Enfado desenfadado

©Mikel AgirregabiriaVivimos tiempos donde abundan los resentidos descomedidos. Pero el problema tiene solución.

Parece que el mundo entero está enfurruñado: los políticos discuten y sus seguidores se aborrecen; los ricos se enojan y los pobres padecen; los viejos critican y los jóvenes protestan. Todos están disgustados y molestos por todo lo que los demás hacen o dejan de hacer. Cada día crece el malestar y se duplica el resentimiento.

La humanidad entera parece levantarse enfadada e ir incrementando su irritación a lo largo del día. La gente se enfada en el trabajo, en el coche, en la calle y en casa. Nos enfadamos con la familia, con los amigos, con los vecinos y con todos aquellos que nos rodean. La vida se hace demasiado corta para soportar tanto enfado.

La clave para remediar esta plaga se descubre con una pregunta básica: ¿Con quién estamos enfadados? Porque el enfado no proviene de aquéllos a quienes se lo atribuimos. Su causante no es quien nos engañó o defraudó, sino nosotros que nos dejamos embaucar. No nos enoja quien nos censura o menosprecia, sino nosotros al reconocer que las críticas son merecidas.

El promotor de todo enfado no vive muy lejos. Realmente sólo nos enfadamos con nosotros mismos. A veces depositamos demasiadas esperanzas en nosotros mismos, y luego la frustración nos incomoda. En demasiadas ocasiones tras aceptar sólo nuestro criterio, surge la rabieta por el fracaso de un consejo propio. Proyectamos hacia los demás la razón de nuestro descontento, cuando realmente se ha construido casi por entero en nuestro interior.

Hay demasiado enojo en el mundo. Hay excesiva insatisfacción con nosotros mismos. Hemos de educarnos para apreciar en todo su valor lo que verdaderamente somos y lo mucho que podemos hacer, sin crearnos falsas expectativas desmesuradas. La persona sensata y cabal jamás se enfada. La sabiduría enseña a no irritarse y a reír…se de uno mismo. Porque nadie es más ridículo que cuando se enfada… consigo mismo. He ahí el antídoto del enfado: la risa. ¡Abre el ojo, y te ahorrarás enojo!

Versión web: mikel.agirregabiria.net/2005/enfado.htm

Diario subsidiario

©Mikel Agirregabiria¿No sería mejor escribir cada día una crónica de lo que pudo ser, pero no fue? Optemos en lugar del consabido diario-testimonio por un prometedor diario-testamento.

Si descartamos a las memorias autobiográficas, escritas al final de la vida de alguna personalidad, existen dos tipos de “diarios personales”: I) Los diarios íntimos que escriben personas anónimas, destinados a su lectura futura por un circuito reducido compuesto por el mismo autor y, quizá, por gente próxima de su entorno de familiares o amigos. II) Los diarios históricos, que provienen de los primeros cuando alcanzan suficiente valor literario, fundamentalmente por ser testimonios relevantes de una época, como el “Diario de Ana Frank”.

Como sugerencia, proponemos un tercer tipo adicional de “Diario Alternativo”, que podría ser de gran ayuda en nuestra vida para aprender de nuestros frecuentes errores. Recogería cotidianamente las disyuntivas a nuestro comportamiento, en aquellas acciones o actitudes que fueron mejorables. Escribiríamos en dos columnas: A la izquierda, lo que hicimos, bajo el título de "Pasado"; a la derecha, lo que pudimos haber hecho de modo superior, bajo el epígrafe de “Futuro”. Por ejemplo: “Ayer, en una comida con personas relevantes me saludó un viejo amigo, a quien no le presté toda la atención que merece. // De hoy en adelante, dedicaré a mis buenos amigos toda la cortesía debida y les presentaré con todos sus méritos ante los interlocutores con quienes coincidamos”.

Así venceríamos el riesgo que predecía el escritor Ambrose Bierce: “Un diario íntimo es la relación cotidiana de la parte de nuestra existencia que podemos contamos sin enrojecer”. Como sugirió el dramaturgo George Bernard Shaw: “Algunas personas ven las cosas como son, y se preguntan: ¿Por qué? Yo sueño cosas que nunca fueron, y me pregunto: ¿Por qué no?”.

El mundo puede cambiar,… con la premisa de que “Alguien tiene que hacerlo. ¿Por qué tú? Alguien tiene que hacerlo. ¿Por qué no yo?“, como apuntó Miguel de Unamuno. Si nos ponemos en el lugar de los otros, veremos que a nosotros no nos gustaría que nos hiciesen lo que hacemos ocasionalmente, pero casi todos los días. La famosa diva Tallulah Brockman Bankhead decía que “las muchachas buenas son las que escriben diarios personales; las malas nunca tienen tiempo”. La mayoría diariamente incurrimos en errores que podemos corregir con un “diario subsidiario”, que será tanto más breve cuantos menos desaciertos cometamos. El sabio pacifista Mahatma Gandhi sugería: “La gente se arregla todos los días el cabello. ¿Por qué no el corazón?”.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/subsidiario.htm

Manzanas famosas

©Mikel AgirregabiriaLa Oda a la Manzana de Neruda, “... quiero ver a toda la población del mundo unida, reunida, en el acto más simple de la Tierra: mordiendo una manzana”. Sigamos su ejemplo. A propósito: ¿Cuántas manzanas famosas conocemos?

Muchos confiamos en ese refrán de “una al día, la manzana sana”, porque es un proverbio que existe en muchas lenguas, con expresiones tan diversas como halagüeñas tales como “una manzana cada mañana, aparta al médico de la cama”. Después de la cena, el mejor cepillado de dientes es comerse una manzana, una solución naturista inmejorable. Además la manzana es rica en minerales, vitaminas, azúcares y fibras, proporciona sensación de saciedad que evita la obesidad y es de reconocido valor para combatir el colesterol, así como tónica para la circulación e inhibitoria del cáncer.

Siendo el manzano el árbol frutal más extendido a escala mundial por su facilidad de adaptación a diferentes climas y suelos, y siendo su cultivo tan antiguo como la humanidad agrícola, la manzana puede ser apreciada con distintas elaboraciones, desde bebidas como la sidra, el txakoli, o el vinagre de manzana hasta como ingrediente básico de tartas de manzana, manzanas caramelizadas, compotas, membrillos, zumos o mermeladas. Pero para “estar sano como una manzana”, la forma suprema de la saludable manzana es fresca y con piel bien lavada. Además la manzana cruda se conserva sin necesidad de frío, se puede transportar fácilmente sin aplastarse y se puede mordisquear sin mancharse ni de interrumpir otras actividades simultáneas.

Sólo los incontables méritos y referencias culturales de la manzana pueden igualarse a sus abundantes cualidades medicinales y gastronómicas. Comamos una Reineta en ocho bocados mientras repasamos la historia literaria a través de ocho célebres manzanas.

1ª) Manzana de Eva. Fue elegida para simbolizar el pecado original, convirtiéndose en la imagen bíblica de la tentación, según la tradición cristiana, si bien el Génesis no cita expresamente que fuese una manzana el fruto prohibido que provocó la expulsión del ser humano del paraíso. Mark Twain señalaba jocosamente que “El error fue prohibir la manzana. Adán se comió la manzana porque estaba prohibida. Si Dios hubiese prohibido la serpiente, Adán se hubiera comido la serpiente”.

2ª) Manzana de Afrodita. En la mitología griega, aparece nuevamente la áurea “manzana de la discordia” dedicada a la mujer más bella, puesto que se disputaron Hera, Atenea y Afrodita, diosa del amor que finalmente fue la designada, no sin provocar la Guerra de Troya. Todo empezó cuando Tetis y Peleo celebraron sus bodas, invitando a todos los dioses, excepto a Eris (la Discordia). Ésta, furibunda, arrojó una manzana que llevaba inscrito en su cáscara: “Para la más hermosa”. Las diosas se pelearon por la manzana y Zeus determinó que fuera un mortal, el príncipe Paris de Troya, quien señalara a la más bella. Hera le prometió a Paris la conquista de toda Asia si la señalaba como la beldad; Atenea le aseguró que lo haría sabio e invencible; Afrodita le prometió el amor de la mujer más bella, de modo que un seducido Paris le entregó a la diosa del amor la manzana funesta. Cuando Afrodita guiaba a Paris hacia Esparta, donde vivía la mortal más hermosa, Helena, las desairadas Hera y Atenea fraguaron una venganza terrible inmortalizada en La Ilíada.

3ª) Manzanas de las Hespérides. También es memorable el jardín mítico de las bellas ‘Ninfas del Ocaso’ que vigilaban un huerto mágico de árboles con manzanas de oro que otorgaban a sus poseedores la vida eterna.

4ª) Manzana de Guillermo Tell. El héroe más popular del folklore suizo, obligado por el invasor austriaco Gessler al negarse a inclinarse ante su sombrero colgado en un poste de la plaza, hubo de disparar su ballesta contra la manzana colocada sobre la cabeza de su hijo menor Walter.

5ª) Manzana de Isaac Newton. Lord Byron escribió sobre una anécdota del mayor físico y científico de todos los tiempos: “Newton vio caer una manzana, y entonces... descubrió una forma de probar la rotación terrena en un remolino del todo natural, llamado gravitación. Y así, desde Adán, ha sido el primer mortal que pudo coger una manzana o una caída”.

6ª) Manzana de la Isla del Tesoro. Robert L. Stevenson narra en su pasaje más emocionante cómo el joven protagonista Jim Hawkings, embarcado en la expedición a una isla desconocida en busca del mítico tesoro del capitán Flint, escucha al malvado Long Silver John desde el barril de manzanas (siempre previsto para largas travesías por los antiguos navegantes). Recordemos su relato: “Tuve que meterme en el barril para poder coger una manzana, ya que sólo quedaban unas pocas en el fondo. Me senté en aquella oscuridad para comérmela, y, por el rumor de las olas o el balanceo del barco, el hecho es que me adormecí. Entonces noté que alguien, y debió ser alguno de los marineros más corpulentos, se sentó apoyando su espalda en el barril, lo que dio a éste un violento empujón. Me despejé de golpe y ya iba a saltar fuera de la barrica, cuando un hombre, cuya voz me era conocida, empezó a hablar. Era Silver, y no bien escuché una docena de sus palabras, cuando ya ni por todo el oro del mundo hubiera dejado de permanecer escondido, pues no sé qué fue más fuerte en mí si la curiosidad o el temor: aquellas pocas palabras me habían hecho comprender que las vidas de todos los hombres honrados que iban a bordo dependían únicamente de mí…”.

7ª) Manzana de Blancanieves. Hasta los hermanos Grimm eligieron esta fruta como la pieza envenenada que la malvada bruja utilizó para intentar acabar con la belleza de Blancanieves.

8ª) La manzana de Turing. El conspicuo físico Alan Turing se suicidó comiendo una manzana emponzoñada con cianuro potásico, perseguido por su condición de homosexual en la Inglaterra de los años 50, y obligado a seguir un tratamiento hormonal con estrógenos que le destrozó física y espiritualmente. Este científico, pionero de la Inteligencia Artificial, había contribuido decisivamente a que los Aliados ganasen la II Guerra Mundial al descifrar el código secreto nazi generado por la máquina Enigma. Su apellido es universalmente conocido por la sencillez solemne de su artículo más famoso (“Computing machinery and intelligence”, de 1950), donde establece su regla de oro para atribuir inteligencia a los ordenadores, en el denominado “test de Turing”.
Este recorrido literario e histórico, con la manzana como protagonista, reafirma que las cosas más sencillas también pueden ser sublimes. Acertadamente, otro físico y celebérrimo divulgador como Carl Sagan afirmaba: “Para hacer una tarta de manzana, primero tienes que crear un universo”. ¡Ah, y en tanta manzana no olvidemos la de Apple!
Artículo ilustrado: mikel.agirregabiria.net/2005/manzanas.htm

La infancia es un país completo…

Algunos de mis primos y yo. ©Mikel AgirregabiriaLa propia infancia es un país, o, al menos, debiera serlo; lástima que, al crecer, perdamos la nacionalidad...

Los años de la niñez son para cada uno de nosotros los tiempos más fabulosos de la historia. He vivido intensa y constantemente en el recuerdo de mi propia infancia, siempre presente en mi alma. Con el transcurrir de los años, he llegado a tres conclusiones, que quisiera compartir con los supuestos lectores que en algún sitio pudieran aparecer.

1ª) La propia infancia es un país plagado de difuntos presentes. La mayoría de los personajes con los que convivimos en nuestra niñez han ido desapareciendo gradualmente. Mis bisabuelos Isabel y Pedro, mis abuelos, mis padres, y otros muchos de quienes más aprendí habitan ya entre las estrellas del cielo. El peso de los grandes protagonistas infantiles persiste en nuestra memoria, tanto más vigentes cuanto más etéreos.

2º) La propia infancia es un país cargado de vivencias. Las experiencias más significativas y decisivas se producen en las edades más tempranas. Los sucesos se aceleran y atropellan en nuestros primeros años; a menudo, sin que puedan ser entendidos en su momento por quienes los vivimos y los aceptamos como inevitables. Esas vivencias moldean crucialmente nuestro espíritu.

3º) La propia infancia es un país rebosante de claves. La vida paulatinamente nos descubre las soluciones que explican lo que nos asombró durante la inocencia de nuestra niñez. La existencia va adquiriendo su significado progresivamente. El descubrimiento de los secretos y la magia del aprendizaje son máximos en las etapas incipientes; luego el escepticismo y, lo que es peor, la indiferencia se van apropiando de nosotros.

Por todo ello, muchos reivindicamos el retorno a los valores de la infancia, a los hallazgos propios de la niñez. No es nuevo el mensaje de la infancia como la patria común de todos los mortales. Antoine de Saint-Exupery señaló que “la infancia es la patria de todos los hombres”. Más matizadamente, Georges Bataille apuntaba que “la literatura es la infancia al fin recuperada”.

Otra conclusión también se deriva: La trascendencia de la educación infantil y primaria. Y necesariamente a través de educadores que coincidan con el pedagogo suizo Edouard Claparede, cuando sentenció que “todo el sentido que se da a la educación depende del significado que cada uno atribuya a la infancia”. De ahí la necesidad de que todos los adultos, pero especialmente quienes somos padres o educadores, interpretemos debidamente la etapa de la infancia. Con la misma atribución que otorgamos a nuestra propia niñez, desde la percepción más personal.

Sólo así descubriremos que la razón última es que “la infancia es un país repleto de amor”, ese deseo de imitación divina. El escritor Gilbert Keith Chesterton relataba: “Dios crea cada margarita separadamente, y nunca se cansa de forjarlas. Puede ser que Él tenga el apetito eterno de la infancia. Porque nosotros hemos pecado y envejecemos, pero nuestro Padre es más joven que nosotros”.

Un proverbio turco asegura que “el amor devuelve a los viejos sabios a la infancia”. Otros sugieren que el amor no envejece nunca,… muere en la infancia. Una razón más para perseverar en los valores infantiles de la incansable pasión por el juego, por la amistad y por el afecto. Hagamos que nuestra vida contradiga ese pesimista presagio que insinúa: “la infancia es una eterna promesa que nadie jamás mantiene”.

Versión final: mikel.agirregabiria.net/2005/infancia.htm