La imagen inicial de nuestro hijo Aitorcontiene esa belleza de claroscuro entre naturaleza y humanidad. Gigantesca obra humana difuminada al fondo, entre nubes de arena y polvo. Cuidado camello de carreras de la tradición beduina al frente, observando impávido el horizonte que se supone a su frente.
Contraste de vida natural, simplificada en un entorno desértico, y de vida futurística en el skyline diurno de rascacielos en la ciudad con mayor crecimiento del mundo. Todo un exponente compendiado del alcance de la vida en sus formas naturales y en sus modos de arquitectura desarrollista.
Transmite una inquietante paz de aparente sosiego, al tiempo que una velada sospecha de que algo no resistirá el paso del tiempo, implacable con todo aquello que no sea intrínsecamente sostenible.
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