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El graduado en edad

Dicen que “en la edad está el misterio”. Desentrañemos algunos secretos de “El Graduado”.

Ha muerto una gran actriz, Anne Bancroft, que recibió el Oscar de la Academia en 1962 por su prodigiosa actuación en “El milagro de Ana Sullivan”. También fue mundialmente reconocida por su interpretación de Mrs. Robinson en la mítica película “El graduado”, dirigida por Mike Nichols (quien obtuvo el Oscar por ello) y con la inolvidable música de Simon & Garfunkel, destacando "The sound of silence" (oír en adynwavs.com/soundofsilence.html).

Fue un hito generacional aquella agridulce comedia, de deslumbrante narrativa cinematográfica con un soberbio montaje de abruptas elipsis. Describe ácida y mordazmente las relaciones entre un inseguro joven (Dustin Hoffman) y una neurótica mujer madura (Anne Bancroft), madre de una estudiante (Katharine Ross), de quien finalmente se enamora el diplomado como habían programado sus padres. Ofrece una reflexión, tristemente válida hoy día, sobre la alienada desorientación juvenil, la vacuidad de las relaciones interpersonales, o la incomunicación social y familiar, aunque se atisbe un esperanzador final de superación y amor.

En 1967, hace 38 años, se rodó esta película. En esa fecha, el “graduado” tenía 30 años, la “joven” 26 años y su “madre” 36, al igual que el director berlinés. Las edades “reales” de los protagonistas indicarían que los “supuestos” amantes eran un estudiante retardado (en todo) y una apresurada señora (también prematura madre a los 10 años).

Quienes vi(vi)mos aquella historia cuando éramos adolescentes, estamos graduados en edad y con la lucidez de la madurez podemos reconocer ahora muchas perspectivas complementarias. Como la oportunidad de un amor… o que cada uno tiene la edad de su corazón, el cual conserva la edad de aquello que ama. Porque la edad de una persona la concede su ánimo vital, no una partida de nacimiento. En el fondo, la verdadera edad no son los años que hemos vivido, sino los años que nos quedan por vivir.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/graduado.htm

Convencer, seducir o amedrentar

En las campañas electorales las candidaturas prefieren argumentar y persuadir, pero si todo falla recurren a atemorizar.

Nos tememos que las dos estrategias básicas para mover a la gente, son las mismas que para aguijonear a los burros: palo y zanahoria. Por ser justos, a las personas nos agrada más convencer y persuadir a nuestros congéneres con buenas razones y emociones, que obligarles a actuar por temor o miedo. Las campañas y motivos electorales recurren a complejos procedimientos y soluciones que combinan los argumentos para convencer, las sensaciones para cautivar y los recelos para amenazar. En definitiva se trata de atraer hacia lo propio, con argumentaciones y pasiones, al tiempo que se repele lo ajeno con inquietudes y sospechas.

La política puede ser una ciencia y debe ser un arte. Y, según Susan Sontag, el arte es seducción, no rapto. Los motivos positivos, los que atraen hacia una opción política, son siempre superiores a los alegatos negativos, que pretenden movilizar por la espantada de lo otro. Una ventaja obvia es que al huir de otro partido desacreditado, puede que los electores no acudan hacia el denunciante; mientras que una llamada de afinidad logra directamente que los votos caigan en el saco propio.

El mismo Ortega y Gasset advirtió: “Es penoso observar que desde hace muchos años, en el periódico, en el sermón y, en el mitin, se renuncia desde luego a convencer al infiel y se habla sólo al parroquiano ya convicto”. Siglos antes, Antoine Tournier señaló que “Los partidos discuten, no tanto para convencerse, como para decirse mutuamente cosas desagradables”. Décadas después, en pleno siglo XXI, todavía abundan los partidos políticos que abusan de la intimidación, introduciendo un exceso de escepticismo y desconfianza en el electorado.

Un buen indicador de la fortaleza de una candidatura política es medir el grado de afirmación de su programa, sopesar la valoración positiva que hace de su opción y evitar la confrontación o negación de sus alternativas partidistas. Miguel de Unamuno reconoció que “A un pueblo no se le convence sino de aquello de que quiere convencerse; cuando creemos haberle dado una idea nueva, si la recibe, es que se la hemos sacado de las entrañas de su propio pensamiento, donde la tenía sin darse él mismo cuenta de ella”. El mismo William Shakespeare declaraba que “El amor no prospera en corazones que se amedrentan de las sombras”.

La verdadera gloria estriba en convencer, más que en vencer. Por eso, no se empieza a perseguir sino cuando se desespera de convencer. Algunos partidos, intuyendo que no pueden llegar a conquistar nuevas cotas de electorado, proclaman manifiestamente su impotencia apelando al “mensaje del miedo”, esto es, a señalar que los otros son peores que ellos. Es su perdición. Alejandro Dumas apuntó que “Es inútil combatir las opiniones ajenas; a veces se logra vencer en una discusión a otros, pero a convencerlos, jamás. Las opiniones son como los clavos: cuanto más se las golpea, más profundamente penetran”.

Elijamos partidos políticos que hablan de su programa, sin menospreciar o descalificar a los demás. La seducción es un reto a la inteligencia y a los sentidos. Prefiramos candidatos inteligentes que nos convenzan, que nos persuadan por sí mismos, no por repulsión de los demás. Optemos por la mejor de las candidaturas, no por aquellas que se presentan como la menos mala.
La opción óptima es la que no trata de imponerse a sus adversarios, ni siquiera de convencerles de que están instalados en el error, sino de unirse a ellos para buscar conjuntamente mediante el diálogo una verdad más elevada y compartida. Sólo así, bajo el liderazgo de los mejores líderes, lograremos la paz, la superación del conflicto vasco, la democracia, el bienestar y la justicia social que la ciudadanía de Euskadi se merece.