Regresados ya a la consuetudinaria rutina laboral, el cuerpo tarda en desacostumbrarse de las actividades veraniegas, tan incomparables, tan placenteras. Se exhuman esos recuerdos de hace una semana apenas, pero que parecen sepultados en una lejanía que tardará un año en retornar. Sobre todo, los deportes estivales que practicamos incluso los sedentarios. Esos entrenamientos diarios de floting (flotamiento, no confundir con la natación), durante horas mientras practicas el charlataning (parloteo) con los recurrentes amigos de la playa. Luego, viene el ejercicio más energético: el cambianing (cambiarse de ropa, bañador, alpargatas,…) antes de acudir al gimnasio del mandibuling (movimiento de mandíbulas), seguida de la sobremesing (ya no traduzco, porque su inglés le permitirá comprender) y la imperativa siesta. Luego, el tumboning, el shopping en mercadillos, más la segunda tanda de mandibuling y sobremesing. Todo esto sin referirnos a los deportes más clásicos, de práctica generalizada por la ciudadanía –preferentemente masculina-, como la meritoria y diaria práctica del zapping, con períodos como julio dedicado al agotador ciclismo, o al fútbol durante toda la historia de la humanidad desde el paleolítico. Las mujeres también frecuentan otras variantes deportivas como el cotilleoning, aunque esta cultivada erudición va extendiéndose también a los varones.
En una sociedad tan atlética como la nuestra, creyente y practicante de la doctrina deportiva, resulta un insulto y una provocación que los periódicos, radios y televisiones dediquen tanto espacio a temas nimios y colaterales, como sociedad, economía, educación, cultura,… sin centrarse en lo fundamental: los deportes patrios de choque, incluidos el toreo y la política (¡perdón, no quería decir esta palabrota!).
0 comments:
Publicar un comentario