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No hay nada más divertido que ser joven

Dime cómo te diviertes y te diré quién eres.

Sucedió por segunda vez y ello significaba algo más que una casualidad. Primero me contaron lo que había dicho un alumno a su profesor: “Profe, esta asignatura no me divierte”. Luego fue en la piscina. Tras llamar la atención a unos jóvenes veinteañeros por jugar a fútbol en el césped, lo que estaba expresamente prohibido en carteles por doquier, se enfadaron y concluyeron proclamando a voces: “Ahora, ¿cómo nos divertimos?”.

En ambos casos fue así mismo, sin acritud ni mala fe, tal cual. Sólo fruto de una simpleza absoluta, labrada tras años de, aparentemente, ser divertidos por padres, profesores y adultos en general. Ello les había conducido a la creencia de que todo el mundo está aquí sólo para hacerles feliz. Sólo les resta divertirse o quejarse del incumplimiento del edicto universal de felicidad a favor de sí mismos.

Es para preguntarse: ¿Qué les hemos enseñado a parte de la actual juventud? ¿Que el mundo fue creado, con todas las personas, sólo para proporcionarles diversión,… mientras son jóvenes? ¿Qué su único deber es divertirse, mientras la obligación de los adultos es facilitarles la diversión no recíproca? El resultado final es que quienes sólo aspiran a divertirse terminan aburriéndose,… de tanto divertirse.

Trabajo y diversión no están reñidos en absoluto, sino todo lo contrario: Forman una pareja perfecta. La mejor diversión se alcanza tras un trabajo bien hecho. Cuando se descubre el valor del trabajo se prueba que siendo necesario trabajar, trabajar puede ser menos tedioso que divertirse. En todo caso, divertirse y trabajar son necesarios para alcanzar un destino propio, forjarse una identidad personal y apreciar la vida como una aventura en la que sonreír resulta infalible.
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