Legado cotidiano

Nada resulta intrascendente en nuestra vida...

La vida nos parece rutinaria en ocasiones, casi como una secuencia programada y repetitiva. Pero cada acción, por insignificante que parezca, puede ser decisiva, no sólo para nosotros, sino para otros muchos que pueblan nuestro entorno, incluso para personas lejanas o desconocidas, que quizá no han nacido todavía.

Nunca olvidaré dos historias de mi infancia, que me impactaron en su momento y me han obligado a reflexionar en muchas circunstancias vitales. En alguno de mis primeros libros de párvulos, con cinco o seis años, leí una borrosa anécdota de un niño holandés que con su dedo, taponó un dique perforado y salvó de una inundación a los Países Bajos. Mejor recuerdo el antiguo proverbio de la sabiduría popular: "Por un clavo se perdió una herradura. Por una herradura se perdió un caballo. Por un caballo se perdió un caballero. Por un caballero se perdió un ejército. Por un ejército se perdió una batalla. Por una batalla se perdió una guerra. Por una guerra se perdió un reino,… y la Historia cambió”. Aquel herrero que puso mal el clavo inicial no fue consciente de sus consecuencias,…

Más recientemente se popularizó el denominado “efecto mariposa”, con la célebre frase de J. Gleick: “Si hoy una mariposa aletea el aire de Pekín, puede modificar el clima de Nueva York el mes que viene”. Obviaremos la física recóndita por la que mediante ecuaciones matemáticas el meteorólogo Edward Lorenz explicó un modelo de comportamiento de la atmósfera en 1960. En síntesis, Lorenz dedujo con gran sorpresa que pequeñas diferencias en los datos de partida (aparentemente tan irrelevantes como emplear 3 ó 6 decimales) conducía a notables diferencias en las predicciones. Cualquier mínima perturbación en las condiciones iniciales provocaba una gran variación en el resultado final. Lo explicó mediante un ejemplo hipotético: Si un meteorólogo alcanzase una previsión muy exacta, mediante complejos cálculos, podría malograrse el pronóstico por no haber considerado el aleteo de una mariposa en el otro lado del planeta.

Esta clase de dependencias sucesivas y consiguientes "efectos en cascada” está muy presente en nuestra existencia. Cada hecho cotidiano puede alcanzar derivaciones imprevisibles en el futuro, por efectos encadenados. Nuestra vida debe ser cuidadosa, en todos sus aspectos, pues vamos provocando resultados inducidos que pueden ser trascendentales. Una buena acción origina un buen ejemplo, que puede ser seguido por los demás y alcanzar insospechados frutos. Al igual que en los procesos de calidad continua, hemos de abogar por las mejoras minúsculas, que se amplifican por sus consecutivas secuelas en una dinámica de progreso.

En nuestro trabajo, en nuestra vida familiar y social, deberíamos ser más conscientes de cómo trasciende cada pequeño esfuerzo, cada insignificante actuación con un inimaginable resultado final en destino. La labor de los padres y madres, o la de los docentes, es aún más decisiva por las consecuencias personales y sociales que puede alcanzar. Como homenaje al profesorado, Gabriel Celaya resumió el legado cotidiano del educador en un sublime poema:
"Educar es lo mismo / que poner un motor a una barca. / Hay que medir, pesar, equilibrar... / Y poner todo en marcha. / Pero para eso, / uno tiene que llevar en el alma / un poco de marino.../ un poco de pirata... / un poco de poeta... / y un kilo y medio de paciencia concentrada. / Pero es consolador soñar, / mientras uno trabaja, / que ese barco / – ese niño, ese joven – / irá muy lejos por el agua. / Soñar que ese navío / llevará nuestra carga de esperanza / hacia puertos distantes, / hacia islas lejanas. / Soñar que cuando un día / esté durmiendo nuestra propia barca, / en barcos nuevos / seguirá nuestra bandera enarbolada."

Más ruido que jueces

La justicia es la bondad medida al milímetro.

La sonada multa de 500 euros a cada uno de los once magistrados del Tribunal Constitucional condenados por el Supremo, por la inadmisible desidia de archivar un recurso de amparo sin examinarlo, ha sido la gota que colma el vaso. El público enfrentamiento entre los dos Tribunales superiores del Estado, que ha aflorado recientemente culmina un largo proceso de jueces estrellas y protagonistas de la información general y política, con resoluciones inverosímiles como la de acusar de negligente a un precario trabajador accidentado o dilucidar en función de la apariencia de una mujer agredida. Los jueces no deben decidir las disputas con arreglo a su entendimiento moral o político, sino actuar simplemente como funcionarios a quienes se encomienda el deber de aplicar las leyes. Aristóteles previno que “el amor o el odio hacen que el juez no conozca la verdad”. Cuando el magistrado se aparta de la letra de la ley, se convierte en legislador, cuando el deber de un juez es administrar la justicia, aunque su costumbre sea dirigirla. Ello es muy negativo, al igual que sucede en el deporte cuando la noticia recae en el árbitro y no en el juego.

El actual embrollo jurídico descubre la acendrada animadversión mutua, que se remonta a 1994 cuando la Sala de lo Civil del Supremo que ahora sanciona, solicitó al Rey que pusiese coto a “la invasión de competencias” por parte del Constitucional, acreditando los trasnochados rencores entre ambos tribunales. La ciudadanía queda espeluznada al advertir semejante conducta rencorosa de quienes se supone una serenidad ecuánime y una neutralidad cabal para cumplir su trascendente función.

Todo ello sin recordar actitudes como aquellas de las que hace gala el Presidente del Constitucional Jiménez de Parga, con una deliberada actuación no solamente partidista, sino extremadamente sectaria, prejuzgando célebres casos antes de iniciar su instrucción. La credibilidad de la Justicia en el Estado está muy devaluada para la ciudadanía, y más cuando se suma a una insoportable lentitud que frecuentemente la convierte en inoperante. Crece la percepción de inseguridad judicial en la sociedad, que renuentemente debe confiar en magistrados multados por negligencia manifiesta. En la justicia siempre ha habido un doble peligro: o por parte de la ley, o por parte de los jueces. Que no lleguemos al temor de Bertolt Brech: “Muchos jueces son absolutamente incorruptibles; nadie puede inducirles a hacer justicia”, cumpliéndose el Talmud: “¡Ay de la generación cuyos jueces merecen ser juzgados!”.

Desde el máximo respeto a la función de la judicatura, recordando el sentimiento de Lamennais, “cuando pienso que un hombre juzga a otro, siento un gran estremecimiento”, hemos de recordar y exigir a los jueces las funciones que les atribuía Sócrates: escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente. Y con humanidad, como resumió Cervantes: “Los jueces discretos castigan, pero no toman venganza de los delitos; los prudentes y los piadosos, mezclan la equidad con la justicia, y entre el rigor y la clemencia dan luz de su buen entendimiento”.

Mentiras e incongruencias

El detector de engaños comienza a pitar constantemente: ¡Elecciones a la vista!

Las urnas despiertan la maquinaria electoral de propaganda, demasiado plagada de medias verdades, inexactitudes, falsedades e incoherencias.

El partido gobernante en el Estado es particularmente enervante. Sus reiterados embustes, que abarcan desde la megalomanía del acomplejado Aznar con la reciente tomadura de pelo de que “en mi país existen 43 millones de personas con alto poder adquisitivo” hasta las groseras farsas como “las playas idílicas” del Prestige o las aborrecibles patrañas sobre “la ayuda humanitaria” en Irak. A la dirección de este PP ultraderechista de la España imperial, cuya única liberalidad consiste en permitir chanchulleros negocios para sus amiguetes privatizando las escasas empresas públicas rentables y cuya única ideología no rancia reside en el control absoluto de los medios de comunicación para corear burdas consignas, demonizando lo vasco como distracción universal, convendría recordarle una reflexión obvia. Las mentiras provocan una triple indignación: ética por faltar a la verdad, social porque implícitamente supone que el electorado es despreciablemente estúpido, y personal por el descaro de presumir que los votantes íbamos a olvidar sus desmanes y comulgar con semejantes ruedas de molino.

El primer partido de la oposición, como pomposamente se denominan los bipartidistas, se derrota sola a sí mismo por sus estruendosas incoherencias, sin llevar ni siquiera la gestión de nada que no sean sus autonomías donde votar PP sería decididamente suicida. Este PSOE denota demasiada “vocación de vacación” como cómodo segundo partido perpetuo, dedicándose -mientras mantienen alguna poltrona parlamentaria antes de ser defenestrados internamente- más a que no haya terceros partidos, que a ser el partido gobernante. Sólo un botón de muestra de inconsistencia y servilismo: El anuncio de Rodríguez Zapatero de que sólo intentará formar Gobierno si el PSOE es el partido más votado el 14 M. Semejante dislate sólo se explica como buen subordinado al PP, que trata de amarrar votos de IU para continuar como líder opositor tras la derrota. Esta nueva postura política del PSOE, ratificada por la Chaves en Andalucía y cumplida parcialmente en Catalunya por Maragall (el más votado en votos, que no en escaños), debiera ser aplicada en todo el Estado, desde la sopa de letras balear hasta Euskadi donde Javier Rojo trató de gobernar siendo la tercera fuerza en la Diputación Foral alavesa, y donde sigue apoyando a la segunda fuerza. Todo ello sin entrar en la casuística de los innumerables contraejemplos municipales, como Gasteiz o de la margen izquierda vizcaína, como Portugalete o Santurtzi que veo frente a mi ventana. ¿Saldrá pronto Patxi López a sumarse al carro de quienes sólo aspiran a gobernar si son los más votados?

No a este PP que hace “oposición a la posición” y anuncia con costosas campañas publicitarias que “cumple” con sus obligaciones legales, señal inequívoca de que sabe perfectamente en cuántas otras materias (internacional, vivienda, educación, sanidad, empleo, pacificación,…) no ha cumplido ni tiene intención de cumplir, y que sigue manteniendo al Estado a la cola de Europa con Grecia y Portugal, aunque Aznar se codee con Bush. Tampoco a este PSOE reactivo que sigue la estela del retrógrado PP alternando pactos sumisos con retórico antagonismo, y sin un progresista proyecto propio. Siempre nos quedarán las opciones más apegadas a la realidad, como los partidos nacionalistas o IU, ante este desolador panorama de quienes pretenden imponer un bipartidismo estatal, con dos formaciones que parecen asumir el penoso cliché del “doberman y el faldero”, desgraciadamente porque suponen que les funciona bien ante sus respectivos electorados.

Los navarros no son vascos

La coalición UPN-CDN ha decidido impugnar ante el Tribunal Constitucional el acuerdo del pasado 25 de octubre por el que el Gobierno Vasco aprobó la “Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi”. El Ejecutivo Foral considera que debe evitar que “se lesionan gravemente la integridad del régimen foral, y se invadan sus competencias propias y sus instituciones” y que el Gobierno Vasco “se burla de los ciudadanos navarros". El portavoz de UPN-CDN adujo que “el Plan Ibarretxe desconoce la configuración como comunidad foral diferenciada a Navarra, con identidad propia”.

Paradójicamente son los ultraconstitucionalistas del PP ó UPN quienes se niegan siquiera a considerar algo perfectamente contemplado incluso en sus idolatrados textos legales: la unión política de la Comunidad Foral Navarra con la Comunidad Autónoma Vasca, siempre que la ciudadanía navarra así lo decidiese. Tal confederación conjunta está detalladamente prevista en la disposición transitoria 4ª de la Constitución, en el artículo 2º del Estatuto de Gernika, y en la disposición adicional 2ª del Amejoramiento. Pero UPN ó PP entienden que tal posibilidad es contraria a la Historia de Navarra.

Repasemos brevemente dicha Historia, que desde los primeros testimonios escritos de Polibio, Estrabón y Ptolomeo proporcionan una información que permite localizar a los Vascones en lo que hoy es la CFN, la provincia de Huesca hasta el Gállego y el este de Alaba. Durante el Imperio romano los vascones se extendieron a ambos lados de los Pirineos y una vez desaparecido éste, los enfrentamientos fueron continuos con los consecutivos poderes emergentes de visigodos, francos y musulmanes. Es en este escenario donde se produce la batalla de Roncesvalles (778), en la que la retaguardia de Carlomagno fue aniquilada porque había destruido Pamplona. En el año 824 nace el reino de Pamplona. El “Códice de Roda” del siglo X reflejará, bajo Sancho el Mayor calificado por los Omeyas como “Señor de los vascos”, un dominio que abarcará entre otras áreas geográficas la CAV, Baja Navarra, Labourd, y Bearne.

En el siglo XII el Reino de Pamplona pasa a llamarse Reino de Navarra y se iniciará su paulatina apropiación por Castilla. En el año 1199 las fuerzas de Alfonso VIII de Castilla tomarán Vitoria, conquistará Gipuzkoa al año siguiente, la Cofradía de Arriaga (Alaba) se entregará en 1332 y Bizkaia por sucesión matrimonial en 1376. De esta forma, los territorios de la Navarra marítima quedaron separados del resto del Reino. La apropiación definitiva se culminará con la conquista armada de Navarra por las tropas del duque de Alba en 1512. A partir de este momento la historiografía castellana denominará como intentos “franceses” la recuperación del Reino, cuando “tales franceses” no eran sino los únicos reyes legítimos navarros pertenecientes al otro lado de los Pirineos. La batalla de Noain (1521) es el testimonio del fracasado intento de recuperación del Reino por parte de los navarros con más de 5.000 muertos. Un grupo de escapados de esta batalla simbolizará en la fortaleza de Amaiur (1522), el último baluarte de la resistencia navarra contra los castellanos.

Si bien Navarra siguió conservando sus Cortes Generales, sus Tribunales de Justicia, el Consejo Real, la administración, la moneda, las aduanas y fronteras, competencias más amplias que las que goza hoy en día y paradójicamente no reivindicadas por los fervientes navarristas, el control castellano se materializó en la organización militar, en la administración civil y eclesiástica y en la castellanización progresiva. Este último punto, el de la lengua, ha sido tergiversado de tal forma que nos han hecho creer que el euskera siempre ha sido un reducto en Navarra, cuando precisamente los textos medievales denominan al euskera como “Lingua Navarrorum”. Si ya en la época árabe el historiador Al-Himyari comenta sobre los habitantes de Pamplona que la mayor parte hablan el vasco (al-bashkiya) lo que les hace incomprensibles, a finales del siglo XVI y según un Registro existente en el Seminario de Vitoria de las ciudades, villas y lugares de cada obispado del País Vasco, en el correspondiente a Navarra figuran 58 pueblos de habla castellana y 451 de habla vasca. A comienzos del siglo XVII está documentado el euskera como lengua usual en la región de Sangüesa, así como en el norte de Tafalla y en Tierras de Estella.
En 1841, después de haber finalizado la primera guerra carlista, entre otras características como expresión de la reivindicación foral, Navarra deja de ser Reino convirtiéndose en una mera provincia con ciertas facultades administrativas y fiscales, bajo la Ley Paccionada elaborada por el Estado español, que no recogía pacto alguno sino imposición.

En 1936 se aprueba el Estatuto de Lizarra (Estella) y se resaltó que en la elaboración de dicho Estatuto, los ayuntamientos navarros rechazaron ir junto a la CAV por un estrecho margen (123 contra 109). Hoy sabemos, gracias al historiador navarro Jimeno Jurio, que algunos ayuntamientos que supuestamente votaron en contra realmente lo hicieron a favor, lo que debió haber cambiado radicalmente el resultado.

En cuanto a los años de la Transición, en principio el PSOE estuvo a favor de un mismo Estatuto para la CAV y para Navarra, pero desistieron de tal pretensión por la presión de la cúpula militar franquista que adujo que Navarra disponía de mucha frontera con el Estado francés. A partir de ese momento, la CAV tendrá un marco jurídico diferente plasmado en el Estatuto de Gernika de 1979 y la Comunidad de Navarra en la Ley del Amejoramiento de 1982.

La “Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi” de 2003 recoge el antiguo Reino de Navarra, actualmente dividido en tres administraciones diferentes, para recuperar de modo pacífico y democrático por la voluntad libre de su ciudadanía aquel proyecto originario de comunes raíces lingüísticas y culturales. Para muchos, y desde el respeto foral hacia cada uno de los seis Territorios Históricos que forman Euskal Herria, los navarros no son vascos, sino que todos los vascos somos navarros.

Pedro Pablo Arrinda / Mikel Agirregabiria

Puño ensangrentado

Queremos la paz definitiva, no treguas temporales.

Hace ya 22 siglos que, en una de sus obras teatrales, Tito Maccio Plauto alertaba a la ciudadanía para que no confiase en quien puede atacarla inopinada y engañosamente, con la frase “En una mano lleva la piedra y en otra enseña el pan”.

Arnaldo Otegi debería comprender que ETA no extiende una mano, sobre la que -en su opinión- los partidos nacionalistas democráticos escupen: ETA realmente sigue esgrimiendo un amenazador puño armado y manchado de sangre inocente. Aquí sólo ETA escupe a la ética, a la inteligencia y a la humanidad: escupe fuego y, al tiempo, escupe al cielo.

ETA lo que debe hacer es presentar sus dos manos abiertas, ambas sin pistolas humeantes, en alto y mostrando las palmas. Este mismo pueblo que clama por la paz desde hace décadas, y a la que Batasuna también debería sumar su voz sin ambages, podrá entonces -y sólo entonces- responder generosamente, como Séneca recomendaba: “Cosa inicua es no tender la mano al caído”. Toda nuestra solidaridad hasta ese momento debe estar reservada para las muchas víctimas de la violencia, incluidos los presos y sus familiares, y que también lo son los mismos agresores como podrá ser reconocido cuando abandonen definitivamente sus actividades de coacción, extorsión y asesinato. Y mucho mejor sería que fuese por su propia voluntad.
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Menos es más

¡Alto! ¿Adónde vamos con tanta precipitación?

Antecedido por profusas apelaciones de las diferentes religiones al ascetismo y a la sobriedad, fue el poeta Robert Browning quien acuñó la frase: "Less is more” (menos es más). Recientemente desde el vanguardista universo cultural californiano, la revista “Coevolution” de híbrida influencia budista-hippie mantuvo que la gran sabiduría era coexistir con simplicidad voluntaria y austeridad franciscana. El redescubrimiento postmoderno de los bíblicos lirios del campo y las aves del cielo. Así nació el neologismo “downshifting” (­que podría traducirse por cambiar a menos o desacelerar), con la fuerza de que sólo un término anglosajón sabe condensar y propagar.

Fue un movimiento de reacción contra la cultura yuppie de los “workcoholics”, adictos al trabajo. La resurgida pintada del mayo del ‘68: “No consumáis, no trabajéis”, como respuesta a la estresada vida del trabajador contemporáneo, regida por lo que Max Weber definió como el espíritu protestante generador del capitalismo, según el cual para que Dios nos quiera y acepte en el cielo previamente hemos de demostrar el triunfo en la tierra. Dos autores, Vicki Robin y Joe Domínguez, aportaron su grano de arena en la lucha contra el consumismo con un libro-guía de título sugerente, “La bolsa o la vida”, best-seller durante años. Se convirtieron en portavoces de una forma de vida más sencilla, en busca de la frugalidad, renunciando a caprichos y, en su caso, proponiéndose literalmente vivir de las rentas. Con esta fórmula detectaron de cuánto se puede prescindir, en sueldo y horas de trabajo. Buscaron un equilibrio vital más satisfactorio, si bien la fórmula americana no es trasplantable a la mentalidad europea, donde lo laboral cumple funciones de autoafirmación y de contribución al desarrollo social.

Desde el empacho de la abundancia inventamos el “lujo” de prescindir, de vivir con modestia para pensar con grandeza. Renunciando a competitivos puestos de inacabable jornada laboral, para descubrir recónditas vocaciones idílicas de bajo rendimiento económico, pero alta gratificación personal. Incluso los hábitos más simples de alimentación cambian drásticamente, para ganancia de salud y tiempo. El giro nutricio pasa del rojo al verde, del sangrante filete de búfalo al verdor de la huerta ecológica, renunciando a la pesada dieta chamuscada de cancerígena barbacoa, rebozada en colesterol y endulzada con azúcares industriales. O la parquedad del hogar con espacios vacíos frente a la opulencia sobrecargada de cachivaches tan suntuosos como inútiles. La existencia relajante requiere silencios en estancias desiertas, como la arquitectura minimalista de Mies van der Rohe, para dar cabida a la vida humana.

El dinero no da la felicidad, decimos los pobres… y es verdad. Sólo tenemos una vida, que está sazonada de pequeñas alegrías. Nuestra existencia merece algo más que diez horas de trabajo, dos de atasco, una de engullir, otra para arreglarse (eso quienes tengan arreglo) y, con suerte, ocho de sueño, que suman veintidós horas diarias. Apenas restan 120 minutos de “vida” por jornada. El mandato se decanta hacia “vivir más con menos dinero”, cambiar nivel de vida por calidad de vida. En definitiva, la versión modernista del hombre feliz que no tenía camisa o de las comunidades fundadas sobre la pobreza.

Un consejo: Limpiemos nuestra vida de lo superfluo. Un método simple es la mudanza ficticia. Imaginamos que cambiamos de vivienda, y empaquetamos las pertenencias de un cuarto, dejando el aposento "lleno de aire, como vino al mundo". Entonces recuperamos sólo lo indispensable, desembarazándonos de lo sobrante. Es muy recomendable esta limpieza cada año. Librémonos de viejos papeles y trastos, que están obstruyendo nuestro ambiente.

Felices los que tienen tiempo para sonreír, o para ir a casa y jugar con sus hijos creciendo. Menos horas de trabajo significan más tiempo con la familia. Seamos como niños sorprendidos que se detienen para observar algo nuevo en cada paseo, sin prisas. Levantemos ligeramente el pie del acelerador de nuestra vida para oír música, leer por placer, meditar un poco, escuchar y acompañar a los demás. Vivir es un arte donde al final descubrimos un axioma: “Sufro lo que negué y lo que guardé, perdí. Tuve lo que gasté, pero siempre tendré lo que di”.