En EE.UU. parece reeditarse el exabrupto de Millán-Astray frente a Unamuno: ¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!
El condenado a muerte, Daryl R. Atkins, evitó la inyección letal hace tres años porque su sentencia quedó suspendida por el Tribunal Supremo norteamericano al establecer la prohibición de ejecutar a reclusos cuyo coeficiente intelectual (CI) corresponda a la categoría de retrasado mental. Su célebre dictamen estableció que la ejecución de “retrasados” es inconstitucional, porque atenta contra la Octava Enmienda, que prohíbe los "castigos crueles" (sic). No se pronunciaron sobre la crueldad de la ejecución de los “normales”. Al menos, se creó una jurisprudencia de salvaguarda para “los deficientes” en esta extraña democracia que mantiene la pena de muerte en algunos Estados.
En 1998 Atkins sólo obtuvo un cociente intelectual de 59, siendo el promedio de la población 100 y estando fijado en 70 el umbral del retraso mental en el Estado de Virginia. Daryl, a quien en sus 27 años de existencia ni su familia, ni la educación recibida, ni el Estado lograron desarrollar su inteligencia, ahora parece que se ha “espabilado” por el trato con sus abogados para luchar por su vida. En su última evaluación ha alcanzado –desgraciadamente- un CI de 76. Haber llegado a ser “tonto estadístico”, pero no “retrasado”, le puede llevar finalmente a ser “matado legalmente” según el inhumano sistema judicial virginiano.
El psiquiatra forense encargado del caso, Evan S. Nelson, declaró el pasado noviembre que el convicto "Atkins recibió más estímulo intelectual en la prisión que durante toda su infancia y adolescencia, incluyendo las capacidades académicas teóricamente obligatorias de lectura y escritura, así como la competencia para aprender conceptos legales abstractos en su comunicación con los profesionales del Derecho que le defendieron”.
El disparate legal es inconmensurable: Establece una retroactividad para quien era un manifiesto “deficiente mental” cuando cometió su crimen. Se le condena a morir,… o a no progresar jamás en su vida, a pesar de haberse demostrado que podía hacerlo y que nadie se preocupó de él antes de iniciar su carrera criminal. Resulta bochornoso para todo el autodenominado “Primer Mundo” que, en el supuesto país líder mundial, las insuficiencias e ineficiencias de todo el gigantesco sistema social, en su escala familiar, educativa, sanitaria y de seguridad, la paga una víctima, que a su vez causó otra muerte aún más inocente.
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