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Una tarde, un desarrapado salteador de caminos esperaba al acecho cuando vio aparecer a un anciano monje tibetano. Sin esperar ningún tesoro, con hambre y sin nada para cenar, decidió abordarle para quitarle lo único que tal vez portaría: Algún fruto seco para el viaje.
Saltó frente al sabio, blandiendo un
cuchillo en la mano. Amenazante, gritó:
Sorprendido el bandido, tomó la
joya, la admiró por un instante e, inmediatamente, se fue corriendo para huir
del lugar. Cuando al cabo de muchos minutos se detuvo a gran distancia,
escondido tras unos arbustos. ¡Qué inesperado botín que le había
brindado tan singular personaje!
Las sombras de la noche cayeron,
las estrellas celestiales florecieron, pero el huérfano jovenzuelo no conseguía
dormir. Junto a la alegría por la valiosa alhaja, le inquietaba algo que no acababa
de entender. Algo rondaba por su cabeza hasta que el alba le dio la clave,…
Corrió en busca del anciano, mirando a ambos lados del sendero por si aún dormía el monje. No lograba verle, por lo que -nervioso- prosiguió la ruta. Al final pudo verle. Corrió a su encuentro, se puso delante, se arrodilló ante aquel maestro y le ofreció el rubí, diciendo:
Así fue. Cuando llegó al monasterio, el monje venía acompañado de un nuevo discípulo que quería aprender qué es lo trascendente de la vida. Un día después, una caravana encontró en la vereda dos extraños objetos juntos y abandonados: Un cuchillo oxidado y un brillante rubí.
Este desvarío ha sido un sueño, de ahora mismo. Preocupado por las máquinas que nos observan y analizan nuestro lenguaje, este personaJe decidió ir eliminando letras de su vocabulario. Las dos primeras que eliminó del abecedario fueron la Jota y la Ge, que quedaron sustituidas por simples asteriscos.
- La a*u*a de la brú*ula nos *uz*a en este *ue*o de la *er*a.
- A *oo*le ni a*ua, que no es *au*a su *ula* de *an*a.
Cuando prosi*uió eliminando consonantes, esas superfluas de de igual pronunciación como la Be y la uVe, los textos se fueron haciendo más crípticos. Iba consumando su *ul*ar *en*anza de *uz*ado de *uardia. Para concluir la noche de pesadilla, quedaba desprenderse de las redundantes Ce, Ka, Q (cu) y Zeta.
Fue el final. Ni él mismo entendía sus es*ritos. Apenas eran una *a*a de estrellas que a*o*ia*a, a pesar de su *a*a*e por los mútiples posibles si*nifi*ados de cada pala*ra.
Despertó y volvió gozoso a recuperar todas las 27 letras del alfabeto del español, una vez que la RAE descartó la CH y la LL como letras, considerándolas simples dígrafos, esto es, conjuntos de dos letras o grafemas que representan un solo fonema.
Para seguir avanzando
puso la mayoría de su nostalgia
en el futuro, a corto, medio y largo plazo.
Porque los “recuerdos”
pueden ser memorias o proyectos.
Así veía juntos a sus tatarabuelas con sus biznietos.
Unas habían muerto. Otros aún no nacido.
Siete generaciones entre tres siglos.
Hoy es el mejor momento,
para hacer un gran día.
Porque ahora lo ha decidido.
El presente une añoranza e ilusión.
El presente ofrece regalo y camino.
El presente suma ánimo y acción.
El presente es el fruto y el destino.
[Post incluido en el blog colectivo: Despertar a la escritura]
"Un gran poder conlleva una gran responsabilidad".— EL MUNDO (to en el que surge @elmundoes) 12 de noviembre de 2018
DEP Stan Lee (1922-2018). pic.twitter.com/7hKw5VT39B