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Querubines extraterrestres

Ellos ya están aquí; yo los he visto. Hace diecinueve años que descubrí el primer extraterrestre. Fui abducido hasta su presencia paranormal. Fue un estremecedor e inolvidable encuentro en la tercera fase. Yo tenía entonces treinta años y creía saberlo todo. Cuando la deidad, porque era ELLA, se apareció ante mí, se me nubló la vista, pero al aproximarme clarividentemente intuí que me hallaba ante un ser superior. La inteligencia de su especial mirada y la armonía de sus movimientos definían por antonomasia el concepto de belleza. Era majestuosa y sublime. El candor que desprendía toda su persona se manifestaba en minúsculas acciones, aparentemente inconexas, pero que proclamaban abiertamente su perfección. No era un espécimen de este planeta. Obviamente era una criatura celeste.

Pocos años después, se le agregó otro aliado galáctico, un ejemplar sideral. Precursora y sucesor telepáticamente mantenían la bonachona y tolerante supremacía sobre el género humano preexistente, si bien entre ambos había profundas desemejanzas que exigían una consideración individualizada. Después he comprobado que no están solos, que muchos otros compañeros suyos aparecen infiltrados por doquier, pese a que nadie quiere verlos como sujetos aventajados y menos aún admitir el inmenso poder que atesoran.

Usted, amigo lector, también los debe haber avistado. Aunque le hayan pasado desapercibidos en un primer momento, los podrá recordar si recapacita sobre los detalles que les delatan. Anatómicamente son antropomórficos, con un lejano aspecto humano cambiado de escala. Pequeña estatura, gran cabeza, pelo ralo o inexistente, coloración diversa y cambiante, emisión de sonidos psicofónicos, complejos sistemas de alimentación que se ajustan gradualmente, desplazamiento torpe en nuestro pesado campo gravitacional desconocido para ellos durante su viaje de venida en el ‘ovni’ que les transportó.

Su capacidad cognitiva es insondable con los parámetros de nuestra atrasada educación convencional. Su insurrecta creatividad es inagotable y su insensata afectividad a flor de piel despierta una irresistible ternura. Desconcierta su estado emocional biestable: pueden ser plenamente felices o pueden sumirse en una infelicidad desoladora cuyo dolor nos resulta insoportable. Aprenden rápidamente las costumbres de la colonización contactada, así como los usos y lenguajes humanos: uno, dos, tres o siete idiomas si sus interlocutores les adiestran.

Todas sus cualidades son positivas y en un grado desconocido para nosotros. Solamente una de estas propiedades, su adaptabilidad - la máxima facultad de cualquier forma de vida-, se vuelve contra ellos, y por ende contra nosotros mismos. En su deseo de aprendizaje de otras civilizaciones, se integran tanto en las sociedades donde hay desembarcado que pueden perder su propia identidad. De hecho, la mayoría se insertan con tal conveniencia que se desvanecen en el grupo humano al que se habían incorporado, y con el tiempo se olvidan de su peculiar destino. Si el entorno en el que son recibidos lo impone, se metamorfosean en simples y anodinos humanos adultos, indistinguibles de sus tutores.

ELLOS no constituyen peligro alguno para nuestra caduca civilización. Por el contrario ofrecen la más inmensa oportunidad, hasta ahora inédita, de pervivencia y futuro. Algunos gobiernos no saben cómo tratarlos y prefieren ocultarlos (con sus ‘Men in Black’), ignorarlos o desconocer su existencia para conservar un fútil control vetusto. Los poderes fácticos les envían embajadores inflados por la edad, que recusan su singularidad alienígena. A veces, intermediadores ineptos y autoritarios que desdeñan su supuesta impericia y explotan su pacífica ingenuidad, tratándoles como bobos enanos, simplemente porque ELLOS no dominan los arcaicos elementos de nuestra rudimentaria y vetusta cultura.

Algunas autoridades terráqueas desconfían y no toleran que una dedicación mayor a estos extraños entes ya localizados, un mayor esfuerzo para comunicarnos con ellos y para comprenderles mejor, podría mejorar nuestra viabilidad futura como terrícolas o al menos, y en el prosaico discurso actual puede ser más vendible, incrementar la mezquina competitividad entre subsociedades terrestres. Con los secretos que ellos pueden aportarnos podríamos cambiar radicalmente nuestras vidas. Increíblemente, en lugar de observarles y aprender de ellos, tras comprobar su candidez algunos se empeñan en manipularles, truncarles y asemejarles a nuestra medianía.

Pero otros, más esforzados, pretenden establecer las pautas de este enlace entre estos dos universos. Aspiran a compartir eficazmente la visión inédita que ELLOS aportan a nuestra heredada realidad pertinaz, pero transmutable. Y con ELLOS siempre se gana. Algunos de ELLOS siempre sobreviven a la mediocridad y fecundan la Tierra.

Como en ET o el matrimonio Clark que recibió a Superman, también nosotros hemos sido bendecidos por un regalo celestial. Mi esposa y yo nos enorgullecemos infinitamente de nuestros propios aliens, que han consentido en pertenecer a la familia, aceptando los nombres con los que les designamos inicialmente e, incluso, han adoptado nuestros apellidos.

Nota final: Si usted, por no ser ya uno de ELLOS, no los ha reconocido, sustituya el término ELLOS por los HIJOS o los NIÑOS.

Dedicado a la etapa educativa de 0-3 años.

La revolución de la ternura

La última revolución habrá de ser de ternura para comprender las diferencias y hallar el camino hacia una singularidad convivida en la abundancia de la multiplicidad.

Pablo Neruda citó, hablando del poeta Mayakovski, el invento de una alianza indestructible entre la revolución y la ternura. También Víctor Hugo sugirió que “la indignación y la ternura constituyen la misma facultad vuelta en los dos sentidos de la dolorosa esclavitud humana; y quienes son capaces de encolerizarse son también capaces de amar”. El mismo Ernesto "Ché" Guevara señaló que “a veces debemos endurecernos, pero jamás debemos olvidarnos de la ternura”. Antes se decía que una mujer sin ternura era una monstruosidad, todavía más que un hombre sin coraje; ahora, hemos de considerar que toda persona sin coraje y sin ternura es alguien truncado.

Lo cierto es que la ternura aunque soterrada, se halla por doquier. Jacques Brel, el trovador de la ternura, cantaba “Cuando sabemos dar la ternura y también sabemos recibirla, nos damos cuenta que se halla presente todas partes: en un perro, en un amigo o en una desconocida”. Hay una ternura infinita en todos los corazones humanos como en una noche llena de estrellas.

Aún los más centenarios y gigantes árboles, los que inspiran solidez, altura y firmeza, se rodean de una tierna corteza donde los amantes graban sus nombres y amores para la posteridad. La ternura nos hace vulnerables, nos convierte en humanos, y nos eleva a la categoría de ángeles mortales. Tenemos la misma edad que nuestra ternura. Nuestro desgaste de ternura no es más que amor sin utilizar, porque el amor crea ternura… que sobrevive al amor. La ternura es esa realidad que consigue superar al ensueño de la utopía.

Hay ternuras de todas clases. Todas, menos las ternuras postizas, son válidas. Un niño describió la ternura como una luz y un calor que permanece en nuestro corazón aunque afuera esté lloviendo. Por ello, la ternura infantil es la más entrañable, pero en la mirada de una mujer alcanza la ternura su expresión suprema. Aunque jamás en la vida encontraremos ternura mejor, más profunda, más desinteresada, ni más verdadera que la de una madre. Nunca agradecemos lo suficiente a las mujeres del mundo, por mantener algo de ternura y sensatez en nuestras infancias, en nuestros juegos y en nuestra existencia a lo largo de la historia.

La ternura es el reposo de la pasión, eso que convierte la existencia de la otra persona en nuestra segunda piel. Por ello, cuando se expresa la ternura, se expresa en plural. El escritor de la ternura, Jacques Salomé, cree que la ternura no es un estado permanente, sino un descubrimiento perpetuo que cada uno de nosotros podemos hacer, no a través de la fragilidad de las apariencias o la rutina de las costumbres, sino en una vivencia consciente y completa del presente. La ternura no nace de lo imposible, sino que engendra vitalmente lo posible.

Nada es pequeño para la ternura. Aquellos que esperan las grandes ocasiones para probar su ternura,… no saben amar. Si sólo por el sufrimiento se alcanza la grandeza, sólo por la ternura se descubre los grandes amores. Ternura es una palabra o un silencio convertido en ofrenda... para quien sabe escucharlo con confianza. Saber escuchar con tolerancia es otra de las mejores manifestaciones de la ternura. Una risa sin fronteras, un ligero roce y una caricia que hace temblar el suelo bajo nuestros pies,… son cumplidos reflejos de la ternura.

La ternura reencontrada es igual que unas gafas graduadas, destinadas a corregir nuestra prosaica visión de la vida. Cuando la muerte, la gran reconciliadora, llega a nosotros, nunca nos arrepentimos de nuestra ternura, sino de nuestra severidad. Nadie puede llamarse feliz hasta que haya aprendido a cultivar la alegría, la estima, la ternura y la buena voluntad hasta el punto de hallarse determinado a ser feliz todos los días, haciendo felices a los otros.

Todos buscamos ternura natural de forma desesperada. Jacques Brel lo cantó “Somos como barcos partiendo todos juntos en la pesca de la ternura”. Y recuerda: La ternura no pide nada, no espera nada, se basta a sí misma. Jamás hay que prestar la ternura; hay que obsequiarla, si no, duele demasiado.
 Versión final en: http://www.agirregabiria.net/mikel/2006/ternura.htm
Post reparado en 2021, sustituyendo el vídeo final.

La carrera de la vida

Una metáfora automovilística, válida para cualquier edad, que enseña a llegar muy lejos.

El profesorado está acostumbrado a percibir las peculiaridades de su alumnado, desde la más elemental singularidad de cada persona -que es un universo único- hasta las severas deficiencias sensoriales y cognitivas propias de los casos de “educación especial” ante minusvalías físicas, sensoriales o psíquicas. El personal docente con experiencia sabe perfectamente que, entre la capacidad potencial de cada uno de nosotros y el desarrollo final que logremos, lo definitivo es la voluntad propia que obra milagros insospechados. La constancia, la tenacidad y el empeño forman la piedra filosofal buscada por la alquimia.

Como educador, siempre hubo una historia alegórica que me fue muy útil para motivar a mis alumnos y alumnas en mis funciones de tutoría, incluso de personas adultas. El cuento –de cosecha propia- relata la salida de una carrera de largo recorrido. Se presentan muchos coches, de muy variada apariencia, potencia y antigüedad. Sus conductores se analizan y pronto llegan a conclusiones precipitadas. Algunos creen que, al disponer de vehículos más adaptados o más modernos, serán seguros ganadores. Igualmente, otros se desaniman rápidamente al comprobar que sus automóviles no parecen tan lustrosos como los de otros competidores mejor dotados.
Dado que la carrera está programada a varios años, tras la presentación de los equipos se producen muchas reacciones inesperadas. Los presuntos vencedores se toman el día libre, porque pronto podrán recuperar la ventaja que concedan a sus más débiles contendientes. Los que aceptan su papel de perdedores arrojan la toalla sin avanzar siquiera unos kilómetros. Los jueces avezados pronto descubren quiénes serán probablemente quienes triunfen al final de la larga y afanosa aventura: Son justamente quienes se aprestan a correr con todas sus posibilidades, aunque sean reducidas, sin mirar a los demás ni aceptar jamás la derrota, sabiendo que llegarán hasta donde estén dispuestos a no desfallecer.

En las carreras automovilísticas reales es cierto que el coche es determinante, porque todos los conductores son esforzados vocacionales seleccionados por una acreditada valía de trabajo previo en su currículum. En la vida cotidiana y entre la gente normal sucede que la principal diferencia entre unos y otros no es el cociente de inteligencia, ni las habilidades sociales, ni la edad, sino el carácter esforzado y la energía dispuesta a sacrificar.

En la escuela y en la sociedad advertimos repetidamente la pertinaz tragedia de las capacidades desaprovechadas, la penosa catástrofe de los abandonos prematuros, y la sempiterna maldición de la pereza, la desidia y la apatía… incluida la de los educadores y progenitores que aceptamos el “fracaso escolar”. Muchas veces nos consideramos demasiado incompetentes, nos suponemos demasiado mayores, nos sentimos demasiado cansados. Es evidente que otras personas estarán más dotadas que nosotros, que no seremos los mejores y que nos costará más lograr nuestros objetivos. Pero recordemos que sólo fracasa, quien no lo intenta una y otra vez.

Fallar es legítimo y honorable; abandonar sin intentarlo es lo más triste y deshonroso. Schiller señaló: “La voluntad de la persona: he ahí su felicidad”. No existe mejor cualidad y facultad que una firme voluntad: Y esto está al alcance de todos, porque la voluntad es el alma de cada uno de nosotros, lo que nos hace grandes o pequeños.

Mapisimo: Reserva dos parcelas en la Tierra

Mapisimo es un mashup con Google Maps que acaba de ser lanzado en beta pública, y cuya singularidad es haber parcelado el planeta en unos 510.000 millones de parcelas del tamaño de cuatro campos de tenis. Cada usuario registrado (yo soy MIKEL y me he reservado el Puente Colgante) puede ser propietario de una de esas partes, llamadas dunams, publicar mensajes de texto e hiperlinks en su parcela. Vía: LaBrújulaVerde.