Fábula animal de la política

La pluralidad política explicada como una manifestación social del darwinismo y las enseñanzas inducidas de esta interpretativa descripción.

Charles Robert Darwin tras estudiar medicina en la Universidad de Edimburgo, entra en la Universidad de Cambridge para convertirse en pastor anglicano. Después de graduarse en Cambridge a los 22 años embarcó en el HMS Beagle como naturalista sin sueldo, emprendiendo una expedición científica alrededor del mundo desde el 27 de diciembre de 1831 al 2 de octubre de 1836.

El 24 de noviembre de 1859 publicó su libro "El origen de las especies", donde recogía su teoría de la evolución y la selección natural y cuya primera edición se agotó el primer día de venta. En 1871 se editó "El origen del hombre", donde defendía la teoría de la evolución del hombre desde un animal similar al mono, lo que provocó gran controversia religiosa. En 1875 el teólogo Charles Hodge le acusó de ateísmo al negar la existencia de Dios por definir a los humanos como el resultado de un proceso natural en lugar de provenir de una creación divina directa. Aún hoy día, persiste este falso debate religioso-científico en algunos Estados de Australia y de los Estados Unidos (como Kansas), con partidarios de la acientífica teoría del creacionismo.

La ciencia ha comprobado que en un único ecosistema por la adaptación al mismo medio natural las distintas especies de organismos evolucionan y divergen en función de la herencia previa de caracteres adquiridos. Así surge la maravillosa y sorprendente diversidad biológica que acondiciona la anatomía y la morfología de cada taxonomía animal o vegetal. Merece citarse el caso paradigmático de la Amazonía que aún resta intacta, reuniendo el 50% de la biodiversidad mundial en flora y fauna, con más de diez millones de especies de insectos, tres mil especies de peces de agua dulce, mil especies de aves, 300 especies de reptiles, 324 de mamíferos entre ellos más de 30 especies de monos,… Estas miríadas de variedades orgánicas se interrelacionan en una cerrada interdependencia, de frágil equilibrio mutuo, y son el supremo espectáculo vivo de cómo se puede responder de forma miscelánea al reto de sobrevivir armónicamente sobre un mismo territorio.

En política podríamos extrapolar este fenómeno. En una misma sociedad cada miembro de la ciudadanía evoluciona responde por adaptación a los mismos problemas en función de su herencia sociocultural, de su posición ideológica familiar previa y del segmento sociológico de su entorno más próximo. Aunque las personas estemos dotadas individualmente de una capacidad de raciocinio y de sentimiento, la perspectiva desde la que contemplemos la misma realidad social es determinante para componer la conclusión final que obtenemos subjetivamente. Así, resulta fácil comprender que otras personas, con diferentes circunstancias, hayan decidido preferir opciones políticas o ideológicas discrepantes con las nuestras, pero igualmente legítimas y respetables.

En las democracias la evolución de la especie humana, por adaptación inteligente y fraternal, ha sabido compatibilizar la pluralidad política como un reflejo elevado de la biodiversidad, superador de simplificaciones como los “falsos determinismos darvinianos”, que sólo admite la supervivencia de los más fuertes por la fuerza bruta.

Hemos de aprender aún más de la complejidad de los seres humanos, múltiples en razas, colores, credos, idiomas y culturas, para coexistir simbiótica y ecológicamente desde la diversidad máxima que hace que cada ser humano es único y, al mismo tiempo, comparte una universal voluntad común de convivencia en libertad y en equidad.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/animal.htm

Leguemos una herencia positiva

"Hay dos tipos de personas: los que pasan por la vida sin dejar huella y los que la dejan. Entre los segundos, los que pueden crean y los que no siendo capaces de tanto, destruyen".
Opinamos muchos...
Mikel Agirregabiria Agirre

Herencia paterna

Unos heredan una casa o unas tierras, otros un negocio familiar, algunos incluso un reinado, pero nuestro padre nos dejó el mejor legado.

Supongo que nuestro padre, alguna vez, quiso ser próspero. Sus diversos oficios, algunos proyectos de negocio, así lo acreditan. Pero siempre tuvo una endiablada capacidad para eludir la fortuna, a pesar de su demostrado y denodado esfuerzo. La prematura muerte de nuestra madre, tras una larga enfermedad, tampoco ayudó. Nuestro padre supo entonces, con un magistral criterio probablemente surgido de sus convicciones religiosas, otorgarnos la mejor de las herencias a todos y cada uno de sus hijos. Ahora, con la perspectiva que nos dan los diez años transcurridos desde su muerte, podemos reconocer fielmente el regalo de su legado.

En nuestra infancia nos preparó para ser jóvenes, y en nuestra adolescencia nos mostró el camino para ser adultos. Nuestro padre nos enseñó a enfrentarnos con el mundo existente, a afrontar la vida real con su ineludible tributo de dolor, pero con su dosis de gozo y esperanza. Nuestro padre supo hacernos ricos, pero no por darnos todo, sino por enseñarnos a necesitar lo menos posible. Nuestro padre nos convirtió en triunfadores, pero no por asegurarnos el éxito, sino por mostrarnos cómo se aprende de cada fracaso.

Nuestro padre logró que entendiéramos desde muy pequeños que nuestro futuro dependía esencialmente de cada uno de nosotros, de nuestro esfuerzo individual y del apoyo que pudiéramos prestarnos en el seno familiar. Gracias a ello crecimos imbuidos en un fuerte espíritu de firme respaldo encontrado en todos nuestros parientes. También supo inculcarnos el amor a los libros, primera y decisivamente a los libros de texto. Luego a los libros infantiles (Julio Verne, Enid Blyton,…), luego a los libros condensados y de divulgación, a las novelas, y a toda la literatura finalmente.

Pero lo mejor fue su ejemplo de bondad natural, que nos mostró cómo ser feliz viviendo con sencillez y siendo generoso con todos. Su habilidad para educar hijos no me ha sido traspasada. Reconozco que he malcriado y consentido en exceso a mis propios hijos. No supe contagiarles tan espontáneamente esa voluntad de trabajo que nuestro padre supo infundirnos con su ejemplo vital. Afortunadamente en ellos reside mucho de la energía de sus abuelos y de la inteligencia de sus abuelas. A pesar de las indulgentes y laxas enseñanzas con las que mi esposa y lo les hemos mimado, parece que han sabido encontrar ese motor vital que distingue a quienes saben conducir, construir y compartir su vida con valores trascendentes.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/paterna.htm

¿Quién lee a Virginia Woolf?


Dos “films de culte” para recordar a quien, junto a James Joyce, más ha aportado para configurar la estructura de la novelística contemporánea.

El día 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf, se suicidó rellenando con piedras los bolsillos de su abrigo y adentrándose en el río Ouse cercano a su casa. Posiblemente quiso provocar, como le dijo una vez a su amiga Vita Sackville-West, "la única experiencia que nunca podré describir".

Enferma de una depresión crónica, dejó dos postreras notas. La dedicada a su marido explica la razón de su fatal decisión: Queridísimo: Tengo la certeza de enloquecer nuevamente, siento que no podremos enfrentarnos a esos terribles momentos. Y esta vez no tendré recuperación. Empiezo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que voy a hacer lo que me parece lo mejor. Tú me has dado la máxima felicidad posible. No puedo pensar en dos personas que hayan podido ser más felices hasta que llegó esta terrible enfermedad. Ya no puedo luchar contra ella,... Todo se me ha escapado menos la certidumbre de tu bondad

Su nombre de soltera era Adeline Virginia Stephen, y había nacido el 25 de enero de 1882 en Londres. Jamás fue a la escuela y todos sus estudios los realizó en su hogar, aprovechando la nutrida biblioteca de su acomodado padre victoriano. Tal vez influida por la valoración negativa de su progenitor, Virginia duda inicialmente de su capacidad como escritora. Pronto decide superar su destino femenino programado, que en su época se limitaba al matrimonio y a la maternidad. Así convierte a la escritura en el "supremo alivio y la peor condena".

Resulta imposible sintetizar su biografía y, menos aún, su obra (de libre acceso en Internet). Pero dos laureadas películas (entre varias) han contribuido a popularizar a esta feminista escritora británica, cuya descriptiva técnica poética elevó el monólogo interior de sus personajes a la cumbre de la literatura universal. El primer filme “¿Quién teme a Virginia Wolf?” dirigida por Mike Nichols en 1966, con Elizabeth Taylor y Richard Burton de protagonistas, divulgó el nombre y la obra de la novelista sobre un texto teatral de Edward Albee.

La segunda extraordinaria película se titula “Las horas”, dirigida por Stephen Daldry y basada en una novela del pulitzer Michael Cunningham con una irreconocible Nicole Kidman, perfectamente caracterizada como Virginia Woolf. Funde tres épocas, tres historias y tres mujeres. Destaca la narración primaria con la vida de la novelista hacia 1924, cuando residía en un suburbio de Londres y luchando contra la locura, comienza su primera gran novela, La Señora Dalloway (léase en larioja.7host.com/rinconlit/woolf.htm). Al igual que el Ulises de James Joyce, se desarrolla en una sola jornada, con puntual indicación horaria marcada por el tañido del Big-Ben (los círculos sombríos que se disuelven el aire), mediante una narrativa 'radial y no lineal', que se deriva en múltiples direcciones.

Virginia Woolf representa un hito crucial en la literatura inglesa. Su titánica lucha desde el intimismo y espontaneidad de su obra es un canto que pregona la excelsitud de todas y cada una de las personas. Desde su feminidad reivindicada (‘Cuando una mujer se pone a escribir está deseando alterar los valores establecidos’, o ‘las mujeres han servido todos estos siglos como espejos mágicos que poseían el delicioso poder de reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural’), supo descubrirnos a toda la humanidad verdades grandiosas, como “La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata” y, sobre todo, “Ninguno de nosotros está completo en él solo”.

Cada vez que leemos a Virginia Woolf descubrimos nuevas dimensiones de nosotros mismos, los ignotos seres humanos. Tras sus novelas aflora siempre una corriente de vida que fluye incontenible: "Yo utilizo a mis amigos más bien como lámparas: veo que ahí hay otro campo: con tu luz. Allí, una colina. Así ensancho mi paisaje,…".