El 13-J de 2004, el Día del Desinterés Europeo
El día 13 de junio de 2004 pasará a la historia de la Unión Europea como el día del desinterés por el Parlamento Europeo. El mayor contingente electoral de la era democrática, 350 millones de votantes potenciales para elegir 732 parlamentarios, apenas se ha interesado en estos “comicios de la decepción europarlamentaria”. Ni siquiera la ciudadanía de los diez Estados recién ingresados en la UE se ha preocupado de elegir a sus representantes.
Sin ánimo de colaborar al euro-escepticismo, es innegable bajo el prisma de cualquier análisis que en estas elecciones han perdido casi todos los partidos políticos, y que el único vencedor claro ha sido… la abstención generalizada. Pero conviene repasar, en orden decreciente de escala, los resultados de estos días electorales.
Escala continental: El porcentaje europeo de abstención ha sido del 54,7%, el máximo histórico de la Unión Europea con cualquier número de Estados miembros. La participación de los votantes en la UE no encuentra fondo, y elección tras elección ha ido disminuyendo desde el 63,0% en 1979 hasta el 45,5% en 2004, decreciendo según se ampliaban de 9, a 10, 12, 15 y hasta 25 los Estados en la UE.
Sólo donde el voto es obligatorio, Bélgica y Luxemburgo, y en Malta, Italia, Chipre, Grecia e Irlanda la participación ha sido aceptable. Los Estados recién ingresados, así como Suecia, Portugal y Reino Unido, destacan por su indiferencia europarlamentaria. En Eslovaquia o Polonia no se ha acercado a las unas ni la quinta parte del electorado.
Si el porcentaje de europeos que acudió a las urnas fue incluso menor que el registrado en comicios similares en cada uno de los Estados, llama aún más la atención los altos niveles de abstención de quienes se acaban de incorporar a la UE, donde no funcionó el entusiasmo esperable al participar en un nuevo proyecto. Se ha intentado explicar por un eventual "cansancio electoral" tras ratificar no hace mucho su deseo de sumarse a la UE, pero ello no es razón suficiente para que apenas el 26,4% de sus ciudadanos con derecho a voto lo hiciera efectivo.
En este desolado panorama de paupérrima capacidad de convocatoria, el habitual triunfalismo de los partidos resulta especialmente patético. Si nunca es posible que todos ganen, en esta ocasión lo evidente es que sólo algunos pueden defender sus resultados. En el cómputo global, ha ganado el PPE (Partido Popular Europeo), con 269 escaños, seguido del PSE (Partido Socialista Europeo). En medio de la tibieza europeísta, destaca el rabioso tirón de los euro-escépticos (un 15% de los eurodiputados han sido elegidos por su discurso antieuropeo), lo que ha impelido a los más progresistas (entre ellos los Liberales, Demócratas y Reformistas ELDR) a intentar aliarse con otros grupos para superar a los Conservadores de la Cámara, a fin de determinar el sucesor de Romano Prodi en la Presidencia de la Comisión Europea. Otro dato positivo ha sido que el anunciado crecimiento de la extrema derecha parece haberse contenido en Austria, donde el partido de Haider ha sufrido una merecida derrota, y sólo en Flandes ha ascendido de forma inquietante el Vlaams Blok.
Escala estatal: Los partidos que sustentan los gobiernos centrales han resultado, en general, derrotados, y especialmente aquellos a los que el “efecto Irak” les ha penalizado adicionalmente por apoyar la guerra, como en el caso de Blair, Berlusconi o Durão Barroso. Pero el voto de castigo también alcanza de lleno a Chirac y Schröder. El color político tampoco es determinante en el varapalo: Los socialdemócratas alemanes se han visto doblados por la oposición democristiana, mientras en Francia el partido conservador se ve superado por los socialistas.
En el Estado español, con una preocupante abstención —la más alta de la actual etapa democrática—, la victoria socialista del pasado 14-M queda revalidada por estrecho margen en las elecciones al Parlamento Europeo. Los esfuerzos del PP por deslegitimar en las europeas los resultados de las generales naufragan, pero no su capacidad de movilizar algo más a su resentido electorado en medio del desinterés universal de los demás por las instituciones europeas.
Destaca el éxito de la coalición GALEUSCA, en la primera concreción electoral del “Pacto de Barcelona”, gracias en gran parte al tirón de EAJ-PNV en Euskadi, el sostenimiento del BNG y a pesar del mal resultado de CiU. Todo ello les permite obtener un aceptable resultado con sendos representantes para los tres principales partidos nacionalistas de las Comunidades Históricas. Quedan convertidos en la tercera fuerza coaligada del Estado (con un mejorable 5,17% de los votos frente al 4,16% de IU), por el declive de Izquierda Unida, que no encuentra excusas en una convocatoria de circunscripción estatal y sin necesidad del “voto útil”. ERC salva los trastos de “Europa de los Pueblos” con su eurodiputado, lo que no sucede con la “Coalición Europea” de CC-PA-PAR-UV-UM, que se queda sin representación europea.
Escala autonómica: La lectura de las urnas europeas debe interpretarse con claves de Estado e incluso de autonomía. Tras valorar los resultados de esta convocatoria europea, en la Comunidad Autónoma Vasca entramos directamente en la precampaña de 10 meses para las decisivas Elecciones Autonómicas, lo que implica sutiles deducciones de estos datos europeos. Pero esto merece un análisis detenido y diferenciado, que se presentará próximamente, por territorios y con diferentes hipótesis de traslación para el Parlamento Vasco en función de los acontecimientos que puedan ocurrir hasta los primeros meses de 2005.
En síntesis: El proceso de construcción de la UE, que se viene desarrollando progresivamente desde mediado el siglo pasado, ha sido exitoso… en muchos aspectos de pacificación, macro-económicos y administrativos, constituyendo una experiencia única de integración en la diversidad socio-lingüístico-cultural de casi todo un continente, el más belicoso del planeta. Pero la Europa de los 25 Estados, o pronto 27 con Bulgaria y Rumania, se enfrenta a serios desafíos, relativos al reparto de poder que debiera pasar de los Estados a instituciones realmente comunitarias, donde las regiones y las ciudadanías se vean debidamente representadas, y no sólo en capítulos como ayudas y subsidios, sino bajo una nueva identidad europea común de futuro compartido. Es una metamorfosis que requiere su tiempo,… y mucho mayor acierto de los dirigentes europeos para evitar esta “fatiga electoral” propia de quienes todavía no nos sentimos partícipes en las instituciones que deben representarnos, velar por nuestros intereses y asegurarnos un futuro más justo y solidario.
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