En los orígenes del teatro en la Grecia Clásica, los actores se fueron sumando paulatinamente a las representaciones. A medida que los dramaturgos incorporaron nuevos personajes, aparecieron los sucesivos actores destacados en escena, aparte del coro. Tespis inventó el primer actor o protagonista. Posteriormente, Esquilo concibe al deuteragonista (segundo actor), y Sófocles crea el tritagonista (el tercer actor). Eurípides añade, en ocasiones, un cuarto personaje que no habla. Conforme va creciendo el número de actores, se incrementan las posibilidades dramáticas y la acción se enriquece haciéndose más realista, pero se pierde el sentido ritual y religioso del teatro griego originario.
En nuestro panorama político hemos vivido en las tres últimas décadas una transformación similar en la comedia política. De la dictadura franquista con un solo poder omnímodo de tragedia tiránica, se pasó a una democracia “vigilada” de finales de los años 70, seguida de un proceso esperanzador de protagonismo de los pueblos y de la ciudadanía, con pluralismo político, prensa variada y separación de poderes. Sin embargo, la última legislatura del PP con mayoría absoluta empieza a parecer un sainete retrógrado en opinión de muchos, por la infiltración y connivencia de poderes que debieran ser celosamente independientes en una democracia. Resulta indeseable este cuarto actor judicial, que no habla pero coarta, para la ciudadanía (héroe protagonista), para los partidos políticos (deuteragonista) y para los medios de comunicación (tritagonista).
El Talmud decía: ¡Ay de la generación cuyos jueces merecen ser juzgados! Vivimos una triste época en la que se propaga sobre el escenario político una extraña sombra negra para acallar la expresión, el debate y el diálogo entre los únicos intérpretes sociales: la ciudadanía y sus legítimos representantes políticos. El fraudulento protagonismo creciente del poder judicial en la vida política resulta escandaloso, con actuaciones estrella de primera plana amañadas por el poder ejecutivo del momento. Sólo resulta más lacerante y penoso el indigno silencio de una prensa, mayoritariamente comprada o amordazada, que otorga y calla.
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