí no existe “conflicto vasco”…).

Parece que algunos políticos suscriben ese oculto lema de “Contra ETA vivimos mejor”, pero los que nunca hemos dicho que “Contra Franco vivíamos mejor” estamos deseando que pasen estos belicosos tiempos, desaparezca ETA y la coartada universal que proporciona a la ultraderecha y alcancemos una democracia de calidad: con un Estado de Derecho con poderes realmente independientes, con libertad de prensa (también en euskera), con presunción de inocencia (hasta para la universidad pública vasca) y plenas garantías procesales, con derechos activos y pasivos de representación política, y sin intromisiones en las funciones soberanas del poder legislativo (incluido el de Euskadi).

Además la ciudadanía vasca no merece seguir sufriendo durante más décadas la doble pinza de quienes no acaban de repudiar la violencia (sin contextos ni puñetas) y de quienes con esa recurrente excusa nos impiden decidir democráticamente nuestro modelo de autogobierno dentro de una Europa libre y solidaria. Euskadi no quiere convertirse en el granero de votos extraños con políticas que no sirven para solucionar sus problemas.

Es la hora de votar. Y de reflexionar con una campaña electoral normalizada de evaluación de resultados previos, de objetivos futuros, de cumplimientos de las pasadas propuestas,… Recordemos la gestión de nuestro ayuntamiento, de nuestra diputación foral,… ¿Cómo han gestionado los diferentes partidos catástrofes como la del Prestige? ¿Qué partidos solventan problemas y cuáles bloquean las instituciones? ¿Qué partidos de izquierdas por seguidismo avalan las políticas de derechas? ¿Quiénes practican políticas de tierra quemada, de desestabilización del país y de su funcionamiento institucional (quizás buscando la desaparición del autogobierno vasco), asumiendo irresponsabilidades históricas que no debieran olvidarse? ¿Qué dirigentes tacharon de inmaduro al electorado vasco sin aceptar los resultados del 13M de 2001, después de la avalancha mediática que creyeron les aseguraba el éxito? ¿Qué partido abertzale antisistema conduce a su propio electorado hacia callejones sin salida? ¿Se han de perder votos simulando un enfrentamiento, pero realmente sumándose al intento de colapso y dando realmente ventaja a los contrarios?

Rilke relata en un memorable cuento cómo Vladimiro, pintaba todos sus cuadros sólo con humo, esperando a los "engañados". En aquel fuliginoso taller no se podía oler el aguarrás,… Es la hora de elegir: Que los votos reflejen la mayoría social.

El rapto de la democracia

La guerra no acabará… porque mueren los primeros mil niños y niñas, o porque se aniquile un país o porque se produzca la mayor catástrofe humanitaria del siglo XXI.La guerra no acabará… porque sufran el desplazamiento más de tres millones de refugiados iraquíes, de un país de 20 millones asolado por el embargo.

La guerra quizá no hubiese empezado… si la opinión pública norteamericana no hubiese sido impúdicamente alimentada de fervor patriótico por sus dirigentes ultraderechistas con la excusa del 11-S, si valorase igualmente una vida estadounidense o cualquier otra vida humana, y si supiese realmente por la memoria de sus antepasados qué fue Gernica, Londres, Dresde, Hiroshima, Nagasaki y ya no pudiera creerse la hipocresía grotesca de los “bombardeos precisos y humanitarios”.

La guerra quizá no hubiese empezado… si el pueblo norteamericano comprendiese que ellos fueron los primeros creadores del armamento atómico, y los únicos que lo han utilizado; que ellos inventaron la tecnología de las “armas de los pobres”: las bombas de guerra química y biológica, de quienes no acceden a la guerra total regida por la física nuclear.

La guerra quizá no hubiese empezado… si el obsceno militarismo americano capaz de aniquilar despiadadamente a un pequeño país, subdesarrollado y exánime, no rebosase flaqueza ética. La supuesta omnipotencia militar norteamericana, exhibiéndose con la superproducción de su espectáculo de ultra tecnología para matar,… sólo acredita su impotencia democrática. Desalmados con mucho músculo y poco cerebro… en sus cabecillas.

La guerra quizá no hubiese empezado… si los cuatro “halcones”, el vicepresidente, Cheney, el secretario de Defensa, Rumsfeld, el número dos del Pentágono, Wolfowitz, y el presidente del Defense Policy Board, Perle (apodado El príncipe de las tinieblas) no contasen con la paradójica particularidad de que ninguno ha participado nunca en ninguna guerra; todos se las arreglaron para evitar ir a Vietnam, al igual que Bush. Aznar, y Trillo, también se escabulleron de cumplir, simplemente, el servicio militar.

La guerra quizá no hubiese empezado… si los dirigentes hubiesen escuchado al Papa cuando se refirió a la paz, como “don de Dios y humilde y constante conquista de los hombres, afirmando que “cuando la guerra, como en estos días en Irak, amenaza el destino de la humanidad, es más urgente proclamar que sólo la paz es el camino para construir una sociedad más justa y solidaria. Nunca la violencia y las armas pueden resolver los problemas de los hombres”.

La guerra quizá no hubiese empezado… si Aznar no aspirase a un puesto en la Historia (“pinche de genocidas”, será ya para siempre), o si su “Aznarazo” no hubiese superado al “Tejerazo”, ridiculizando a las Cortes y al Rey que pudo intervenir el 23F de 1981.

La guerra quizás acabe… cuando los belicistas no puedan soportar el coste electoral de sus crímenes, y cuando quienes les excusaban les abandonen. La guerra quizás acabe… cuando la opinión pública mundial se manifiesta con tal intensidad y presencia que su voz no pueda ser ignorada.

La guerra acabará… cuando se agoten los arsenales y deban reponernos los contribuyentes estadounidenses… y los expoliados del mundo entero. La guerra acabará… cuando el negocio del petróleo esté controlado, y el beneficio de la reconstrucción sea mayor que el de la devastación.
La guerra acabará… cuando la sangre de la inocencia masacrada apeste en nuestros cuartos de estar porque las imágenes de televisión no muestren complacientemente las mortíferas armas de los asesinos, sino los cadáveres de las víctimas.

La guerra acabaría para siempre… cuando convenzamos a la mayoría de votantes norteamericanos para que pongan fin a “la era de barbarie” y de “nuevo desorden mundial”. Para que admitan la civilización de quienes aborrecemos la pena de muerte, repudiando tan bárbara legislación, y que para regir el gigante militar que representan no elijan a un enano moral de sádico historial en ejecutar convictos.

La guerra acabaría para siempre… cuando Estados Unidos prefiera un mundo multipolar, renunciando a su egocéntrica superioridad que les permite ignorar la legalidad internacional, las Naciones Unidas y el Tribunal Penal Internacional (y el Protocolo de Kioto, los convenios de desarme o de minas antipersonal,…). La guerra acabaría para siempre… si se votase en referéndum abierto a toda la ciudadanía la participación de un gobierno en un conflicto militar.
La guerra acabaría para siempre… cuando todos los seres humanos reprobemos y desterremos de nuestra mente y de nuestro corazón esa insensata fruición por matarnos los unos a los otros.
La guerra acabaría para siempre… si ya no fuera posible el rapto de la democracia, el secuestro de la verdad por los sempiternos “señores de la guerra”, déspotas y falsarios, serviles esclavos del poder económico, que prenden fuego al mundo sembrando regueros de encarnadas amapolas de sangre, que algún día florecerán.