Esta manía de fabricar piedras de oxalato cálcico es un serio engorro. Parece que mi dieta abundante en tomate (para mí lo más sabroso del mundo) y lechuga no es lo más sano a estos efectos. Este pasado viernes 2 de octubre de 2020 pasé por mi favorito litotriptor extracorpóreo Dornier Gemini de la Clínica IMQ de Zorrozaurre. Con su generador electromagnético me han aplicado un total de 1.500 ondas a una intensidad que oscila entre los 10 y los 15 kiloVoltios.
A día de hoy, domingo 4, creo que me ha fallado mi evolucionado y sofisticado Dornier Gemini. Porque hay cero restos de cálculos renales. La tecnología avanza (análisis consultables por web), pero parece que más progresa la dureza o la capacidad de esconderse de mis "pedruscos", siempre en el maniático riñón izquierdo (¿será porque duermo hacia ese lado?).
Además en el año del COVID donde los análisis precedentes de radiaciones a tutiplén se amplían con una obligatoria prueba PCR,... Muchas horas de espera, la mayor parte fuera del edificio y tiempo de repensar. Fruto de ello, algunas reiteradas reflexiones sobre las que mantengo anteriores consideraciones ya expuestas en este mismo blog. Como estas que ahora recuerdo:
La profesión sanitaria es digna de toda mi admiración, por su entrega que vuelvo a comprobar a pesar de la tensión y trastornos de este maldito año. Si algo tengo claro es que su dedicación en ese tipo de entornos es algo que jamás hubiera podido elegir para mí. Algo que solamente sucede con los músicos profesionales, cuya maestría me parece mágica o celestial.
Hay que estar muy sano para ponerse enfermo. Debe ser la edad, pero es un mareo total la profusión de papeleo y de vueltas que hay que dar para una consulta e intervención de lo más trivial. Quizá los 43 años de trabajo en burocracia inevitable hayan despertado esta animadversión por el trajín de historiales, idas y vueltas,...
Estas ocasiones, aunque sea con una sedación que no hace perder la consciencia, obligan a pensar en la fragilidad de la vida y la inexorable tendencia a morir. Y se despierta ese fallido anhelo de eternidad, ¿qué dejamos después de desaparecer? Y hacemos el recuento de lo que quedará, por un tiempo limitado pero trascendente: Los hijos, los nietos, el recuerdo de las amistades, el alumnado que algo aprendió contigo,... y ese reguero de textos, posts, artículos, libros,... ¿Por qué esa necesidad de legar algo que nos sobreviva? Todo esto sugiere el pánico al Oblivion(olvido, purgatorio,...) pero ello será pronto otro post.
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