¿Por qué es mejor el verano?

Aunque podrían ser muchas más, enunciamos quince razones por las que preferimos veranear a trabajar,…

Tras la súbita transición entre la pausa veraniega y la rutina laboral conviene elaborar una lista de motivos concretos por los que somos dichosos en vacaciones, incluso más que un fin de semana de descanso en período no estival.

Lo primero es por todo aquello de lo que nos desprendemos. Despojarnos y quedarnos SIN:

1. Reloj, despertador, horario, agenda,...
2. Teléfono, ni llamadas o e-mails de trabajo.
3. Zapatos (descalzos o en chanclas se vive mejor).
4. Necesidad de coche, atascos, metro, transportes públicos,…
5. Prisas, urgencias, asuntos pendientes, problemas irresolubles,…

Y sobre todo, lo esencial que cambia nuestro entorno y percepción,… es vivir CON:

1. Luz, más horas de sol y más claridad durante todo el día.
2. Una meteorología favorable, de agradable temperatura diurna y nocturna.
3. La siesta, y un mayor número de horas (semi)dormidas, en tumbona a poder ser.
4. La piscina, el mar, el contacto con el agua, la arena, el césped,...
5. Sentirnos al aire libre, en el porche, el jardín, el campo, la naturaleza,...
6. El mero espectáculo de la gente despreocupada, sonriente y feliz.
7. Los viajes y las comidas y las sobremesas con los familiares y las amistades.
8. Momentos para reflexionar, sosegarnos, serenarnos, analizar con mayor perspectiva,…
9. Ocasiones de cuidar y agasajar a los seres queridos que no podemos ver todos los días.
10. Más tiempo compartido y disfrutado con las personas más amadas.
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Ambiciones

Lo peor de la ambición es que no sabe lo quiere.

Todos ambicionamos muchas cosas: la primera tener casa propia donde vivir; la segunda tener un automóvil para alejarnos de esa casa; la tercera, una segunda casa adonde llegar,... Con esfuerzo y años, quizá consigamos todo ello.

Lamentablemente pronto comprendemos que ese mismo coche, pronto o tarde, nos traerá de vuelta a la primera casa (lo que no es malo), pero también a trabajar de nuevo... para mantener dos casas y un coche.


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Final vacacional

Indicios de que hay que volver a esperar once meses para las siguientes vacaciones.

El fin del veraneo se advierte por múltiples razones, descontando la mirada al inoportuno calendario. La temperatura de la piscina desciende de un modo paulatino, pero inexorable. Parece decirte… “se te acaba el verano”. Luego está esa gente insolidaria que regresa antes que tú… en lugar de quedarnos todos veraneando y ver qué pasaría. Las casas veraniegas colindantes van quedándose vacías y apagadas, recordándote que la tuya también quiere tranquilidad y que va siendo hora de abandonarla. Hasta los mosquitos se han ido extinguiendo y su marcha es otro síntoma inconfundible.

Los días se acortan y hasta las salidas de aviones comerciales en lontananza se espacian. Los chiringuitos comienzan a plegar sus instalaciones, cierran antes y te sirven a tiempo (¡mala señal!). En la playa escasean los extranjeros y predominan los autóctonos domingueros. Incluso van apareciendo algunos jubilados foráneos que se habían escabullido de los atiborrados meses de julio y agosto.

Hasta el seto podado al llegar ha vuelto a crecer como desafiándote al decir “¡qué poco te queda! Las últimas y dramáticas pistas son el vaciamiento del frigorífico y de las reservas de refrescos, a cuenta de mi planificada consorte que no respeta mi derecho a ignorar el fatídico día de retorno.

Lo peor de todo son esos pesados, amigos y periodistas, que comienzan a hablar del síndrome postvacacional. O que te empiezan a llamar algunos desconsiderados de tu tierra, preguntándote dónde estás (que lean mi actualizado blog.agirregabiria.net). Ya voy, tranquilos, ya me sumo a la legión de los que hemos agotado el veraneo. Lo cierto es que reincorporarse a la rutina anual tiene sus ventajas, pero francamente ahora mismo no se me ocurre ninguna.
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Atención, todos necesitamos más...

Basta observar algo o a alguien con atención para que se vuelva interesante.

El verano es tiempo de descubrimiento. Las amistades reencontradas, desde pequeños de unos meses hasta nonagenarios, son fuente preciosa de redescubrimiento. Los niños pequeños responden inmediatamente a quien les dedica toda su atención,... y lo mismo nos sucede a todos a cualquier edad. Queremos, necesitamos captar la atención de los demás. Con frecuencia, más que la aprobación lo que ansiamos es la atención.

La atención es la piedad natural del espíritu, una cortesía que todos merecen y que además resulta ser nuestra mejor inversión. No atender siempre a quien nos habla, no sólo es falta de amabilidad y aún menosprecio, sino la grave pérdida de una inmensa oportunidad de aprender. Nada hay tan productivo como la atención, para la relación social y para mejorar nuestra propia educación.

La verdadera fuerza de una idea está, no en lo que vale, sino en la atención que se le presta. La atención es la aplicación de la mente a una persona, objeto o concepto. El primer medio para pensar bien es atender bien. Incluso el verdadero arte de la memoria no es otro que la disciplina de la atención.

Recordemos que el derecho a la atención es algo que se puede conquistar. El premio del que dice y actúa bien, es la atención que presta y que se le presta. La atención hacia los demás y la de los demás nos da el límite que hemos de poner a nuestras palabras. Aprendamos en dos etapas: Primero a prestar más atención. Segundo, a despertar, captar y retener la atención; más aún, sepamos satisfacer la atención de los demás.
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