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El arte de escuchar

Oímos mucho ruido, hablamos demasiado y escuchamos poco.

Cuando hablamos no hacemos sino repetir lo que ya sabemos, pero cuando escuchamos siempre aprendemos algo. Es verdad que quien habla siembra, pero el que escucha… recoge. De ahí la importancia de ejercitarse a escuchar, acostumbrarse a preguntar e invitar a los demás a exponer sus opiniones. Así, a la vez que se aprende a escuchar, se ayuda a pensar al otro... y a uno mismo. Madame de Sevigné sentenció: “Hemos nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua porque debemos mirar y escuchar dos veces, antes de hablar”. Cervantes puntualizó: “No te escuches a ti mismo; que toda afectación es mala”. Shakespeare concluyó “Presta el oído a todos y a pocos la voz:”.

Casi todos escuchamos mal; hasta en la conversación a solas con otra persona, no escuchamos casi más que nuestras propias palabras. Se necesita ingenio para hablar bien, pero para escuchar correctamente basta la inteligencia. Plutarco observó que para dominar la oratoria, es preciso previamente saber escuchar. Además hablando se agrada a los demás sólo a veces, pero escuchando se complace siempre. Chaplin aconsejaba: No esperes a que te toque el turno de hablar, escucha de veras y serás diferente.

En política, Richelieu recomendaba “Escucha mucho y habla poco para desempeñar bien el Gobierno”, y Haliburton aconsejaba “Oíd sólo una parte y permaneceréis en la oscuridad; oíd a las dos partes y todo se aclarará”. Cierto que escuchando se corre el riesgo de que nos convenzan, pero justamente eso es profundizar y madurar. Lamentablemente, algunos prefieren negar los argumentos, o hasta dar la razón a otros, antes que escucharles. Ojalá los políticos escuchasen más a la gente, en vez de desgastarse inútilmente en polémicas condenadas al fracaso por su futilidad o alejamiento de los intereses de la ciudadanía.

En administración de empresas, Tom Peters desde los años ‘90 definió como estilo moderno el perfil de saber escuchar, frente al modelo de los años ‘50 de hablar y dar órdenes. Escucha a la otra parte; escucha lo que merece ser escuchado, aunque provenga de los labios del adversario. La diligencia en escuchar es el más breve camino hacia la sabiduría. Nada es fácil ni tan útil como escuchar mucho.

En educación, quizá no enseñamos a escuchar, sino sólo a oír. Stravinsky dijo que “Escuchar es un esfuerzo, oír no tiene ningún mérito. También oyen los patos”. Al reformista John Dewey, cuando solicitó un innovador mobiliario escolar un carpintero le respondió: "Me temo que no tenemos lo que desea. Usted quiere algo donde el alumnado pueda trabajar; todo lo que tenemos es para estar sentados y oyendo".

Una de las mejores formas de persuadir a la gente es mediante el oído,… es decir, escuchándolas. Procuremos primero comprender, para después ser comprendidos. Escuchemos de verdad a los otros. La relación nos transformará: Comenzaremos a escucharnos y a saborear las palabras… ajenas. No es preciso coincidir plenamente, ni discrepar; simplemente se escucha, y se siente cómo juntos comprendemos las plurales perspectivas con las que se aprecia la misma realidad. En ese proceso, empezamos a sentir que hay algo muy valioso en cada persona, en uno mismo y en los demás. Que nuestra primera lengua, la de escuchantes, sea nuestro oído.

Un proverbio de los indios cherokee dice: "¡Escucha, o tu propia lengua te volverá sordo!”. El refrán clásico recalca “Habla poco, escucha más, y no errarás”. Antonio Machado lo poetizó: “Para dialogar, preguntad primero; después..., escuchad”.

Odias y amas

El desarrollo de la inteligencia emocional era una de las áreas básicas de aquel innovador proyecto educativo que significó el Centro KIDEAK. Una prometedora metodología para su aprendizaje fue la redacción por parte del alumnado de sus preferencias y animadversiones, a fin de conocerse mejor a sí mismos y a sus compañeros. Se les pedía una rápida introspección escrita en apenas cinco minutos, sin pensárselo demasiado, de aquello que más odiaban, más les displacía, más les gustaba, más amaban y más les encantaba. En ese orden, desde el odio al amor. He aquí, tres resúmenes verídicos de tres alumnas.

Soy Y. (14 años). ODIO PROFUNDAMENTE... que el profesor de euskera nos mire a las tres que estamos en la esquina como si quisiera que le diéramos el visto bueno a lo que ha dicho; las comparaciones entre las personas; las mentiras; que la gente sea impaciente; hacer daño; la deslealtad; la política; la espera; las discusiones por tonterías; las injusticias; la alergia; que la gente crea que no es capaz de hacer algo; el ir andando con alguien que lleva el paraguas en el brazo que te va dando en la pierna; las generalizaciones. Odiaría ser minero; la humedad; renunciar a algo antes de intentarlo; los contestadores; el sonido del teléfono.

AMO APASIONADAMENTE... que la gente escuche y sea leal; conseguir los objetivos; las cristaleras; la luz; los colores; comparar los jardines; viajar; aprender; los niños; la naturaleza; el silencio; las fresas; el atardecer; el olor a mar; los olores agradables, como el del pan; levantarme por la mañana con el canto de los pájaros; oír ruidos; asomarme por el balcón; la noche; la luz de la luna; mirar el cielo oscuro en las noches calurosas de verano; advertir las formas de las nubes blancas con el azul celeste de fondo; recordar momentos agradables; imaginar; el ambiente por las mañanas primaverales; el silencio del autobús de la mañana cuando todos van dormidos; observar a un niño mientras duerme; mirar por la ventanilla de un avión; que todo salga como se había esperado; la sonrisa; la amabilidad; el compañerismo; la alegría; el no sentirte solo; sacar fotos; recordar viajes o lugares visitados mediante las fotos; escuchar música significativa; ver a la gente contenta; ver a extranjeros o gente de otros sitios visitando el lugar donde vives; la curiosidad; las buenas sorpresas; comprar regalos,…

Soy I. (16 años). LO QUE MÁS ODIO: Odio profundamente sentirme impotente; que los profesores de este año exijan muy por encima de lo que explican; que la gente pida a otros lo que no está dispuesta a cumplir; madrugar; el no poder confiar en alguien; la hipocresía; la sobrevaloración de las matemáticas; a las señoras que van de cuatro en cuatro por la acera y jamás se apartan para que; los actores/actrices y cantantes que basan toda su fama y fortuna en su físico. No me gustaría ser forense, enterrador, empleado de funeraria, carnicero, pescador, juez... No me gusta hablar por teléfono.

LO QUE MÁS ME GUSTA: El olor del mar; pasear por la orilla del mar; ver un puesto de frutas; los amigos; la coherencia; la seguridad en una misma; el ser consecuente con las ideas; los crepes de mantequilla y azúcar; ver muchos chupa-chups juntos; la niebla que se levanta entre las montañas; las casas con mucha luz; vivir en un ático; la diversidad de personas en el metro; preguntarme qué hacen y de dónde vienen las personas con las que me cruzo; ver reír a un bebé; el David de Miguel Ángel; las mujeres embarazadas; los padres con niños en la bici; los libros antiguos; la pasta italiana. Me gustaría conducir sin rumbo, recorrer Europa en coche con amigos. Me gusta leer; oler algo y recordar un lugar en el que has estado. Recibir cartas. La lluvia. El sol. El anochecer. El silencio. Tumbarme en la hierba. Los ríos. La luna. El cielo. La filosofía. Sorprenderme. El cine. Groucho Marx. Ver que todo encaja, que todo tiene sentido. Mirar por las ventanas. Volar. Llegar a otro país. Imaginar. Encontrarme con alguien que hacía mucho que no veía. Discutir ideas. Poder ayudar a alguien.

Soy L. (16 años). ODIO ponerme roja; las mentiras y los incumplimientos; las prisas; el insomnio; la soberbia y la hipocresía; las generalizaciones. Odiaría ser cobrador de autopista, veterinario, enterrador o marinero. Odio que me chillen al oído; los prejuicios y la incoherencia; dejar mensajes en el contestador; los espacios pequeños; el alboroto; estar quieta.

ADORO la lealtad, el dulce, el amanecer y el crepúsculo, el mar, la luna, el sol, las olas, el cielo; viajar, las ventanas grandes. Me gustaría vivir frente al mar y poder tener las cortinas descorridas. Me gusta observar a la gente, hablar, mirar a los ojos de un bebé, ver a los niños sentados en los carros de la compra. Quiero conducir ya. Me gusta relajarme y pensar. Reconocer olores. Recibir cartas. Me gusta la niebla, acompasarme a la respiración de quien está dormido; andar; el agua. Adoro las estrellas. Me gusta aprender cosas útiles y ayudar a los demás. Me gusta mirar por la ventana del coche y ver las hileras de los huertos (encaja, no encaja...). Me gusta soñar despierta. Me encanta hablar en otros idiomas y conocer gente distinta; encontrar la relación entre los fenómenos, las personas, las cosas,…

¿Por qué no escribimos también nosotros estas sensaciones? Empecemos por aquellas cosas que nos desagradan, para ir dando paso a todo aquello que nos hace felices. Después podremos tirar a la basura los odios, y dedicarnos toda la vida a aquellas tareas que nos placen y que, seguramente, son también las que hacen dichosos a quienes conviven con nosotros.

Deportes favoritos

Conservo dos deportes favoritos, y únicos, muy diferentes entre sí. El primero, que muchos no lo consideran siquiera deporte, es minoritario, intelectual, individual y puede practicarse diariamente por Internet: el ajedrez. Mis ajedrecistas predilectos son varios: Morphy, Andersen, Lasker, Capablanca, Alekhine, Fisher, Kasparov, Ivanchuk, Kramnik,… Proceden de países, épocas y culturas muy diferentes, pero su juego es de reconocimiento universal, por encima de lenguas y fronteras.

Mi segundo deporte es de masas. Casi todo el mundo entiende de él, o dice entender. En cualquier sobremesa se opina, se toma partido, se critica, se defiende, parece que todos sabemos cómo arreglar el mundo con nuestro particular criterio. Todos queremos ser entrenadores para quitar o poner jugadores, o para aplicar determinadas tácticas. Yo me lo tomo muy en serio, y sé bien que es un tema de profesionales, y que los aficionados deberíamos estudiar más, escuchar a los expertos, asistir a más encuentros, aprender de los mejores instructores y de los deportistas más ilustres,… importar ideas, adaptarlas, mejorarlas,… pero siempre con nuestros equipos locales. Éste es un deporte de grupo, y las individualidades ayudan y mejoran el rendimiento colectivo, pero sólo si saben integrarse en la filosofía del conjunto, que debe ser representativa de una sociedad.

Siendo de Bilbao, es fácil imaginar cuál es mi equipo favorito. No soy muy original, pero he intentado racionalizar mi elección y lo soy por nacimiento, eso está claro, pero también por vocación. Por “amor propio” dicen ahora, aunque creo que hay otras razones y argumentos. En primer lugar, porque vives más de cerca los partidos que te influyen y te implican más, comprendes mejor las alternativas, puedes comprobar mejor los progresos (y los errores), resulta más fácil ayudar a su ascenso, puedes llegar a ver frecuentemente e, incluso, a conocer personalmente a algunos de sus craks, y además es lo más natural: defender lo tuyo, respetando a todos los demás forofos de los otros clubes. Debe quedar bien claro que no habría juego sin la participación de equipos diferentes, y que los defensores de este deporte debemos, ante todo, ser solidarios entre nosotros, sustentando cada uno a nuestros colores dentro de la máxima cortesía.

En segundo lugar he elegido mi club, porque ha destacado siempre por su fair play, lo que siendo decano por su centenaria antigüedad, es muy meritorio y de reconocimiento absoluto por todos sus adversarios… o al menos por los que juegan limpio. Nos enorgullecemos de una historia legendaria con triunfos y con fracasos, de permanente esfuerzo por mejorar, por alcanzar una titularidad europea desde la modestia de nuestra pequeñez, sin recurrir a fichajes externos, con tesón, con esfuerzo, con perseverancia, con formación y educación de nuestra “cantera”.

Yo vivo intensamente esas trascendentes jornadas de domingo. Desafortunadamente nunca he podido verlas desde ningún palco de honor, ni siquiera desde una módica tribuna, porque habitualmente sobrellevo labores secundarias de recuentos que me entretienen, y cuando llego finalmente a casa para ver los resultados por la televisión, cambiando constantemente de canal, ya me he perdido todo el directo de los partidos y sólo me resta leer la clasificación final, válida hasta la siguiente confrontación. Esto es lo que más me fastidia de este deporte: que siendo uno de los aficionados que más disfruta en estos señalados días, se me prive de este inocente goce por encomendarme el equipo de mis amores engorrosas tareas que siempre recaen en los mismos voluntarios. Estoy dispuesto a trabajar todos estos domingos por el club, pero pido terminar a tiempo para ver en ETB, y contrastar en las demás cadenas, los resultados según se van produciendo. Tendré que hablar con algún encargado para que me releve de la última hora de estos quehaceres.

Me considero muy leal con mi equipo, “manque pierda”, y con mi presidente y con mi entrenador de turno. Tenemos ahora un galáctico entrenador que creo que nos llevará muy lejos, seguramente al nivel internacional. Debería ser más crítico, quizá, pero me sucede que sinceramente estimo que el entrenador actual es el mejor de todos los tiempos. ¡Ojalá sigamos acertando así!, aunque las casualidades no existen y es mérito indudable del presidente y de su equipo, elegido por todos nosotros. También sigo, como buen aficionado, la trayectoria de nuestros jugadores, su inicio, su devenir, su retiro,… Algunos son excelentes. Uno, el más famoso de mi pueblo, Iñaki, es muy efectivo, disciplinado y con una visión de juego fabulosa. Levanta pasiones, a favor y en contra.

En mi opinión, los medios de comunicación, excepto unos pocos, nos tienen ojeriza: parece que para ellos todo lo hacemos mal, reprenden al presidente y al entrenador, a los jugadores,... e incluso a la afición. Olvidan que por mucho que se nos critique, lo que importan es que nuestra afición llena el estadio y que los partidos se juegan en el campo, donde jugando ética y deportivamente se obtienen los resultados. No calentando a las hinchadas con encendidas declaraciones para que se produzcan incidentes fuera del terreno de juego. El relevo es una constante en este deporte, y nosotros pronto tendremos elecciones y cambiaremos la presidencia. Pero el equipo seguirá hacia delante, con la nueva directiva. Algunos gacetilleros sacan de contexto las declaraciones de nuestro polémico “presi”, y le hacen parecer tan belicoso como realmente lo son otros presidentes. Los aficionados queremos tranquilidad, espectáculo ordenado, buen juego, atinados “planes” (como el del entrenador), y partidos gloriosos, ganados en justa lid. Necesitamos también periodistas imparciales y ponderados que nos cuenten la competición tal como es, y no como les gustaría que fuese.

La forma moderna de este deporte proviene de las Islas Británicas, como ya habrán podido adivinar. Dicen que allí nació, aunque hay precedentes anteriores, y algunos apuntan que los vascos ya lo practicaron desde la prehistoria en su versión más democrática. Los vascos actuales, en general, todavía somos muy hinchas de este deporte, apoyando a los distintos equipos, algunos quizá demasiado fanáticamente. El próximo encuentro será el 25 de mayo. Me encanta este juego: sólo lamento que por culpa del fútbol, no haya más tiempo en televisión y más periodistas especializados en este deporte-rey: la política.

Nosotros, sí, gracias

En educación, los aspectos de relación son centrales, incluso en los casos límite con alumnado autista, por ejemplo. De ellos, hemos aprendido mucho y estas enseñanzas son válidas para todas las personas que deseen, real y sinceramente comunicarse mejor. Además, conociendo estas técnicas podremos desenmascarar a quienes las emplean con profusión para manipularnos, como algunos politiqueros y gacetilleros.

Muchos estudiantes, con o sin autismo, están condicionados a reaccionar negativamente a un ‘‘NO’’ imperativo (‘‘no hagas eso’’...). Estas negaciones indican frecuentemente que el hablante está disgustado o que algo está mal, pero no informan sobre cómo remediar el problema. Así que recomendamos al profesorado (y a las familias) el uso de palabras o expresiones negativas con extrema moderación y sólo cuando requieran obediencia inmediata en casos de emergencia. También es mejor hablar concisa y ordenadamente. Demasiadas instrucciones y explicaciones crean frustración y confusión. Es necesario que el profesor señale claramente qué es lo que quiere que los escolares hagan y por qué. Hay que ser razonable en lo que se pide y la demanda debe ser tal que los alumnos sean capaces de cumplirlo. Los enunciados negativos no aportan las indicaciones necesarias para aprender cómo comportarse de un modo más apropiado y, por el contrario, sugieren que lo negado es apetecible.

Debe evitarse las instrucciones formuladas de un modo amenazador o impositivo, porque los oyentes tenderían a ponerse a la defensiva y les provocaría a hacer justamente lo contrario de lo pedido. Un tono neutro puede ayudar. Por ejemplo: es mejor indicar: ‘‘Es la hora de estudiar’’, en vez de ‘‘Tienes que estudiar ahora mismo’’.

En comunicación, las críticas, los reproches, las amenazas, lo negativo, lo confuso…, sobra. Si nos dicen: «No pienses en un elefante rosa», ya lo estamos evocando en la imaginación… Queremos y necesitamos ideas positivas, claras, conciliadoras, específicas…, justamente lo casi inexistente en la comunicación social y política. Hasta las campañas más costosas y bienintencionadas caen en este craso error: ‘‘NUNCA MÁIS’’, ‘‘NO a las DROGAS’’, ‘‘PLAN ANTITABACO’’, ‘‘NO a la VIOLENCIA DOMÉSTICA’’… Forges, al menos y sólo por sobreabundar, en sus viñetas dice: ‘‘PAZ SÍ, guerra no’’, y el lema hippie decía ‘‘HAZ EL AMOR, y no la guerra’’. Otros aciertan de pleno como ‘‘Gesto por la PAZ’’.

Las frases negativas son nefastas, porque ­aparte de ser cognitivamente más difíciles de interpretar y más si son extensas­, declaran y despliegan una sensación general de inseguridad, desaprobación y hostilidad (a lo sumo condescendencia) que invade a lo dicho. Fíjense que, aunque gramaticalmente digan lo mismo, las tres oraciones siguientes trasladan una impresión muy diferente:
1. ‘‘Estoy contigo’’ (concluyente, enfática y con empatía).
2. ‘‘No discrepo de ti’’ (breve, pero displicente y apática).
3. ‘‘Nunca puedo evitar negar que no esté en desacuerdo con lo contrario que tú refutas rechazar’’... (pura confusión grouchiana).

Los diccionarios desperdician casi el 10% de su contenido con palabras con prefijos destructivos como a-, anti-, contra-, dis-, des-, i-, im-, in-, mal-…, (por ejemplo: a-moral anti-héroe contra-indicado dis-funcional des-acreditado i-lógico im-paciente in-activo mal-educado), y el habla popular desaprovecha un porcentaje de comunicación aún mayor con estas inexpresividades desventuradas y malhadadas (¡lo siento, me he dejado llevar!). La única expresión pseudo-negativa válida que se me ocurre, es la que aconseja el pez padre a su pececito: ‘‘Nada, hijo, nada’’. Hasta se ha impuesto un sistema negativo de votación, con los descartes en los concursos televisivos como ‘‘Gran Hermano’’…, sólo falta que esta fórmula se aplique a la política.

En política, asistimos a la ceremonia de la confusión desde el poder mediático. Se invierte la simplificación de convertir la doble negación en afirmación, para pedir en vez de ‘‘PAZ’’ el desalentador ‘‘NO a ETA’’, ‘‘NO al Nacionalismo Obligatorio’’... No nos merecemos la anacrónica época de violencia que hemos de vivir con bandas terroristas cuyo único sentido es la muerte y la coartada de gobernantes como el ‘‘gran dictador’’ que añora la conquista del Oeste (ahora del mundo) con la política del cowboy bueno frente al ‘‘eje del mal’’, y sus emuladores como el ‘‘pequeño dictador’’, que con nostalgia de reconquista nos abruma con más represión, venganza, pudrirse en las cárceles,… para ocultar esta ‘‘negra navidad’’. Todo ello adobado con la confusión entre valores e intereses, que siguen siendo el motor de la inacabada colonización perpetua de la humanidad por una minoría interesada y belicista.

En prensa oímos demasiadas veces desgobierno, deslegitimización, desinvestigación…, y seguramente asistiremos a la aparición de otros neologismos: desprograma, despolítica, desoposición… El periodismo ha perecido de éxito. Su creciente poderío ante la opinión pública, la que vota bajo su influjo en las democracias, lo había ensalzado hasta un punto en el que debía comprarse su subordinación. Así parece que ha sido ‘‘el cuarto poder’’, no ha resistido la embestida del poder último: la prepotencia económica que necesita controlar el poder político.
Falta veracidad, y pulula el cinismo. No hace falta leer, impertérrito, que Bush pagará a los periodistas o que se defienda públicamente la creación de una agencia de desinformación, la Oficina de Influencia Estratégica (OIE), cuyo supuesto cierre posterior por presiones quizá sea su primera obra y su inaugural patraña.

Nosotros queremos caminos, soluciones, propuestas de PAZ y de CONVIVENCIA a las que podamos decir, ‘‘Sí’’. Queremos más periodistas pacifistas que nos cuenten de Lula. ¡Gracias, presidente Lula, por protagonizar nuestra diaria noticia política agradable, que demuestra que no es imposible ser un político de verdad, que construye, que alivia desigualdades, que no anuncia ni prepara guerras! Lula, tú sí eres grande, cancelas la compra de juguetes bélicos a los militares y les pides que arreglen carreteras y repartan comida; visitas las zonas más pobres de tu país, y no te vas a televisiones italianas en pleno cataclismo ecológico. Sigue así, no desesperes, te esperan grandes desafíos, pero quizás sea la primera figura histórica de este todavía triste siglo XXI.

Truco final: Hagamos una prueba durante una semana. Hablemos sólo cuando lo que tengamos que decir cumplan tres condiciones: Que sea cierto, necesario y amable. ¡Usemos sólo enunciados positivos y veremos cómo mejora nuestra vida, y la de los nuestros! Seamos positivos. Aprovechemos toda oportunidad de felicitar o alentar a alguien. Definámonos por lo que amamos, por lo que creemos; acumulemos amigos. Olvidemos odios, enemigos… ¡Ah, y las palabras mágicas! Pero antes, la palabra más usada y la que más nos fastidia, que es ‘‘NO’’ (se dice que un niño a los 10 años ha escuchado 9 ‘‘Nones’’ por cada ‘‘SÍ’’) y la más superflua, ‘‘YO’’ (que indica egocentrismo). En el ranking de las frases más poderosas, junto a la palabra que más nos agrada escuchar y que es nuestro nombre propio, están:


­ NOSOTROS (equipo: grupo + estructura + objetivo común)
­ ¡MUCHAS GRACIAS! (amabilidad, cortesía,...)
­ ¿SERÍAS TAN AMABLE...? (ayuda, colaboración,...)
­ ¿CUÁL ES TU OPINIÓN? (interdependencia, altruismo)
­ ¡HABÉIS REALIZADO UN BUEN TRABAJO! (reconocimiento, generosidad)
­ ¡ADMITO QUE HE COMETIDO UN ERROR! (perdón, corrección, rectificación)

Esta pirámide de frases, de una a seis palabras, obra maravillas. Digámoslas como si tal cosa, y veremos los resultados. Con nuestros padres o con nuestros hijos, con nuestros amigos o con nuestros hermanos…, que son todos los demás.