Cada nuevo año reeditamos la vieja “lista de los deseos”. Convirtamos nuestro desiderátum en querencia y realidad.
DESEAR: Anualmente subimos a ese tranvía llamado deseo y desplegamos los mismos buenos propósitos: aprender idiomas, apuntarnos a un gimnasio o dejar de fumar, entre los más difundidos y modestos anhelos. También abrigamos otros deseos más ambiciosos, más profundos, más grandiosos. Cuando se desea, es mejor desear mucho. Lo que ennoblece al hombre no es sólo su obra, sino también su deseo. Cada alma se mide por la amplitud de sus deseos, como se prejuzga a una catedral por la altura de sus torres.
La vida no es significado; la vida es deseo. El deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. A quien nada desea, le vence lo poco. Sólo hay un principio motriz para los seres humanos: el deseo. Quizá, dos: el deseo y el miedo, pero éste no es sino un deseo al revés. Donde acaba el deseo comienza el temor. El deseo vence al miedo. Dicen que “el deseo y el peligro hacen los hombres sencillos”.
Es bueno desear, echar de menos. Pobres de aquellos cuyos deseos todos se cumplen. Los deseos insatisfechos son condición indispensable de la felicidad. Una vida feliz requiere alguien a quien amar, algo que hacer y algo que esperar (desear). Conviene hermanar los deseos, que son más que las necesidades, con las posibilidades. Porque todo deseo estancado es un veneno que entristece. La juventud suele ser inmoderada en sus deseos, por lo que feliz aquel y maduro es quien reconoce a tiempo y aparta aquellos deseos que no van de acuerdo con sus facultades. Así alcanzará una vejez donde la memoria recuerde el deseo satisfecho.
Los deseos deben canalizarse, porque los buenos deseos no bastan para merecer un mundo mejor. Es necesario actuar. Los perezosos siempre desean hacer algo, pero son más felices las personas continuamente ocupadas. Desear no basta: hay que soñar, querer y hacer.
QUERER: Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. Amar no es sólo desear, es también querer. Amar sin desear es comer sin hambre. ¿Por qué es tan difícil "querer", mientras tan fácil es "desear"? Porque en el deseo se expresa la impotencia, y en el querer, el esfuerzo. El tiempo es corto para el que se empeña, e inacabable para el que sólo sueña. El verdadero amor es ala, cuando el sólo deseo puede ser yugo.
Del deseo deshecho surge el desencanto, el despecho, y el desespero. A menudo el deseo de lo que nos falta no nos permite disfrutar lo que poseemos. El proverbio dice: “Corazón que no tienes lo que deseas, si aprovechas bien lo que tienes, verás menguar tus ansias y aumentar tus bienes”.
HACER: El deseo se vuelve insaciable si no se transforma en amor y en hechos. La avidez del deseo no conoce límites, hasta que se procesa y cultiva como querencia viable mediante la voluntad y el trabajo. Nos deberían decir, al principio de nuestras vidas, que nos estamos muriendo, que nuestra ansia de trascendencia implica vivir la existencia al límite, cada minuto de cada jornada. ¡Hagámoslo! ¡Cumplamos ahora mismo lo que deseamos, sea lo que fuere, si verdaderamente lo queremos y está en nuestras manos! Sólo hay unos mañanas contados. Deseo, amor, y… acción.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/deseos.htm
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