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Enamorados o evaporados

Polvo seremos, mas polvo enamorado.

Dicen que “hay un solo placer, el de estar vivos, y todo lo demás es miseria”. Dicen que una persona enamorada renace por segunda vez. Dicen que es poco ser poeta: hay que estar enamorado. Dicen que el primer deber de un enamorado es ponerse en ridículo. El amor es ciego y los enamorados no pueden ver las graciosas locuras que cometen. Los enamorados no advierten en todo el mundo más que a sí mismos; se olvidan de que el mundo les ve. ¡Espectáculo digno de dioses, la vista de dos enamorados!

Taine insinuó que “Hay en el mundo cuatro tipos de gentes: los enamorados, los ambiciosos, los observadores y los imbéciles. Los más felices son los imbéciles”. Pero sólo hay dos clases de vida: Estando enamorado o estando evaporado. Y sólo pueden ser dichosas las almas enamoradas. Rebélate y revélate: Ama como nunca has querido. Aprecia la amistad de tus amigos. Vive los días con fe, amor y paz. Trabaja como si necesitases el dinero. Y baila como si nadie te viera. Quizá adivines algún día, que la vida no exigía de ti tanto sacrificio, tal vez solamente te pedía ser feliz. Quizá ese día descubras que tu andar causó pocas sonrisas, demasiado esfuerzo para tan poca alegría y tan poco amor. Quizá comprendas que no es difícil decir “Me equivoqué” y “Te amo”, y corras a decírselo a los que te queden vivos. La solución es enamorarse. Aprende del proverbio alemán: “los enamorados y los contrabandistas conocen los atajos”.

Enamorarse es cuando siempre sonríes, aunque estés cansado. Enamorarse es cuando intuyes que la otra persona es única. Nadie sabe qué es una mujer, si no ha visto una mujer enamorada. Sólo estás enamorado cuando te enamoras a cada instante. Enamorarse es cuando dos se hacen uno, de un tu yo y un mi tú surge un definitivo nosotros. Enamorarse es cuando se funden la beldad y la bondad en un vendad con piedad, unidad, verdad y deidad. Quevedo en sus versos sobre el amor constante más allá de la muerte, aquellos de “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra, que me llevare el blanco día…”, finaliza con “Serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”.

Primera derivada

Para un profesor de “Didáctica de las Matemáticas”, como es mi caso, resulta muy frustrante reconocer el fracaso educativo que supone el escaso conocimiento en esta materia de la población en general. Apenas algunos conceptos aritméticos y geométricos, algunas nociones básicas de estadística, y poco más. Todo ello salpimentado de frecuentes errores, confusiones y tópicos, entre los que el más enervante es ése de “… es que yo soy de letras”, al que sólo cabe replicar con un “pues entonces, dedícate al álgebra” (chiste que entenderá alguno de ciencias). Tras cursos de enseñanza obligatoria con restringido éxito en la divulgación del metalenguaje matemático, y sin entrar en honduras como los abstrusos porcentajes que tanto parecen complicar la vida de la mayoría de nuestros conciudadanos, existe un concepto de gran trascendencia que explicaremos con sencillez para transformar milagrosamente la vida de nuestros allegados.

La “primera derivada” de una función mide su crecimiento, no su valor en un momento dado. La mayor parte de los elementos que valoramos en nuestra vida cotidiana, la felicidad, el amor, la familia, la amistad, la salud, el éxito, el dinero, la democracia,… condicionan nuestra existencia, pero más que por su medida concreta por su variación o “primera derivada”. Sólo comprendemos la importancia de la salud, por ejemplo, cuando la recuperamos o salimos de un trance angustioso. Aporta más bienestar mejorar nuestra posición social o económica (crecer), que mantenerse o disminuir desde una situación superior. Para expresarlo con claridad: un multimillonario que pierde la mitad de su fortuna, y se queda con sólo mil millones de euros puede ser más infeliz que un joven que duplica su modesto salario al progresar en su trabajo.

Esto también sucede a escala colectiva: las sociedades más felices y satisfechas no suelen ser las que más tienen, sino las que mejoran más sus condiciones de vida colectiva. Igualmente, se produce una gran depresión social cuando una ciudadanía ve estancado su progreso, o el de sus generaciones siguientes. Una fábula muy descriptiva demuestra el valor del crecimiento, más que el punto de partida. Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente muy feliz. El rey estaba indignado y no conseguía explicarse por qué su paje era feliz viviendo casi en la miseria. Llamó al sabio de la corte, quien le pidió una bolsa con 99 monedas de oro para una prueba. Pusieron al alcance del criado el dinero, con una nota que decía: "Este tesoro es tuyo. Disfrútalo". El sirviente lo recogió y contó las piezas: 99. “No puede ser”, se dijo, y las recontó varias veces. Escondió aquel capital, al tiempo que calculaba cuánto tiempo debería trabajar para conseguir su moneda número cien. Su optimismo, propio de quien había ido mejorando con el servicio al rey, desapareció para siempre: Había entrado en el “círculo del 99%”, de quienes tienen casi todo y se agobian intentando la plenitud. Antes, había ido progresando del 1 al 2%, al 3%,… pero ahora se enfrentaba a una mejora imposible. Todos hemos sido educados en esa necia suposición, de que siempre nos falta algo para estar completos, y sólo así gozar de lo que se tiene. Nos enseñaron que la felicidad debe esperar a completarse... Y como siempre falta algo, nunca se disfruta de la vida. Cambiemos para saborear nuestros tesoros presentes y para incrementarlos modestamente con gozoso entusiasmo.

Tres conclusiones prácticas:

1ª Cuanto mayor nivel de infelicidad, más fácilmente podemos comenzar a mejorar lo que nos reportará un alto grado de felicidad. Aprendamos de las gentes sencillas, de los pueblos felices que avanzan sobre sus desventuras.
2ª Valoremos lo que ya tenemos y por las mejoras accesibles, sin obsesionarnos por lejanas metas inalcanzables.
3º Sólo existe un camino infalible para actuar sobre la primera derivada y crecer imparablemente como personas y como sociedades: la propia educación en todos los campos de lo humano y de lo divino, formándonos y desarrollando nuestras inmensas capacidades físicas, emocionales, intelectuales, culturales, sociales, económicas y espirituales.

Artículo ilustrado en: http://mikel.agirregabiria.net/2004/primeraderivada.htm

Vida medida

¿Cómo se mide una vida? ¿Cuánto pesa una existencia? ¿Cuáles son las unidades que calculan la cantidad y calidad de una biografía?

La vida no se mide anotando éxitos, como se apuntan los goles de un partido. Tampoco sumando las cuentas bancarias, ni admirando los títulos académicos colgados de las paredes, ni siquiera por el número de quienes acuden al funeral, ni por el tamaño de la esquela o por la extensión de la crónica necrológica. No se determina el valor de una vida por el plan que se tenga para el próximo fin de semana, o para las siguientes vacaciones. Tampoco por el linaje del que se desciende, la marca de automóvil que se conduce, la ubicación y lujo de la casa donde se habita o el puesto y la compañía en la que se trabaja. Tampoco la vestimenta, ni las aficiones, ni los viajes, ni la edad, ni la belleza, ni la inteligencia permiten evaluar la perfección de una vida. La vida es mucho más que todo eso.

La vida se mide por el amor y la felicidad que se brinda a los demás. La vida se mide por los hijos, por los nietos, por los sobrinos, por los alumnos, por los amigos que uno ayuda a crecer. La vida se mide por los besos, por los abrazos, por las palmadas, por los apretones de manos, y sobre todo, por las sonrisas que se distribuyen por doquier. La vida se mide por la amistad, por la simpatía, por el cariño, por la ternura que se desborda de una existencia. La vida se mide por la trascendencia de los compromisos que se asumen, y se cumplen fielmente; por las esperanzas que no se traicionan. Una vida que no rebosa fraternidad, cordialidad y pasión merece ser transformada.

Sólo por hoy, y mañana ya no cambiaremos, aceptemos que lo más sagrado de este día es prestar apoyo a los demás, aliviarles en sus penas, reír con ellos en sus alegrías, y asistirnos mutuamente. Lo que digamos, que sea con afecto. Lo que hagamos, importante o trivial, que sea con respeto y solidaridad, con todo el corazón que sepamos poner en cada acción para quienes nos acompañan en este fugaz camino que es la terrenal vida.

El cielo de los recuerdos

Debe existir un paraíso para los recuerdos, un edén para los sentimientos vividos. Porque los objetos van al basurero o se reciclan; los cuerpos se entierran en los cementerios y vuelven a la tierra; los hechos se recogen en la historia, aunque sean falseados; el trabajo material queda en forma de prosperidad y desarrollo; el arte se colecciona en los museos; la música en las partituras que resuenan en los conservatorios; los escritos van a libros que se amontonan en las bibliotecas; y hasta las teorías son recolectadas, incluso las más inciertas casi siempre las más razonables y bellas como la del flogisto. El conocimiento, los razonamientos, las obras quedan… pero ¿dónde van los sentimientos?

Las emociones se expresan indirectamente y llegan a materializarse, a veces de modo solemne y comunitario en forma de pirámides o catedrales o, en otras ocasiones, de estilo más privado como un árbol o una sortija, que se cuida y transmite en la cadena de seres humanos que legan y allegan engrandeciendo el recuerdo de épocas pasadas, pero no olvidadas. Pero toda la inmensa fortuna acumulada de ternura, de pasión, de humanidad, de civilización, ¿dónde se alberga?

Los sentimientos también construyen elementos de cultura, muy valiosos que siempre podrán apreciarse y utilizarse como base de futuras vidas, especialmente a través de las lenguas, de las creencias o de las tradiciones. Hablar un idioma milenario hace que reverbere en el espacio infinito la vivencia de muchas generaciones de ancestros, lo que llega a conmover a un hablante sensitivo. Pero, ¿dónde se esconde el nirvana de todas las nostalgias?

Lo más humano que siempre florecerá es el amor, marcando los hitos de nuestra vida, balizando nuestro pasado, señalando nuestro presente y apuntando-apuntalando a nuestro futuro. La vivencia del cariño traza nuestra existencia en forma de recuerdos: la mano de nuestra madre llevándonos de paseo al parque y dándonos la merienda; caminar abrazados a los faldones de la gabardina de nuestro padre a salvo de cualquier contingencia; la compañía leal de nuestros hermanos y primos en cualquier circunstancia; la primera sonrisa pícara de una amiga; el primer amor; el primer beso; el primer “te quiero”; el cortejo, la boda, el primer embarazo; el nacimiento de cada hija y de cada hijo, sus primeras palabras y sus primeros pasos; la orfandad tras la muerte de nuestros padres, y no importa la edad que ya tengamos;… Todo este tesoro de afecto y alegría no se puede desvanecer, debe ir a algún refugio secreto donde reside lo mejor de nuestras vidas.

Todos sabemos que compartiendo sentimientos comunes con quienes convivimos, y especialmente con los más jóvenes (hijos, nietos, alumnos, amigos,…), transmitiremos este legado de amor que es exclusivo de los seres humanos. ¡Hablemos diariamente más de amor y de encuentro, y menos de discrepancias y alejamientos! En privado y en público, en casa y en el trabajo, en la calle y en la prensa. Muchos además creemos que este exorbitante patrimonio de fraternidad, cordialidad y simpatía habita en un mundo platónico que nos envuelve como el aire, y que puede presentirse muy íntima y trascendentemente cuando nos acercamos a los demás, cuando les miramos con aprecio, cuando les escuchamos con atención, cuando les damos la mano con amistad, cuando advertimos y sentimos quiénes son: nuestros hermanos y hermanas.

Sexualidad y nacionalismo

El binomio escogido como cabecera puede resultar estridente, pero aún lo sería más si se hubiese escogido la terna de “sexualidad, religiosidad y nacionalismo”. Adelantemos sin preámbulos la idea a defender: El nacionalismo es una emoción humana, tan arraigada en la sensibilidad de la persona como pueda serlo la sexualidad, más instintiva si se quiere, o la religiosidad, más refinada históricamente. El nacionalismo es una poderosa pasión, que unos sienten y otros no, que unos cultivan y otros no, que unos reconocen y otros no, que a unos les sirve como un motor vital y a otros no,… exactamente como la sexualidad o la religiosidad. Estos sentimientos bien canalizados se han demostrado que generalmente contribuyen a la plenitud humana, aunque persista el riesgo de fanatismos y perversiones por excesos o extravíos.

El nacionalismo es una de las fibras, como el amor o la amistad, de las que está hecho el ser humano. Un componente, como las citadas expresiones del sexo y la religión, de mayor o menor trascendencia en cada individuo en particular, pero de los que convendría no negar ni su existencia ni su validez para quienes optan voluntariamente por un armónico desarrollo personal a través de su ejercicio. No se trata aquí de asemejar la religiosidad con la sexualidad, ni éstas con el nacionalismo,… sino de que se acepte la obvia existencia de este último, recordando cuando han negado y reprimido la sexualidad algunos credos o cuando se persiguieron las religiones por considerarse patrañas. Para cada uno de nosotros, la religiosidad, la sexualidad o el nacionalismo serán mucho, poco o nada importantes, pero existir ¡vaya si existen! y para otras personas (muchas o pocas) son potencias transformadoras. Es legítimo debatir sobre qué abusos de estos sentimientos son inadmisibles por los daños sociales o personales derivados, pero lo más absurdo sería pretender que no coexisten.

El nacionalismo no lo inventó Bismarck, ni Sabino Arana. No es “una alucinación inventada por un loco”. Y es que hemos llegado a un momento en el que se pregona un despropósito de tal calibre. La palabra "nacionalismo" proviene de nación, que, a su vez, deriva del latín “nasci” (nacer). El nacionalismo es un sentimiento natural de protección de los elementos simbólicos, sociales y culturales de una colectividad (lengua, historia, mitología, tradiciones,…), mucho antes que un movimiento político que puede invocar el derecho a una Nación propia con alguna forma de Autogobierno o de Estado. Por supuesto que a lo largo de la Historia, este impulso ha sido semilla de muerte y destrucción, como la guerra de Troya se inició por el amor de una mujer o las cruzadas e inquisiciones fueron desencadenadas por la religión. Pero este resorte humano, el nacionalismo, también ha elevado al hombre a la categoría de ser social, ha estructurado la tribu, la colectividad y es la base de cualquier democracia moderna actual. El proceso de humanización, de superioridad del ser humano se debe a su razón y a una óptima explotación de sus instintos básicos de conservación, de cuidado del grupo y de la especie, reconociendo y conduciendo su sexualidad, sus deseos de identidad personal y colectiva, sus ansias de pervivencia y trascendencia más allá de la muerte.

Despreciar el nacionalismo como algo caducado o propio de charlatanería localista, o como un tabú que no existe o no se puede interpretar, es tan insensato como sería hacerlo con la sexualidad o la religiosidad. Mantener que “el nacionalismo conduce a la estupidez o a la guerra”, es tan grotesco como sostener que la sexualidad o la religión son malsanas, en sí mismas y sin más precisiones. Un ser humano, y una comunidad humana, construyen su cosmovisión identitaria mediante un imaginario común, un entramado multidimensional donde “el cuidado de lo propio”, el nacionalismo, está presente y actuante.

No ridiculicemos un sentimiento humano tan hondo como la religión, el amor o la sexualidad. El nacionalismo no es un mito, y en todo caso como diría Lévi-Strauss "todo desciframiento de un mito es otro mito”. A pesar de que el nacionalismo ha quedado emparedado por las dos corrientes políticas dominantes del siglo XX que comparten un racionalismo economicista, liberalismo y socialismo, se puede pensar con la mente y también con el corazón, sin ser irreflexivos. Porque en el conflicto vasco-español, del que algunos niegan su existencia o la de un pueblo vasco, los más “antinacionalistas” son quienes han celebrado “Días de la Raza (Española)”, de la Hispanidad (Comunidad de Lengua) y los mismos que se sublevan en defensa de la ñ. Así pues, dejemos que dialoguen los argumentos y también la bondad de los corazones solidarios que comprenden cómo sienten los demás.

“El nacionalismo es frecuentemente la ideología de los aplastados”, según Gerd Behrens. Es una convicción que enraíza muy profundamente en una cualidad de la naturaleza humana. Aceptémoslo para avanzar hacia el acuerdo mediante el diálogo y el respeto mutuo. En este siglo XXI de la intercomunicación y de la globalización mundial que nos aboca hacia la uniformidad homogeneizadora, el nacionalismo rebrota como el calor del “hogar propio” en un planeta anodino. El nacionalismo se materializó en el pasado mediante conquistas en Imperios y en Estados, pero el progreso democrático ha purificado los elementos de sacralización, de belicosidad y de enfrentamiento para la autoafirmación autóctona, floreciendo un nacionalismo inteligente y moderno, cuyos primeros frutos en forma de nuevas Naciones pueden verse en la Unión Europea, en zonas tan desgarradas como los Balcanes o el Báltico. Muchos creemos que en Euskadi y en España, con arrobas de talento e imaginación, con comprensión y democracia, podríamos también abrir una modesta pero meritoria página en la cruenta Historia de la Humanidad, quizá incluso antes que en Irlanda, Flandes, Québec, el Sahara o Palestina.

La secta más poderosa


Una visión alternativa de dónde reside el poder y de quiénes detentan la mayor fuerza transformadora descubierta hasta la fecha.

Éstas son las confesiones de un fanático irredento. Por increíble que parezca, todo lo que aquí se proclama, a modo de expiación, es rigurosamente cierto. Parafraseando a Zola, “Yo acuso que ­inmersa un nuestra sociedad­ existe una orden oculta extremadamente organizada que controla la vida de nuestra ciudadanía”.

‘Ellos’ determinan quiénes dirigirán el poder, la política, los negocios,… ‘Ellos’ gobiernan realmente el mundo. Sus conexiones con las altas esferas sociales son tan decisivas como innegables. Todos los presidentes, papas, banqueros, políticos, jueces,... han pertenecido a esta legión de rosacruces. Quienes se someten a sus dogmas y dedican su tiempo a los objetivos del clan se aseguran la prosperidad, el prestigio social, incluso la felicidad a escala individual y familiar. Sus adeptos disponen del éxito garantizado, en todos los planos vitales; por el contrario, sus adversarios y quienes se alejan de sus mandatos sufren un destino plagado de desdichas incontables.

Las promesas que estos francmasones ofrecen a los postulantes son increíbles, pero reales. Les garantizan que activarán sus poderes recónditos y serán los todopoderosos, los más ricos, los más inteligentes, los más cultos,... ¡Hasta la inmortalidad en la memoria de la humanidad para sus más fieles adictos! Afirman que todos los anhelos de sus seguidores serán cumplidos. Si se busca éxito, amistad, amor, salud, seguridad, confianza, bondad,... y si se desean compartir todas estas riquezas, basta con ingresar y mantenerse bajo sus leyes, dando testimonio de sus efectos.

La captación de discípulos se produce desde muy temprana edad. Sus métodos de proselitismo alcanzan muy eficazmente a la mayoría de la población, y tras la primera invitación a practicar este culto es imposible resistirse a sus encantos. Posteriormente, con la mayoría de edad se producen las primeras desafiliaciones y la rebeldía a la estricta disciplina requerida por esta sociedad puede liberar a los más osados de un futuro predefinido.

Este inconmensurable ejército pasa desapercibido, pero paradójicamente es muy populoso. Por descomunal que parezca, más del 2% de la población trabaja comprometidamente en este negocio. Sus apóstoles constituyen la primera profesión del mundo moderno. Sus doctrinas y prácticas alcanzan directamente a más del 29% de la población restante en millones de logias diseminadas hasta en las menores poblaciones.

Esta masonería mueve una cantidad ingente de dinero, que proviene de los bolsillos de los inconscientes ciudadanos que ignoran la magnitud de esta clandestina industria. Se estima que cada contribuyente debe cotizar anualmente una cifra no menor a 3.600 euros. La cuantificación de este fausto negocio es incalculable, pero superior al 20% del PIB.

Este apocalíptico imperio invierte en el proceso de captación un promedio superior a 72.000 euros por iniciado. En algunos casos, el señuelo puede suponer diez o cien veces más. No importa. Sabe que recuperará con creces tan fabulosa inversión con los captados, cuyo porcentaje es creciente.

Toda mi familia, todos estamos dentro. Sucumbimos pronto en tan tupidas redes y nunca hemos sabido, o querido, fugarnos. Por el secreto del sacramento… somos los primeros en ignorar, o pretender olvidar, nuestra pertenencia a semejante maquinación. Como los demás cofrades buscamos la perfección interna, evitando convertirnos en meros mercenarios que asumen la militancia sólo como un oficio vulgar.

Lo más flagrante es el hecho de que esta hermandad es sutilmente secreta hacia… dentro. Son sus propios miembros quienes no saben que pertenecen a ella y tampoco comprenden su infinito poder fáctico. Están organizados en células reducidas, y saben de la existencia de otras diócesis, pero raramente se reúnen en multitudes. Cuando a la señal de la resurrección de los zombis, estas huestes se desplieguen surgiendo de la penumbra, el mundo se maravillará. Surgirá la nueva Sociedad del Conocimiento. Ese extasío está pronto...

Tú mismo, lector de estas líneas, seguro que has pertenecido, y probablemente sigas vinculado a este Partido. Acaso con poca aplicación, si no lo has vislumbrado aún, porque hablamos de... la educación. ¡Mantén el secreto!

Versión original de 2001 en: http://mikel.agirregabiria.net/2002/deia3.htm

La felicidad auténtica, según Martin E. P. Seligman

Posted by Picasa La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace. La tesis central plantea que hay tres rutas diferentes hacia la felicidad. La primera es la vida agradable, que consiste en tener tantos placeres como sea posible y poseer las habilidades de amplificar esos placeres. Ésta es, por supuesto, la única clase verdadera de felicidad según Hollywood. En segundo lugar, la vida buena, que consiste en saber cuáles son tus fortalezas personales (las de tu carácter) para después reencaminar tu trabajo, amor, amistad, ocio y afectos utilizando dichos puntos fuertes para conseguir más flujo en la vida. La tercera es la vida con sentido, que consiste en poner las fortalezas de tu carácter al servicio de algo que consideras que es mucho más importante que tu propio pellejo. De : Placer, sentido y eudaimonia.