Un cuento minimalista sobre un crimen que finalizaba una serie de asesinatos dejando impune al culpable, aunque era obvia su identidad.
Su último muerto estaba allí. Rodeado de testigos, alertados por el mismo asesino que les llamó poco antes de consumar su tremebundo crimen. Aquel programado envenenamiento, apuñalamiento y ahorcamiento era un sadismo inusual, incluso para un asesino en serie al que se perseguía infructuosamente desde hacía años. Nunca se había ensañado tanto, si bien estos medios de ejecución estaban entre sus preferidos en los crímenes precedentes.
Un nuevo caso difícil, pensaron ante la escena del crimen. Una habitación cerrada por dentro, sin más enseres que la soga de la que pendía el cadáver con un puñal clavado en el vientre, la silla volcada, el veneno derramado y un móvil sin huellas. Apenas entraba la luz por una mínima ventana abierta por donde quizá pudo escapar el escurridizo autor del más despiadado parricidio.
Incluso los expertos más experimentados estaban desconcertados, hasta que llegó un líder que merecía su puesto. Sus palabras fueron reveladoras para quienes le escucharon sin interrumpirle, comprendiendo a un ritmo marcado por las respectivas inteligencias.
“Creo que no cabe duda. Otra vez, la víctima y el verdugo se conocían. En este caso, demasiado. Seguramente pasaron de ser los mejores amigos, a convertirse en los peores enemigos. Todo ello ha conducido a esta conclusión”. Sólo con esto, alguno de la concurrencia ya lo entendió.
“Imagino que a nuestro criminal, cada vez más acorralado, se le ocurrió que no podía haber otra escapatoria, trágica pero que le permitía eludir el castigo”. Otros lo comprendieron todo.
“Definitivamente no volveremos a tener noticias de este criminal, porque esta violencia terminal deshace las pistas que conducían a su detención”. Muchos asintieron, al descubrirlo todo.
“Imposible será castigar a este asesino cansado de sus propias fechorías. Aquí ha terminado su cadena de crueldades, amenazando hasta el final”. Casi todos adivinaron la trama.
“Opino que hemos dedicado demasiados esfuerzos a este caso. Es tiempo de pasar página, porque esto ya sólo asusta a quienes nunca entendieron nada”. [Si eres de éstos, lee la palabra escondida en las iniciales de los párrafos]. Todavía alguien preguntó: ¿Su homicidio último? Él respondió: “Sí, su homicidio ultimó”.
Versión final: mikel.agirregabiria.net/2006/suhomicidio.htm
Su último muerto estaba allí. Rodeado de testigos, alertados por el mismo asesino que les llamó poco antes de consumar su tremebundo crimen. Aquel programado envenenamiento, apuñalamiento y ahorcamiento era un sadismo inusual, incluso para un asesino en serie al que se perseguía infructuosamente desde hacía años. Nunca se había ensañado tanto, si bien estos medios de ejecución estaban entre sus preferidos en los crímenes precedentes.
Un nuevo caso difícil, pensaron ante la escena del crimen. Una habitación cerrada por dentro, sin más enseres que la soga de la que pendía el cadáver con un puñal clavado en el vientre, la silla volcada, el veneno derramado y un móvil sin huellas. Apenas entraba la luz por una mínima ventana abierta por donde quizá pudo escapar el escurridizo autor del más despiadado parricidio.
Incluso los expertos más experimentados estaban desconcertados, hasta que llegó un líder que merecía su puesto. Sus palabras fueron reveladoras para quienes le escucharon sin interrumpirle, comprendiendo a un ritmo marcado por las respectivas inteligencias.
“Creo que no cabe duda. Otra vez, la víctima y el verdugo se conocían. En este caso, demasiado. Seguramente pasaron de ser los mejores amigos, a convertirse en los peores enemigos. Todo ello ha conducido a esta conclusión”. Sólo con esto, alguno de la concurrencia ya lo entendió.
“Imagino que a nuestro criminal, cada vez más acorralado, se le ocurrió que no podía haber otra escapatoria, trágica pero que le permitía eludir el castigo”. Otros lo comprendieron todo.
“Definitivamente no volveremos a tener noticias de este criminal, porque esta violencia terminal deshace las pistas que conducían a su detención”. Muchos asintieron, al descubrirlo todo.
“Imposible será castigar a este asesino cansado de sus propias fechorías. Aquí ha terminado su cadena de crueldades, amenazando hasta el final”. Casi todos adivinaron la trama.
“Opino que hemos dedicado demasiados esfuerzos a este caso. Es tiempo de pasar página, porque esto ya sólo asusta a quienes nunca entendieron nada”. [Si eres de éstos, lee la palabra escondida en las iniciales de los párrafos]. Todavía alguien preguntó: ¿Su homicidio último? Él respondió: “Sí, su homicidio ultimó”.
Versión final: mikel.agirregabiria.net/2006/suhomicidio.htm
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