Si sabes leer, y lees, todo es posible.

Enseñar a leer, tal será el solo y verdadero fin de una educación bien entendida. Que el lector sepa leer, y todo se salvará.

Detener el tráfico peligroso

Tras un largo recorrido en coche se sugiere una fórmula que frenaría las altas velocidades en las autopistas.

Viniendo desde el Mediterráneo al Cantábrico, hemos observado algo habitual para cualquier viajero de largo recorrido. Un lujoso deportivo nos ha adelantado arriesgadamente a una velocidad superior a 180 km/h. A esa velocidad en medio de La Mancha muchos automovilistas hemos sido testigos de su temeridad. Al cabo de un rato, le hemos visto detenido en el arcén siendo multado (según las tarifas actuales con 200€ si le han medido hasta 186 km/h y sólo 140€ si iba a menos de 163 km/h). Pocos minutos después y apenas unos kilómetros más adelante, nos ha vuelto a pasar a todos a la misma imprudente velocidad.

Para algunos irresponsables pagar unos euros no es suficiente penalización (quizá lo sea la futura pérdida de puntos). Pero si junto a la multa se le impusiese una inmovilización temporal de dos o cuatro horas (con un control por GPS de obligada devolución en una delegación de tráfico), con un llamativo cono en el techo que indicase tal correctivo, seguro que muchos se lo pensarían mejor cuando tratan de ganar unos minutos en una carrera que pone en peligro sus (y nuestras) vidas. Sería una sanción ejemplarizante para recordar que la prisa conductora causa miles de muertos y heridos. Versión .DOC para imprimir



Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/crash.htm

Ella debió elegir

Un relato de ficción que realmente sucedió. El drama no fue elegir entre el bien y el mal; ni entre dos males; sino el mejor pretendiente entre todos.

Ella apareció. Cuando nosotros pensábamos que el amor era una entelequia romántica, ella surgió en medio del grupo. Todos entendimos que ella era la mejor demostración de que el amor existe, porque toda ella era amor.

Ella nos enamoró a todos, hasta el delirio. Perdida, irremediable, absolutamente. Poco a poco comprendimos que el hechizo era fatídico, porque sólo uno podía ser el elegido. Y cada uno sabía que, seguramente, otro la haría más feliz. Así que tan pronto como la conocimos, la desesperación acompañó a la pasión. Supimos que nuestro gran amor jamás sería nuestro.

Ella se quiso ir, sin elegir. Porque también ella vio nuestro amor y nuestro dolor. Prefirió no acrecentar aquella insoportable desazón, prefiriendo a uno sobre los demás. Pero no lo aceptamos, tal era nuestro amor. Sólo escogiendo a uno de nosotros, los restantes podríamos superar la pérdida.

Ella aceptó que había de elegir. Y quería escoger, mas sin ofender a los no elegidos. Ella nos amaba a todos,… como amigos. Pero su corazón ya había decidido. Nosotros no lo entendíamos, y aún hoy seguimos sin comprender cómo elige una mujer.

Ella eligió por nosotros. No cabía otra fórmula. La disputa entre nosotros sería baldía, si ella no lo resolvía. Sólo ella podía resolver aquel enigma, aquella intriga que el alma nos deshacía.

Ella eligió. Por descarte, nos pareció, erróneamente. Ella habló, por separado, con cada uno de nosotros. Cuando llamaba y pedía conversar a solas, sabíamos que habíamos sido desechados. Sólo nos quedaba estar con ella, aquellos minutos finales, mientras se desvanecía para siempre la esperanza de ser el elegido y caíamos al abismo.

Ella no eligió a quien más admiraba. Porque la admiración está reñida con el amor, porque es amor congelado. El carisma es un sentimiento que abruma, pero no enternece. La admiración alaba, pero el amor es mudo. Así se lo comunicó ella al más venerado. Él lo aceptó.

Ella no eligió por su bien. Porque el interés sólo degrada el amor. El amor nace de dentro, nunca del cálculo o de la conveniencia. Así se lo declaró ella al más poderoso. Él lo aceptó.

Ella no eligió por vocación, como se elige la profesión, pero no el amor de nuestra vida. Así se lo declaró ella al más amigo, al más semejante, al que parecía su hermano. Él lo aceptó.

Ella no eligió por compasión. Porque por piedad se miente, pero no se quiere con la efusión de un gran amor. Así se lo declaró ella al más necesitado. Él lo aceptó.

Ella descartó igualmente al más fuerte, y al más alto, y al más popular, y al más guapo, y al más joven, y al más experto, y al más alegre, y al más simpático, y al más ocurrente, y al más preparado. Los grandes candidatos, los perfectos, sorprendentemente quedaron apartados.

Ella eligió al fin. Ella eligió vivir. Ella eligió así. Ella eligió al más enamorado, al más entregado, al más fiel, al más atento, porque era el más indicado. Elegir es imaginar. El gran amor de ella proyectó cómo sería la convivencia, fraguó cómo sería el futuro conjunto, y cómo sería nuestra descendencia. Versión .DOC para imprimir



Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/ella.htm