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¿Y por qué no?

No digamos no… sin saber por qué no, porque conviene que recuperemos las inocentes preguntas de la infancia y, desde el conocimiento, revisemos los habituales porqués.

En una reciente conferencia organizada por EITB (Euskal Irrati Telebista) en el Museo Guggenheim Bilbao, el prestigioso Edward de Bono, especialista mundial en creatividad, ante un selecto auditorio concluía con este agudo mensaje de colofón: “Habitualmente existen tres etapas intelectuales en el ser humano: De 0 a 5 años, la edad del ¿por qué?; de 5 a 11 años, la fase del ¿por qué no?; y desde los 11 años en adelante, la época de porque (es así, siempre ha sido así,…)”.

Muy descriptivo y exacto. Todo padre, madre o docente reconoce perfectamente las tres etapas. En la primera infancia, nada parece imposible, todo se quiere conocer y se cree que es posible entenderlo todo. Pronto aparecen los primeros límites, y los niños se preguntan por qué no son factibles determinadas metas. Luego, antes de entrar en la adolescencia, ya parece que todo ha sido definitivo de modo inmutable y para siempre… Pero NO es así…

Conocer gradualmente el porqué de lo que nos rodea, implica advertir las dificultades e, incluso, sopesar los efectos indeseables de algunos desiderata. Sin embargo, sería conveniente proseguir con las preguntas de por qué y por qué no, porque sólo así avanza la historia de la humanidad. Preocupémonos por que la creatividad de la infancia sea mantenida y fructifique en la superación de los problemas antiguos y crónicos, a fin de alcanzar la paz, la justicia, la solidaridad,… Como señaló Bernard Show: “Algunos ven las cosas como son y se preguntan ¿por qué? Yo sueño cosas que nunca fueron y me pregunto: ¿Por qué no?”.

Maestro retirado

Una visión actual de un sabio docente octogenario.

Fue un agradable encuentro con mi antiguo profesor, que acumulaba más de tres lustros de jubilación. A pesar del paso y el peso de los años, seguía con la misma mirada inteligente que acompañaba a su permanente sonrisa. Era uno de mis héroes predilectos, un maestro capaz de imprimir huella indeleble en sus alumnos más conspicuos de muy diversas generaciones. Ahora me llamaba por mi nombre, superando el primigenio apellido, común a todos los hermanos. Este etéreo pormenor quizá traslucía que, ocasionalmente, algunos alumnos con los que mantenía el contacto ascendían un escalón y adquirían la consideración de discípulos.

Cuando, tras numerosas e irreparables reformas ministeriales, el aula parece haberse transfigurado en un exótico laboratorio híbrido entre un circo y un programa de “Gran Hermano”, mi recuerdo de aquel antiguo bachillerato pausado era reconfortante. Así se lo comenté, añadiendo que la educación se había convertido en una profesión de alto riesgo. Él me dio una última lección, siempre con su habitual perspicacia, que exigía el concurso del aprendiz mediante la reflexión y el descubrimiento.

- Mikel, seguimos en una sociedad que paga menos a sus mejores profesores de cualquier nivel y especialidad que a sus peores entrenadores de fútbol. Los docentes competentes son tan escasos como los médicos ilustres, pero mucho menos reconocidos. Pero continuamos siendo insustituibles, porque sólo los profesores creamos riqueza espiritual y material. Aquí mismo, ¿donde ves tú nuestro mayor y mejor patrimonio?

Estábamos en medio de Bilbao, sobre el Puente de Deusto entre el Museo Guggenheim, la Universidad de Deusto, el Palacio de Congresos y de la Música Euskalduna, el Museo de Bellas Artes y el Parque de Doña Casilda, donde se veían muchos niños en un primer lunes de vacaciones escolares por la Semana Santa.

Creí que adivinaría su intención indicando el campus, donde todavía acudían a clase los universitarios. Él me corrigió, parcialmente, apuntando con un gesto fugaz hacia el parque.

- Esos niños y niñas son nuestro futuro, nuestro tesoro aún más preciado que la juventud. Como ya señaló Montesquieu, nuestra infancia recibirá tres educaciones: la de sus padres, la de nuestros profesores y la del mundo. La tercera contradirá todo lo que las dos primeras enseñan; incluso los más desvalidos apenas podrán aprender de sus familias. Sólo la escuela y el profesorado son garantía universal para todos; muchos no llegarán a la universidad, ni a la formación profesional.

Nos despedimos, pero su análisis me dejó cavilando. Pensé que, sin advertirlo, hemos ideado un sistema educativo donde el docente competente no obtiene reconocimiento oficial, excepto la vocación cumplida, mientras que el profesor inepto raras veces es reprendido. Me consolé pensando en tantos buenos maestros y maestras que, sin contabilizar las horas extraordinarias, han conducido a millares de alumnos y alumnas adonde hoy están.

¡Cuántos profesores, como los grandes médicos, saben que el verdadero éxito se logra con los casos aparentemente perdidos! Es el alumnado menos dotado quien obliga al profesorado a enseñar mejor. Lamenté no haber podido apostillar a mi profesor con una cita de Gertrude Stein que él ya conocería. La genial escritora norteamericana escribió: “Podría pensar en ser una buena alumna,… si fuera posible encontrar un buen profesor”. Su interesante vida y su inigualable obra son la mejor prueba de que sí debió descubrirlo.

Los gorriones no disparan

Casi nos convencen de que los jilgueros son peligrosos

La comunidad estaba harta de disparos y fusiles. Todos querían desterrar las armas. Era un sueño pacifista: una utopía de paz. Pero no pudo ser, tampoco entonces.

El patrón, el de la escopeta más grande, advirtió que -aniquiladas las bestias más feroces- proseguiría las cacerías, porque eran ahora los pájaros quienes desafiaban el silencio con sus trinos amenazadores. Urdió una inicua patraña: “Las avecillas del bosque se están armando, sus gorjeos son cantos de guerra”. Ordenó exterminar a las malhadadas criaturas aladas, tergiversando con una “última cruzada para acabar con los trabucos… de los petirrojos”.

El embustero matón pidió escopeteros voluntarios para luchar contra los ruiseñores. Algunos serviles acudieron prestos en auxilio del seguro vencedor de tan desigual batalla. Allá marcharon, a la arboleda. Las descargas y los tiroteos fueron estruendosos. Mataron por millares alondras, mirlos y estorninos, pero no pudieron volver triunfantes del todo. Siempre quedaba alguna golondrina viajera para cagarles en la cabeza. Ello reafirmaba que las almas inocentes volarán eternamente por encima de los malvados culpables, quienes nunca podrán mirar al cielo sin temer su merecido castigo. ¿Cuándo entenderán los fantoches espantapájaros el secular proverbio: No pidas un cañón para matar un gorrión?
Gorrión ante el Museo Guggenheim Bilbao
[Actualización: Una de nuestras fotos de gorriones.]

Museo Guggenheim Bilbao


Golden titanium
Originally uploaded by alonsodr.

La villa donde nacimos mi mujer y yo,

donde nos enamoramos y donde nos casamos,

donde nacieron nuestros hijos y donde trabajamos.