Era medianoche y estábamos en una terraza de verano debatiendo amistosamente sobre temas escolares con unos amigos, también profesores. Miré el cielo centelleante y me pareció que brotaba una aparatosa lluvia de estrellas. Disfrutando con la mirada alzada, esperé un instante mientras nuestro interlocutor terminaba su exposición para comunicar tan bello espectáculo. Súbitamente, aquel meteoro se transformó en múltiples explosiones lejanas que precipitadamente abalanzaron una envolvente mancha cenicienta sobre nosotros.
Sólo pude alargar mi mano hacia mi esposa Carmen, y las yemas de nuestros dedos se tocaron. Antes de convertirnos todos en luz, dos ideas sacudieron mi mente: Cuánto la quería a ella y a nuestros hijos, y que la humanidad debió comenzar mucho antes a imaginar un acuerdo educativo. Desperté y comprendí que, por esta vez, sólo había sido una pesadilla.
Sólo pude alargar mi mano hacia mi esposa Carmen, y las yemas de nuestros dedos se tocaron. Antes de convertirnos todos en luz, dos ideas sacudieron mi mente: Cuánto la quería a ella y a nuestros hijos, y que la humanidad debió comenzar mucho antes a imaginar un acuerdo educativo. Desperté y comprendí que, por esta vez, sólo había sido una pesadilla.
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