Premisas educativas

Una buena enseñanza nos ayudará a sobrevivir en el mundo; una gran educación nos impulsará a mejorarlo.

Cuatro premisas educativas bien conocidas por el profesorado y que, quizá, puedan contribuir a guiar mejor la acción de las familias.

Buenos ejemplos. No se transmiten conocimientos mediante consejos de nuestras cabezas a sus mentes; sólo se trasladan entusiasmos y voluntades mediante ejemplos vitales desde nuestros corazones a sus almas.

Saber compartido. La educación es un bien extensible, que compartiéndolo se amplía, que se propaga sin menguar y que prende en las personas como el fuego que se comunica sin apagarse. Una vela no pierde su luz por compartirla con otra. Metáfora de cómo diferenciar átomos (materia) y bits (conocimiento). No hay mejor enriquecimiento que compartir el conocimiento.

Efecto Pigmalión. Cabe esperarlo todo de cada alumna y de cada alumno. Hemos de actuar como si estuviésemos ante un caso único y excepcional en todas las ocasiones, porque exactamente es así. "Los sueños están hechos de nada... La realidad comienza con nada...".

Crear líderes. No debemos preparar a los más jóvenes para sobrellevar el mundo actual, ni para aprovecharse de esta atribulada y agridulce realidad. Educamos para recoger lo válido del pasado y preservarlo, para detectar lo inacabado del presente y concluirlo, y para perfeccionar la sociedad y la época que nos ha tocado vivir.

La vida es tan corta y el arte de vivir tan difícil que, cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. La única solución es la transmisión del conocimiento a través de la educación. La educación nos hace ser como somos y como seremos. El esfuerzo por mejorarse es lo más significativo de una persona. Al fin y al cabo, sólo somos lo que hacemos por cambiar lo que somos.

Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2006/premisas.doc

La organización Wallenda

Los equipos de trabajo podrían aprender mucho de los mejores acróbatas de la historia.

Los Wallenda Voladores” fueron una saga de funámbulos que marcaron el techo artístico de los trapecistas de circo, algunas de cuyas últimas generaciones siguen en activo. Durante años pasearon su lograda consecución de la perfección que puede alcanzar un grupo humano mediante el entrenamiento, la coordinación, la voluntad y el valor. Su espectáculo tuvo una resonancia planetaria y su excelencia merece ser analizada como paradigma de conjunción interpersonal, que podrían ser referenciales para los muy variables modelos de empresas, instituciones y organismos.

Su pirámide de siete equilibristas en tres niveles nunca fue superada. Visualiza una representación perfecta de niveles organizativos, donde cuatro porteadores en dos parejas con una barra soportada por sus hombros, sostienen a los dos trapecistas del nivel medio unidos por una última traviesa donde se mantiene la trapecista máxima… cuyo equilibrio depende de sí misma… y del de sus dos porteadores… que se afianzan sobre la base de los cuatro porteadores de base… sobre un fino hilo de acero sustentado en el vacío. Además, no se trata únicamente de mantener el equilibrio interno, sino de hacer avanzar a este grupo sincronizadamente, sabiendo que si algo falla se precipitarán hacia una muerte segura, como sucedió aquel trágico 30 de enero de 1962.

Un mensaje destaca de la metáfora de los Flying Wallendas: Quien figura en la parte más elevada y visible del equipo, quien dispone de una visión más alta y sobresaliente, quien parece reunir más mérito y relevancia,… en realidad, es el más dependiente de su nivel inferior, que a su vez depende ineludiblemente del nivel anterior, y a sí sucesivamente. Para que una organización no se desmorone es preciso asegurar una buena comunicación interna, ordenada en los niveles contiguos, bidireccional (ascendente y descendente), así como una percepción lúcida de todos los componentes de saber que forman parte de un mismo proyecto con certidumbre en la consecución de los objetivos compartidos.

Versión para imprimir: mikel.agirregabiria.net/2006/wallenda.doc