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Querida imaginación

En la lucha contra la realidad, la humanidad sólo tiene un arma: la imaginación. Llevemos la imaginación al poder.

Julio Verne sentenció que “Todo lo que una persona puede imaginar, otra podrá hacerlo realidad”. Somos lo que somos, porque primero lo hemos imaginado. Imaginar es elegir. Imaginar es construir. La imaginación produce fuerza. La imaginación gobierna. El poder creador de la imaginación ha inspirado, sin excepción, todo el progreso de la historia. Si lo creemos, creamos un nuevo mundo.

Sentido común lo puede tener cualquiera; lo que falta es imaginación. En todo, pero más en el amor, la imaginación traspasa los límites de la realidad. Lo de menos es ver las personas o las cosas fuera de nosotros; lo importante es sentirlas en nosotros. Lo que se ve puede perderse de vista; lo que se imagina, vive siempre por toda la eternidad. Entusiasmo es el estado de ánimo en el cual la imaginación ha triunfado sobre el raciocinio. El mismo Einstein creía que “La imaginación es más importante que el conocimiento”.

El imaginativo,… ¡con qué facilidad saca de la nada un mundo! En el punto donde se detiene la realidad, comienza la imaginación. El uso creativo de la imaginación no es sólo la fuente del arte, sino también de la ciencia, porque la imaginación suministra el impulso inicial en todo progreso social. Había tanta imaginación en la mente de Arquímedes como en la de Homero.

André Bretón sugirió el mejor efecto de imaginar. “Querida imaginación: Lo que amo sobre todo en ti es que no perdonas”. La imaginación es el “gran estímulo”, el volcán de deseos, la madre de las utopías,... convertidas en realidad. Pero para evitar que la imaginación se desmorone en fantasías es preciso constancia, esfuerzo y sabiduría. La imaginación sin erudición es como tener alas y carecer de pies. Para volar es preciso saber despegar… y aterrizar. Toda imaginación procede del corazón y de la voluntad; no confundirla con el espejismo, piedra angular de la insensatez.

La imaginación es activa, animosa, fecunda y desprendida; la reflexión calculando se hace cobarde y cicatera. La imaginación nos consuela de lo que no podemos ser; y el humor, de lo que somos. Pero la imaginación nos encamina y guía hacia un futuro mejor. Imaginemos que cada día es el último que brilla para nosotros, y así aceptaremos agradecidos un día que no esperábamos vivir ya, una jornada donde podremos ayudar en algo.

Nosotros, las personas reales, estamos repletos de seres imaginarios. Con razón se ha dicho: “Dejemos las mujeres bonitas para los hombres sin imaginación” o “El viaje sólo es necesario para las imaginaciones menguadas”. La imaginación es el ojo del alma. La imaginación es un corcel sobre el que galopar, aguijoneados por la espuela de la curiosidad que nos arrastra hacia los proyectos más difíciles pero necesarios: la justicia, la igualdad, la solidaridad, la paz, la libertad, la educación,...
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Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2006/imagina.htm

Santa Semana

De la tradicional Semana Santa se ha pasado a la actual Santa Semana, con grandes diferencias en el proceder social y personal.

Hace apenas una generación, estas fechas representaban una época hogareña, de recogimiento familiar, de baja actividad y, para los creyentes, de oración. Ahora se ha transformado simplemente en un fugaz trajín vacacional allí nos concentremos todos los urbanitas, en un lapso delimitado por la “operación salida” y por la “operación retorno”. Las modernas procesiones consisten en visitar lejanos rincones cuyos lugareños buscan las mismas respuestas viajando hacia nuestro país.

Todo ello quizá sea el signo de que cuanto más rasante es el vuelo contemporáneo del espíritu, tantos más kilómetros recorremos, buscando lo que seguramente hallaríamos en un viaje interior con quietud y orientación. Así podríamos superar la melancolía de un omnipresente hedonismo efímero que insinúa su falsedad tras la experiencia de su vertiginosa evaporación.

Vivimos tiempos de falsa exploración, de desmedida decoración, coloración, edulcoración, pignoración y minoración. Demasiada oratoria y poca oración. Necesitamos más valoración ética, elaboración mental, colaboración social, incorporación de lo trascendente, quizá genuina adoración. De esa exaltación definida como una admiración trascendental demostrada con vocación.

Consideremos la reincorporación de la oración, que soslayando su matiz religioso reúne reflexión y proyecto de vida. La oración (o meditación) debiera ser la llave del día y el cerrojo de la noche. La mejor oración (o cavilación), al comenzar la jornada, es desear no malgastar el tiempo. Quien se levanta de la oración (o introspección) con mejor disposición, ya ha logrado respuesta a su demanda.

En Semana Santa, probemos a recuperar esa respiración del alma. No importa la fórmula de la oración (o introversión): basta reconocer nuestra humana condición y postrarnos ante Dios
Versión .DOC para imprimir (Naturaleza, Providencia o lo que nos es Superior). Quizá así vislumbremos por qué estamos aquí…

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/ss.htm

La esperanza de los hijos

Si a algo nos obligan los hijos durante toda nuestra vida es a… esperarles.

Hace dos horas que mi esposa y yo estamos preparados para emprender el viaje de vacaciones en coche. Hemos despejado los cuartos de baño y preparado el desayuno, antes de despertar a nuestros hijos, dándoles tiempo a desperezarse. Poco a poco se han levantado, les hemos recordado los atascos previstos y animado a agilizar sus trámites preparatorios. Todavía calculamos que les quedan otras dos horas antes de que el “pater familias” que suscribe pierda los nervios y se ponga a dar gritos, y ellos finalmente se animen a iniciar un viaje de 850 Km.

Porque si algo define la condición por antonomasia de la paternidad o maternidad es la “espera”.
Nueve meses para que nazcan, un año más para que comiencen a hablar y andar; otro año más para que dejen de usar pañales,… y otras veinte (o treinta) años más para que alcancen cierta madurez. Nosotros estamos en esta fase inconclusa. Y después sigue la espera, a que se completen sus estudios, encuentren trabajo, se casen, tengan sus propios hijos,…

Ser padre o madre es una realidad irreversible: Cuando acaba de nacer un hijo entendemos que nuestra vida ha cambiado definitivamente. Desde ese momento tenemos mucho que aprender, que improvisar,… y que esperar. Pero los hijos son también la mayor esperanza que nadie pueda soñar. Ellos nos permiten vivir doble o triplemente nuestra vida y pervivir tras nuestra muerte.

Eufemismo o transformismo

Asistimos al dinamismo del optimismo y del conformismo sin alarmismo por la vía del eufemismo.
 

Eufemismo (palabra feliz) es una figura retórica que sustituye a expresiones vulgares, de mal gusto o tabúes. Frecuentemente con el paso del tiempo, las propias frases indirectas pasan a ser consideradas incorrectas por lo que son sustituidas por nuevos eufónicos eufemismos (borracho, bebedor, alcohólico, dipsómano). 

Desde siempre la muerte ha sido un término maldito, por lo que la locución prohibida se ha citado con múltiples rodeos en todos los idiomas. Lo común no es fallecer, sino descansar eternamente, pasar a mejor vida, recoger el alma, emprender el viaje sin retorno, abandonarnos, no estar ya con nosotros, irse, volar al cielo, ser llamado por el Señor, causar baja o perderlo, y ello sin mencionar las formas más populares como estirar la pata, sacarlo con los pies por delante, recibir la visita de la parca con la guadaña o irse a ver crecer los rábanos por debajo. Incluso en medicina se oyen locuciones como desvitalizar un nervio, enfermo terminal o lesiones incompatibles con la vida. 

Ciertamente resulta más educado, emplear eufemismos en temas fisiológicos o escatológicos demasiado crudos, como ir al excusado para hacer aguas (mayores o menores), pero la difusión contemporánea de los giros y ambigüedades llega a ser enfermiza y patológica. Vivimos tan rodeados de circunloquios que hemos camuflado la realidad por el expeditivo mecanismo de evitar que se mencionen cualquier concepto descriptivo que no sea positivo o esperanzador. Todo es ya de de pronóstico reservado. 

Sigmund Freud advertía que se empieza cediendo en las palabras y se termina transigiendo con los hechos. Habría que tener un mayor respeto al lenguaje y, en definitiva, a la realidad. Lo que hacemos con el lenguaje nos lo hacemos a nosotros mismos. Como decía Octavio Paz, si se corrompe, nos corrompe. Si jubilamos palabras que contienen lo que algunos califican de "prejuicios morales", es decir, contenido ético (como asesinato, tortura, pr0st****ción, aborto o eutanasia), estamos extinguiendo nuestra propia conciencia y nuestra dignidad. 

El léxico se ha edulcorado y aligerado tanto como los valores humanísticos imperantes. Veamos cómo nos estamos anestesiando con un lenguaje evasivo y equívoco. El ardid semántico pulula tanto que distrae y confunde a la opinión pública. La poderosa arma de la palabra actúa como recurso lingüístico de malabarismo sintáctico-expresivo para conformar una pseudo-realidad que entretiene o justifica hechos insostenibles o inaceptables por sí mismos. Nos desorientamos con textos plagados de tapujos, disimulos o contra-negaciones. Veamos cómo nos cuentan la realidad. 

Asuntos socio-económicos: Con el nuevo orden planetario ahora crecemos negativamente por los ajustes monetarios, siendo económicamente débiles los países en vías de desarrollo o la ciudadanía del tercer o cuarto mundo o en la cuarta o tercera edad (eméritos de edad avanzada o en la época dorada). Los reajustes de recursos humanos por la globalización o la externalización de servicios generan expedientes de regulación de empleo o quizá desempleo con los paraísos fiscales donde blanquean el dinero. Abundan las personas con riesgo de exclusión social o sin techo, y el trabajador a lo sumo espera una promoción horizontal. La prensa del corazón parece salida de alguna clínica mental contándonos cómo rehacen la vida los famosos tras episodios de hacer el amor con mujeres de vida alegre o casos de violencia doméstica o de género relatadas por empleadas de hogar de color ilegales e indocumentadas, con fotógrafos perseguidos por servidores públicos en grandes superficies. 

Política y guerras: Fueron Hitler y Goebbels quienes crearon la solución final (Endlösung) de limpieza étnica, mediante la evacuación y relocalización de la comunidad judía. Nixon engendró la ofensiva de paz, Clinton tuvo una relación impropia con una becaria y Bush hijo comenzó con el conservadurismo con compasión e inventó en Irak la guerra del eufemismo: Un conflicto bélico preventivo de baja intensidad organizado por ministros aliados de defensa sirven para extender la democracia, neutralizando al eje del mal con bombas inteligentes de ayuda humanitaria, pocos daños colaterales y sin apenas bajas por fuego amigo. En países castellano parlantes se cuentan los apremios ilegítimos, excesos y confusos incidentes que justifican la existencia de presuntos desaparecidos por cuerpos y fuerzas de seguridad, o en ambientes donde circulan los maletines quienes abusaron de los fondos reservados sugieren que los indultos se los metan donde la espalda pierde su honesto nombre. 

Amado Nervo anunció que "nada más que con conferir a las cosas su verdadero nombre, se produciría la mayor revolución moral que han visto los siglos". Ojalá no debamos lamentarnos de haber sido demasiado tolerantes con un lenguaje, y una mentalidad, que sustituye a la verdad con palabras “de diseño”, políticamente correctas pero éticamente anodinas.

Como novios

Las peripecias de un padre que creyó poder olvidarse de los hijos.

Tras ejercer todo un año, en realidad casi una vida, en las fatigosas funciones de padre, educador, colega, amigo, vasco y pacifista, todo ello con gran dedicación aunque escaso éxito, decides tomarte unos días de vacaciones con la "parienta". Descansar es cambiar de rutina, así que te alejas mil kilómetros, te rodeas de vecinos noruegos, y cambias algunos parámetros vitales: ralentizas Internet desde el cable-módem al módem de 56 Kb, retrasas el horario general en tres horas, duermes diariamente el doble siesta incluida, elevas el termostato de temperatura exterior en 10 grados y adoptas preferentemente la posición horizontal. Por cierto, dado que se puede estar 20 horas diarias tumbado o flotando y que el Imperio Romano descubrió el modo de comer reclinado, ¿cómo es posible que el Imperio Microsoft no haya inventado un modo cómodo de navegar por la red en posición tendida?

Tras pegarte una paliza de viaje, acondicionamiento y aprovisionamiento en tu destino vacacional, llega el día en el que puedes embadurnarte de bronceador y antimosquitos para abrazar a tu "cosa más querida": la tumbona. Con el tributo de haber comprado una exitosa serie de libros policíacos a tu mujer para que se entretenga sin encomendarte fastidiosos trabajos domésticos, al fin crees que ha llegado tu momento de sosiego anual. Con tu música seleccionada durante un interminable curso, te recuestas y mirando al cielo azul te pones… a pensar, si te lo permiten la somnolencia ascendente y el infalible ruido de múltiples charangas externas.

Por un instante, parece que todo está en relativo orden. La familia está bien de salud, la ruina económica no es inminente y, con estos calzones inmensos, hasta las gorduras conyugales parecen despistarse. Tu media naranja está a tu lado, extrañamente silenciosa abstraída en sus lecturas, y crees que ésta puede ser la semana feliz, ésa que encadenarías para vivirla repetidamente como una cinta continua. Los hijos, esos seres queridos que desde que nacieron no han dejado de darte alegrías y preocupaciones, parecen que están perfectamente en sus lejanos destinos, según hemos constatado reiteradas veces por teléfono, SMS y e-mail.

¡Como novios!, nos dicen que estamos otros progenitores con confesada envidia. Porque hoy día parece que el mundo está al revés. Los novios quieren vivir como casados y los casados, tras criar hijos, anhelan la vida de novios. Incluso el mes de julio está organizado para enviar los hijos al extranjero, mediante oportunas becas o afanosos ahorros, y con un poco de suerte un matrimonio puede veranear unos días sin la prole.

Las madres, ya se sabe, son gallinas cluecas que no pueden olvidar a sus hijos. Pero los padres vamos de gallitos, y decimos que la perfección familiar reside en hijos lejanos y esposas mimosas. Y entonces, desparramado en esta tumbona que debiera ser el monumento mundial a la reflexión, comprendes que añoras a tus hijos, que quisieras tenerlos a tu lado para abrazarles y seguir regañándoles, aconsejándoles y, sobre todo, escuchándoles y reviviendo la existencia a través de sus ojos. Creo que, sin reconocerlo jamás, animaré a Carmen a que llame otra vez a nuestros hijos. Sólo para que se tranquilice ella, que quede claro.

Eludir elegir

¡Cómo nos complicamos la vida moderna! Han sido los franceses, como en otros muchos casos, quienes han creado la expresión óptima para definir el engorro de elegir: “l'embarras du choix” (l'ennui de choisir). Antes vivíamos en una realidad donde la capacidad de elección era mucho más reducida, en todos los ámbitos. La vida cotidiana se ha transmutado por la multiplicación infinita de opciones. Antes el pan era pan, y se medía en barras. Ahora hay que hacer un curso sobre las modalidades y variantes de panecillos, dispensados en toda suerte de formas, pesos y gustos. Las marcas, los modelos, las modas,… han surgido hasta complicar cualquier decisión por la diversidad y sobreabundancia de posibilidades. 

Antes los vehículos eran moto Sanglas, cochecito Biscuter, coche 600 y supercoche 1500, a elegir de color blanco o negro. La “tele” era la única cadena, la cerveza era una (de barril), el agua una (de grifo), el vino uno (¡a saber de dónde!), y las bebidas alcohólicas coñac para los hombres y anís para las mujeres. Ahora se usan agendas electrónicas para las cosechas de vinos y los coches los hacen personalizados, por lo que o te conviertes en experto de todo o te buscas un asesor personal para cada tema. 

Hasta las decisiones más importantes las resolvías sin las actuales plétoras de opciones. Estudiabas lo mismo que tu hermano mayor por aquello de aprovechar los libros, o no estudiabas; y veraneabas siempre en el pueblo yendo el mismo día 24 de junio y volviendo el 30 de septiembre. Claro que en cualquier referéndum de la época te facilitaban el dilema, permitiéndote escoger entre "Sí, que se quede" o "No, que no se vaya". 

Ya sabemos que en política siempre hay que elegir entre dos males, y es de aplicación el aforismo “De duobus malis, semper minus est eligendum” (Entre dos males, elegir el menor). Tampoco el verdadero drama reside en elegir entre el bien y el mal; sino entre el bien y el bien. Ahí radica el enredo… Es cierto que la libertad de elegir es agradable y nos permite diferenciarnos unos de otros, pero también puede ser agotador el elixir de elegir. Te ofrecen decenas de variantes de comidas, de bebidas, de cortes de pelo (eso de ¿cómo lo cortamos hoy?, ¡pues como siempre por el extremo libre…!). Lo peor es que estamos educando a los niños a que elijan las tonterías mayores (¿cuándo querrá el nene tomarse la medicina?), y luego nos sorprendemos de que se conviertan en unos caprichosos maniáticos de hacer todo de una manera concreta, con una marca determinada y cuando les dé la gana. 

Debo terminar esta disquisición porque me enfrento a la elegía de elegir entre una docena de periódicos distintos mientras escojo entre treinta variantes de infusiones para tranquilizarme antes de comparar las cuarenta tarifas de coste telefónico para llamar y seleccionar entre dos mil destinos turísticos diferentes, y finalmente comprobar cómo el pasaje de avión me ha costado el triple que a mi compañero de viaje. A veces resulta agotadora tanta pluralidad. 
Choice hellhole,  l'embarras du choix, el enojo de elegir
Algunos comenzamos a cansarnos con aquella triple pregunta del barbero: ¿Silencio o conversación? ¿Fútbol o toros? ¿Favor o en contra?, y terminamos de hartarnos después de emplear veinte minutos respondiendo a un obsequioso maître, que está retrasando nuestra pitanza con un intrincado cuestionario gastronómico que exigen un doble doctorado como chef y sommelier para no hacer el ridículo. “¡O tempora, o mores!"