Cartas al sucesor

Se cuenta que en abril de 1976, cuando Harold Wilson hubo de ceder su cargo de primer ministro a su compañero de partido James Callaghan, dejó en un cajón tres sobres cerrados y numerados que su sucesor debía abrir por orden cada vez que se produjese una crisis. Tras la primera crisis, Callaghan abrió el primer sobre y leyó: "Échale la culpa a su antecesor". Después de la segunda, leyó: "Destituye al secretario". Y por fin, tras la tercera: "Prepara tres sobres,...".

La supuesta receta del líder laborista Wilson, quien debió retirarse inesperadamente por la deteriorada economía y la conflictiva situación en Irlanda del Norte, podría ser imitada por Aznar, dejando tres cartas con los "secretos" de la política del PP:

1º Échale la culpa de todo lo que salga mal al antecesor de tu antecesor, es decir, al PSOE. Aprende de desastres como el Prestige, imputables más que al gobierno, a la oposición por alegrarse de que ocurran.
2º Desmantela lo que quede del autogobierno vasco y explota el conflicto para ganar votos. Aprende del revoltijo entre los poderes ejecutivo, judicial y mediático con ayuda de los tontos útiles de la oposición para combatir al nacionalismo democrático.
3º Escribe las tres cartas para tu sucesor, eligiendo al más manejable de los candidatos, para que desde su debilidad gobierne con rigidez. Aprende de Fraga cuando me eligió, y aprende de mí cuando te preferí a ti.

Cárnicas malsanas

Crónicas Marcianas (The Martian Chronicles) fue una célebre obra de Ray Bradbury aparecida en 1950 y reeditada en castellano varias veces en la última década, lo que prueba su valor literario para los amantes del género en el que Bradbury siempre destacó: la ciencia-ficción. Existe un programa televisivo que adoptó irreverentemente el mismo título, pero que es representativo justamente de la categoría opuesta: la incultura-real. Esa supuesta variedad de ‘talk-show’ nocturno, no representa la visión de un marciano que intenta descubrir y entender lo que pasa en Celtiberia, sino que da pábulo al mantenimiento de la más indigna ordinariez con personajillos repelentes que serían anodinos hazmerreír de taberna, si no se les arropase por el manto de una audiencia televisiva manipulada y desmantelada que se aferra a lo más tirado y trillado: escuchar chismes relativos a majaderos irrelevantes excepto por su propia estupidez.

El director de CM, Javier Sardà, es un periodista de acreditada trayectoria en prensa, televisión y, sobre todo, en radio. Siempre recordaremos al entrañable Sr. Casamajor, su alter ego quien le acompañó durante años en una sorprendente proeza radiofónica. Lamentablemente parece que en su etapa de producción televisiva, descubrió la “piedra filosofal” de la franja nocturna en su ángulo más cutre, soez y chabacano. Cierto que CM no es responsable del bajo nivel cultural de la audiencia que realmente existe, y que Sardá no es un educador a quien paguen para formar ni para informar. Pero cabría esperar del talento y conocimiento del medio de un profesional como Sardá, otro tipo de ‘cocktail’ en una franja de entretenimiento que procurase además de espectáculo, diversión, imaginación e ironía, que siempre se agradecen, un fondo de análisis y crítica social sobre temas menos ramplones y con contertulios menos toscos. Quizá así contribuiría decisivamente a elevar el nivel cultural y de debate entre nuestra ciudadanía.

También cabe esperar de la cadena que mantiene esta programación, y que desgraciadamente se asemeja a otras en su nivel de telebasura, una búsqueda de audiencia frente a la competencia sin acceder a concesiones tan cárnicas y malsanas, donde triunfa el vergonzoso escándalo de eruditos en griteríos. La excelencia de la televisión, que para muchos es su único alimento intelectual, se mide no sólo por la cantidad de audiencia, sino también por su calidad.

Cordada familiar

Ella tenía 18 años y yo 20 cuando nos cogimos de la mano, y ya nunca nos hemos separado. Por nuestra cama de matrimonio, siempre la misma, han pasado varios colchones que siempre acaban cedidos a dos vertientes y con caída hacia el centro, lo que es muy recomendable para la estabilidad conyugal. El caso es que nos casamos casi sin casa y casualmente aparecieron los hijos: ella y él. Por algún extraño mecanismo de impronta, como los patitos siguen instintivamente a los patos, se han pegado a nosotros y nos persiguen a todas partes, veinte años después.

Los hijos, y sus conflictos continuos, también colaboran a la unión matrimonial, porque hacen falta dos aliados firmes para aguantar las tribulaciones del ataque filial. Los retoños han crecido y con su virulenta adolescencia también aumenta la capacidad de protesta continua, pero sin riesgo alguno de alejamiento. Se sublevan para ir de vacaciones con nosotros, pero se molestarían más si no les obligásemos a acompañarnos, eso sí, tras enviarles un mes a conocer tierras e idiomas lejanos y para que aprecien el refugio doméstico.

La familia es como una cordada de escalada: Ir atados a una soga común restringe la movilidad individual, pero otorga mucha confianza a todo el equipo. Como en una cordada, a veces hay que dar más cuerda a algún miembro díscolo, pero nunca se debe cortar del todo el cordón umbilical que une a toda la familia.

Los padres también sabemos que una cuerda no puede ser empujada desde atrás, sino que hay que tirar desde adelante para remolcarla. Los hijos aprenden directamente de los padres, no de lo que dicen sino de lo que hacen. Si perciben que el lazo entre marido y mujer es fuerte, ellos se vinculan a esa seguridad familiar. Un proverbio ruso dice que “La familia es una cuerda cuyos nudos nunca se deshacen”. Lo cierto, y todos lo sabemos, es que nuestra vida depende de aquellos con quienes convivimos familiarmente, y la felicidad reside básicamente en la calidad y en la calidez del hogar que nos acoge.

Carta abierta a los juristas


Excusen estas palabras propias de profanos en materia de Derecho, hablando únicamente como legos ciudadanos en nombre de la Justicia que también es patrimonio nuestro. Queremos expresarles primeramente todo nuestro respeto y admiración por su trabajo, que entendemos es especializado (como el de otros) y que a la mayoría de los mortales nos parece indescifrable y, a veces, alejado de la vida cotidiana. Este distanciamiento confiamos sea atribuible a complejidad de la materia en sí, y no a una deliberada voluntad de apartamiento, porque la Justicia (entendida como la verdad en acción) debe ser inteligible para servir al pueblo llano.

Ante la abundancia de pronunciamientos sobre diversas materias políticas, con una creciente presencia en los medios de comunicación escritos y audiovisuales, quisiéramos solicitar al aglutinado colectivo de juristas-divulgadores un especial énfasis en disociar su conocimiento jurídico especializado de su particular opinión política. Tomemos un caso concreto, a nuestro juicio paradigmático de un manifiesto abuso en nombre de supuestas leyes eternas y sacrosantas. En la Propuesta para la Convivencia del Lehendakari Ibarretxe, se están arguyendo motivos jurídicos espurios para NO DEBATIR UNA PROPUESTA POLÍTICA concreta, planteada pacífica y democráticamente y destinada a ser sometida a una consulta popular. Esto es tan ridículo como sería crear una barrera de especulaciones científicas o artísticas para declarar la invalidez de un planteamiento político, porque las ideas políticas son legítimas siempre que lo sean sus formas de difusión y convencimiento.

En una democracia, “cualquiera puede proponer libremente cualquier opinión política respetuosa con todos los derechos humanos, buscando su extensión y aceptación por la sociedad por medios pacíficos”. Y si esto no fuera posible, en ese lamentable caso, sobrarían todos los juristas. No pueden existir sino razones políticas para estar a favor o en contra de una oferta política, y queremos oír a unos y otros, sin que nos hurten el debate por extraños procedimientos en nombre de una “justicia con minúscula”, o en nombre de un texto legal por importante que sea. Las ideas políticas posibles caben o no en la Constitución, que es una ley marco revisable, mejorable y cuya modificación es tan aceptable como su mantenimiento o su derogación. O, ¿es que ahora lo que se interprete como anticonstitucional, no se puede ni plantear? ¿Ya no se puede predicar el republicanismo o la independencia? ¿Ni siquiera la adhesión sin es libre? ¿Dónde quedó aquello de que todas las ideas son defendibles por caminos de paz? Pronúnciense al respecto y dígannos algo claro.

Ustedes serán abogados, pero nosotros no somos abobados. Y perdonen el chiste fácil, pero corporativamente deben actuar para evitar el desprestigio de que algunos de sus miembros se aparten de su ámbito competencial. No permitan que se manipule y especule con fraudulentos argumentos jurídicos en materias puramente políticas. En democracia, el voto político de un jurista vale exactamente lo mismo que el de cualquier otra persona. Para refutar ideas políticas hacen falta argumentos políticos en un debate político que se dilucide democráticamente en las urnas, y sobran presiones de grupos o fuerzas armadas, así como falsas argumentaciones incluidas las pseudo-jurídicas. La justicia elimina los obstáculos para la paz, decía Tomás de Aquino. ¿Estamos de acuerdo, ilustres juristas?

Reyes, genes y leyes

Falta una pizca de coherencia con Letizia Ortiz. Mientras algunos radicales republicanos le exigen sangre azul y virginidad, los ultramontanos monárquicos enaltecen su nombre italiano, su origen plebeyo, su anterior boda civil, su divorcio y el de sus padres.

La lógica más elemental dicta que los monárquicos crean en la aristocracia y los demás consideremos que:
1º Si cualquiera puede ser reina, cualquiera puede ser rey (o presidente de la república).
2º Si el varón no debe prevalecer en la línea de sucesión por ser discriminatorio para la mujer, tampoco se puede priorizar a un apellido (Borbón o el que sea) porque es injusto para el resto de familias de la ciudadanía.

Conclusión evidente: Letizia puede perfectamente ser primera dama real o republicana, en nombre propio por sus méritos personales, o como consorte por cualquiera de sus matrimonios pasados o futuros.

Indeseado actor político

En los orígenes del teatro en la Grecia Clásica, los actores se fueron sumando paulatinamente a las representaciones. A medida que los dramaturgos incorporaron nuevos personajes, aparecieron los sucesivos actores destacados en escena, aparte del coro. Tespis inventó el primer actor o protagonista. Posteriormente, Esquilo concibe al deuteragonista (segundo actor), y Sófocles crea el tritagonista (el tercer actor). Eurípides añade, en ocasiones, un cuarto personaje que no habla. Conforme va creciendo el número de actores, se incrementan las posibilidades dramáticas y la acción se enriquece haciéndose más realista, pero se pierde el sentido ritual y religioso del teatro griego originario.

En nuestro panorama político hemos vivido en las tres últimas décadas una transformación similar en la comedia política. De la dictadura franquista con un solo poder omnímodo de tragedia tiránica, se pasó a una democracia “vigilada” de finales de los años 70, seguida de un proceso esperanzador de protagonismo de los pueblos y de la ciudadanía, con pluralismo político, prensa variada y separación de poderes. Sin embargo, la última legislatura del PP con mayoría absoluta empieza a parecer un sainete retrógrado en opinión de muchos, por la infiltración y connivencia de poderes que debieran ser celosamente independientes en una democracia. Resulta indeseable este cuarto actor judicial, que no habla pero coarta, para la ciudadanía (héroe protagonista), para los partidos políticos (deuteragonista) y para los medios de comunicación (tritagonista).

El Talmud decía: ¡Ay de la generación cuyos jueces merecen ser juzgados! Vivimos una triste época en la que se propaga sobre el escenario político una extraña sombra negra para acallar la expresión, el debate y el diálogo entre los únicos intérpretes sociales: la ciudadanía y sus legítimos representantes políticos. El fraudulento protagonismo creciente del poder judicial en la vida política resulta escandaloso, con actuaciones estrella de primera plana amañadas por el poder ejecutivo del momento. Sólo resulta más lacerante y penoso el indigno silencio de una prensa, mayoritariamente comprada o amordazada, que otorga y calla.

Lady Z

MaZinger cruzó el tiempo fugaz para reunirse con el Zorro. Entrecruzaron la espada con los puños voladores y se contaron con avidez su feroz zozobra: algún secuaz nos ha zampado nuestro matiz. ¡Qué gazuza: un zurdo sin ziz-zag y un forzudo sin mezcla Zeta! Zurcieron sus bocazas tozudas zambulléndose a ultranza en el zurrón de sus zurradas hazañas.

Mientras se enzarzaban en sus andanzas cazadoras, algún zalamero locuaz nos atizaba y zumbaba con la belleza de la moza, las masas alzadas, las mesas democratizadas, las misas rezadas en abrazo de la musa que otros azotaban por azuzar veloz su calabaza cual amazona avezada. ¡Sea en la Zarzuela feliz la zagala de faz azucarada y tez azabachada como zumo azul, luz vivaz de esperanza y veraz voz de paz!

Sexualidad y nacionalismo

El binomio escogido como cabecera puede resultar estridente, pero aún lo sería más si se hubiese escogido la terna de “sexualidad, religiosidad y nacionalismo”. Adelantemos sin preámbulos la idea a defender: El nacionalismo es una emoción humana, tan arraigada en la sensibilidad de la persona como pueda serlo la sexualidad, más instintiva si se quiere, o la religiosidad, más refinada históricamente. El nacionalismo es una poderosa pasión, que unos sienten y otros no, que unos cultivan y otros no, que unos reconocen y otros no, que a unos les sirve como un motor vital y a otros no,… exactamente como la sexualidad o la religiosidad. Estos sentimientos bien canalizados se han demostrado que generalmente contribuyen a la plenitud humana, aunque persista el riesgo de fanatismos y perversiones por excesos o extravíos.

El nacionalismo es una de las fibras, como el amor o la amistad, de las que está hecho el ser humano. Un componente, como las citadas expresiones del sexo y la religión, de mayor o menor trascendencia en cada individuo en particular, pero de los que convendría no negar ni su existencia ni su validez para quienes optan voluntariamente por un armónico desarrollo personal a través de su ejercicio. No se trata aquí de asemejar la religiosidad con la sexualidad, ni éstas con el nacionalismo,… sino de que se acepte la obvia existencia de este último, recordando cuando han negado y reprimido la sexualidad algunos credos o cuando se persiguieron las religiones por considerarse patrañas. Para cada uno de nosotros, la religiosidad, la sexualidad o el nacionalismo serán mucho, poco o nada importantes, pero existir ¡vaya si existen! y para otras personas (muchas o pocas) son potencias transformadoras. Es legítimo debatir sobre qué abusos de estos sentimientos son inadmisibles por los daños sociales o personales derivados, pero lo más absurdo sería pretender que no coexisten.

El nacionalismo no lo inventó Bismarck, ni Sabino Arana. No es “una alucinación inventada por un loco”. Y es que hemos llegado a un momento en el que se pregona un despropósito de tal calibre. La palabra "nacionalismo" proviene de nación, que, a su vez, deriva del latín “nasci” (nacer). El nacionalismo es un sentimiento natural de protección de los elementos simbólicos, sociales y culturales de una colectividad (lengua, historia, mitología, tradiciones,…), mucho antes que un movimiento político que puede invocar el derecho a una Nación propia con alguna forma de Autogobierno o de Estado. Por supuesto que a lo largo de la Historia, este impulso ha sido semilla de muerte y destrucción, como la guerra de Troya se inició por el amor de una mujer o las cruzadas e inquisiciones fueron desencadenadas por la religión. Pero este resorte humano, el nacionalismo, también ha elevado al hombre a la categoría de ser social, ha estructurado la tribu, la colectividad y es la base de cualquier democracia moderna actual. El proceso de humanización, de superioridad del ser humano se debe a su razón y a una óptima explotación de sus instintos básicos de conservación, de cuidado del grupo y de la especie, reconociendo y conduciendo su sexualidad, sus deseos de identidad personal y colectiva, sus ansias de pervivencia y trascendencia más allá de la muerte.

Despreciar el nacionalismo como algo caducado o propio de charlatanería localista, o como un tabú que no existe o no se puede interpretar, es tan insensato como sería hacerlo con la sexualidad o la religiosidad. Mantener que “el nacionalismo conduce a la estupidez o a la guerra”, es tan grotesco como sostener que la sexualidad o la religión son malsanas, en sí mismas y sin más precisiones. Un ser humano, y una comunidad humana, construyen su cosmovisión identitaria mediante un imaginario común, un entramado multidimensional donde “el cuidado de lo propio”, el nacionalismo, está presente y actuante.

No ridiculicemos un sentimiento humano tan hondo como la religión, el amor o la sexualidad. El nacionalismo no es un mito, y en todo caso como diría Lévi-Strauss "todo desciframiento de un mito es otro mito”. A pesar de que el nacionalismo ha quedado emparedado por las dos corrientes políticas dominantes del siglo XX que comparten un racionalismo economicista, liberalismo y socialismo, se puede pensar con la mente y también con el corazón, sin ser irreflexivos. Porque en el conflicto vasco-español, del que algunos niegan su existencia o la de un pueblo vasco, los más “antinacionalistas” son quienes han celebrado “Días de la Raza (Española)”, de la Hispanidad (Comunidad de Lengua) y los mismos que se sublevan en defensa de la ñ. Así pues, dejemos que dialoguen los argumentos y también la bondad de los corazones solidarios que comprenden cómo sienten los demás.

“El nacionalismo es frecuentemente la ideología de los aplastados”, según Gerd Behrens. Es una convicción que enraíza muy profundamente en una cualidad de la naturaleza humana. Aceptémoslo para avanzar hacia el acuerdo mediante el diálogo y el respeto mutuo. En este siglo XXI de la intercomunicación y de la globalización mundial que nos aboca hacia la uniformidad homogeneizadora, el nacionalismo rebrota como el calor del “hogar propio” en un planeta anodino. El nacionalismo se materializó en el pasado mediante conquistas en Imperios y en Estados, pero el progreso democrático ha purificado los elementos de sacralización, de belicosidad y de enfrentamiento para la autoafirmación autóctona, floreciendo un nacionalismo inteligente y moderno, cuyos primeros frutos en forma de nuevas Naciones pueden verse en la Unión Europea, en zonas tan desgarradas como los Balcanes o el Báltico. Muchos creemos que en Euskadi y en España, con arrobas de talento e imaginación, con comprensión y democracia, podríamos también abrir una modesta pero meritoria página en la cruenta Historia de la Humanidad, quizá incluso antes que en Irlanda, Flandes, Québec, el Sahara o Palestina.