Sensaciones por los "errores y negligencias" reconocidos ante la Comisión Parlamentaria sobre el 11-M.
Hace muchos años cuando era joven y pobre (aún conservo una de estas cualidades), mi padre me regaló un SIMCA destartalado. Continuamente debía llevarlo a un taller barato, donde un "chapuzas" intentaba arreglarlo. Siempre recordaré los conocimientos de mecánica que me brindó, porque pronto supe que él podía enseñarme todo lo que NO hay que hacer. Una vez, tras desmontar enteramente el carburador para soplar un chiclé, lo volvió a ensamblar sobrando una docena de pequeñas piezas que arrojó directamente a la basura, indicando que el fabricante incluía componentes innecesarios. Ahora, cada vez que leo las extensas y aburridas crónicas sobre la investigación parlamentaria del 11-M recuerdo el mismo asombro que experimenté cuando mi carburador se aligeraba en cada revisión.
La mayor matanza terrorista ocurrida en Europa, donde murieron 190 personas y casi 1.500 resultaron heridas, se espesa y transmite en unas agotadoras sesiones donde se enmarañan contradictoriamente conclusiones y confusiones. Pero asoma una verdad incontrastable: Entre la neblina de "medias verdades", "retraso de la verdad" y "gestión de la información" hubo ánimo de mentir y engañar. Parece probado que Aznar y su gobierno pretendieron que hasta el 16-M no funcionase el CNI, expresando con estas siglas el Coeficiente Nacional de Inteligencia.
Aún con todo, el electorado el 14-M, con esa intuición que no es sino la razón actuando deprisa, descubrió lo mismo que más trabajosamente revelará la comisión parlamentaria. Recordando a Bécquer, "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!", podríamos añadir que no hace mucho, ¡qué solos estaban los cuerdos!
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