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Estampas veraniegas

A punto de hacer las maletas para la vuelta, y con el síndrome postvacacional galopante, conviene recordar esos momentos inolvidables con los que cada verano se nos martiriza. Quizá para atormentarnos suficientemente baste la jornada de ayer. Comenzamos el día con un estruendoso rugido de aviones que parecían precipitarse sobre los tejados de nuestras casitas de playa. No se trataba de los acrobáticos vuelos periódicos, sino que dos F-18 pasaban en vuelo rasante a menos de 30 metros de altura sobre las abarrotadas poblaciones costeras de Pilar de la Horadada y Dehesa de Campoamor, girando sobre sí mismos y cruzando entre los edificios más altos, para epatar a alguna muchacha queremos suponer piadosamente, con esos cacharros de 6.500 millones de pesetas cada uno en un viajecito que sólo en combustible cuesta 3 millones de aquellas viejas pesetas que los pilotos no pagan de su bolsillo. Después de sacar de las camas y de los apartamentos a veraneantes y oriundos, que en camisón y pijama maldecían desde las calles, desaparecieron tras dejarnos la sobrecogedora sensación de que el 11-S todos habíamos aprendido algo: unos a ser más asustadizos y otros a ser más bravucones.

Para proseguir el día, ya en otra escala acústica, pasaron todos los vendedores ambulantes: panaderos, meloneros, mieleros, afiladores, tapiceros,… tres o cuatro veces por si habíamos olvidado revestir algún sofá entre pasada y pasada. Por último, aparecieron los que no habíamos visto en todo el verano: los timadores a domicilio. La misma pareja joven, acompañada de un tercer miembro por si había que escabullirse en un santiamén. Llaman a los timbres con desparpajo, y al asomarnos les reconocimos. Les preguntamos que si era publicidad o ventas que no nos interesaba. Que no, respondieron. Bajamos y ya con ellos delante les anticipamos que nada de huerfanitos, animales protegidos, ni apoyo ecologista. Que no, repitieron. "Bueno, ¿de qué se trata esta vez [el timo, no añadimos]?" ¡Venimos de parte de la "ciudad de los muchachos"! "¡Ya era hora!", contestamos exaltados con prontitud. Se sobresaltaron un poco y más cuando dijimos: "Les esperábamos hace días. ¿Vienen a recoger los nuestros?, porque no sabemos qué hacer con ellos". Palidecieron y huyeron más presurosamente que si hubiesen topado con algún infrecuente policía municipal de servicio que insólitamente estuviese fuera del cómodo coche policial de paseo.

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