Nos queda el último paso, tras haber conseguido el sufragio femenino: el voto universal para la infancia desde el instante de su nacimiento. Tres razones para avalar esta inaudita propuesta.
Primero, un prosaico motivo económico coyuntural del mundo contemporáneo: El debate político norteamericano ha demostrado cómo se compromete el futuro de los niños con el belicismo de la administración Bush. El periódico New York Times publicó el pasado 14 de setiembre un documentado artículo que prueba cómo la guerra de Irak devora un superávit sin precedentes para convertirlo en un déficit histórico: Los 166.000 millones de dólares consumidos en Afganistán y en Irak, más el coste adicional de ocupación a razón de otros 87.000 millones de dólares al año, serán pagados por varias generaciones de estadounidenses. Cuando dieron la noticia, muchos de quienes tendrán que pagar ese precio no pudieron verlo en el noticiario de noche porque sus padres ya los habían acostado, o porque no habían nacido aún. Recientemente el anuncio ganador de la organización MoveOn.org, titulado Juego de niños muestra imágenes de críos fregando platos en una hamburguesería o recogiendo basura, con un lema final: "Imagine quién va a pagar el billón (trillion en inglés) de déficit del presidente Bush".
Segundo, un ilustrativo argumento comparativo: El derecho al voto no se pierde por la edad, ni siquiera por la incapacidad. En circunstancias extremas, cuando el titular no dispone de plenas facultades de discernimiento, el derecho queda delegado en poder de sus descendientes o allegados, que en su nombre y en defensa de sus intereses eligen en representación del votante. A nadie le escandaliza que ese niño por segunda vez que es un anciano, ejerza su derecho al voto según la opción que elija su hijo o su nieta, dado que suponemos que velarán por sus predilecciones electorales.
Tercero, por un fundamento básico de defensa de la familia y de congruencia con los derechos de todo ser humano. El artículo duodécimo de la Convención de los Derechos del Niño establece que “los Estados garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que le afectan, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño”, y que “con tal fin, se dará en particular al niño oportunidad de ser escuchado, en todo procedimiento judicial o administrativo que le afecte, ya sea directamente o por medio de un representante o de un órgano apropiado, en consonancia con las normas legales”.
El derecho de los más pequeños se ejercería a través de sus padres o tutores, que asumen una cuota de responsabilidad y de futuro superior a otros adultos sin descendencia. Tan pronto como sea posible, el voto sería depositado directamente por el titular. Seguro que el resultado electoral ganaría en inteligencia y en bondad, al igual que aconteció con el voto de las mujeres. Antiguos proverbios lo garantizan: La verdad sale de la boca de los niños; en una casa llena de niños, el diablo no entra; de niños todos hermanos, de mayores todos enemigos. Alejandro Dumas, hijo, se atrevió a preguntarse ¿cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? (preferimos obviar la respuesta que él se daba), y Cocteau saludaba a los niños parisinos con un doliente “¡Hola, muertecitos de la próxima guerra!”.
Todos los niños son capaces de expresar sus puntos de vista. No hay ningún límite de edad para ejercer el derecho a participar. Quienes creemos, como dice el Talmud, que “el mundo solamente se mantiene por el aliento de los niños”, apostamos por el voto infantil, representado por sus padres en la primera etapa, porque no olvidemos que el valor de la familia no reside en que los adultos hagan niños, sino en que los niños se hagan adultos. Donde no hay niños no es posible el cielo, y además los niños tienen una memoria sin igual para las promesas. Los niños son lo primero, la solución y el futuro. Recuerden, para elecciones y naufragios: Las mujeres y los niños primero.
Primero, un prosaico motivo económico coyuntural del mundo contemporáneo: El debate político norteamericano ha demostrado cómo se compromete el futuro de los niños con el belicismo de la administración Bush. El periódico New York Times publicó el pasado 14 de setiembre un documentado artículo que prueba cómo la guerra de Irak devora un superávit sin precedentes para convertirlo en un déficit histórico: Los 166.000 millones de dólares consumidos en Afganistán y en Irak, más el coste adicional de ocupación a razón de otros 87.000 millones de dólares al año, serán pagados por varias generaciones de estadounidenses. Cuando dieron la noticia, muchos de quienes tendrán que pagar ese precio no pudieron verlo en el noticiario de noche porque sus padres ya los habían acostado, o porque no habían nacido aún. Recientemente el anuncio ganador de la organización MoveOn.org, titulado Juego de niños muestra imágenes de críos fregando platos en una hamburguesería o recogiendo basura, con un lema final: "Imagine quién va a pagar el billón (trillion en inglés) de déficit del presidente Bush".
Segundo, un ilustrativo argumento comparativo: El derecho al voto no se pierde por la edad, ni siquiera por la incapacidad. En circunstancias extremas, cuando el titular no dispone de plenas facultades de discernimiento, el derecho queda delegado en poder de sus descendientes o allegados, que en su nombre y en defensa de sus intereses eligen en representación del votante. A nadie le escandaliza que ese niño por segunda vez que es un anciano, ejerza su derecho al voto según la opción que elija su hijo o su nieta, dado que suponemos que velarán por sus predilecciones electorales.
Tercero, por un fundamento básico de defensa de la familia y de congruencia con los derechos de todo ser humano. El artículo duodécimo de la Convención de los Derechos del Niño establece que “los Estados garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que le afectan, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño”, y que “con tal fin, se dará en particular al niño oportunidad de ser escuchado, en todo procedimiento judicial o administrativo que le afecte, ya sea directamente o por medio de un representante o de un órgano apropiado, en consonancia con las normas legales”.
El derecho de los más pequeños se ejercería a través de sus padres o tutores, que asumen una cuota de responsabilidad y de futuro superior a otros adultos sin descendencia. Tan pronto como sea posible, el voto sería depositado directamente por el titular. Seguro que el resultado electoral ganaría en inteligencia y en bondad, al igual que aconteció con el voto de las mujeres. Antiguos proverbios lo garantizan: La verdad sale de la boca de los niños; en una casa llena de niños, el diablo no entra; de niños todos hermanos, de mayores todos enemigos. Alejandro Dumas, hijo, se atrevió a preguntarse ¿cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? (preferimos obviar la respuesta que él se daba), y Cocteau saludaba a los niños parisinos con un doliente “¡Hola, muertecitos de la próxima guerra!”.
Todos los niños son capaces de expresar sus puntos de vista. No hay ningún límite de edad para ejercer el derecho a participar. Quienes creemos, como dice el Talmud, que “el mundo solamente se mantiene por el aliento de los niños”, apostamos por el voto infantil, representado por sus padres en la primera etapa, porque no olvidemos que el valor de la familia no reside en que los adultos hagan niños, sino en que los niños se hagan adultos. Donde no hay niños no es posible el cielo, y además los niños tienen una memoria sin igual para las promesas. Los niños son lo primero, la solución y el futuro. Recuerden, para elecciones y naufragios: Las mujeres y los niños primero.
¿Dejarías que estéis niños elijan al presidente o a la presidenta? Una fórmula para combatir la desafección política y reducir la brecha generacional. pic.twitter.com/qJvYnkGvK6
— Juan Bueno Jiménez (@jbjimenez) November 21, 2021
(...) No me parece un gran logro de la modernidad haber librado a los abuelos de ayudar en la crianza de sus nietos. Además, me parece que la democracia tiene un enorme defecto no dándole a los padres votos extras por sus hijos de los cuales son custodios hasta que ellos votan. En las democracias actuales, si uno estudia, ve que los viejos son desproporcionadamente más ricos que los niños y esto es porque los niños no votan...
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