Aprendiendo de las víctimas
Ibtihal Jassem es una niña de nueve años, que no quería ser portada de los periódicos de todo el mundo. Tampoco la suerte la acompañó nunca: nació sordomuda en Jaber Jouda, una aldea cercana a la ciudad portuaria de Basora. El 23 de marzo del pasado año, tres días después de la invasión de Irak, su casa fue destruida por las bombas norteamericanas. Murieron todos los miembros de su familia, los siete que vivían con ella. La dramática imagen de su rescate, ensangrentada y con la pierna derecha seccionada, dio la vuelta al planeta gracias a la agencia AP (Associated Press). Esa estampa del horror compendiaba todo el rechazo de la ciudadanía a las guerras.
Un año después, Ibtihal vuelve a caminar con una pierna ortopédica. Otro recordatorio a la conciencia universal. Una acusación que nos salpica a todos, sin estériles debates sobre el frente mediático del pacifismo, ni moralejas demagógicas sobre la brutalidad del belicismo. Hemos de pedir nuevamente montañas de minutos de silencio para las incontables víctimas, centrando nuestra atención en quienes padecen las contiendas, en esos “daños colaterales”, para aborrecer hasta la náusea cualquier forma de violencia. No queremos volver a escuchar partes militares de victorias, ni apologías propagandísticas sobre modernas tecnologías para matar inteligentemente. Sólo queremos que actúen la verdad desarmada y la justicia compensatoria, para saber cómo los damnificados civiles se recuperan y cómo se extiende sobre la Tierra una paz ética.
Ibtihal es una metáfora de nuestro tiempo, de un mundo que nació sordo a las peticiones de solidaridad y de hermandad, padeciendo una sordera que condena el diálogo. La historia reitera que el destino humano sólo conduce al atropello, a la crueldad, a la ley del más fuerte. Pero detrás de tanta barbarie, de tanta desesperación, siempre aparece el espíritu humano que avanza lentamente. Dicen que los bellos caminos no llevan lejos. El nuestro es un atormentado sendero de conflictos inacabables. Jean-Paul Sastre subrayó que “Cada persona debe inventar su itinerario”. La Humanidad también debe hallar colectivamente una ruta hacia la Paz. Ibtihal nos enseña que, aun renqueando, se puede sonreír a la vida. ¡Gracias niña, brisa herida, hija viva!
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