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J. G. Ballard, autor de ciencia ficción, Crash y El imperio del sol

J. G. Ballard es uno de los escritores más singulares del siglo XX. Su obra oscila entre la memoria personal —marcada por su infancia en un campo de concentración japonés durante la Segunda Guerra Mundial— y las visiones inquietantes de un futuro dominado por la tecnología, la violencia y la alienación. Desde la provocación radical de Crash hasta la crudeza autobiográfica de El imperio del Sol, Ballard exploró con lucidez y valentía cómo los entornos extremos moldean la mente humana.

James Graham Ballard nació el 15 de noviembre de 1930 en Shanghái (China), en el seno de una familia británica. Su infancia quedó marcada por la Segunda Guerra Mundial: tras la invasión japonesa, él y su familia fueron internados en un campo de prisioneros en Lunghua, experiencia que narraría más tarde en El imperio del Sol.

J. G. Ballard tras la guerra, se trasladó a Inglaterra. Estudió medicina y luego literatura en Cambridge, pero no terminó la carrera. Se formó como piloto en la Royal Air Force, aunque abandonó pronto la vida militar. Trabajó en revistas y se adentró en la escritura de ciencia ficción, primero dentro de la llamada New Wave, con relatos sobre paisajes postapocalípticos, distopías tecnológicas y la psicología humana en mundos extremos.

Ballard fue un escritor provocador y visionario, obsesionado con la relación entre tecnología, violencia, deseo y alienación moderna. Obras como Crash (1973) lo consolidaron como autor de culto, mientras que El imperio del Sol (1984) le dio un reconocimiento internacional más amplio. Murió en Londres en 2009 a causa de un cáncer de próstata.

Crash (1973). Novela polémica y experimental, donde Ballard explora la erotización de los accidentes automovilísticos. El protagonista (una versión ficticia de Ballard) entra en contacto con Vaughan, un personaje obsesionado con recrear accidentes de tráfico y sus connotaciones sexuales. La obra plantea cómo la modernidad, el consumo y la tecnología distorsionan la psicología humana, vinculando muerte, deseo y velocidad. Fue censurada en algunos lugares por su carácter perturbador, pero considerada un clásico del surrealismo tecnológico.

La película Crash, 1996, dirigida por David Cronenberg, es muy fiel al espíritu del libro: fría, clínica, sin concesiones. Muestra a un grupo de personajes que encuentran excitación sexual en los choques de coches. Fue recibida con controversia y censura (particularmente en el Reino Unido). Cronenberg enfatiza lo mecánico del sexo y lo metálico del cuerpo, creando una atmósfera inquietante y casi sin emociones.

El imperio del Sol (1984) es una novela semiautobiográfica, basada en la niñez de Ballard en Shanghái durante la ocupación japonesa. Protagonista: Jim, un niño inglés de once años que es separado de sus padres y termina en un campo de concentración en Lunghua. Relata la pérdida de la inocencia, el hambre, la brutalidad y el caos de la guerra, pero también la resistencia y la capacidad de adaptación de un niño. No es una narración sentimental, sino dura y lúcida, escrita con un estilo contenido. Supuso el gran éxito comercial de Ballard y fue finalista del Booker Prize. Merece escucharse en este audiolibro.

La película Empire of the Sun, 1987, fue dirigida por Steven SpielbergProtagonista: Christian Bale, en su primer papel importante en cine, interpreta a Jim. Spielberg suaviza algunos aspectos del libro para darle un tono más épico y emotivo, con su sello de espectáculo visual. Se centra en la pérdida de la infancia y la resiliencia del protagonista, con escenas memorables como el canto de Jim a los pilotos japoneses. Fue nominada a varios Oscar y consolidó a Bale como actor.


Como comparación e interrelación de ambas obras: Crash es provocación, frialdad y crítica de la modernidad tecnológica → su película también es oscura y extrema. El imperio del Sol es memoria, trauma de guerra y pérdida de inocencia → su película es más emotiva, con un aire de epopeya. Ambas muestran la obsesión de Ballard por cómo los entornos extremos (tecnológicos o bélicos) transforman la mente humana.

Los 20 cronistas más célebres que forjan nuestra memoria

Para preparar el futuro es preciso leer el pasado. A través de quienes mejor nos contaron la historia. Salvando distancias y dimensiones, un blogger debe inspirarse en perspectiva que los grandes escribas nos legaron, algo de su estilo para representar la época de la que dieron cuenta. Nos ha sorprendido que en los más de diez mil posts que hemos incluido en este blog, algunos de estos cronistas aparecen citados muy a menudo,...

Hemos pedido a la Inteligencia Artificial (ChatGPT y Grok 4) una relación de los veinte cronistas célebres, organizados por siglo según la época histórica. Con una breve biografía, nos facilita una narración ordenada cronológicamente, con mención de sus obras más representativas a lo largo de 25 siglos de historia.

Siglo V a. C. – Grecia clásica

1. Heródoto de Halicarnaso (c. 484–425 a. C.) – Considerado el Padre de la Historia, su obra Historias narra las guerras médicas y recoge costumbres, geografía y relatos de pueblos conocidos y remotos.

2. Tucídides (c. 460–c. 395 a. C.) – En Historia de la guerra del Peloponeso describe con rigor crítico el conflicto entre Atenas y Esparta, buscando causas profundas más que intervenciones divinas.

Siglo I a. C.–I d. C. – Roma imperial

3. Cayo Julio César (100–44 a. C.) – En Comentarios sobre la guerra de las Galias y Comentarios sobre la guerra civil, ofrece una visión política y militar en primera persona.

4. Tito Livio (59 a. C.–17 d. C.) – Autor de Ab urbe condita, monumental crónica de Roma desde su fundación hasta su tiempo.

5. Tácito (c. 55–c. 120 d. C.) – Anales e Historias son modelos de prosa concisa y análisis político del poder imperial.

Siglos VI–VIII – Alta Edad Media

6. Procopio de Cesarea (c. 500–c. 565) – Historia de las guerras, Edificios y la sorprendente Historia secreta sobre Justiniano y Teodora.

7. Beda el Venerable (673–735) – En Historia eclesiástica del pueblo inglés combina devoción y minuciosidad cronística.

Siglos XIII–XIV – Baja Edad Media

8. Joinville (1224–1317) – En Vida de San Luis ofrece una crónica íntima de Luis IX de Francia y las cruzadas.

9. Ramon Muntaner (1265–1336) – Su Crònica relata hazañas de la Corona de Aragón con vivacidad y orgullo.

10. Jean Froissart (c. 1337–c. 1405) – Crónicas sobre la Guerra de los Cien Años, llenas de color y caballerosidad.

Siglos XV–XVI – Renacimiento y descubrimientos

11. Gonzalo Fernández de Oviedo (1478–1557) – Su Historia general y natural de las Indias es fuente clave sobre el Nuevo Mundo.

12. Bernal Díaz del Castillo (1492–1584) – En Historia verdadera de la conquista de la Nueva España narra, como testigo directo, la epopeya de Cortés.

13. Antonio Pigafetta (c. 1491–c. 1534) – Crónica de la Primera vuelta al mundo junto a Magallanes y Elcano.

14. Inca Garcilaso de la Vega (1539–1616) – Comentarios reales de los incas combina memoria indígena y cultura renacentista.

15. Fray Bartolomé de las Casas (1484–1566) – Brevísima relación de la destrucción de las Indias, denuncia de abusos coloniales.

Siglo XVII – Barroco e imperios

16. Samuel Pepys (1633–1703) – Sus Diarios ofrecen un testimonio vívido del Londres del siglo XVII, incluyendo la peste y el Gran Incendio.

17. Luis Cabrera de Córdoba (1559–1623) – Historia de Felipe II, rey de España, crónica oficial de un reinado crucial.

Siglo XIX – Romanticismo e historia nacional

18. Leopold von Ranke (1795–1886) – Padre de la historiografía científica moderna, con obras como Historias de los papas.

19. Jules Michelet (1798–1874) – En Historia de Francia combina erudición y pasión republicana.

Siglo XX – Conflictos y memoria

20. Winston Churchill (1874–1965) – La Segunda Guerra Mundial, seis volúmenes donde mezcla crónica, estrategia y memoria política.

La lección de Arendt: la libertad se pierde paso a paso

Es tiempo de releer Los orígenes del totalitarismo (The Origins of Totalitarianism) de Hannah Arendt, publicado en 1951 (aunque con revisiones posteriores). Incluye advertencias que siguen vigentes 70 años después. La estructura de la obra contiene tres grandes partes — Antisemitismo, Imperialismo y Totalitarismo.

1. Antisemitismo. Arendt analiza el antisemitismo moderno, diferenciándolo del prejuicio religioso tradicional. Lo sitúa en el contexto del declive del Estado-nación en el siglo XIX, cuando las minorías judías, previamente protegidas por ciertos marcos legales, se convirtieron en chivos expiatorios útiles para la agitación política y social.

2. Imperialismo. Explora el colonialismo europeo de finales del siglo XIX y principios del XX, que introdujo prácticas de dominación absoluta sobre pueblos colonizados. Según Arendt, este imperialismo erosionó las nociones de ciudadanía, fomentó ideologías racistas y preparó las condiciones para los regímenes totalitarios.

3. Totalitarismo. Define el totalitarismo como una forma de gobierno radicalmente nueva y diferente de la tiranía clásica. Sus características esenciales son: Uso sistemático del terror como instrumento político. Ideologías cerradas y absolutas (ej. nazismo, estalinismo). Aislamiento y atomización de los individuos, rompiendo lazos sociales. Control total de la vida pública y privada. Eliminación del concepto de verdad objetiva, reemplazado por propaganda masiva.

Arendt subraya que el totalitarismo no es solo una dictadura más, sino una maquinaria ideológica y administrativa que busca remodelar la realidad y la naturaleza humana misma.

Una vez más repasamos la biografía de Hannah Arendt (ver en otros posts). Johanna “Hannah” Arendt, nació el 14 de octubre de 1906, Linden (cerca de Hannover), Imperio Alemán. Falleció el 4 de diciembre de 1975, Nueva York, EE. UU. Alemana de nacimiento; apátrida durante 18 años; luego estadounidense. Nació en el seno de una familia judía laica y culta. Su padre, ingeniero, murió cuando Hannah tenía 7 años. Se crió en Königsberg (hoy Kaliningrado), ciudad vinculada a la tradición kantiana. Desde joven mostró gran capacidad intelectual y espíritu independiente.

Hannah Arendt estudió filosofía, teología y filología clásica en las universidades de Marburgo, Friburgo y Heidelberg. Fue alumna de Martin Heidegger, con quien mantuvo una relación personal e intelectual compleja. Se doctoró en 1929 en Heidelberg bajo la dirección de Karl Jaspers con una tesis sobre el concepto de amor en San Agustín.


Con la llegada al poder del nazismo en 1933, fue detenida brevemente por la Gestapo por su labor en defensa de organizaciones sionistas. Huyó a Francia, donde trabajó ayudando a jóvenes judíos a emigrar a Palestina. Tras la invasión alemana, fue internada en el campo de Gurs, pero logró escapar. En 1941 se exilió definitivamente en Estados Unidos junto con su segundo marido, Heinrich Blücher. Se convirtió en una influyente intelectual pública, colaborando en revistas como Partisan Review y enseñando en universidades como Princeton, Chicago y The New School for Social Research.


Entre sus principales obras destacan: Los orígenes del totalitarismo (1951) – análisis histórico-político pionero. La condición humana (The Human Condition, 1958) – reflexión sobre la actividad política y la vita activa. Sobre la revolución (On Revolution, 1963) – comparación entre la Revolución Americana y la Francesa. Eichmann en Jerusalén (1963) – crónica del juicio a Adolf Eichmann y desarrollo del concepto “banalidad del mal” (ver en este post previo)Entre el pasado y el futuro (1961) – ensayos sobre teoría política.


Su obra combina filosofía, teoría política e historia. Rechazó el papel de “filósofa” y prefería verse como “teórica política”. Introdujo ideas como la banalidad del mal y la importancia del espacio público como ámbito de libertad. Fue crítica tanto del totalitarismo de derechas (nazismo) como del de izquierdas (estalinismo). En los últimos años siguió enseñando y escribiendo hasta su muerte súbita por un ataque al corazón en 1975, a los 69 años. Su pensamiento sigue influyendo en estudios sobre autoritarismo, derechos humanos y filosofía política contemporánea.

Entre Kafka y Orwell: La hora 25 como alegoría totalitaria

Al hilo de una conversación con grandes amigos sobre una anécdota de mi cráneo dolicocéfalo (foto) que sorprendía en mi infancia a un estudioso de los vascos, surgió el recuerdo compartido de La hora 25, libro de Constantin Virgil Gheorghiu (1949) y película de Henri Verneuil (1967). La hora 25 es una poderosa novela alegórica escrita por Constantin Virgil Gheorghiu, autor rumano que denunció en ella el absurdo y la deshumanización de los regímenes totalitarios del siglo XX, tanto el nazi como el comunista.

La historia sigue a Johann Moritz, un campesino rumano de origen alemán, que es falsamente acusado de ser judío por un gendarme que desea quedarse con su esposa. A partir de ahí, Johann inicia un calvario kafkiano que lo lleva a campos de internamiento nazis, al ejército alemán y más tarde a las fuerzas estadounidenses, siempre atrapado en los engranajes inhumanos de sistemas burocráticos que no reconocen su humanidad.

La novela muestra cómo, en la Europa del siglo XX, el individuo es anulado por etiquetas raciales, políticas o administrativas, y cómo ni la inocencia ni la verdad bastan para salvarlo. Virgil Gheorghiu fue el autor rumano que anticipó los peligros de las etiquetas ideológicas. O ¿quién eres cuando el sistema decide quién eres? La hora 25, casi 75 años después,...

La película La hora 25 (1967, que puede verse aquí) fue dirigida por Henri Verneuil, basada en la novela de Gheorghiu y protagonizada por Anthony Quinn como Johann Moritz. Sigue fielmente la línea argumental del libro, centrada en el sufrimiento de un hombre inocente en medio del caos de la Segunda Guerra Mundial. Visualiza con fuerza la pérdida de identidad personal y la crítica al sinsentido burocrático. Se subraya también la ironía de cómo las etiquetas impuestas (judío, nazi, colaborador, apátrida) son completamente ajenas a la verdad del individuo, y cambian según convenga al sistema.

Verneuil logra una obra densa, dramática y profundamente simbólica, con una atmósfera opresiva que refuerza el mensaje sobre la deshumanización del hombre moderno.

Constantin Virgil Gheorghiu (1916–1992). Nació en Războieni, Rumanía. Estudió filosofía y teología en Bucarest y más tarde en Alemania. Emigró a Francia tras la Segunda Guerra Mundial, tras ser perseguido por el nuevo régimen comunista rumano. Además de escritor, fue diplomático y sacerdote ortodoxo. Sus obras reflejan una profunda preocupación por el destino del individuo frente a los totalitarismos y una crítica lúcida a la burocracia deshumanizadora. Obras destacadas: La hora 25, La segunda oportunidad, y El joven sacerdote.

Henri Verneuil (1920–2002), nacido como Ashot Malakian en Turquía, de familia armenia, emigró a Francia en su infancia. Fue guionista y director de cine con una sólida trayectoria en el cine francés. Su estilo, aunque versátil, destacó por adaptar obras literarias con profundidad social y política. Fue uno de los directores que mejor retrató los dilemas del siglo XX, con una estética sobria y eficaz. Otras películas: Z, El clan de los sicilianos, e I como Ícaro.

La elegancia de la decepción: Sándor Márai y el corazón húngaro

Proseguimos con literatura de hace casi un siglo, con metáforas de caídas de imperio como el austrohúngaro. Recuperando escritores de talla universal, como Irène Némirovsky (ver en posts recientes). En este caso, con la obra La herencia de Eszter de Sándor Márai. Un relato de memoria, deseo y renuncia en el corazón de Hungría.

La herencia de Eszter (título original: Eszter hagyatéka), publicada en 1939, es una novela breve e intensa del escritor húngaro Sándor Márai. Narrada en primera persona, cuenta la historia de Eszter, una mujer madura y solitaria, que vive en una casa austera en una ciudad de provincias, junto a una criada leal y las sombras de un pasado no del todo resuelto.

Durante años, Eszter ha vivido en una especie de pausa vital, marcada por una profunda traición amorosa: Lajos, un hombre carismático, manipulador y mentiroso, le arrebató su juventud, su fortuna y parte de su familia. Ahora, después de décadas, Lajos anuncia su regreso. La novela se desarrolla en un solo día, cargado de tensión emocional, en el que Eszter debe enfrentarse al pasado, a sus sentimientos y a las preguntas nunca resueltas.

Es un relato sobre la memoria, la ilusión y el autoengaño, pero también sobre el poder del deseo, la dignidad y la elección del silencio. Lo que tememos no es al otro, sino a lo que aún queda de él en nosotros.” La historia no ofrece redención fácil: Eszter no se presenta como víctima inocente, sino como alguien que eligió ser engañada, y que sigue atrapada, no por Lajos, sino por su recuerdo.

Algunas citas destacadas de La herencia de Eszter: 

- “No es fácil renunciar, pero a veces es más fácil que vivir.
- “El amor es un deseo de sufrir con otro. Y, si no es eso, no es nada.
- “Una mentira dicha con convicción puede parecer verdad durante toda una vida.

Sándor Márai (1900–1989) fue un escritor, periodista y diarista húngaro, considerado uno de los grandes autores europeos del siglo XX. Nació en Kassa (entonces Hungría, hoy Eslovaquia), en una familia de clase media alemana. Cosmopolita y culto, vivió en Alemania, Francia e Italia antes de establecerse en Budapest, donde tuvo una importante carrera literaria en los años 30 y 40.

Tras la Segunda Guerra Mundial y la llegada del régimen comunista, abandonó Hungría en 1948 y se exilió en Europa y después en EE. UU., donde vivió hasta su muerte. Durante décadas fue olvidado en su país natal, y su obra quedó prácticamente silenciada. Solo tras la caída del Telón de Acero fue redescubierto y traducido al mundo entero.

Su estilo es introspectivo, elegante y profundamente psicológico. Entre sus obras más conocidas se encuentran El último encuentro, La mujer justa y DiariosEn la vida, el que espera, pierde. El que decide, gana. Pero el que renuncia… comprende.

Márai se suicidó en San Diego en 1989, solo unos meses antes de la caída del Muro de Berlín, sin saber que su obra sería redescubierta como una joya de la literatura europea del siglo XX.

Seguimos recomendando audiolibros como este podcast.

Irène Némirovsky: la voz trágicamente silenciada del siglo XX

Hoy hemos releído David Golder de Irène Némirovsky, una novela de codicia, fragilidad y redención en la Europa del derrumbe. Publicada en 1929, David Golder es la primera novela de éxito de Irène Némirovsky, y una obra breve pero profundamente incisiva que retrata la decadencia moral de un magnate financiero judío en el París de entreguerras.

David Golder es un empresario despiadado, millonario, solitario, y enfermo del corazón. Vive rodeado de lujo, pero atrapado en una red de relaciones vacías: una esposa frívola y ambiciosa, una hija caprichosa y cruel, y un mundo de apariencias donde el afecto está siempre subordinado al interés económico.

La novela con el apellido epónimo Golder es a la vez una crítica feroz del capitalismo, un retrato implacable de la hipocresía social y un drama íntimo sobre la soledad y la necesidad de redención. Golder, que ha pasado su vida acumulando riqueza, comienza a cuestionarse el sentido de su existencia cuando la muerte le pisa los talones. La historia avanza hacia un final devastador, tan humano como trágico. Se preguntaba: ¿Qué había hecho con su vida? Ganar dinero. Solo eso. ¿Y para qué?”.

Irène Némirovsky nació en Kiev en 1903, en el seno de una familia judía acomodada. Su infancia transcurrió entre Rusia y Francia, adonde se exilió con su familia tras la Revolución Rusa. Pronto se integró en los círculos intelectuales de París y empezó a publicar en francés con gran éxito en revistas y editoriales.

Su obra se caracteriza por una mirada lúcida y crítica sobre la burguesía, el antisemitismo, y la fragilidad de las relaciones humanas. Dominaba a la perfección el francés, y su estilo recuerda a autores como Maupassant o Tolstói. Además del francés, Irène Némirovsky aprendió inglés, polaco, ruso, euskera (véase sus etapas en el País Vasco francés), yiddish y finés.

Durante la ocupación nazi de Francia, a pesar de su conversión al catolicismo, fue arrestada por su origen judío. Murió en Auschwitz en 1942, a los 39 años. Su marido fue deportado poco después y también asesinado.

Décadas más tarde, el redescubrimiento póstumo de su obra Suite française en 2004 la consagró como una de las grandes voces literarias del siglo XX. Escribir es una manera de no morir del todo”, dejó escrito en su diario.

Algunas de las citas de esta obra sobre codicia y vacío: una joya olvidada de la literatura francesa moderna: 

- “Las personas no aman. Necesitan. Es diferente.”

- “Una hija no es un ser humano, es una deuda sin fin.”

- “Todo lo que había conquistado, lo había hecho solo. Y ahora, también solo, lo iba a perder.”

Audiolibros de "David Golder" y de "El malentendido".

¿Puede aún la educación salvarnos del fascismo?

Vivimos un momento histórico inquietante. Por todo el mundo surgen movimientos ultranacionalistas y autoritarios que, sin remedar del todo los uniformes del siglo XX, retoman su retórica: odio al diferente, desprecio por el pluralismo, culto al líder mesiánico y autócrata. A este resurgir del fascismo —llamémoslo “neofascismo o tecnofeudalismo” — se le suma hoy un aliado inesperado y poderoso, la tecnología.

Las redes sociales se han convertido en cámaras de eco que refuerzan prejuicios y polarizan a la sociedad. Algoritmos opacos privilegian el contenido más emocional y divisivo. Herramientas de microtargeting permiten manipular a votantes con una precisión nunca vista, como reveló el escándalo de Cambridge Analytica. Y la desinformación, desde memes hasta deepfakes, erosiona la confianza en la idea misma de verdad.

Frente a este panorama, la pregunta es tan urgente como incómoda: ¿Está la educación a tiempo de evitar que nuestra democracia se hunda en un futuro despótico? Creo que la respuesta es sí, pero con condiciones.

Porque la educación sigue siendo, pese a todo, la mejor herramienta para combatir el dogmatismo y la manipulación. Puede (y debe) cultivar el pensamiento crítico, la alfabetización mediática, la empatía y el compromiso cívico. Pero la escuela actual a menudo se muestra rezagada: curricula rígidos, falta de formación docente en competencias digitales, poca discusión sobre ética tecnológica o historia del fascismo.

El filósofo Jason Stanley advierte en How Fascism Works (2018) que las democracias no se destruyen de la noche a la mañana, sino mediante la normalización del odio y el desprecio por la verdad. La educación puede detener este proceso, pero solamente si se transforma para estar a la altura del reto.

Hoy necesitamos enseñar a detectar falacias y narrativas manipuladoras con el mismo empeño con que enseñamos álgebra o gramática. Debemos formar a los estudiantes para que cuestionen el poder y se enfrenten a la desinformación con criterio y evidencia. Necesitamos docentes preparados para discutir de forma abierta y honesta temas difíciles, desde la historia de los totalitarismos hasta la ética de los algoritmos.

Pero no basta con reformar los contenidos: hace falta también un cambio en la forma de enseñar. Promover el debate, el trabajo colaborativo, el respeto por la diversidad de opiniones. Crear espacios donde el error sea parte del aprendizaje y no un estigma. En definitiva, construir ciudadanía democrática desde la escuela.

No es una tarea sencilla ni rápida. Pero hay ejemplos esperanzadores: Finlandia ha incorporado la alfabetización mediática contra la desinformación en todas sus etapas educativas. Organismos como la UNESCO o el Consejo de Europa han propuesto marcos de competencias cívicas para reforzar la resiliencia democrática.

Claro está, no podemos cargar todo el peso de la solución únicamente en la escuela. El periodismo también necesita mucha innovación para cumplir su función. Hace falta también una regulación democrática de las plataformas tecnológicas, que hoy operan con una lógica puramente comercial, premiando el contenido polarizante porque genera más clics. Hace falta una alianza entre estados, educadores y sociedad civil para construir un ecosistema informativo más sano.

Porque la amenaza de un nuevo fascismo no se presenta con botas militares, sino con memes virales, discursos seductores y una retórica de odio cuidadosamente optimizada para captar nuestra atención. La educación está, todavía, a tiempo de evitarlo. Pero el reloj avanza. Y el tiempo, ahora, cuenta.

Ojalá, al menos, nos asegurásemos que nuestros jóvenes al leído 1984 de Orwell,...
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