Un muelle entre el agua y el cielo

Aparece la niebla en los días contradictorios,... para dejar paso a horas más despejadas,... hasta que cae la noche,... que revive con el alba de cada amanecer.

Poesía del día, mejorable pero sincera.

Costa, a toda costa

Aún a costa de lo que sea, mejor acostarse al costado de cualquier costa.

Cuando paseamos por alguna de nuestras costas, la cantábrica o la mediterránea, comentamos lo triste que sería vivir en Wulumuchi, la capital de la provincia china más extensa con 1.600.000 Km2, Xinjiang, que significa “nueva frontera” y fue el “Turquistán Chino” anexionado en el Siglo XVIII por la Dinastía Manchú.

Wulumuchi es el lugar terrestre más alejado de cualquier mar según los mapamundis, siendo preciso recorrer un mínimo de 2.400 Km. para alcanzar alguna costa marítima.
Vivir a orillas del mar, donde se escucha la risa multitudinaria de las olas del océano, es el mejor antídoto antitodo. Cualquier tosca costa, sea en forma femenina de playa o en forma masculina de acantilado, simbolizan al alba o al crepúsculo la unión del aire, el agua y la tierra.

Quienes nunca abandonamos la costa y dejamos a otros la alta mar o la tierra adentro, creemos que debería ser un derecho universal de todo terrícola el ver, al menos una vez, el mar desde una costa. Habría que organizar viajes para que todos los humanos comprendiesen qué es el mundo viendo las olas marítimas en un planeta como el nuestro que merecería llamarse Agua y no Tierra.

Promesas y compromisos

Churchill señaló: “De nada vale decir ‘Estamos haciendo todo lo posible’; hay que triunfar haciendo todo lo necesario”.

Dicen que la Política es el arte de intentar llegar al poder, mientras que Gobernar es el arte de resolver los problemas de una nación. Ambos verbos, gobernar y hacer política, suelen coincidir, pero no siempre. Todos sabemos la distancia que media entre las promesas electorales y los resultados de una gestión de gobierno. ¿Por qué existe tal abismo entre lo prometido por los partidos políticos y cómo actúan cuando toman el poder? ¿Cómo podremos saber si van a preocuparse realmente de nuestros intereses?

El primer paso serí desechar y desaprobar toda exageración política de los resultados esperables. De nada vale alimentar nuestras esperanzas mediante promesas irrealizables, para que luego se desvanezcan y ahondar así nuestra frustración. Está de sobra el exagerado optimismo de algunos políticos que, pensando que somos incautos, nos prometen “pleno empleo”, “viviendas para todos”, “erradicar la pobreza”, “eliminar la violencia” o “descontaminar el medio ambiente”. Además, frecuentemente desde la oposición y a la espera de alcanzar el poder, hablan solemnemente de mantener nuestro bienestar económico, llevar a la práctica nuevos programas sociales y, además, con presupuestos equilibrados, sin déficit ni aumento de la presión fiscal.

La ciudadanía en ocasiones se siente fascinada por cantos de sirena, lo que anima a alguna clase política a seguir entonando himnos triunfales. Todo cambiaría si fuésemos más los que respondiéramos a esta música celestial con bostezos y diciendo: “Muy bien, pero dennos plazos para la realización por fases de todo ello”. A los políticos de las promesas, debería juzgárseles por los resultados alcanzados y el grado de cumplimiento de objetivos concretados.

Un ardid habitual recurre a las palabras en lugar de los hechos. Los políticos han aprendido el arte del “pseudo-acto”, la promesa en formato de leyes. Aprueban leyes para satisfacer la opinión pública, pero después se incumplen de forma interminable. Los programas se formulan, para luego aprobarlos sin financiación adecuada, sin competencia legislativa o, incluso, con soterrado ánimo de incumplimiento parcial. Por tanto, debemos aprender a fijarnos en los resultados de resolución de los problemas sociales existentes.

Rechacemos la maraña de promesas electorales que no venga acompañada de plazos temporales y de la palabra del político de responder con el abandono de su cargo en caso de incumplimiento en el tiempo previsto. Ello aseguraría que resultase menos tentadora la técnica de la promisión a los aspirantes a cargos públicos. Los ciudadanos podríamos diferenciar cada vez mejor a los partidos según lo que realmente consiguen en la administración pública. No es que los partidos políticos sean mentirosos, sino que sólo enfrentándose con la fuerte presión de un electorado vigilante estudian, elaboran, verifican y replantean continuamente los programas dirigidos a solucionar nuestras necesidades más profunda mediante proyectos factibles con los recursos disponibles.

Mejor que acudir a los actos electorales de campaña de promesas, cursemos una visita a un centro público de educación y a un hospital público. ¿Sería mejor la educación con otros gobernantes? ¿La sanidad mejora la atención y recorta los plazos de espera? Facta, non verba (Hechos, no palabras). Racionalicemos nuestro aplauso -y nuestro voto- con esmero. Los mejores partidos son los que representan algo más que una simple maquinaria electoral; son aquellos que presentan soluciones verosímiles y practicables para solventar gradualmente los desequilibrios y las injusticias sociales.

Fomentemos la máxima participación de la ciudadanía en los asuntos públicos, y en la vida interna de los partidos para quienes deseen una intervención directa, aunque sea modesta. Para el bienestar de un Pueblo es mucho más eficaz la fiscalización ciudadana que la crítica indiscriminada contra todo lo político. No es complicado ejercer esa labor de inspección. La calidad de un partido o un gobierno se tasa por su preocupación en temas escolares u hospitalarios, o por su búsqueda de la paz como cuestión final del examen político; la medida de una Nación o de una Sociedad se evalúa estimando cómo cuida y protege a los más desvalidos. Así de fácil.


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Organizaciones jerarquizadas

"Un empleado ha de vivir tan cerca de sus superiores como del fuego; ni tan cerca que se queme, ni tan lejos que se hiele".
Siempre he creído...