- La profesión sanitaria es digna de toda mi admiración, por su entrega que vuelvo a comprobar a pesar de la tensión y trastornos de este maldito año. Si algo tengo claro es que su dedicación en ese tipo de entornos es algo que jamás hubiera podido elegir para mí. Algo que solamente sucede con los músicos profesionales, cuya maestría me parece mágica o celestial.
- Hay que estar muy sano para ponerse enfermo. Debe ser la edad, pero es un mareo total la profusión de papeleo y de vueltas que hay que dar para una consulta e intervención de lo más trivial. Quizá los 43 años de trabajo en burocracia inevitable hayan despertado esta animadversión por el trajín de historiales, idas y vueltas,...
- Estas ocasiones, aunque sea con una sedación que no hace perder la consciencia, obligan a pensar en la fragilidad de la vida y la inexorable tendencia a morir. Y se despierta ese fallido anhelo de eternidad, ¿qué dejamos después de desaparecer? Y hacemos el recuento de lo que quedará, por un tiempo limitado pero trascendente: Los hijos, los nietos, el recuerdo de las amistades, el alumnado que algo aprendió contigo,... y ese reguero de textos, posts, artículos, libros,... ¿Por qué esa necesidad de legar algo que nos sobreviva? Todo esto sugiere el pánico al Oblivion (olvido, purgatorio,...) pero ello será pronto otro post.
Cuarta litotricia en 12 años, y no será la última
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