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La prueba más rápida

Sobre la dificultad de evaluar los valores y atributos de una persona.

Hace años, en una distendida sobremesa entre docentes, alguien nos planteó una adivinanza maliciosa: “¿Cómo programaríamos un examen de duración limitada a cinco minutos para seleccionar entre un grupo de personas desconocidas a los mejores?”. Lógicamente preguntamos, los mejores en qué. El proponente, que disponía de una posible respuesta a la cuestión, lo complicó aún más. “Los mejores en todo, en cualidades físicas, intelectuales, éticas,… Además la prueba debe ser válida para cualquier edad, sexo, origen, lengua,…. Se trata de distinguir en un nutrido grupo heterogéneo de personas a quienes confiar una tarea con las máximas posibilidades de éxito”.

El problema era un creativo pasatiempo, porque no existe una única solución que además sea perfecta. Quizá al lector se le ocurra algún hallazgo original, que debiera compartir con todos. En aquella ocasión propusimos brevísimos tests de inteligencia cognitiva y emocional, o pruebas interculturales sobre conceptos matemáticos simples y compartidos en todas las civilizaciones.
El proponente, al final, nos dio la solución que provenía… del director de una academia militar norteamericana. Quizá sólo alguien así puede imaginar tal enigma… y tal desenlace. La prueba más rápida era simplemente… una carrera. Los primeros que llegaban a una meta distante eran “los mejores” en tan básico examen. Era la primitiva selección de la naturaleza, donde el cazador cavernícola debía ser un buen corredor, o la primera parte del triple lema olímpico: Citius, altius, fortius (El más rápido, el más alto, el más fuerte).

Con todo, el intrascendente acertijo resultó divertido y en su debate ulterior fructificaron ideas pedagógicas valiosas. Cuidar la condición física siempre es importante y signo de inteligencia para todas las personas, de cualquier edad y condición, incluidos quienes sufren problemas de movilidad y deben esforzarse especialmente; o que la actividad y la velocidad son meritorias, si determinamos previamente hacia dónde y por qué caminamos. Por mi parte, en tal hipotética situación y siendo de los que opinan que “correr es de cobardes”, añadiría dos fases: una lectura previa, donde se señale hacia dónde debe corretear cada uno en función del color de su camiseta, por ejemplo, para recoger un bolígrafo del mismo color; y de escritura, para copiar con letra legible el mensaje anterior antes de entregarlo en la meta.

Más complejo resulta medir las cualidades morales, que se podrían evaluar observando cómo se ayuda a los demás en tan fascinante experimento, si todo esto… fuese algo serio. Tan elemental sistema, en todo caso, podría servir para observar a los participante y elegir a unos u otros, ganadores o perdedores, cooperadores o competitivos, apresurados o pausados, en función de la tarea a asignar. Una carrera puede ser la metáfora de la vida: unos se esfuerzan sólo en ganar, otros en ir deprisa, y algunos reflexionan antes para luego actuar mejor.

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