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La ingravidez de la piscina (Capítulo 2º)

Capítulo 2: La urbanización circundante 
La ingravidez de la piscina
Un niño sentado ante un portal, descansando en una noche de juegos.
Capítulo anterior: La piscina comunitaria.

Toda urbanización está regida por unas normas explícitas, conocidas y aburridas, y por otras paradójicas leyes nunca escritas pero que todo el mundo conoce y reconoce. La primera es que el número potencial de ocupantes de cada una de las viviendas es inversamente proporcional al número de habitaciones, aunque sorprenda a primera vista. Repetimos: A menos habitaciones, más ocupantes.

En un pequeño apartamento de una habitación suelen "acomodarse" entre 8 y 10 personas, normalmente inquilinos y de distinta edad, usando el sofá del salón y algunas colchonetas. Al lado, en una planta baja de dos dormitorios, pasan las vacaciones de 5 a 7 personas con ayuda de alguna tumbona. En el extremo, el pico de esquina que dicen por aquí, un dúplex de tres dormitorios raramente acoge a más de 2 ó 4 propietarios. Es obvio, que la capacidad de adaptación de los seres humanos es más elástica que la simple matemática.

En cualquier urbanización que se precie de vida comunitaria, los roles sociales están siempre repartidos: los vecinos ruidosos, los que se quejan, los que nunca vienen o quienes nunca se van, los limpios y los otros,... Aparte está la distribución por edades mayores, jóvenes, familiones o parejas y singles. También la presunta nacionalidad marca un elemento diferenciador, si bien hay quien solamente distingue entre que hablen cristiano o no. En el siguiente capítulo, repasaremos los sempiternos personajes de toda urbanización que se precie.

El ritual de la urbanización tiene su ceremonia máxima en la Junta de Propietarios, si bien la comunidad se reparte entre quienes siempre acuden, quienes delegan y los ausentes (con alto porcentaje de morosos entre estos últimos). La biblia de la urbanización se despliega en carteles ante la puerta de la piscina, pero -como cualquier libro sagrado- no son muchos los propietarios que leen las normas escritas (y, prácticamente, ningún inquilino, cuñado o invitado). 

El horario de cada urbanización es el principal parámetro característico de su población. La hora del despertar colectivo, la hora de cerrar puertas tras las sobremesas para la imprescindible siesta, ese atardecer plagado precedido de olores a imposibles barbacoas, su hora de recoger a las criaturas (enviadas al exterior a la voz de "no molestéis por aquí", sabiendo lo que ello supone para el resto del vecindario),...

Siguiente Capítulo 3º: Personajes de la urbanización.

La ingravidez de la piscina (Capítulo 1º)

Ainhoa en la piscina (y su padre Javier, invisible debajo del agua)
Capítulo 1º: La piscina comunitaria
 
Vivimos tiempos en los que se pagan millones de dólares para sentir unos escasos minutos de ingravidez en una cápsula suborbital del nuevo turismo espacial para multimillonarios.  Mientras tanto, el turismo terrestre y pedestre se reduce de aquellos antaño tres meses, a un único mes o mucho menos, como una quincena, una semana o, incluso, apenas unos pocos tres o cuatro días o, apenas, un fin de semana.

Como "El mundo entero es un Bilbao más grande" para Unamuno, una urbanización es un microcosmos agrupado en torno a una piscina comunitaria, donde se plasman esas realidades humanas que los sociólogos e historiadores reconocerán en unas décadas. El escenario perfecto de observación es ese punto de encuentro (meeting point) donde el agua salpica las verdades que, quien pacientemente flota, puede llegar a adivinar en medio de interacciones aparentemente irrelevantes.

A algunos nos gusta la sempiterna ingravidez de la piscina, esa flotación asistida por churros acuáticos deambulando sin rumbo entre chorros en horarios inhabituales de baja o nula presencia ajena a la familia, con toda la calma y el tiempo precisos para procesar las imágenes y sensaciones vividas en las horas precedentes. 

La piscina misma es como un ser vivo que muta según sus estaciones y sus calendarios. Nunca estará más limpia, cuidada e, incluso, brillante que este fin de semana que antecede a la junta anual de propietarios que decidirán la continuidad del equipo de jardinería. Resplandece como nunca lo ha hecho en otoño, invierno o primavera, mientras el césped parece haber resucitado con un color que sabemos se marchitará en pocas semanas y que solamente revivirá cuando concluyan las vacaciones de la mayoría.

Una piscina no existe si no hay gente que la disfrute. El paisanaje es quien define el cuadro. Esa doble o triple comunidad que se concentra dentro y fuera del agua: Propietarios e inquilinos (con sus cuñados y amistades si son aborígenes del lugar) y, ocasionalmente, gorrones y otras especies de fauna que se cuelan. Pero estos colectivos serán descritos en sendos episodios posteriores. 

Siguiente Capítulo 2º: La urbanización circundante.