¡Dios, Él es, Oíd!

Un remoto amigo, webmaster de publicaciones con difusión mundial por Internet, sugiere que hablemos de Dios. Esta petición es muy difícil, porque exige prudencia y cuidado en lo expuesto para lograr la exactitud y el rigor que la magnitud del tema exige. Pero, podemos convertirlo en algo fácil, si compartimos simplemente ideas muy sencillas, pero muy sentidas por cada uno de nosotros.

Hay muchas razones para creer en Dios, en mi opinión. Citaré solamente dos. Un argumento racional, definitivo a mi juicio, sería que los seres humanos, todos, tenemos una ansiedad de espiritualidad, de trascendencia, de inmortalidad. Este deseo es generalizado, y sólo caben dos posibilidades: O somos seres espirituales con una breve existencia humana, o sólo somos personas mortales con falsas pretensiones de eternidad. Lo segundo no somos, ¡no podemos ser!, sólo “entes engañados” por un afán inalcanzable de infinitud. Sólo podemos ser “realidades con alma imperecedera” que ahora vivimos una breve fase terrenal.

Una segunda demostración, más emocional e íntima, sería ese “hombrecillo” que llevamos dentro y que descubrimos con los años. El “hombrecillo” somos nosotros mismos, que miramos a través de unos ojos gastados la imagen reflejada en el espejo y que casi no nos reconocemos, porque nos empezamos a parecer no ya a nuestro padre, sino incluso a nuestro abuelo. Pero ese “personajillo” que transportamos en nuestro interior no cambia. Nos sentimos con 50 años como éramos con 30, con 15 o con 5 años. “Nosotros” somos el mismo, aunque nuestro aspecto haya envejecido. Los que vamos hacia la edad de ser abuelos, a menudo sentimos la urgencia de subir al camarote y montar el “corralito infantil” de nuestros hijos, para meternos dentro y volver a sentirnos bebés que quieren escapar de ese vallado para descubrir el mundo. Aquel niño que fuimos, desde donde recordamos, y el anciano que seremos son el mismo “ser”, que no siente el paso del tiempo. Con la edad vamos entendiendo que el “yo” no puede ser nuestro físico, que este “yo” de la madurez es exactamente el mismo “yo” que descubrió el amor filial y familiar con 3 años, el amor humano de una mujer con 18 años, la vocación profesional con 22 años, el amor paternal con 30,… Ese “yo” no puede ser mi cuerpo, ni mi cerebro, ni mi consciente,… Ese “yo” es mi alma.

¡Hoy creo en Dios!, como dijo Bécquer. Creer es muy fácil. Lo verdaderamente difícil es ser coherente con Dios, porque en ese compromiso no caben medias tintas. Éste es un mensaje de ida y vuelta, capicúa o palindrómico, como el título y la frase final: “Sólo Dios o ídolos”.

Otras guarderías

No hablaremos de guarderías infantiles, por varios motivos entre los que el argumento definitivo es que el término “guardería” sería inaceptable aplicarlo a bebés, porque evoca la idea de “parking”. Lo correcto sería hablar de “Educación Infantil” en la etapa 0-2 años, con una determinante función educativa, atendiendo los aspectos asistenciales propios de estas edades. Tampoco insistiremos en la decisiva eficacia acreditada sobre las potencialidades de los niños y niñas que obtiene una adecuada pedagogía infantil desde los primeros meses, desarrollando sorprendentemente competencias cognitivas, lingüísticas, psicomotrices, afectivas y sociales. Definitivamente, necesitamos más plazas de 0-2 años, con una especialización máxima antes de pasar a la escolarización más convencional y experimentada a partir de los 2 años.

La creatividad social es imparable. El Kindergarten o “jardín infantil” fue un hito de la revolución femenina, que ahora puede significar también una mejora educativa para la infancia. Pero la imaginación no se detiene, y en Hamburgo se ha inaugurado el primer Männergarten, un aparcamiento de maridos para dar un respiro a las atareadas mujeres mientras realizan sus ocupaciones (compras incluidas) con la tranquilidad de saber que sus “chicos” quedan en buenas manos, entretenidos y seguros. Por una módica suma de 10 euros, se mantienen distraídos los varones con dos jarras de cerveza y un almuerzo, fútbol televisado, naipes y otros pasatiempos. Antes de la hora de cierre, las esposas pasan con su recibo a recoger a sus compañeros depositados, a quienes se les coloca un distintivo con el nombre a su llegada, para evitar luego confusiones en la recogida.

También pululan otros “centros de día” para personas mayores o impedidas, así como “centros de cumpleaños” para improvisar guarderías en horarios y días festivos. Y abundan las guarderías de presos, de enfermos mentales,… Incluso existen guarderías de ganaderías, para mascotas domésticas. Y los estadios, las plazas de toros, las playas… ¿no cumplen también funciones de guardería? ¿Qué son las cafeterías sino guarderías? Aparte de la gran “guardería”: la televisión, que nos guarda a todos bajo custodia en nuestro cuarto de estar. A fin de cuentas, ¿qué son las guarderías sino guaridas con guardias?

¡Vivan las galerías con baterías de guarderías! ¡Oh, guardería, poesía de la avería, elegía de la burguesía, nadería de la fruslería, profecía de la herejía! Ya puestos a inventar, podríamos continuar: ¿Por qué no instaurar guarderías para políticos, para que nos dejen respirar un rato sin darnos la lata con “sus” problemas? ¿O guarderías de militares, para vivir en paz una temporada?

Vida medida

¿Cómo se mide una vida? ¿Cuánto pesa una existencia? ¿Cuáles son las unidades que calculan la cantidad y calidad de una biografía?

La vida no se mide anotando éxitos, como se apuntan los goles de un partido. Tampoco sumando las cuentas bancarias, ni admirando los títulos académicos colgados de las paredes, ni siquiera por el número de quienes acuden al funeral, ni por el tamaño de la esquela o por la extensión de la crónica necrológica. No se determina el valor de una vida por el plan que se tenga para el próximo fin de semana, o para las siguientes vacaciones. Tampoco por el linaje del que se desciende, la marca de automóvil que se conduce, la ubicación y lujo de la casa donde se habita o el puesto y la compañía en la que se trabaja. Tampoco la vestimenta, ni las aficiones, ni los viajes, ni la edad, ni la belleza, ni la inteligencia permiten evaluar la perfección de una vida. La vida es mucho más que todo eso.

La vida se mide por el amor y la felicidad que se brinda a los demás. La vida se mide por los hijos, por los nietos, por los sobrinos, por los alumnos, por los amigos que uno ayuda a crecer. La vida se mide por los besos, por los abrazos, por las palmadas, por los apretones de manos, y sobre todo, por las sonrisas que se distribuyen por doquier. La vida se mide por la amistad, por la simpatía, por el cariño, por la ternura que se desborda de una existencia. La vida se mide por la trascendencia de los compromisos que se asumen, y se cumplen fielmente; por las esperanzas que no se traicionan. Una vida que no rebosa fraternidad, cordialidad y pasión merece ser transformada.

Sólo por hoy, y mañana ya no cambiaremos, aceptemos que lo más sagrado de este día es prestar apoyo a los demás, aliviarles en sus penas, reír con ellos en sus alegrías, y asistirnos mutuamente. Lo que digamos, que sea con afecto. Lo que hagamos, importante o trivial, que sea con respeto y solidaridad, con todo el corazón que sepamos poner en cada acción para quienes nos acompañan en este fugaz camino que es la terrenal vida.

Centralismos y Constituciones

Una acertada Política de Estado se centraría más en estrategias europeístas y menos en tácticas antivascas.

¡No hay derecho a que por falta de visión del conjunto, por defender los intereses de una parte mínima se ponga en peligro la convivencia de millones de personas que desean un futuro compartido en paz y en armonía! La política de corto alcance, la falta de perspectiva histórica, el enfoque reducido de lo autóctono como ombligo del mundo y la intransigencia tozuda pueden hacer peligrar en este siglo XXI una Constitución que es la esperanza y el orgullo de una identidad común forjada a lo largo de siglos por generaciones de ciudadanos y pueblos de todo un… continente.

Nos referimos, obviamente, a la obcecación e incongruencia de Aznar respecto a la nueva Constitución Europea. Nuevamente, porque ya se equivocó hace 25 años rechazando otra Constitución que ahora defiende a capa y espada, su doble lastre de pasado reaccionario y análisis patriotero le ciega ante el inexorable avance de la Historia.

Centralismos: El “hombrecillo” de Estado patalea ante sus mayores como un Ibarra cualquiera para mantener su menguante poder y sus fondos de solidaridad, que niega a otros países del Este. El defensor a ultranza de un centralismo caduco con epicentro en Madrid protesta ante un eje Berlín-Paris. El cegato de la España radial se enoja con una Europa de las Regiones en red. El nostálgico del imperio… norteamericano pone zancadillas a una imparable Unión Europea.

Constituciones: La nueva Constitución Europea debe ser el objeto de debate, más que la cortesana reverencia a la inmutabilidad de la Constitución de 1978, nacida en una “democracia vigilada” por un poder militar cuyo golpismo quedó probado el 23F de 1981. La Constitución española necesita más que retoques, ante las nuevas realidades del siglo XXI, incluidos los nacionalismos internos de irresistible y creciente vigencia (Euskadi, Catalunya,…), el rol aminorado de los Estados y el nuevo panorama continental europeo en su múltiple dimensión política, social y económica.

Muerte sobre ruedas

La fábula es irreal pero explícita: Si el demonio se apareciese ante la humanidad y propusiese el trueque de darnos un gran invento para nuestra comodidad a cambio de un sacrificio humano por cada 10.000 habitantes al año, ¿lo aceptaríamos? Getxo pagaría con 8 vidas anuales; Bizkaia con 120 personas al año; la Comunidad Autónoma Vasca con 220 jóvenes preferentemente al año; el Estado español con 4.500 vidas anuales; en Europa han rebajado un 30% el pago en cadáveres desde 56.027 a 39.864 vidas entre 1991 y 2001. Además habría que “pagar” con 30 heridos más por cada muerto, un herido anual por cada 330 habitantes, con lesiones de distinta gravedad incluyendo las gravísimas paraplejías y mutilaciones. Getxo, 240 heridos anuales; Bizkaia, 3.600 lesionados al año; Estado, 146.917 heridos,…

Este macabro cambalache de prosperidad pagada con vidas humanas ha sido aceptado por nuestra sociedad. Sólo este fin de semana han muerto ya 14 personas en la CAV, justamente las que mueren a diario como promedio a escala del Estado. ¿Cómo es que no vivimos permanentemente aterrados ante este riesgo de muerte estadísticamente muy probable? El tráfico es la primera causa de muerte para menores de 35 años, superando en ese colectivo de edad a la suma de todas las restantes razones (SIDA, cáncer, enfermedad, accidentes laborales,…). Según cifras oficiales, el 40% de los conductores menores de 24 años tuvieron un accidente de tráfico el pasado año.

En España a causa del tráfico “se muere mucho más de lo normal”, con una tasa de accidentes de tráfico de las más altas de la Unión Europea. Sólo un dato desolador: El Estado español tiene un número anual de muertos en carretera superior a EE.UU., un país con una población siete veces mayor, el mayor parque automovilístico mundial y una red de carreteras incalculablemente superior. Además la mitad de las víctimas en nuestras carreteras son jóvenes y adolescentes.

¿Medidas a adoptar para contener esta mortalidad? Los expertos debieran concretarlas, pero la ciudadanía exige por puro sentido común: 1º Superar la “pasividad social” ante un problema de esta envergadura (esta respuesta debe ir desde abrocharse sistemáticamente el cinturón de seguridad hasta exigir responsabilidades a los poderes públicos). 2º Educación vial obligatoria en Enseñanza Primaria y Secundaria, con preparación teórica y práctica para la totalidad de los futuros ciudadanos. 3º Medidas eficaces para la renovación del parque móvil, mejores que el plan Renove, a fin de rebajar la elevada antigüedad. 4º Mantenimiento adecuado de la red de carreteras, notablemente degradadas comparativamente, creando alternativas reales de transporte por vías ferroviarias, marítimas o aéreas. 5º Vigilancia de los conductores irresponsables, con fuertes sanciones para los más temerarios, peligrosos o reincidentes, con abundantes controles de alcoholemia, drogadicción,… 6º Limitación y regulación de la publicidad sobre los vehículos enfatizando su seguridad. 7º Mejora de los vehículos nuevos a la venta, con incorporación obligatoria de más elementos de seguridad (ABS, airbag,..). 8º Endurecimiento de penas por infracciones graves con cumplimiento en centros donde se pueden ver los efectos mortíferos y las secuelas del tráfico.

Vivimos en un mundo donde hasta las princesas mueren en accidentes de coches (Lady Di), y donde cada uno de nosotros debemos actuar para contener esta inaceptable sangría de vidas humanas. Exijamos compromiso de nuestros dirigentes políticos, desde el cuidado en impedir la invasión de las aceras por vehículos a motor hasta la inclusión de medias concretas en los programas electorales. Aunque sólo aparece como tercer problema social en las encuestas (tras el cáncer y el terrorismo), los muertos y heridos en accidentes de tráfico son parte de nuestra mayor vergüenza histórica que estamos viviendo y enterrando en la actualidad.

El voto a los 16 años

Leemos con sumo agrado que el gobierno británico de Blair estudia rebajar la edad legal de 18 a 16 años, con el fin de conseguir que los jóvenes se involucren más en política, según señala el periódico 'The Observer'. También se argumenta que con 16 años los adolescentes pagan tasas, pueden alistarse en el Ejército e incluso casarse con el consentimiento de sus padres.

En 1999, el diario “EL MUNDO” abrió una sección en su web para recibir sugerencias sobre “qué noticia te gustaría ver editada en el Siglo XXI”. Como una técnica pedagógica sugerimos a nuestros alumnos de un centro para el desarrollo de la inteligencia que redactasen y publicasen sus propuestas. Un chaval de 13 años, Aitor Agirregabiria, escribió: “Es de reconocimiento universal que los niños y jóvenes de la actualidad están mejor preparados que nunca. Su precocidad no admite duda. Adelantar la edad de voto, en principio hasta los 16 años, quizás más adelante hasta los 14, produciría un doble efecto:

1º Se reconocería sus derechos civiles, como ciudadanos de primera clase;

2º Mejoraría su madurez, preguntándose más tempranamente sobre los temas sociales y políticos”.

Definitivamente, parece que la prospectiva resulta más asequible para quienes habrán de vivir gran parte de su vida en el futuro. Y una segunda reflexión: Probablemente una medida de este tipo demostraría que no existe apatía ni carencia de madurez social entre la gente más joven, sino falta de cauces de participación.