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El infinito en un junco de Irene Vallejo: Enseñar a leer el mundo

Hoy nos embarcamos en un viaje de 30 siglos a través del papiro y la tinta. "El infinito en un junco": La biografía de nuestra mayor invención. El ensayo que todo educador y escritor debería leer. Hay libros que se leen y libros que se habitan. "El infinito en un junco", de Irene Vallejo, pertenece a esta última categoría. 

No es solo un ensayo histórico; es un acto de amor a la palabra escrita, un relato de aventuras y un manifiesto en defensa de las humanidades. En un mundo obsesionado con la inmediatez digital, Vallejo nos invita a mirar hacia atrás para entender por qué seguimos confiando nuestros secretos a ese objeto rectangular de papel. 

Antes de convertirse en un fenómeno editorial mundial, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) ya era una apasionada de los clásicos. Doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia, su carrera se ha centrado en la investigación y divulgación del mundo antiguo. 

Lo que hace única a Vallejo es su capacidad para cruzar fronteras. No escribe desde la torre de marfil de la academia, sino desde la trinchera del periodismo y la narrativa. Colaboradora habitual en medios como El País o Heraldo de Aragón, ha sabido rescatar los mitos griegos y latinos para explicar nuestra realidad contemporánea. Con esta obra, obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en 2020, consolidándose como una de las voces más brillantes de las letras hispanas actuales. 

La odisea de los librosEl libro no sigue una cronología lineal y árida. Es, más bien, un tapiz. Vallejo nos traslada a los campos de batalla de Alejandro Magno, a las lujosas villas romanas y, sobre todo, a la mítica Biblioteca de AlejandríaLa obra se divide fundamentalmente en dos grandes bloques: 1º Grecia y el nacimiento del libro: Desde la tradición oral y los poetas que memorizaban miles de versos, hasta la invención del alfabeto y el uso del papiro (ese "infinito" que surge de un humilde "junco" del Nilo). 2º Roma y la expansión: Cómo el Imperio Romano adoptó, tradujo y mercantilizó la cultura griega, sentando las bases de la edición moderna y el concepto de biblioteca pública.

A lo largo de sus páginas, Vallejo narra la lucha de los libros contra sus grandes enemigos: el fuego, el tiempo, la censura y el olvido. Pero también destaca a sus héroes: bibliotecarios anónimos, copistas, esclavos cultos y viajeros que arriesgaron su vida para salvar un manuscrito. 

Propuestas y reflexiones para el lector cultoPara quienes nos dedicamos a la educación o la escritura, El infinito en un junco ofrece lecciones valiosas que trascienden la historia:

1. La importancia del "Relato de No Ficción"Vallejo demuestra que el ensayo no tiene por qué ser aburrido. Utiliza técnicas narrativas propias de la novela —suspense, descripciones sensoriales, anécdotas personales— para contar hechos históricos. Es una clase magistral de escritura creativa aplicada a la divulgación.

2. El libro como tecnología perfectaA menudo tememos que el libro físico desaparezca. Vallejo nos recuerda que el libro es una "tecnología punta" que ha sobrevivido milenios sin apenas cambios estructurales. Su resiliencia es un mensaje de esperanza para los educadores: el soporte importa, pero el contenido es lo que nos hace humanos.

3. Una herramienta pedagógicaEl ensayo propone una forma de enseñar clásicos alejada del dogmatismo. Al conectar a Homero con Quentin Tarantino, o las tablillas de arcilla con los iPads, Vallejo tiende puentes generacionales que los docentes pueden replicar en el aula para despertar el interés por la lectura.

Algunas metáforas clave: PapiroLa fragilidad que contiene la eternidad. Alejandría - El sueño de reunir todo el conocimiento humano. Oralidad - El origen de la literatura como música y memoria. Humanismo - La convicción de que los libros nos hacen mejores ciudadanos.

Un refugio de tintaEl infinito en un junco es un recordatorio de que somos los libros que hemos leído. Irene Vallejo ha logrado algo casi imposible: convertir una investigación filológica en un bestseller emocional. Es un libro que nos reconcilia con nuestra propia fragilidad y nos recuerda que, mientras haya alguien dispuesto a leer, la llama de Alejandría seguirá encendida. Si buscas inspiración para escribir, una nueva perspectiva para enseñar o simplemente recordar por qué te enamoraste de la literatura, este es el viaje que debes emprender.

Slow Horses, humor británico con antihéroes del espionaje

Hoy repasamos la serie Slow Horses en Apple TV. Es, sin duda, una de las joyas más brillantes de la televisión actual. Ha logrado revitalizar el género de espionaje alejándose del glamur de James Bond para sumergirse en la burocracia, el sarcasmo y el olor a tabaco rancio. Una lección con la redención de unos espías torpes abandonados en la trastienda del MI5. Una delicia sobre la estética del fracaso y la ética del espionaje en la era del desencanto.

En el panteón del espionaje cinematográfico y televisivo, solemos encontrar figuras impecables que dominan idiomas, artes marciales y tecnología de punta. Slow Horses, basada en las excelentes novelas de Mick Herron, rompe este molde de forma estrepitosa. La serie nos presenta la "Casa de la Ciénaga" (Slough House), un purgatorio administrativo donde el MI5 envía a sus agentes caídos en desgracia: aquellos que dejaron un rastro de pruebas en un tren, que arruinaron una operación de vigilancia o que, simplemente, resultaron molestos para la cúpula del poder en Regent's Park.

Aunque la serie ha contado con distintos directores por temporada (como James Hawes o Saul Metzstein), la unidad visual es asombrosa. La dirección apuesta por una Londres gris, húmeda y táctil. No vemos la ciudad de las postales, sino la de los callejones traseros y las oficinas con moquetas manchadas de café. El ritmo es magistral: sabe ser una comedia de oficina cínica en un momento y un thriller de alta tensión al siguiente, sin que las costuras se noten.

Un guión afilado como un bisturí. El showrunner Will Smith (no el actor, sino el veterano guionista de Veep) ha logrado algo casi imposible: traducir el monólogo interior y el humor negro de Herron a diálogos eléctricos. Toda una lección de economía narrativa. Cada insulto de Jackson Lamb tiene una función; cada silencio de Catherine Standish cuenta una década de arrepentimiento. La serie no subestima al espectador; confía en su inteligencia para unir los puntos de una trama geopolítica que siempre es más sucia de lo que parece a primera vista.

El reparto de lujo: Gary Oldman y el resto de los parias. Hablar de Slow Horses es hablar de Gary Oldman. Su interpretación de Jackson Lamb es una de las mejores de su carrera (lo cual es mucho decir). Lamb es grosero, antihigiénico y parece estar en un estado de descomposición constante, pero bajo esa capa de desidia late una mente táctica superior y, muy a su pesar, una lealtad inquebrantable hacia sus "caballos lentos".

Junto a él, Jack Lowden brilla como River Cartwright, el joven ambicioso atrapado en la burocracia, y Kristin Scott Thomas ofrece el contrapunto perfecto como Diana Taverner, la subdirectora del MI5 cuya elegancia gélida esconde una ambición maquiavélica. La química entre Oldman y Scott Thomas es, sencillamente, televisión de alto nivel.

Espionaje en las sombras donde esta serie sigue a este grupo de agentes repudiados que, a pesar de estar destinados a triturar papel y rellenar formularios, terminan involucrados en conspiraciones que amenazan la seguridad nacional. Lo fascinante no es solo la resolución del misterio —que siempre es sólido— sino cómo estos personajes buscan desesperadamente la redención. No son héroes; son personas rotas intentando demostrar que todavía sirven para algo.

Desde un punto de vista educativo y crítico, Slow Horses es un material de análisis fascinante por tres razones: 1º La deconstrucción del mito: Es ideal para debatir cómo los medios construyen la imagen del "héroe". Aquí, el éxito no viene de la perfección, sino de la persistencia y el aprendizaje del error. 2º La ética del poder: La serie muestra cómo las instituciones suelen protegerse a sí mismas antes que a los ciudadanos, un tema vital para la educación cívica y política. 3º Narrativa transmedia: Es un caso de estudio perfecto sobre cómo adaptar literatura contemporánea a la pantalla manteniendo la esencia del autor pero aprovechando el lenguaje visual.

Valoración final: 9.5/10. Es inteligente, divertida, tensa y profundamente humana. Una cita obligatoria para cualquier amante del buen cine que se esconda en la pequeña pantalla.