Aznar ha superado la frase de John Kenneth Galbraith: "Aunque todo lo demás nos falle, siempre podremos aseguramos la inmortalidad cometiendo alguna torpeza espectacular". Mientras siembra guerras, divide Europa, alerta del peligro rojo-separatista y cuida su delfinario, con ese nuevo ejemplar gallardo que siempre está a la derecha de la izquierda y a la izquierda de la derecha, se suceden fatídicos sucesos que empañan su legendario mandato doble. Lamentablemente, a diferencia de los desaciertos de los cocineros que se tapan con salsas y los de arquitectos con flores, los fracasos de médicos y políticos no son inocuos... y se esconden enterrándolos literalmente.
¿Recuerdan aquella excusa de la URSS admitida de forma oficial, el sábado 26 de abril de 1986, sobre las causas del accidente de la central nuclear de Chernobil? "Diversos fallos muy improbables y, por tanto, no previstos". La desvergüenza de no confesar el primer error, hace cometer muchos otros.
Aquí no se conjugan los verbos dimitir ni cesar. Sólo se buscan chivos expiatorios preferentemente subordinados de bajo nivel o subcontratados, extranjeros y fallecidos. Se hunden barcos, se caen aviones y descarrilan trenes, pero los ministros no pudieron hacerlo mejor: según ellos sólo se rodearon o contrataron tontos inútiles, lo que no es su culpa. El PP no admite más que aciertos políticos y fallos ajenos. Ciertamente los culpables son esos inexplicables errores humanos: los de quienes eligieron semejante gobierno.
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