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Tres seres humanos

©Mikel AgirregabiriaUno no sabía que sería noticia. Otro había decidido forzar la noticia. El tercero era noticia permanente.

P, nombre supuesto, se levantó aquella mañana con la misma rutina de cualquier día laborable. Se apresuró para llegar a tiempo a su puesto de trabajo. Se dirigió al Metro pensando en sus problemas y en sus esperanzas. Murió casi instantáneamente por una siniestra bomba colocada en su vagón. Aquella víctima inocente no vio el crepúsculo londinense de aquel trágico 7 de julio de 2005.

A, sobrenombre imaginario, madrugó porque sabía que aquel día escribiría con sangre otro hito horrendo en la cruenta historia de la humanidad. Creía que matar a personas indefensas y anónimas, que desconocían incluso la causa que él suponía defender, era una forma de lucha. Le fue muy fácil colocar los explosivos y retirarse a su refugio. No sabemos si pudo dormir aquella noche en los alrededores de Londres.

Z, nombre real, era un dirigente político, representante elegido por sus conciudadanos. Estaba reunido aquel día en Gleneagles (Edimburgo), cuando supo los luctuosos sucesos. Sólo tras la agitada jornada de agenda apretada y cambiada, antes de dormirse le retornó la insistente pregunta: ¿Cómo podríamos pasar esta página de la historia? La conciencia más recóndita le planteaba la eterna cuestión: Si supimos vencer el apocalíptico riesgo de la guerra nuclear entre las más pujantes superpotencias, ¿por qué no sabemos dejar atrás esta forma de conflicto entre los más desiguales?

Esta madrugada, tras la matanza, nos superan las condenas repetidas, los análisis políticos, las llamadas a la calma, las predicciones cumplidas,... No queremos acostumbrarnos a la injusticia de las guerras, ni aceptamos que sean inevitables. Hoy sólo experimentamos el esperpento ético de la prehistórica violencia con armas contemporáneas. Había que comprobar si seguimos siendo seres humanos. La paz es un verbo; algo activo que nos involucra a todos en las decisiones que adoptamos día a día. Exijamos la paz para todos nosotros, para todos los continentes, para todas las razas, para todas las culturas, para todas las religiones,...

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/seres.htm

El mejor pasaporte

©Mikel AgirregabiriaMás que nunca, viajar y elegir libremente un horizonte con futuro es el deseo universal de la Humanidad: Elige el mejor visado.

El gran escritor austriaco Stefan Zweig escribió en sus memorias: “Antes de 1914, la Tierra era de todos. Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que deseaba. No existían permisos ni autorizaciones. Me divierte la sorpresa de los jóvenes cuando les cuento que viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad jamás en mi vida había visto uno. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos sin preguntar ni ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del centenar de papeles que se exigen hoy en día. No existían los salvoconductos, ni visados, ni ninguno de esos fastidios; las mismas fronteras que aduaneros, policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que se cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de Greenwich,…”.

Dicen que “Si quieres a tu hijo, déjalo viajar”. Pero, ¿qué es viajar? ¿Cambiar de lugar? No. Viajar es… cambiar de ilusiones y de prejuicios. Viajar es… nacer y morir a cada paso. Viajar es… pasear un sueño, pero hay mucha diferencia entre viajar para ver países y para ver pueblos. Porque las gentes, son lo más interesante de todas las maravillas que nos rodean.

Viajar representa en el mundo simbólico y en el mundo real de nuestros contemporáneos la utopía máxima de la libertad para vivir donde cada uno prefiera. Cada día, muchos de nuestros semejantes mueren tratando de escapar de un continente o aspirando a vivir en otro país.

Pero viajar también la mejor metáfora de huir de un modo de vida que nos esclaviza, que nos aprisiona con una subyugante rutina de la que no cabe escapar. Un trabajo aburrido o un barrio inhóspito son el destino de muchos de nuestros iguales. Pero se puede eludir todo ello; cabe la esperanza de un salvoconducto para residir en otros parajes: La educación, que es el pasaporte que abre todas las puertas de la vida. Incluso muchos títulos universitarios se transfiguran, para sus subversivos estudiantes, en salvoconductos directos hacia la vida opulenta.

El Informe a la UNESCO coordinado por Jacques Delors, "La Educación encierra un tesoro”, define a la Educación como «un pasaporte para la vida». La educación, en el siglo XXI más que nunca, es el mejor legado que los padres y la sociedad pueden otorgar a los más jóvenes, infinitamente mejor que una herencia económica, un apellido o una nacionalidad. Con una buena educación podremos comprendernos mejor a nosotros mismos, entender y apreciar a los demás y participar solidariamente en la obra colectiva de convivir en sociedad.

Elijamos e invirtamos todo lo posible en nuestra educación y en la de los nuestros seres más queridos: es el mejor seguro para la vida e, incluso, un pasaporte para la eternidad. Ser y sentirse soberano para viajar y, sobre todo, para ser autor y protagonista de su propia vida es lo que diferencia al ser humano libre de un esclavo. Toda libertad esta íntimamente ligada al conocimiento y a la madurez que sólo se alcanza con una larga y esforzada formación, que pronto se descubren gozosas para quienes se adentran por las veredas mágicas de la cultura.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/pasaporte.htm

Proyecto Amor

©Mikel AgirregabiriaEl revolucionario “Proyecto Amor” consiste en que cada uno se diga: Yo “proyecto amor”.

PROYECTO: ¿Por qué en una tan corta vida gestamos tantos proyectos? Por la noche y al amanecer, creamos proyectos; luego, a lo largo de la jornada, no realizamos sino rutina y tontería. Los proyectos que necesitan de mucho tiempo o muchos recursos para ser ejecutados no tienen éxito casi nunca. La vida en sí debe ser un proyecto factible, lo que ocurre es que no somos sus únicos arquitectos,... pero sí sus principales artífices.

Los perezosos, especialmente, solemos ser grandes proyectistas. Algunos vamos camino de la jubilación y, todavía, forjamos grandes proyectos. Nos decimos: “Voy a hacer esto, lo otro y lo de más allá. Y, en efecto, muy pronto iremos a parar al ‘Más allá’”. Pero antes de que eso ocurra, aún estamos a tiempo de programarnos un proyecto alcanzable, grandioso y gratificante.

AMOR: ¿Qué cuarto, qué casa, qué barrio, qué pueblo preferimos entre los millones que existen? ¿Por qué apreciamos a nuestras amistades por encima de todas las demás? ¿Por qué incluso llegamos a amar tanto esos pequeños objetos que atesoramos? ¿Qué tiene de especial esa concha marina que conservamos desde la niñez?

Nos sucede a todos. Extrañamente preferimos unos viejos zapatos, una prenda desgastada, nuestro humilde bonsái o el habitual paseo cotidiano frente a cualquier otra alternativa. A mí que no me quiten mi quebrantado sillón que tantas horas y veladas me ha soportado por otro más moderno. Sé que algún día me lo sustituirá mi esposa Carmen, pero será en mi ausencia y sin mi aquiescencia.

En cada persona, e incluso en cada objeto, amamos, en suma, lo que nosotros ponemos en él. Admiramos casi siempre por razones fundadas, pero generalmente amamos sin motivos inteligibles. Cuando amamos, el corazón es el que juzga principalmente. Sólo amamos de verdad, cuando aceptamos por lo que es a quien o a lo que amamos. Así se puede adorar una desvaída fotografía de nuestra madre, más que cualquier cuadro famoso y costoso.

PROYECTO AMOR: La polisemia de “proyecto”, nos ofrece una solución vital asequible y valiosa. Sumémonos al proyecto de decir “proyecto amor”. León Tolstoi dijo que “El único refugio contra la desesperación es proyectar el propio yo dentro del mundo”. Quizá así emulamos la descripción bíblica de que la Divinidad proyectó a la Humanidad como un remoto reflejo de su esencia.

Sólo odiamos, lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, de algún modo, se nos parece; lo absolutamente contrario no nos merece ni amor ni odio, sólo indiferencia. El mundo se proyecta en nuestro yo, pero aún más el yo se proyecta hacia el mundo. La vida se vuelve gris sin amor. Jacques Brel cantaba que “Hay palabras negras y palabras blancas, y otras que vivimos cuando amamos o cuando sufrimos y que se vuelven de colores”.

Es fácil comprobar que todo funciona bien en la vida cuando realmente nos amamos, es decir, cuando nos aprobamos exactamente tal como somos. Aceptémonos a nosotros mismos y a los demás, tal como somos, lo que incluye una insaciable voluntad de mejora perpetua. Sólo vivimos en este mundo cuando lo amamos, aún en sus detalles más minúsculos. Únicamente es eternidad el tiempo en que perfeccionamos y amamos a quienes y a lo que tenemos cerca.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/amor.htm

Pensamientos de los Jubillennials en citas breves

 
  • Los  Jubillennials no somos viejos, porque seguimos odiando la rutina, el aburrimiento y la muerte,... 
  • Nunca nos resignaremos a no transformar el futuro, y jamás glorificamos los tiempos pretéritos pensando que fuesen mejores.
  • Seguimos siendo personas de acción,... La jubilación, además, nos refuerza con más tiempo de dedicación, sinceridad sin tapujos ni cortapisas, y capacidad de organización con nuestras redes de contactos.