En
la actualidad es una constante pedagógica afirmar
la primacía del aprendizaje sobre la enseñanza, enfocándose las metodologías escolares más en cómo el alumnado aprende
que en cómo el profesorado enseña.
Incluso
somos muchas y muchos docentes quienes apostamos por pasar de los "centros
de enseñanza" a los "centros
de aprendizaje". Y con ello, denotando que si antes los "centros
eran de las y los enseñantes", ahora deben ser "centros de las y los aprendices", que el alumnado sienta como
construidos, estructurados y adaptados a quienes aprenden allí.
Esto
es una profunda mutación, que debe recorrer una trayectoria que comenzó en la
era del maquinismo, para lograr que el alumnado rural, tipo Tom
Sawyer, se habituase en aquellas escuelas
para pasar a trabajar en una fábrica. Por ello, el maestro-capataz omnipotente
y sabelotodo estaba sobre una tarima, obligaba a cumplir un horario de entrada
y salida y todo estaba programado, dejando poca o nula iniciativa a quienes
allí se escolarizaban con objetivos de una alfabetización pasiva (porque
bastaba que entendiesen lo que leían, sin necesidad de que se expresasen).
Esa
escuela del siglo XIX es historia pretérita en el siglo XXI, cuando los
perfiles de salida del alumnado deben garantizar múltiples competencias para
seguir aprendiendo a lo largo de su vida, aprendiendo a conocer, a hacer, a convivir y a ser como estableció el Informe Delors.
La
arquitectura y la organización escolar ha ido evolucionando paulatinamente,
pero aún se advierten demasiadas pistas de "para
quién están construidos" los "centros docentes" (que
deberían ser "centros discentes").
Más patente en la universidad que en
infantil, más en Secundaria que en Primaria, los mejores despachos son
exclusivos de docentes, las mejores instalaciones (comedores, aseos,...) destinadas
al profesorado y las zonas de asueto mejor preparadas y acondicionadas son para
quienes "sirven", para quienes son "remunerados" por esa
labor y no para quienes están destinados, para los auténticos protagonistas:
las alumnas y los alumnos.
Las escuelas deben parecerse más a un
club selecto de colegiales donde se
aprende, donde los servidos son los discentes (y no los docentes), que a una factoría de trabajo infantil
(como las que hubo no hace tantas décadas... en el Primer Mundo, y todavía
funcionan con mano de obra infantil y producen dividendos en otras latitudes y
longitudes).
Para
explicarlo con una metáfora, utilicemos una serie televisiva (que quizá sólo
recuerde el profesorado de cierta edad): "Arriba y abajo". La galardona serie abarca las tres primeras décadas del siglo XX en una victoriana, estratificada y clasista mansión de
Londres. Relata la vida y las relaciones de una familia aristocrática (cuyo
hogar es el centro noble de la residencia) y de sus sirvientes (que se mueven
por los sótanos y pernoctan en las buhardillas).
El profesorado debiera reconocerse
como esos miembros de la servidumbre,
luego matizaremos algo más. En nuestras pomposas y expertas reuniones corporativas,
bien en un simple claustro de centro o en un multitudinario congreso,
debiéramos buscar (confiemos que con menos reminiscencias machistas) al Hudson de turno (el mayordomo de la
serie, que pone orden y no permite que se critique a los señoritos -el
alumnado- que llegan inopinadamente), o a la señora Bridges (la cocinera que manda en su sótano), a Rose (la fiel primera doncella), a Sarah (la díscola sirvienta que acaba
repudiando aquella situación y rompe el esquema, no sin abandonar su "zona
de confort") y a otros personajes más episódicos.
El profesorado, la inspección, la
administración educativa,... y toda la
educación, establecida socialmente como la mayor apuesta para asegurar el
futuro de cualquier sociedad,... SOMOS
QUIENES SERVIMOS A QUIENES APRENDEN, somos quienes recibimos un salario
para atender y hacer crecer a quienes son servidos, el alumnado.
Es
cierto que el alumnado puede ser menor de edad, quizá no saben exactamente qué
necesitan en cada momento (pero escucharles es preceptivo) y obligatorio
amarles y atenderlos, especialmente en sus peores momentos. Como hacen las y los progenitores con su
prole,... puede que no siempre les concedan lo que piden, pero siempre les
atienden, no dejan a nadie atrás y saben que son lo más trascendente de su
vida.
Veamos algunos indicadores de "para quién" está pensado y organizado un deseable "centro de aprendizaje" de infantil, primaria, secundaria,...:
· ¿Cómo se reparten cuantitativa y cualitativamente las instalaciones". Malo si el profesorado se reserva los mejores entornos, peor si no son accesibles por el alumnado y pésimo si sólo los docentes pueden organizarlo todo a "su gusto".
· ¿Qué concepción prevalece entre el profesorado? Confiemos que aún no queden docentes, y hasta que traten de convencer al resto, que las familias (en el caso de menores) o el alumnado molestan con su intento de participar activa y decididamente en el proyecto educativo de centro.
· ¿De quién es el centro? Ojalá sea el alumnado quien siente, percibe y obre como si todo el entramado escolar está buscando ofrecerle un entorno de aprendizaje óptimo, a su escala y medida (¡atención a las alturas!) para que individual y colectivamente pueda crecer, tomar decisiones y prepararse para ser lo más autónomo posible y competente en todos los aspectos el resto de su vida.
· ¿Para quién están pensadas todas y cada una de las iniciativas que se organizan en el centro? Afortunadamente, ya existen centros donde el alumnado se pone en zapatillas al llegar al aula, sintiendo que aquello es su casa, su mansión del aprendizaje.
Este artículo supone que este volteo de protagonistas, subir encima de las mesas al alumnado (como en "El club de los poetas muertos") para estar más arriba que el profesorado, no finalice ahí, como otro modo de entender el "flipped learning". Aspiramos a un plano de igualdad, sin arriba ni abajo, aunque con roles diferenciados en torno a procesos de aprendizaje conjunto, el alumnado descubriendo, pensando, haciendo, cocreando,... y el profesorado guiando desde su preparación y experiencia.
Concluyamos con algunas recomendaciones docentes que hemos de compartir. Somos servidores de nuestro alumnado, por vocación o profesión libremente elegida. Verles crecer, ser cada día más interdependientes, más libres y que nos necesiten menos es nuestra mejor recompensa. Nuestra misión es protegerles y servirles. ¡Buen servicio!
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