Se tiene noticia de que un sistema educativo de nuestro entorno va a prohibir en toda la enseñanza obligatoria la enseñanza del idioma internacional más importante de nuestro tiempo. Un derecho básico del alumnado será obstaculizado, impidiendo la alfabetización plena de la ciudadanía contemporánea, en contra del deseo mayoritario de las familias.
Resultaría increíble que una administración educativa competente del siglo XXI considerase que prohibir expresamente la asignatura de inglés como materia independiente fuese el mejor método para que nuestra juventud supiese hablar y escribir bien en este lenguaje universal, al tiempo que aprovechase ese dominio para el aprendizaje de las restantes áreas curriculares. Imaginemos que simplemente recomendasen el uso trasversal de vocabulario anglosajón en las demás disciplinas, añadiesen un par de capítulos de inglés a la asignatura 'Lengua Castellana' y sugirieran al profesorado que se interesase por la lengua de Shakespeare para que su conocimiento fuese calando en sus alumnos. Para reforzar todo esto los profesores especializados y titulados en inglés serían los menos preferentes para ser contratados porque se les orientase exclusivamente hacia la docencia en academias privadas, donde impartiesen clases complementarias a quienes deseasen aprender esta lengua, que deberían pagar por tan esencial asignatura.
Aunque sea de escándalo esto es exactamente lo que sucede con el sistema educativo donde están nuestros hijos. La ciencia en cuestión no es el inglés, sino la informática, materia instrumental reconocida en los países más avanzados como recurso básico e indispensable para todo el alumnado, donde se considera asignatura obligatoria en enseñanza primaria y secundaria y donde reclutan urgentemente expertos titulados para responsabilizarse de su docencia. Sin embargo, para nuestra administración educativa la Informática, mejor definida como TIC -Tecnologías de la Información y de la Comunicación-, debe subsumirse en la asignatura de Tecnología, materia cuyo programa se retuerce y donde ha desembarcado un profesorado de origen diverso con un insuficiente conocimiento de las TICs y de su incalculable aplicación educativa.
Un sistema educativo moderno en la era digital mide su calidad y excelencia por muy diversos parámetros, como nuestro insuficiente ratio de equipos informáticos por aula, pero sobre todo por el reconocimiento y presencia curricular de las nuevas tecnologías informáticas y telemáticas (que la reciente LOCE –Ley Orgánica de Calidad Educativa- empeora aún más que la ya precaria situación de la LOGSE) y por el porcentaje de profesorado licenciado o diplomado en Informática (inferior al 1%, y que probablemente podría ofrecer un mejor soporte técnico en los propios centros que el meritorio profesorado –mayoritariamente de letras- reconvertido con un abreviado cursillo sin ninguna evaluación, ni previa ni final).
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