Ahora que estamos vivos...

Es urgente que no olvidemos vivir lo que verdaderamente vale la pena de ser vivido.

Hoy debe ser el mejor día de nuestra vida. Seguro que hace tiempo nos preguntamos si llegaríamos a esta edad, a poder vivir una fecha como la de hoy. Ha llegado esta jornada, y ello es motivo de celebración: otro día más para compartirlo con los nuestros. Seguro que nos acompañan muchas adversidades y algunas alegrías, si sabemos apreciarlas. La vida ronda a nuestro alrededor en forma de estrella, de nube, de árbol, de pájaro y de gente. Hoy vamos a sonreír a todas esas creaciones para pregonar que somos felices porque aún estamos vivos.

Hoy vamos a ser bondadosos y generosos con quienes nos rodean. Diremos bellas palabras como “te amo”, “te necesito”, “eres especial”, “significas mucho para mí”, “¿te puedo ayudar?”,… Hoy es un día para reír, para escribir una carta, para enamorarse más, para disfrutar de una comida en compañía de una amistad que hace tiempo no vemos,… Hoy es el día apropiado para abrazar y besar a nuestra familia, a nuestros mayores, a nuestra pareja,… Hoy es un día apropiado para jugar con los pequeños, para escuchar a los colegas, para atender a los necesitados, para dar la mano a quienes lo necesitan. Hoy es el mejor día para pedir perdón, para rectificar nuestros errores, para comunicarlo y dar una sorpresa agradable a quienes nos aprecian y nos quieren. También es un día idóneo para trabajar fuerte, porque sólo con mucho esfuerzo se solucionan las necesidades propias y ajenas.

La muerte nos ha enviado a todos una carta certificada para notificarnos que pronto no estaremos aquí. Pero todavía nos resta todo un día... Y un día aprovechado puede ser más que toda una vida despilfarrada... No posterguemos lo urgente y lo importante, ahora que estamos vivos. Tenemos todo un día para ser más niños, para ser más sabios, para ser más felices.

Ahora que estamos vivos, es preferible que compartamos con los nuestros unos cuantos minutos y no una noche entera cuando ellos o nosotros hayamos muerto. Es mejor prodigar pequeñas muestras de cariño ahora que estamos vivos, que no grandes manifestaciones de duelo cuando hayamos muerto. Regalemos una sola flor ahora que estamos vivos, en lugar de enviar una gran corona a un funeral. Demos aliento en una breve visita o con una rápida llamada, sin esperar a escribir un largo poema póstumo o un conmovedor epitafio cuando ya no estemos vivos.

Ahora que estamos vivos, procuremos dejar a nuestros allegados una huella amable de nuestra existencia. Dejar este mundo un poco mejor de lo que lo encontramos, con un poco más de paz y de ternura. Es urgente que hagamos un alto en nuestra ajetreada vida y nos preguntemos: ¿Tiene sentido todo lo que haremos hoy? Es perentorio que apreciemos que nuestras vidas pueden ser grandes en servicio a los demás, siendo verdaderamente hermanos todos los seres humanos. Es inaplazable que miremos a nuestro alrededor y apreciemos cuánto amor nos brindan los nuestros y cuánto amor podemos ofrecer a los demás.

Ahora que estamos vivos, es muy urgente que no nos olvidemos de vivir lo que verdaderamente vale la pena de ser vivido. ¡Que tengamos un buen día! ¡Sólo depende de todos nosotros!

Floridización invisible

Tercera Edad en el Primer Mundo: El envejecimiento de nuestra sociedad como reto y oportunidad.

La “Floridización”, semejanza con Florida, es un neologismo no aceptado aún por la Academia de la Lengua. Proviene del término estadounidense “Floridization”, expresando que según el censo de 2000 la población norteamericana mayor de 65 años era 12,4%, mientras que en el Estado de Florida alcanzaba un 17,6%, y sigue creciendo. La razón básica es que este destino es el preferido de muchos jubilados de Estados Unidos.

El fenómeno, del rápido incremento de la ciudadanía de la tercera (y cuarta) edad se está produciendo igualmente en Europa y en todo el denominado “Primer Mundo”. Ya no puede hablarse de determinados territorios (como la costa mediterránea) ocupados por jubilados de la tercera edad, con dinero y tiempo en busca de calidad de vida, a la espera de entrar en la cuarta. Hoy todo el continente europeo y todo Occidente se “floridiza”. Según el último informe del Fondo de Población de Naciones Unidas, que constata la desaceleración del crecimiento de la población mundial, la Floridización del Primer Mundo se extenderá a la mayoría de los países en desarrollo entre 2000 y 2050, duplicándose la proporción de población de 65 años o más. Según las proyecciones -fáciles de elaborar porque tratan de gente que ya ha nacido-, en 2020 habrá más de mil millones de mayores, un 70% de ellos en países en vías de desarrollo. El crecimiento de esta tercera edad está generando un planetario problema no paliado de ancianos en la pobreza. Si las diferencias entre habitantes del Primer y Tercer mundo son abrumadoras, todavía se agravan entre los ancianos de los países más avanzados y de los más pobres. En el campo de la solidaridad entre los mayores queda mucho por hacer.

Los “mayores”, seniors es de difícil traducción, configuran una realidad social con múltiples aspectos de diferenciación que no siempre han sido debidamente atendidos. Podría destacarse sus requerimientos de salud, obviamente más perentorios y exigentes que en otras etapas de la vida en razón de la edad, pero igualmente son reseñables otros tipos de servicios sociales orientados a atender su mayor tiempo de ocio o sus legítimas aspiraciones de seguir contribuyendo con su valiosa experiencia al bienestar común.

Si nuestra sociedad ignora la capacidad de la tercera edad, peor aún ha abordado el problema de la cuarta edad. De ahí señales como el abandono de ancianos en hospitales que suele producirse cuando llega la época del veraneo para sus descendientes. Además, las familias no están estructuradas para acoger a sus ancianos. Ni siquiera la arquitectura de las viviendas está proyectada para ello, por lo que proliferan las residencias. Por otra parte el trato y la relación con los ancianos nos diferencian de muchas sociedades asiáticas, donde no sólo se respeta al anciano y se le cuida desde la familia, sino que además sigue cumpliendo funciones sociales importantes, algo que está desaparecido en la Europa del bienestar.

Aquí surgen fenómenos sociales innumerables que requieren una profunda reflexión de justicia, como el descrito por Arlie R. Hochschild en un relevante estudio (Global care chains and emotional surplus value). Parte de una realidad conocida por todos: las y los sudamericanos (filipinos y otros) emigran al Primer Mundo para cuidar niños o ancianos de familias acomodadas. Con lo que ganan, mantienen a sus familias en sus países de origen, e incluso pagan a cuidadoras para que se ocupe en su país de origen de sus propios hijos y ancianos. Así, las mujeres más pobres asisten a ancianos o niños de los más ricos, mientras que otras mujeres aún más pobres, ancianas y rurales cuidan a sus propios niños y ancianos. El resultado son las "familias transnacionales": Una faceta sórdida del nuevo orden económico, que no podemos aceptar sin más, aunque permita que se beneficien muchos elementos de la cadena humana. La razón de fondo radica en la creciente y legítima integración laboral de las mujeres occidentales, conviviendo con hombres que no asumimos las responsabilidades hogareñas y de cuidado de nuestros dependientes, labor que subarrendamos a inmigrantes.

Los problemas de la ancianidad nos atañen a todos y sus carencias deberían preocuparnos a todos, dentro del entorno familiar y del escenario social. Nuestra esperanza de vida está cercana a los 80 años, y continúa creciendo. Nuestra mejor opción es llegar en el futuro a “ser (más) mayores”.

Sorprendentemente los políticos, que en nuestro entorno y en su mayoría ya no pertenecen a este colectivo, han descuidado tanto la atención sobre las necesidades propias de los retirados y de la ancianidad, así como del formidable impacto general que sobre el conjunto de la sociedad provoca su apreciable existencia. Por ejemplo, si ya existen Ministerios de la Juventud, ¿para cuando un Ministerio de la Tercera Edad? Y ello a pesar del peso electoral que pueden representar los mayores, quizá insuficientemente movilizados en cuestiones políticas. De la mano de las urnas puede lograrse lo que no se ha conseguido por ética desde un concepto genuino de familia, que no aparte a los abuelos. Los más mayores empezarán a ser una cuestión central en la política europea y estadounidense, si se mantienen las actuales tendencias. Para 2030 los ‘veteranos’ serán la mayoría, no de la población, pero sí de los votantes reales en Estados Unidos y casi en Europa. Incluso el mundo económico, y es un dato revelador de lo inadvertido de la situación, no ha respondido con suficiente agilidad a esta tercera edad numerosa y con medios financieros superior a la media. El potencial de nuestros mayores parece seguir adormecido a la espera de ser descubierto por la mayoría de ellos mismos y reconocido por todos los demás.

Procrastinación: Un mal actual

Esta denominación es designación de la dominación por la indeterminación: No perezca en la pereza.

Una grave enfermedad contemporánea es la procrastinación, la actitud de postergar los problemas o de aplazar las tareas que se imaginan dificultosas. El descriptivo término es un anglicismo reconocido por la Academia de la Lengua, derivado del latín pro (para) y de cras (mañana), que matiza el atávico pecado capital de la pereza como esa demora e inactividad provocada por el temor y la comodidad.

La procrastinación conduce a evitar o aplazar consciente o inconscientemente lo que se percibe como desagradable o incómodo. Es el caso del ejecutivo que eterniza una reunión para evitar un conflicto o el estudiante que sistemáticamente demora estudiar. Se enmascara la ociosidad desviando la atención hacia otras tareas más asequibles. La Biblia dice que “El perezoso quiere y no quiere al mismo tiempo”. Los perezosos tienen siempre deseos de hacer algo, pero no aquello que deberían afrontar. La procrastinación deja para mañana lo que debe hacerse hoy. Se complica más cuando se justifica con excusas y más excusas. Escudándonos tras disculpas huecas sólo nos engañaremos a nosotros mismos.

La procrastinación crónica origina incluso trastornos psicológicos, y en cualquier caso actúa como un ladrón de tiempo. El “déjalo para mañana” realmente es el arte de “vivir en el ayer”. Los perezosos siempre encuentran razones para esperar. Siguen la ley del mínimo esfuerzo: Pueden estar ocupados en intrascendentes aficiones, pero son incapaces de cumplir sus obligaciones con esmero metódico. Deberían saber que si el trabajar duro frecuentemente sólo rinde con el tiempo, en cambio la holgazanería se paga al contado.

El laborioso gana su vida; el perezoso la roba y cree suerte el éxito del trabajador. Ante la misma situación responden muy distintamente. Quién no ha visto a un albañil cantando alegremente mientras dispone ladrillos, junto a otro amargado que realiza la misma tarea con desgana. Y lo mismo en las aulas o en las familias. Hay padres y profesores que se recrean en las tareas del hogar y en la educación, y quienes parece que sólo saben quejarse del trabajo y de los quebraderos de cabeza que les proporcionan sus hijos o sus alumnos.

Una persona con pereza es un reloj sin cuerda que se fatiga de su propia vagancia. La holganza hace caer en profundo sueño que disgrega la voluntad. Basta de excusar nuestra pereza so pretexto de la dificultad. Liberémonos de la esclavitud de la pereza, que conduce inevitablemente a la pobreza y a la tristeza. El diablo tienta a todos, pero el perezoso tienta al diablo. Sócrates incluso amplía el concepto de indolencia y señala que “No es perezoso únicamente el que nada hace, sino también el que podría hacer más y mejor lo que hace”.

Huyamos de la procrastinación. Muchas veces nos lamentamos de las oportunidades que se escaparon de nuestras manos por diferirlas o aplazarlas. Tranvías que pasaron y no volverán. Los estudios que no acabamos, las amistades que no cultivamos, la ayuda que no prestamos… La diferencia entre un sueño y una meta es la acción. La meta tiene un objetivo, una línea de tiempo y unas etapas intermedias; el sueño es... una fantasía. No dejemos que nuestros ensueños nos roben nuestra realidad. Si de verdad deseamos algo empecemos, movámonos, actuemos. Todos podemos si queremos; además nos lo debemos a nosotros mismos... y a quienes nos necesitan.

El mito de Ofelia

Un drama descrito en un cuadro favorito de muchos que somos románticos corregibles.

La desdichada Ofelia de la tragedia "Hamlet", es hija literaria de Shakespeare, como la gentil Desdémona o la dulce Julieta. Ofelia, prometida del atormentado príncipe Hamlet, se vuelve loca cuando éste, por confusión, mata a Polonio, chambelán de Hamlet y padre de Ofelia. En su desvarío, Ofelia vagabundea junto a un lago, recogiendo flores, y muere ahogada en las fangosas aguas. El nombre "Ofelia" parece estar inspirado en el griego "he ofeleía" (el socorro, la ayuda). Se ignora si Shakespeare se basó en algún precedente literario, como la novela pastoril Arcadia, publicada por el italiano Sanazzaro en 1504.

La mejor imagen de Ofelia puede verse en la londinense Galería Tate, en un famoso óleo del precoz pintor John Everett Millais, considerado como el sucesor de Turner. Es la obra emblemática en el más puro estilo del romanticismo inglés. Millais deseó realizar este tema inspirado en Shakespeare, si bien una joven ahogada no era muy habitual en los cuadros de mediados del siglo XIX. Ello brindó al artista innumerables posibilidades de experimentar lo relacionado con la ausencia de gracia y equilibrio. Como modelo posó Elizabeth Siddal, una bella doncella que trabajaba en una sombrerería y que se convirtió en la modelo favorita de los artistas del momento, casándose posteriormente con Rossetti. Lizzy posó en incómodas condiciones permaneciendo durante horas sumergida en un baño de agua tibia. El resultado es una obra hipnotizadora y escalofriante cargada de poesía, en la que encontramos el realista naturalismo de los prerrafaelitas, alejado de las tendencias académicas del arte oficial de su época.

Cuando Ofelia muere, pasando "de su melodioso canto a su turbia muerte" ("from her melodious lay to Muddy death"), se convierte en un imposible objeto de deseo. Ofelia cae cual estrella fugaz en un cielo de tragedia. Sentimos su sufrimiento y la vemos morir tan pronto, alejándose agua abajo con la luz de su sonrisa en los labios, como se desvanece cielo abajo la luz de los cometas fugitivos. Queremos quejarnos como ella en el único instante en que se lamenta: "To have seen what I have seen, see what I see!" (Haber visto lo que he visto, ver lo que veo). Porque hay un Hamlet en el fondo de todo corazón humano, y en la oscuridad de la conciencia de ese Hamlet, resta siempre el centelleo de alguna luz que no supimos recoger. La luminaria pasó, pero su estela queda, y jamás volverá aquella sonrisa a inundar con su hechizo nuestra existencia.

El primer amor es la forma genuina de la felicidad, quizá la única: Ánima vaga, impalpable, huidiza, como Ofelia. Momentánea en cada vida, eterna en la memoria. Como Ofelia, un cielo que se nos ofreció y desdeñamos. Podemos pensar que Shakespeare, al dar vida mental a la divina hechura de su alma, presintió que en ella fundía para siempre las eternas aspiraciones del sentimiento ideal de todo corazón humano en todos los países y en todas las edades. Nunca produjo el arte una creación más pura, ni divinizado una realidad más humana, ni concebido una verdad más esplendente. El arte no demuestra, pero el arte presiente.

¿A qué aspira el ser humano? A todo cuanto ofrece Ofelia: sencillez, candor, sinceridad, inocencia en deseos y en pensamientos, delicadeza en sentimientos y en actos, capacidad para todos los afectos, desde temblar ante la presencia de su amante hasta tambalearse en su delirio de huida.

El cadáver de Ofelia, ¡ay!, todavía sigue muriendo. Perecer como sucumbe Ofelia, nos sigue susurrando una belleza mágica, arrebatadora y sublime en el bosque sombrío donde aún habitan seres solitarios. Ojalá supiéramos encontrar los amores posibles, esas pasiones enfrenadas que posibilitan amores realizables y resistibles. Si nos moviésemos por buenos instintos, hallaríamos con facilidad querencias finitas, propias de amantes mortales que se atrevieron a amar.