Parafraseando a Octavio Paz, “No somos lo que decimos, sino lo que recordamos, porque lo hicimos, lo hacemos y lo seguiremos haciendo”. Decía Jorge Luis Borges que “somos nuestra memoria, ese quimérico museo de formas inconstantes”. Y uno, con los años, se da cuenta de que tenía razón: la cordura se juega en esa delgada frontera entre lo que aún recordamos y lo que empezamos a olvidar.
Los mayores solemos ser sensatos, juiciosos, prudentes, sabios, serios, inteligentes, reflexivos, formales y cabales, incluso clarividentes. Porque sí, seguimos siendo cuerdos, aunque nos asalten las dudas al entrar en una habitación sin saber a qué fuimos, y somos sobre todo recuerdos, esos tesoros que guardamos como cartas viejas o canciones que se repiten solas en la cabeza.
A veces, como escribió Mario Benedetti, “el olvido está lleno de memoria”, y en esa paradoja encontramos consuelo: no recordarlo todo es también una forma de vivir más ligero. Con todo hoy y ahora queremos reivindicar el infinito valor de la memoria de lo vivido, insuperable fuente de inspiración y perseverancia.
Miguel de Cervantes nos advertía que “la memoria es tesoro y custodia de todas las cosas”. Sin embargo, como todo tesoro, a veces se esconde bajo capas de polvo y nos obliga a ejercitar paciencia y sentido del humor. No hay peor enemigo de la cordura que la solemnidad excesiva. Reírnos de nuestros olvidos es, en cierto modo, la forma más cuerda de vivirlos.
A cierta edad, uno descubre que el presente es más corto que antes, y el pasado más largo. Los recuerdos se multiplican y se vuelven compañeros de viaje: algunos dulces, otros ásperos, pero todos forman parte de lo que somos. Como dijo Miguel de Unamuno, “el hombre es hombre en cuanto es hijo del pasado”. La cordura consiste, entonces, en no aferrarse demasiado ni al ayer ni al mañana, sino en habitar con serenidad el ahora.
Porque al final, la vida se parece a una novela coral: cada recuerdo es un capítulo, cada olvido un salto de página, y la cordura el hilo que mantiene la trama unida. Somos cuerdos en la medida en que reconocemos nuestra fragilidad, y somos recuerdos porque sin ellos seríamos apenas instantes dispersos.
La moraleja es sencilla y honda: vivir con cordura no es no olvidar, sino aceptar que somos tiempo hecho memoria. Y vivir con recuerdos no es añoranza, sino cultivar la gratitud por lo vivido. Quien logra reírse de sus olvidos y agradecer sus recuerdos ha encontrado la verdadera sabiduría.
Releamos el discurso de Alyosha en el último capítulo de "Los hermanos Karamazov" de Fiódor Dostoyevski: "Debes saber que no hay nada más alto y más fuerte y más sano y bueno para la vida en el futuro que algunos buenos recuerdos, especialmente un recuerdo de la infancia, de hogar. La gente te habla mucho de tu educación, pero un buen recuerdo sagrado, preservado desde la infancia, es quizás la mejor educación. Si un hombre lleva consigo muchos recuerdos de este tipo a la vida, está a salvo hasta el final de sus días, y si a uno sólo le queda un buen recuerdo en el corazón, incluso eso puede ser en algún momento el medio de salvarnos".
La cordura y la memoria son dos nombres del mismo tiempo. “Lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre.” señaló Jean-Jacques Rousseau. Para concluir: “La filosofía es, en el fondo, el arte de aprender a morir… y a recordar” según Michel de Montaigne. Anotadlo en vuestras agendas este doble mandato encadenado: Recordar con humor es vivir con filosofía. Entre risas y memoria, a seguir construyendo lo que luego serán recuerdos.
"Debes saber que no hay nada más alto y más fuerte y más sano y bueno para la vida en el futuro que algunos buenos recuerdos, especialmente un recuerdo de la infancia, de hogar. La gente te habla mucho de tu educación, pero un buen recuerdo sagrado, preservado desde la infancia,… pic.twitter.com/Q8Zgoonxqy
— literland (@literlandweb1) May 25, 2025