Sin saber cómo fue, empezó a llegar una vida doble, que luego se enredó con más vidas paralelas.
Era un hombre normal, que llevaba una vida sencilla, en casa con sus padres y hermanos, estudiando y luego trabajando. Ya en la universidad se echó una novia y a los 24 años se casó. Entonces las cosas se complicaron.
Se encontró, de pronto, que estaba casado para siempre y fuertemente enamorado a la vez. No fue difícil llevar una doble vida: bastaba con ser inteligente, bondadoso, discreto y, sobre todo, tener buena memoria para los detalles, recuerdos y conmemoraciones comunes. Hubo de acomodarse a la nueva situación, y en pocos meses aprendió a tener más cintura y mano izquierda, ese "savoir faire" básico de las relaciones humanas. Fue divertido y enriquecedor, para todos los implicados.
Dicen que el hombre valiente tiene doble suerte. Llegaron los hijos; primero una niña y luego un niño. La vida ya no era doble, era cuádruple. Simultáneamente vivió su propia vida personal y profesional, conllevaba la vida personal y profesional de su esposa, e incluso ambos redescubrían nuevas vidas a través de sus hijos, en escenarios ya vividos como la escuela. Comprendieron bien, en la vida familiar conjunta, que las alegrías compartidas se transforman en dobles alegrías, mientras que las penas compartidas se dividían en medias penas.
Aún redoblaron más sus vidas a través de las sobrinas, e incluso esperaban con ansiedad participar en las vidas de sus nietos y nietas. Definitivamente, el amor multiplica las vidas a nuestro alcance dentro del mayor invento de todos los tiempos: la familia.
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