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La política como Deus ex machina

La política no puede ser la única esperanza de solución para una humanidad necesitada de salvación.

‘Deus ex machina’ es una expresión latina, traducción de la locución griega απó μηχαυης Θεóς (apo mikhanis theos), que significa un dios surgido como por arte de magia, como se conocía en el teatro clásico la súbita aparición en escena de una deidad, que venía literalmente volando a rescatar prodigiosamente a los protagonistas de alguna situación desesperada. Dioses (Deus), que aparecían desde fuera (ex) de la acción teatral accionados por poleas (machina).

Dicho recurso escénico se considera invención de Eurípides (siglo V a.c.) y el artefacto, llamado mékhane, que permitía a la figurante "deidad" mantenerse en el aire sobre el escenario, no era sino una rudimentaria grúa de tramoya de la que pendía el actor sujeto por una cuerda. En la actualidad, la frase se aplica para designar lo que inesperadamente surge para resolver una situación aparentemente imposible. Virgilio es el primero en utilizar tal concepto en La Eneida. Horacio recomienda en su Arte Poética ser prudente al urdir el desenlace y recurrir a un poder sobrenatural sólo cuando lo requiera la índole de la obra: Nec deus intersit, nisi dignus vindice modus (No hagáis intervenir a un dios, sino cuando el drama es digno de ser desenredado por una divinidad).

Cuando vivimos una era que revisa permanentemente la fe religiosa, Henri Bergson nos recuerda una verdad poco halagüeña para la naturaleza humana: “El mundo es una máquina para fabricar dioses”. Todos sentimos la necesidad de que se solucionen los acuciantes problemas de este desdichado mundo con una intervención externa que provoque repentinamente un desenlace feliz. ‘Deus ex machina’, incluso para quienes no conocen la expresión, adopta formas variadas de soluciones providenciales que lo arreglan todo.

Muchos creen que su ‘Deus ex machina’ será el dinero o la lotería; algunos sostienen que la fuerza o la violencia resolverán sus conflictos; terceros opinan que indiscutiblemente el mercado y el nuevo orden económico regularán la felicidad; otros consideran que la tecnología, la informática e Internet salvarán al mundo; finalmente, la mayoría supone que los gobiernos o los políticos encontrarán la solución milagrosa para encubrir automáticamente la tragedia humana de nuestro fracaso colectivo como habitantes de un planeta conflictivo repleto de injusticia.

Políticos innovadores como Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat, amplían y matizan el ‘Deus ex machina’ de su capacidad transformadora desde los poderes públicos. En su primer discurso con motivo de la Diada de Catalunya, concreta fórmulas que trasladan y comparten responsabilidades de la administración con la sociedad civil, abogando por "un nuevo patriotismo" sobre el "triángulo mágico escuela-gobierno-empresas". Nótese que hasta aquí aparece el adjetivo de mágico. Quizá sea un avance hacia una política más participativa y más realista porque es más factible la resolución de nuestras dificultades con el apoyo de sectores claves como la educación o la economía, donde todos tenemos capacidad de aportar. Los políticos acertados tácitamente nos dicen: “No confiéis tanto en nosotros, sino en lo que todos juntos y bien organizados podamos alcanzar”.

No nos escudemos en subterfugios a la espera eterna de que un cúmulo de casualidades sin motivo aparente nos alivie de nuestro infortunio. Renunciemos a la incesante necesidad de crear falsos ídolos, que nos excusen del compromiso que cada uno de nosotros hemos de asumir personalmente, superando la desesperanza. No quedan más coartadas propias de adoradores de artificios que nos eximan de nuestra responsabilidad directa. Despertemos del espejismo de la quimera que soñamos como sonámbulos andantes: Cada uno de nosotros somos los arquitectos de nuestro futuro. Esta solución, la nuestra que depende sólo de nuestro esfuerzo, cabe esperarla siempre. Con nuestra voluntad, individual y colectiva, sabremos salir airosos de las situaciones más complejas. La formulación de Ignacio de Loyola es muy sensata: “Confiad en Dios, actuando, no obstante, como si el éxito de cada acción dependiese de vos y nada de Dios". Y Kipling sentenció: “La Providencia ayuda a quienes ayudan a los demás”.

La primera palabra

¿Cuál fue la primera palabra humana o la primera que cada uno de nosotros pronunció?

Existen sugestivas preguntas, manantiales de los que brotan ideas y sentimientos que merecen ser compartidos. Muchas surgen del extraño origen del lenguaje. ¿Por qué comenzó el habla? ¿Alguien quiso decir algo a otro? ¿Sólo fue un pensamiento dicho en alto?

Destaca la cuestión de cuál fue la primera palabra pronunciada por un ser humano, sugerida por una poesía de Rainer María Rilke referida a Dios: “Tu primera palabra fue: LUZ; / entonces apareció el Tiempo. / Después callaste por mucho tiempo. / Tu segunda palabra fue: HOMBRE / y tiemblo (nos oscurecemos aún con su sonido) /y seguido recuerdo tu faz. / Pero no quiero oír tu tercera”...

Sobre la primera palabra humana hay algunas hipótesis derivadas de la teoría de Darwin sobre la evolución. La filogénesis de la especie humana incluye un lento proceso en el que los órganos que producen y, sobre todo, los que identifican los sonidos (laringe, lengua, cerebro,…) van formándose hasta el amanecer de la humanidad con el descubrimiento supremo de designar por su nombre a las cosas más elementales. En opinión de ilustres etno-lingüistas, como A.S. Diamond, la historia de todas las lenguas navega a través de una secuencia en la que las oraciones comienzan siendo simples y primitivas para acabar intrincándose en sintaxis y en semántica.

Según esa tendencia históricamente verificable, se supone que en su umbral primigenio la mayor parte del peso comunicativo recaía en el verbo, introduciéndose gradualmente substantivos, adjetivos y adverbios hasta alcanzar la densidad contextual de una frase actual. Si esta teoría es correcta y si dejamos volar un poco la imaginación, podemos pensar que la primera palabra fue un verbo en su más inmediato y urgente uso, es decir, en imperativo. Algo parecido a VEN, DAME, VETE,… Así pues tampoco es de extrañar que la primera frase dicha a través de un teléfono por Graham Bell fuera: “Por favor, venga, señor Watson. Le necesito”.

Más recientemente, en 2003, conocimos el caso dramático de Terry Wallis, un estadounidense que recuperó el habla tras un accidente de tráfico que le produjo tetraplejia y un grave el daño cerebral. Sus primeras palabras articuladas al despertar de un coma prolongado 19 años fueron en este orden y en días sucesivos: MAMÁ, 'PEPSI' y PAPÁ. Preferimos suponer que no había intereses comerciales en la noticia.

En las últimas décadas los bebés suelen ser adiestrados para iniciar el habla balbuceando MAMÁ o PAPÁ (AMA o AITA), TATA (hermana), AMAMA (ABUELA),… Quizá la más frecuente sea MAMÁ como primera palabra que todos nosotros aprendimos. Por eso esta apelación materna es la primera que nos surge del alma cuando nos lamentamos o cuando necesitamos ayuda. Llamar a mamá es un talismán que conjura lo mismo los temores infantiles que las incertidumbres adolescentes e, incluso, las inquietudes adultas y las zozobras postreras.

Muchos creemos que la primera palabra humana fue el sollozo y el llanto, expresiones tan manifiestas como las palabras; otros, que fue NO o YO, a cuál peor para la historia de la humanidad. También pudieron ser palabras iniciales CIELO, LUNA, SOL, AGUA, HOLA o PÁJARO. Quizá mereció ser GRACIAS o NOSOTROS. Menos probablemente fuera DIOS, aunque ésta sea más frecuentemente una posible última palabra.

El deseo de Teseo

La leyenda del Minotauro es muy esperanzadora para niños y adultos, que compartimos con Teseo el deseo de Paz.

El mito de Teseo, Ariadna, Fedra y el Minotauro procede de la cultura minoica de hace 40 siglos, si bien fue recogido literariamente por el poeta latino Publio Ovidio Nasón en el inicio de nuestra era, poco antes del nacimiento de Jesucristo. Esta compleja tragedia de célebres personajes ha sido objeto de atención continuada por autores como Nietzsche, Freud, Cortázar o Borges.

La crónica comienza en Creta cuando reinaba el poderoso rey Minos. Cnosos, la capital de la isla, era famosa por el laberinto de intrincados corredores, en cuyo interior vivía el cruel Minotauro, un engendro con cabeza de toro y cuerpo de hombre, fruto de los amores de la Reina Pasifae con un toro que Poseidón, dios de los mares, hizo surgir de las aguas. Minos recibió la noticia de que su hijo Androgeo había sido asesinado cuando se dirigía a participar en unos juegos olímpicos. El monarca reunió un ejército y cercó Atenas que se rindió, aceptando la condición de que cada nueve años enviaría siete jóvenes y siete doncellas a Creta para que ser arrojados al Minotauro. Sólo si alguno de los atenienses mataba al Minotauro y salía del laberinto, Atenas sería eximida de la condena.

Teseo, hijo único del rey de Atenas Egeo, se ofreció como candidato cuando por tercera vez hubieron de pagar tan ominoso tributo, embarcando con las víctimas en una nave de velas negras. El monarca y su heredero convinieron en que si Teseo lograba la hazaña, el navío retornaría con velas blancas. Estando ya en la prisión cretense, Teseo fue visto por Ariadna y Fedra, hijas de Minos. Cautivada Ariadna por la valentía del príncipe, decidió ayudarle a derrotar al Minotauro, indicándole un ardid sugerido por el constructor Dédalo: un hilo tendido para encontrar la salida cuando acabase la lucha.

Teseo exterminó al temible Minotauro y pudo regresar hasta la puerta, salvando la vida de sus compañeros y liberando a su ciudad de tan horrible condena. Al reembarcar Teseo, también subieron a bordo en secreto Ariadna y Fedra, que acompañó a su hermana mayor. Durante la travesía se refugiaron en la isla de Naxos para protegerse de una pavorosa tormenta. Vuelta la calma, emprendieron el viaje sin Ariadna, al haber desaparecido tras dormirse en el bosque, extenuada por el cansancio. Dionisio, o Baco dios del vino, la rescató y le ofreció casamiento e inmortalidad.

En Atenas cundía la angustia por la tardanza y diariamente el anciano Egeo acudía a la orilla, esperando el retorno de su hijo. Cuando el barco apareció en el horizonte, traía las velas negras. El rey desesperado se suicidó arrojándose al mar, que desde entonces lleva su nombre. Teseo, abatido por la desaparición de Ariadna había olvidado izar el signo de su éxito, las velas blancas. Teseo fue elegido nuevo soberano, rigiendo los destinos atenienses por largos años, y casándose con Fedra (lo que originó nuevos dramas épicos).

Esta leyenda exhibe un torrente de enseñanzas sobre las cualidades y los defectos humanos. Destaca atributos como el altruismo y el valor de Teseo, o el amor y la inteligencia de Ariadna, junto a yerros como el abandono de Ariadna, el olvido de Teseo o la desesperación de Egeo. Las metáforas también son innumerables: un ideal con estrategia, la confianza en uno mismo, la superación del miedo a lo desconocido, la fe depositada por otra persona, la validez de un buen consejo, la salida por amor del laberinto, la descuidada gestión de la victoria,…

La Humanidad se ve reflejada en Teseo y Ariadna. Con amor, resolución y talento podemos superar al monstruo de la guerra (Minotauro), que reclama una continua matanza de víctimas inocentes. Sólo cuando la violencia desaparezca de nuestras vidas, saldremos del laberinto histórico de muerte y desolación. No desesperemos nunca, ni abandonemos nuestras convicciones, porque algún día, nosotros también, avistaremos las velas blancas de la paz.

Humanidad familiar

La fraternidad extendida podría transformar el mundo, pero aún sería mejor si tratásemos a los demás como hijos nuestros.

La reciente muerte de una abuela, madre de una buena amiga de la familia, nos ha hecho recapacitar a todos sobre el significado de la maternidad. Esta anciana, con una envidiable lucidez mental mantenida hasta los últimos minutos de sus 89 años, nos legó una lección de humanidad en la clínica donde, tras un rápido proceso de dos semanas, murió serenamente arropada por su fe.

Prefirió no preguntar qué le pasaba, a pesar de los alarmantes síntomas, y su único interés era atender a su familia y a las amistades que la visitábamos, bromeando sobre la imposibilidad de tomar un café con leche. Con una entereza inigualable supo disimular una despreocupación suprema, justamente para hacernos creer que desconocía la gravedad de su enfermedad. Madre hasta la muerte, se levantaba de noche para abrigar a la hija que le cuidaba, e insistía en que sus hijos y nietos debían seguir con sus tareas sin alterar sus horarios para acompañarla. Su interés fue siempre el cuidado de los demás, y su infinito cariño se desbordada hasta alcanzar a amigos y vecinos.

La fraternidad fue un lema cristiano y revolucionario, y Dios se nos presenta como un Padre en muchas religiones. Pero quizá todo sería mejor si nos comportásemos con los demás como cualquier madre trata a sus hijos, y atendiéramos a quienes nos rodean como los progenitores cuidan a los suyos. Todos somos hijos, muchos tenemos hermanos, pero sólo con la paternidad o la maternidad se llega a entender de verdad lo que es el amor incondicional, abnegado y sublime cuando se mezcla con la admiración por los hijos amados. Con razón se dice que de las muchas maravillas que hay en el universo, la obra maestra de la creación fue el corazón materno. Pongamos un poco más de maternidad o paternidad en nuestros endurecidos corazones de jóvenes, adultos, mayores o ancianos.

¿Qué haría Jesucristo?

La campaña electoral norteamericana desata, por razones sectarias, una pregunta postergada.

Ambos contendientes Bush y Kerry han recurrido, para la movilización del electorado indeciso, a la búsqueda de todo tipo de aliados y simpatizantes, incluso en las instancias religiosas. Numerosas jerarquías y representantes de los diferentes cultos y sectores estadounidenses se han pronunciado a favor de uno u otro candidato, en función de su posicionamiento político.

Francamente, no vale la pena recopilar las exhortaciones de algunos prelados sugiriendo un aval del Dios universal a un candidato y comparando a su adversario con el mismo demonio. En plena batalla electoral y cuando parece que todo vale para ganar a cualquier precio, se desentierran grupos que han actuado incluso con parafernalia paramilitar de brazaletes con las siglas "QHJ" (¿Qué haría Jesucristo?, en Florida incluso en castellano). Intempestivas y desafortunadas opiniones que interpretan en clave partidista y unívoca la respuesta que Jesucristo podría ofrecer a sus seguidores.

Desde una perspectiva europea, todo ello denota el trasunto de la extendida percepción estadounidense de pueblo elegido y tierra prometida, como hebreos del Antiguo Testamento. Incluso hay quién se cuestiona si Dios es norteamericano. En ocasiones, los conservadores en USA actúan como ungidos por la divinidad con la Verdad absoluta. El fundamentalismo que combaten (el islámico ahora, el comunismo antes), se efectúa con una visión igualmente intolerante y fanática por parte de algunos máximos dirigentes, que se consideran “cruzados” del Bien categórico contra el Mal absoluto.

Somos mayoría en el mundo quienes creemos que, en una verdadera democracia y con el pleno respeto a la libertad religiosa (de creer o no creer), solamente cabe proponer claves éticas para guiar los pasos de de la ciudadanía ante sus problemas cotidianos. Cada uno puede elegir en quién se inspira para tomar sus resoluciones. Para los creyentes cristianos, Jesucristo respeta el libre albedrío personal, al tiempo que nos ofrece criterios de ayuda en nuestras decisiones.

Jesucristo no es una mala opción, creemos muchos; mas es difícil discernir con certeza cómo obraría Jesús en cada ocasión. La suya fue una revolución salvadora basada en el amor y la esperanza. Su mensaje evangélico de amor fraterno es grandioso, pero persiste la incertidumbre de cómo acertar en cada caso.

En cada situación podríamos traducir el "¿Qué haría Jesucristo?" por el equivalente ¿Qué haría una persona que ama a todos?" Jesucristo nos instó a amar aun en difíciles circunstancias (Lucas 6:27-33). “El amor se sacrifica y no exige recompensa; sólo el amor trasciende y nos trae una paz verdadera”. La injusticia crea conflictos; pero también es cierto que toda contienda puede hallar una solución pacífica, no violenta, de restitución de la verdad y de la justicia política, económica y social.

No es verosímil que Dios apueste por soluciones bélicas, ni guerras santas. Las citas bíblicas que abogan por el entendimiento son innumerables: "Busquemos, pues, lo que contribuye a la paz y nos hace crecer juntos” (Romanos 14, 17-19). El amor es el punto de partida de todo, con un querer que no excluya a nadie. No basta amar a familiares y amigos, ni a los de nuestra religión, etnia o grupo social. Derribemos los muros de prejuicios que nos hacen indiferentes ante el dolor ajeno, porque la pasividad siempre será culpable. Si anhelamos la paz, debemos practicar el amor hacia todos como si fuesen hermanos nuestros. Eso haría Jesucristo. Y nosotros somos las manos de Dios en la Tierra.

Tiempo de ombligos

Vivimos una época de ‘mirarnos el ombligo’ y ‘creernos el ombligo’ del mundo

La moda en boga impone que nuestras adolescentes descubran una franja de cintura con el descarado ombligo guiñando pícaramente el ojo a los paseantes. No es extraño que los ombligos se hayan hecho visibles. La moda, siempre pasajera pero reveladora, emula explícitamente nuestra extendida inopia intelectual del ‘ombliguismo’: mirarnos a nosotros mismos y creernos el centro del universo.

La onfaloscopia fue una técnica monástica psicológica que practicaban como oración los monjes hesicastas de Grecia. Un ejercicio recursivo de contemplación del ombligo para acompasar la respiración con la repetición indefinida del nombre de Dios, para alcanzar “la guarda del corazón” como norma ascética de vida. Pero la expresión “mirarse al ombligo” quedó como sinónimo de egocentrismo, de ignorar lo que acontece más allá de nuestros intereses: La enfermedad social de nuestra era.

Peor que la empobrecedora excentricidad de mirarse el ombligo, es adicionalmente creerse el centro del mundo, o superior a los demás. Lo paradójico es que el ombligo humano es una cicatriz universal que mantenemos como testigo de nuestra dependencia, del cordón umbilical que nos unió a la humanidad a través de nuestra madre mientras vivimos en su útero. La anatomía humana, no por capricho, deja centrado el ombligo en el centro del tronco. Así ombligo se convierte en sinónimo de centro y oímos metáforas que invocan a la isla de Pascua o a Australia como ombligos del mundo.

Un libro publicado en 2003 se titula ¿Tenían ombligo Adán y Eva? Su autor, Martin Gardner, es un reputado escritor de divulgación ciencífica y matemática, redactor durante 25 años de la columna "Juegos matemáticos" del Scientific American. Versa sobre las estupideces que a lo largo de la historia se ha escrito sobre magia, ovnis, terapias alternativas y la interminable sarta de engaños, falacias y fraudes para almas simplonas, carentes de la más mínima formación y del imprescindible sentido común. Quizá el mayor engaño de la humanidad haya sido creerse el centro del universo (geocentrismo), o de algún país poderoso suponerse el corazón de la tierra, o de algunos políticos de considerarse ungidos por la divinidad.

La realidad es que todos estamos hechos de carne y hueso, con pieles de distintos colores, pero con ombligos que nos demuestran y recuerdan nuestra humana y frágil condición, en un minúsculo planeta que viaja por el proceloso firmamento de miríadas de estrellas. Quizá haya llegado la hora de elevar la mirada hacia el cielo y hacia los ojos… ajenos, reconociéndonos en el espejo de otras pupilas. No son las danzas del vientre o los frenéticos carnavales los peores representantes del ‘ombliguismo’, sino el egoísmo y la indiferencia de quienes olvidamos la igualdad y la fraternidad. El "yo" es una palabra tan pequeña que naufraga en el ombligo propio. Fuera nos aguarda el ilimitado espacio altruista del “vosotros” y el “ellos”, infinitamente más interesante para dedicarles nuestra atención y nuestro esfuerzo.

Kerry ganará

En medio de los numerosos pronósticos sobre la carrera electoral norteamericana, y animado por anteriores aciertos en elecciones varias (generales, europeas, o incluso de algún rectorado con siete candidaturas universitarias) he aquí nuestra particular apuesta: Kerry derrotará a Bush.

Aportaremos algunos argumentos, natural­mente no concluyentes, pero que convergen en la misma previsión. El primer debate electoral en la carrera hacia la Casa Blanca entre el presidente y el senador demócrata, fue vencido por el aspirante según todos los medios de comunicación. Puede resumirse en dos frases de cada uno de ellos. Kerry dijo “Irak es un error” y Bush “El mundo está mejor”. El votante promedio estadounidense sabe que el primero acertó más y que el segundo mintió por su fallo de previsión en la crisis iraquí.

La remontada en las encuestas electorales es un dato coyuntural que probablemente sufrirá altibajos en su evolución, pero son apreciables algunas tendencias de fondo en la sociedad estadounidense. Detalles significativos sobre una reformulación paulatina del “sueño americano” hacia un patriotismo más moderno, más demócrata que republicano, más “newyorkino”, más “europeo”, que busque menos la supremacía mundial desde la hegemonía económico-militar autosuficiente. Comienzan a alzarse en Estados Unidos corrientes de opinión que abogan por un planeta más solidario, más interdependiente y más justo, sin la visión de “nación elegida” (nada menos que por Dios, según algunos).

Estos patriotismos caducos, de “pueblo designado que puede derrotar a sus enemigos”, sobreviven entre un alto porcentaje de las ciudadanías de USA o Israel. Fueron paradigmáticos en todos los imperios de los últimos siglos, perviviendo por ello en menor medida la perspectiva de “ganar venciendo y no convenciendo” en determinados sustratos sociales del Reino Unido, España,… además de los regímenes teocráticos donde la población fundamentalista cree contar con “aliados divinos” que compensen la evidente asimetría de poder fáctico en nuestro planeta.

La diferencia entre Kerry y Bush quizá no sea demasiada desde una perspectiva europea o alejada de USA, pero la altura del candidato es manifiestamente superior al presidente saliente. Kerry no sólo le saca un palmo de estatura física a Bush, sino que su educación, perspicacia y visión del futuro son indudablemente más certeras y prospectivas.

Sólo un dato final basado en una “leyenda urbana”, de las denominadas FOAFS (friend of a friend stories, historias de un amigo de un amigo), que en este caso es rigurosamente cierta y que expresa descriptivamente la figura del candidato. Se trata de una foto, totalmente certificada, donde aparece Kerry sentado detrás de Jane Fonda durante una reunión pacifista en Valley Forge (Pennsylvania) en septiembre de 1970, tras haber solicitado en enero la baja de su servicio militar en Vietnam antes de tiempo, para presentarse como candidato a un escaño en el Congreso en Massachussets. Un detalle aislado no avala una biografía compleja como la de Kerry, pero puede otorgar un aliento de esperanza de un candidato presidencial que odiaba la guerra, especialmente tras su experiencia bélica como combatiente.

Quizá con Kerry podamos avanzar menos lentamente para vislumbrar un nuevo hito para la Humanidad con el fin de los imperios, superadora de una historia subyugada por una sucesión de hegemónicos imperios periódicos. Confiemos que un espíritu de inteligencia pacifista, no sólo euro-céntrico, se extienda con la labor de todos nosotros de modo que progrese una paz basada en la justicia y el respeto a todos los derechos humanos, individuales y colectivos.

[Actualización a 26-10-2012: Hemos eliminado una imagen a petición de Yahoo,... ]

Amor se escribe siempre con mayúscula

No lo llames Amor, si no lo puedes escribir con mayúscula.

Amor se escribe con mayúsculas porque no hay amores pequeños; toda clase de amor verdadero es grandioso e imperecedero. La vida mancha, pero el Amor salva. El Amor es una caja de herramientas que puede transformar el universo. El Amor es un caballo de Troya que desde dentro abrirá las puertas de la ciudadela y nos salvará del odio.

Amor se escribe con A de almas anidadas, de aventura y de altruismo, de audacia y de aceptación, de arrebato y de alegría, de amistad y de ayuda, de afirmación y de agradecimiento, de atención y de apoyo, de ánimo y de acompañamiento. Amor se escribe con M de mocedad y de madurez, de mesura y de modales, de maestría y de modestia, de melancolía y de magia de misterio musical. Amor se escribe con O de optimismo y de oportunidad, de originalidad y de observación, de obstinación y orgullo. Amor se escribe con R de rebeldía y rigor, de recato y reflexión, de respeto y de rectitud. Amor se escribe sin E de egoísmo, sin I de ingratitud y sin U de urgente. Amor, a veces, se escribe con H de humor, con una H superflua, porque lo nimio y el detalle son importantes en el Amor.

Hay muchas clases de Amor: a la pareja, a los padres, a los hijos, a Dios, a los hermanos, a la familia, a los amigos, a los necesitados, a la Humanidad, a un oficio, a una dedicación,… Pero todo Amor se escribe con letras de oro, porque el Amor es lo mejor de la vida. Todo lo que vale la pena es, al fin y al cabo, Amor. Al final, sólo perduran los frutos del Amor. El recuerdo y las obras de quienes amamos o nos han amado.

La vocación de vivir no es sino la profesión de amar. Los niños, y en toda casa debiera haber un niño, nos enseñan que vivir es tan sencillo como amar y ser amado. En la sociedad de adultos adustos, donde sólo la maldad es noticia y donde la ternura viaja en trenes rigurosamente vigilados, el puzzle de almas difícilmente encaja. Convirtámonos en ciudadanos del Amor proclamando: "Mi patria es el Amor". El Amor es contagioso, al igual que la falta de Amor. ¡Amémonos! ¡Sólo por hoy! ¡Sólo por ti, Amor! ¡Cuánto te quiero, Amor!

El Aznar y la necesidad

Entre casualidades y obligaciones, mejor olvidar a Aznar.

"El Azar y la Necesidad" fue un popular y polémico ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna publicado en 1970 por Jacques Monod, Premio Nobel de Medicina en 1965. Toma su título de la antinomia descubierta por Demócrito: "Todo lo que existe en el mundo es fruto del azar y de la necesidad". Monod apostaba por una "ética del conocimiento" de la que pueda surgir una inédita moral humanista para asumir nuestras libertades y responsabilizarnos de nuestras vidas.

En lo trascendente, Monod no contradijo la celebérrima cita de Einstein, "Dios no juega a los dados", aunque la palabra "azar" signifique "dado" en árabe. La Física señala la naturaleza cuántica, indeterminista y probabilística de la materia y de la energía, pero sigue siendo válida la reflexión de Edouard Pailleron, "¿El azar? Pero si es Dios de incógnito", o la versión de Anatole France, "El azar es tal vez el seudónimo de Dios, cuando no quiere poner su firma".

En lo contingente y más periodístico, ¿qué necesidad hay de seguir hablando de Aznar, y de su "necesidad creada" de ser homenajeado descubierta por "interesado azar"? El azar y la necesidad nos libró de alguien que, quizá, representaba el apotegma de Camus: "La necesidad de tener razón: señal de espíritu vulgar". Si hasta Dios prefiere, en ocasiones, figurar en el anonimato, ¿no son ridículas siempre nuestras necias ínfulas de grandeza?

¿Carbura la Comisión del 11-M?

Sensaciones por los "errores y negligencias" reconocidos ante la Comisión Parlamentaria sobre el 11-M.

Hace muchos años cuando era joven y pobre (aún conservo una de estas cualidades), mi padre me regaló un SIMCA destartalado. Continuamente debía llevarlo a un taller barato, donde un "chapuzas" intentaba arreglarlo. Siempre recordaré los conocimientos de mecánica que me brindó, porque pronto supe que él podía enseñarme todo lo que NO hay que hacer. Una vez, tras desmontar enteramente el carburador para soplar un chiclé, lo volvió a ensamblar sobrando una docena de pequeñas piezas que arrojó directamente a la basura, indicando que el fabricante incluía componentes innecesarios. Ahora, cada vez que leo las extensas y aburridas crónicas sobre la investigación parlamentaria del 11-M recuerdo el mismo asombro que experimenté cuando mi carburador se aligeraba en cada revisión.

La mayor matanza terrorista ocurrida en Europa, donde murieron 190 personas y casi 1.500 resultaron heridas, se espesa y transmite en unas agotadoras sesiones donde se enmarañan contradictoriamente conclusiones y confusiones. Pero asoma una verdad incontrastable: Entre la neblina de "medias verdades", "retraso de la verdad" y "gestión de la información" hubo ánimo de mentir y engañar. Parece probado que Aznar y su gobierno pretendieron que hasta el 16-M no funcionase el CNI, expresando con estas siglas el Coeficiente Nacional de Inteligencia.

Aún con todo, el electorado el 14-M, con esa intuición que no es sino la razón actuando deprisa, descubrió lo mismo que más trabajosamente revelará la comisión parlamentaria. Recordando a Bécquer, "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!", podríamos añadir que no hace mucho, ¡qué solos estaban los cuerdos!

Prohibido prohibir

El suma y sigue del SE PROHÍBE,...

Meter el dedo en la jaula del loro (Zoológico de Barcelona).
Cantar mal y si cree que canta bien, váyase a la puta calle. (Leído en un bar de Donostia).
Arrojar bolsas de basura por las ventanas (Comunidad de Vecinos en Madrid).
Bajar en el ascensor (Facultad universitaria de Sevilla).
Dar de comer al hipopótamo (Zoológico de Madrid).
Entrar descalzo (Restaurante de muchas playas).
Entrar calzado (en muchas piscinas).
Tirar la ceniza en la taza del café, y si piensa hacerlo avísenos antes para servírselo en el cenicero (Aviso en un Restaurante de Tolosa).
Fotografiarse con el guardia (Palacio Real de Madrid).
Que los hombres salgan los jueves desde la 9 de la noche hasta las 2 de la madrugada, para que hagan el trabajo doméstico, mientras sus mujeres salen a divertirse. (Ayuntamiento de Torredonjimeno, en Jaén).
Arrojar escombros o verter desperdicios (solar vacío).
Calentar bocadillos en el microondas del laboratorio (Centro de Investigación de Málaga).
Entrar con comidas o bebidas a la sala de Internet o utilizar el ordenador personal con fines personales (Facultad universitaria de Sevilla).
Sacar la basura antes de las 6:00 a.m. (calle de Bruselas en Madrid).
Orinar en lavabos y duchas (Campo de deportes, El Escorial).
Apagar los cigarrillos en las macetas (Terraza de un bar, en la Costa del Sol de Málaga).
Jugar al fútbol en pasillos y galerías (Clínica privada en Madrid).
Montar esta yegua (Escuela de Equitación de Sevilla).
Hablar español en el recreo (Colegio Inglés de Madrid).
Entrar con casco (En el comedor de una mina de Aznalcóllar).
Entrar sin casco (en la misma mina).
Entrar a caballo (Urbanización de Alcalá de Guadaíra. Sevilla).
Rezar en voz alta (Parroquia burgalesa).
Sonarse los mocos sin pañuelo (Colegio segoviano).
Sobar los cuadros (Galería de arte en Teruel).
Morirse, por falta de espacio en el cementerio (Ayuntamiento de Lanjarón, Granada)
Preguntar si Hemingway venía a tomar cerveza aquí (En un Bar próximo al Arco de Cuchilleros de Madrid).
Hacer aguas mayores y menores en esta calle (Peñafiel, Valladolid).
Cagarse en Dios en este pueblo (Cenicero, La Rioja).
Preguntar por La Dolores (Estación de Autobuses de Calatayud).
Contar chistes (Sala de espera de un cementerio).
Sentarse en las camas vacías, y en las ocupadas se ruega no hacerlo sobre las enfermeras (Hospital Materno-Infantil de Málaga).
Sacudir alfombras en los balcones (Ayuntamiento de Marchamalo, en Guadalajara)
Tender la ropa sin centrifugar (en el mismo lugar).
Tocar al toro y a Jesulín (Plaza de toros con torero y toro simulados. Aguadulce, Sevilla).
Informar por teléfono del estado de los pacientes (Hospital del Aire en Madrid).
Ponerse enfermo los fines de semana a partir del viernes a las 3 de la tarde, por falta de personal médico. (Ayuntamiento de Zagra en Granada).
Subir en el ascensor a los niños menores de 14 años, sin ir acompañados por un adulto (Comunidad de vecinos. Madrid).
Hacer publicidad de sus servicios entre las víctimas apenas se ha producido el accidente (Estatuto Gral. de la Abogacía Española).
Utilizar la vía de frenado de emergencia, excepto en casos de emergencia (Autovía Sevilla-Málaga).
Salir a la calle, si eres menor de 16 años, después de las 11 de la noche (Ayto. de Agüimes. Gran Canaria).
Hacer fiestas en casas particulares y garajes (Ayto. de Villanueva del Río y Minas. Sevilla).
Aparcar en la calle durante la Semana Santa (Sevilla - España).
Que los niños toquen los libros (En una papelería de Dos Hermanas - Sevilla).
Apostar portando armas u otros objetos que puedan utilizarse como tales (Hipódromo de Dos Hermanas - Sevilla).
Pasar, excepto si es al Palacio de la Zarzuela (Carretera de acceso al Palacio de la Zarzuela. Madrid).
Escupir, eructar o tirarse pedos (Casino Recreativo e Instructivo de Amposta)
El paso a los que vienen a tirarse en parapente. (Sendero en la provincia de Guadalajara - España).
Asistir con vestimenta playera (bikinis, pareos, chanclas) a las clases. (Instituto de San Fernando, en Cádiz).
Escupir, por respeto a este lugar sagrado (Iglesia de Nª Sra. de la Encina, Patrona del Bierzo, en Ponferrada, León).

Lo natural es amar

La naturaleza tiende al caos, pero la humanidad busca el bien

Cuando se ha tenido la dicha de haber nacido en una familia donde los padres se han amado hasta la muerte, donde los hermanos han crecido juntos, donde los abuelos, tíos y primos han compartido grandemente nuestra infancia, lo natural es desear construir un hogar y una familia semejantes, con amor eterno a la pareja y con hijos a quienes legar ese sentido de la vida y la identidad de apoyarse en una gran parentela.

Cuando se ha gozado el privilegio de ser educado en el cariño a los libros, al estudio y al esfuerzo para progresar en la vida, poco importan las penurias y la escasez económica. Cuando se ha podido apreciar el cariño y la entrega de algunos grandes docentes en la escuela, que transmiten con convicción el amor al conocimiento y con tenacidad el descubrimiento paulatino de la sabiduría, lo natural es engancharse al mejor y único camino de rescate que siempre fue y será la educación.

Cuando se reconoce en nuestros mayores el amor profundo a las lenguas propias y a las culturas de nuestros antepasados, a sus costumbres y tradiciones, a sus valores, anhelos y creencias, lo natural es abrazar su defensa, su cultivo, su aprendizaje y su enseñanza, su propagación y su reconocimiento universal.

Cuando se ha vivido en una ciudad, en una región, en una nación, donde se ha sido feliz en numerosas ocasiones, donde se han descubierto en alguna medida todas las satisfacciones que el amor puede proporcionar en la vida, lo natural es que se queden grabadas en el corazón para siempre, sobre todo aquellos paisajes y paisanajes donde transcurrieron la infancia y la juventud que marcaron decisivamente nuestro destino.

Cuando se comprende cuánto se ha recibido de la familia, de los amigos, de la sociedad en se nació, lo natural es agradecer y corresponder aportando todo el esfuerzo y trabajo al bienestar de los nuestros, los familiares, las amistades, los vecinos, los hermanos que son el resto de la humanidad.

Cuando se percibe el admirable milagro de la vida, cuando uno se asombra de la belleza y bondad que esconde la existencia, a veces y por desgracia ocultamente, lo natural es vislumbrar un espíritu sobrenatural, una esencia divina que todo lo creó, un Dios que todo lo hizo bien, incluso el regalarnos el mayor de los dones: la libertad personal, la prerrogativa de escoger el bien sobre el mal, el libre albedrío de amar u odiar, de querer o aborrecer, de construir o destruir, de ayudar o perjudicar.

¡Qué caro regalo fue la libertad! Provocó el artificioso odio y la concienzuda maldad, porque la grandeza de nuestro destino sólo había de conquistarse desde la soberana voluntad propia. Sólo así se alcanza la altura a la que está predestinado el sagrado ser humano: la vocación suprema de descubrir el amor y apostar por la vida. Mahatma Gandhi nos enseñó “Allí donde hay amor, hay vida”, y el evangelio de Lucas aún lo expresó más sintéticamente: “Ama y vivirás”. Nuestro sino grabado en el alma es amar y quienes tenemos una misión hemos de cumplirla.

Preguntas acertadas

Oportunas preguntas complejas para una sola respuesta obvia

Tuve un alumno que tras la inevitable decepción que le producía cada examen me decía: “Tengo mala suerte. Me sabía todas las respuestas, pero no he entendido las preguntas”. Todos aprendemos pronto que es mucho más importante atinar con las preguntas que acertar con las respuestas. Joubert dijo que “Las preguntas descubren la amplitud del ingenio, y las respuestas sólo su agudeza”, y el poeta Edward Estlin Cummings proclamaba la cíclica relación de “Siempre la hermosa respuesta que plantea una pregunta aún más hermosa”. En la obra de Calderón de la Barca, “A Dios por Razón de Estado”, se recoge el siguiente diálogo:
INGENIO. Ésa es la excelencia mía.
ATEO. Di: ¿Cuál?
INGENIO. Saber preguntar para saber responder.

Lo cierto es que con frecuencia la pregunta llega terriblemente más tarde que la respuesta. Definitivamente es mejor saber algunas de las preguntas que todas las respuestas. André Gide sentenció: “Hay más respuestas en el cielo que preguntas en los labios de los hombres”. Si lo esencial son las preguntas, ¿por qué no enumeramos una docena de interrogantes trascendentales que solucionarían prácticamente la totalidad de nuestras desgracias?

1- ¿Cómo se alcanza la felicidad?
2- ¿Qué me permitiría lograr lo que aprecio?
3- ¿Por qué unos son afortunados y otros desdichados?
4- ¿Cuál es la causa para que sólo algunos se realicen vital y profesionalmente?
5- ¿Existe un camino viable que conduce a la perfección individual y social?
6- ¿Puede ser gratificante el trayecto para lograr todo lo que deseo?
7- ¿Dónde reside el secreto de aprender y aportar?
8- ¿Qué me hace sentirme dichoso en mi vida ahora?
9- ¿Cómo puedo disfrutar en mi compromiso con los demás?
10- ¿Con qué me sentiría orgulloso de mi contribución a la sociedad?
11- ¿De qué modo puedo amar y ayudar más cada día?
12- ¿Qué remedio podría resolver todos los problemas de la humanidad?

Tantas trascendentales cuestiones tiene una respuesta única y simple: la educación. ¿Por qué nos cuesta tanto a todos adivinarla? Acaso porque ninguna pregunta es más difícil que aquélla cuya solución es obvia. Un proverbio camerunés asegura que “Aquel que se hace las preguntas, no puede evitar las respuestas”. Quizá esta reflexión sirva a las jóvenes generaciones, las de nuestros hijos que no saben adónde van… probablemente siguiendo nuestro mismo camino. Sugerencia final: Para transmitir estas recomendaciones hagamos que el fondo de la cuestión sea asimismo la forma, siguiendo el juicioso consejo que va desde Sócrates a Dale Carnegie: “Hagamos preguntas, en vez de dar órdenes”.

Valor de una vida

Sabemos el precio de todo y el valor de nada.

Vivimos en un momento histórico tan mercantilizado que desde muy pequeños nos enseñan a cuantificar en dinero el importe de casi todo. Parece que todo se pudiese comprar, alquilar o vender. “El precio justo” no ha enseñado a tasar mercancías y servicios, pero los noticiarios nos informan y demuestran que, desgraciadamente, también se pueden adquirir con dinero valores, principios, órganos o personas.

Había una antigua estimación que aseguraba que el cuerpo humano, por las materias químicas que lo componen, apenas valía 98 centavos de dólar. Posteriormente, a la luz de la posibilidad de fusión de la materia para producir energía eléctrica, la empresa Du Pont afirmó que con la masa de un ser humano medio se podría producir más de 85.000 millones de dólares, en kilovatios-hora facturados a precio de mercado según la ecuación de Einstein E=mc2.

Lo cierto es que el valor de una vida humana ha sido muy variable, en función de factores tan arbitrarios como la época histórica, el continente, la nacionalidad, el sexo o la edad,… Hace apenas 60 años, en Europa los nazis convertían a un ser humano, proscrito por ser judío, gitano u homosexual, en productos de utilidad para el Reich: se comercializaba su grasa para elaborar jabón, sus huesos para fabricar fertilizantes, sus cabellos para la industria textil... Sólo el campo de Auschwitz entregó 60 toneladas de cabello a una fábrica de fieltro, que pagó por ellas 30.000 marcos.

La esclavitud fue abolida, pero pervive todavía hoy día, en nuestra misma civilizada sociedad la creciente trata de personas, impunemente por “razones macroeconómicas de globalización” que justifican el trabajo infantil o para la omnipresente explotación sexual. Y se han amplificado las migraciones impulsadas por el subdesarrollo y la miseria, enmascaradas por necesidades del mercado laboral o simples motivos de servidumbre doméstica. Éxodos desatados por intereses financieros y, al tiempo, combatidos con pretextos de delincuencia congénita; destierros masivos donde la vida de los afectados no vale casi nada.

Incluso los tribunales o las compañías de seguros establecen cuantías muy variables para compensar la muerte en accidente de dos personas similares, solamente por el hecho de que uno sea un ejecutivo y el otro un vagabundo, o porque uno sea un adulto y otro un anciano o un niño. No valen lo mismo un soldado norteamericano o uno iraquí, o dos civiles de ambos países, ni se toma la Humanidad el mismo cuidado en su educación y ni siquiera en su sepelio. Por no citar la aberración que representa la proliferación de los abortos provocados, aunque se respete y compadezca a quienes transigen con ello.

Todos creemos en el valor infinito de cada vida humana. Para muchos, las personas fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios. Pero, ya sea porque existe un Ser Supremo o porque existen otros seres humanos, lo ineludible es que todos nos debemos al cuidado de nosotros mismos y de los demás. Los dos primeros artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos lo condensan admirablemente en dos frases dignas de ser aprendidas de memoria: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Ojalá que algún día se cumplan en toda su extensión tan excelsos deseos.

Cicatrices


El valor de una persona se juzga por sus cicatrices.

Dicen que Dios cuando nos evalúe no analizará nuestro currículo, ni nuestras medallas, ni nuestro patrimonio. Dicen que Dios nos valorará por la memoria de nuestras cicatrices. Las cicatrices miden no sólo las heridas que hemos sufrido, sino cómo las hemos curado. La existencia seguro que nos proporcionará más o menos cortes dolorosos de infelicidad, pero las cicatrices son curaciones de vitalidad y de deseo de luchar contra la injusticia y por mejorar las condiciones de vida nuestras y de los nuestros.

La misma experiencia no es sino una cicatriz. Todos vamos acumulando cicatrices, algunas en la piel, y muchas en el alma. Causadas por errores propios o ajenos, pero su cicatrización demuestra que en todos los casos supimos vencer o sobrellevar las dificultades. Las cicatrices deben mostrarse con orgullo, porque siempre nos recuerdan un episodio de superación.
Cuentan la historia de un niño que cayó al estanque de los cocodrilos en un zoológico. Su madre se asomó al borde del pozo y pudo asir a su hijo por el brazo, cuando las mandíbulas de un reptil ya le apresaban las piernas. El caimán era muy fuerte, pero el amor de madre sacó fuerzas de flaqueza y arrebató al cocodrilo su pieza. El niño sobrevivió a las desgarradoras heridas y pudo volver a caminar. Fue noticia famosa su recuperación. Todavía en el hospital, cuando los periodistas le pidieron fotografiar sus cicatrices, el niño se remangó la manga y mostró orgulloso las marcas de las uñas de su madre, quien no soltándole había salvado su vida.

El relato anterior nos recuerda que las heridas las sanamos con la ayuda de los demás, y especialmente de nuestra familia. De hecho nuestra madre nos dejó a todos, absolutamente a todas las personas, una imborrable cicatriz, la primera, que debe recordarnos su sacrificio al darnos la vida. Es una preciosa cicatriz, visible en el centro de nuestro tronco. Frecuentemente olvidamos su bendito origen maternal, y hasta lo confundimos con nuestro yo cuando nos miramos demasiado… el ombligo.

Virgen María, Madre mía

Cuando apenas tenía nueve años recién cumplidos, mi madre murió tras una larga enfermedad. Mamá nos legó como única herencia una estampa de la Virgen a cada uno de sus hijos, manuscrita con su grácil letra desenvuelta que trazaba siempre con su pluma Parker predilecta. En aquellas pocas líneas, nos despedía amorosamente y nos encomendaba al cuidado de nuestro padre, de nuestra amplia familia y… de la Virgen María, con quien ella iba a reunirse.

Procedíamos de dos familias de hondas raíces católicas. Todos nuestros antepasados eran de raigambre religiosa, y en casa la fe nos mantuvo siempre unidos en la confianza de que la falta de una madre, tan desconsoladora para hijos entre 6 y 10 años, sería cumplidamente suplida por la custodia celestial, encarnada en la figura de la Santísima Virgen. Los hermanos no tuvimos una madre terrenal en quien confiar nuestras dudas adolescentes, nuestras preocupaciones de juventud, nuestras aflicciones de madurez,… Pero, a cambio, establecimos un diálogo íntimo, con la figura maternal de la Virgen María. Ella no nos dejó huérfanos en ningún trance, pudo socorrernos en todos los peligros y desventuras, nos escuchó y orientó en los momentos más críticos y tuteló todas nuestras decisiones.

A lo largo de la vida, comprobamos que seguir a Jesucristo, en toda su grandeza, es un camino comprometido. Pero refugiarse en la Virgen, siempre es viable. Como muchos, aprecio y disfruto especialmente con los templos y santuarios marianos: Aranzazu, Begoña, Estíbaliz, Leire, el Pilar, Montserrat, Covadonga, Lourdes, Notre Dame,… Cuando entro en una iglesia desconocida, indefectiblemente busco angustiado la figura de la Virgen. Muchas veces sólo la hallo en los rincones más modestos, pero -ya sea en representaciones grandes o pequeñas- María siempre aparece acogedora, maestra y guía, como la inmejorable Madre para cualquier hijo.

Cobijarse en la Madre de Dios, que es también dulce Madre nuestra, es un recurso infalible de esperanza. Ella, que acompañó a Jesucristo desde su nacimiento en Belén hasta su calvario en Jesusalem, supo estar erguida a los pies de la cruz cuando los discípulos huyeron. También sabrá acompañarnos durante toda nuestra vida si pedimos su intercesión. La Virgen siempre ha sido paciente mediadora, y algún día espero reunirme con Ella. Cuando la encuentre, allí estarán mis dos Madres. Así lo imaginaba el niño que fui con nueve años. Ahora, cuarenta años después, pienso exactamente lo mismo. Dos vídeos de porqué rezar el rosario en castellano y abajo otras en inglés.

Amores humanos

¿Cuántas clases de amor hay?

Antes de morir, por una vez al menos, hemos de declarar nuestros amores. En público, ante el ágora de nuestro entorno, sin reparos ni escrúpulos. Lo más íntimo es para ser vivido y lo vivido sólo adquiere sentido si es compartido. El amor es como el fuego, que si no se comunica se apaga.

Los amores son algo personal, muy de cada uno, pero pueden clasificarse en dos categorías básicas. Hay amores humanos y querencias espirituales. Seguramente los deseos idealistas son superiores a las pasiones humanas, pero éstas son más universales y la base de otros anhelos más sutiles. La aspiración de inmortalidad, la fe en Dios, la admiración por la Bondad, la esperanza en la Humanidad, la propensión hacia la Verdad, el éxtasis con la Ciencia o la complacencia con el Arte,… son amores de los humanos, pero no dirigidos hacia otros humanos, sino a entes o conceptos que trascienden.

Entre los amores de humanos hacia humanos existen tres clases, muy diferentes pero no preferenciales. Se distinguen por el parámetro más dimensional de la existencia: el tiempo. Muy pronto todos seremos polvo de estrellas, pero antes en este breve lapso de vida terrenal, la edad es nuestro reloj implacable.

Los primeros amores son los más decisivos, propios de todas las personas que alcanzan la consciencia. Son el amor hacia nuestros padres, a nuestros abuelos y a nuestros familiares mayores, a quienes nos cuidan y a quienes nos enseñan. Este querer siempre lo llevaremos con nosotros, aún alcanzando las puertas de la muerte, allí nos acompañarán nuestros antecesores. Son los amores más hondos, más arraigados, más instintivos, más entrañables, más determinantes, los más sagrados.

Los segundos amores son a nuestros coetáneos, a nuestros hermanos, a nuestros primos, a nuestros amigos y, muy especialmente en el caso de personas emparejadas, a nuestros cónyuges. Estos amores son los más presentes, los más envolventes, los más elegidos, los más trabajados, los más forjados, los más recreados y reconstruidos.

Los terceros amores son hacia nuestros sucesores directos en la familia o en nuestro legado. Destacan, en el caso de personas con descendencia, el cariño de padres y abuelos hacia sus descendientes, pero este cariño también es vivificante con los sobrinos, con quienes nos relevan, con quienes han aprendido con nosotros (alumnos, lectores,…) o simplemente con quienes nos recordarán. Son los amores más alentadores, más gratificantes, más culminantes, los más esperanzadores.

Sólo hay vida donde hay amor. Quienes viven de amor viven de eternidad. El sentido de la vida radica en el amor, que sostiene el Mundo y mueve el Universo. Amar es el principio, amar es la fuerza, amar es el método, amar es el fin.

Menos es más

¡Alto! ¿Adónde vamos con tanta precipitación?

Antecedido por profusas apelaciones de las diferentes religiones al ascetismo y a la sobriedad, fue el poeta Robert Browning quien acuñó la frase: "Less is more” (menos es más). Recientemente desde el vanguardista universo cultural californiano, la revista “Coevolution” de híbrida influencia budista-hippie mantuvo que la gran sabiduría era coexistir con simplicidad voluntaria y austeridad franciscana. El redescubrimiento postmoderno de los bíblicos lirios del campo y las aves del cielo. Así nació el neologismo “downshifting” (­que podría traducirse por cambiar a menos o desacelerar), con la fuerza de que sólo un término anglosajón sabe condensar y propagar.

Fue un movimiento de reacción contra la cultura yuppie de los “workcoholics”, adictos al trabajo. La resurgida pintada del mayo del ‘68: “No consumáis, no trabajéis”, como respuesta a la estresada vida del trabajador contemporáneo, regida por lo que Max Weber definió como el espíritu protestante generador del capitalismo, según el cual para que Dios nos quiera y acepte en el cielo previamente hemos de demostrar el triunfo en la tierra. Dos autores, Vicki Robin y Joe Domínguez, aportaron su grano de arena en la lucha contra el consumismo con un libro-guía de título sugerente, “La bolsa o la vida”, best-seller durante años. Se convirtieron en portavoces de una forma de vida más sencilla, en busca de la frugalidad, renunciando a caprichos y, en su caso, proponiéndose literalmente vivir de las rentas. Con esta fórmula detectaron de cuánto se puede prescindir, en sueldo y horas de trabajo. Buscaron un equilibrio vital más satisfactorio, si bien la fórmula americana no es trasplantable a la mentalidad europea, donde lo laboral cumple funciones de autoafirmación y de contribución al desarrollo social.

Desde el empacho de la abundancia inventamos el “lujo” de prescindir, de vivir con modestia para pensar con grandeza. Renunciando a competitivos puestos de inacabable jornada laboral, para descubrir recónditas vocaciones idílicas de bajo rendimiento económico, pero alta gratificación personal. Incluso los hábitos más simples de alimentación cambian drásticamente, para ganancia de salud y tiempo. El giro nutricio pasa del rojo al verde, del sangrante filete de búfalo al verdor de la huerta ecológica, renunciando a la pesada dieta chamuscada de cancerígena barbacoa, rebozada en colesterol y endulzada con azúcares industriales. O la parquedad del hogar con espacios vacíos frente a la opulencia sobrecargada de cachivaches tan suntuosos como inútiles. La existencia relajante requiere silencios en estancias desiertas, como la arquitectura minimalista de Mies van der Rohe, para dar cabida a la vida humana.

El dinero no da la felicidad, decimos los pobres… y es verdad. Sólo tenemos una vida, que está sazonada de pequeñas alegrías. Nuestra existencia merece algo más que diez horas de trabajo, dos de atasco, una de engullir, otra para arreglarse (eso quienes tengan arreglo) y, con suerte, ocho de sueño, que suman veintidós horas diarias. Apenas restan 120 minutos de “vida” por jornada. El mandato se decanta hacia “vivir más con menos dinero”, cambiar nivel de vida por calidad de vida. En definitiva, la versión modernista del hombre feliz que no tenía camisa o de las comunidades fundadas sobre la pobreza.

Un consejo: Limpiemos nuestra vida de lo superfluo. Un método simple es la mudanza ficticia. Imaginamos que cambiamos de vivienda, y empaquetamos las pertenencias de un cuarto, dejando el aposento "lleno de aire, como vino al mundo". Entonces recuperamos sólo lo indispensable, desembarazándonos de lo sobrante. Es muy recomendable esta limpieza cada año. Librémonos de viejos papeles y trastos, que están obstruyendo nuestro ambiente.

Felices los que tienen tiempo para sonreír, o para ir a casa y jugar con sus hijos creciendo. Menos horas de trabajo significan más tiempo con la familia. Seamos como niños sorprendidos que se detienen para observar algo nuevo en cada paseo, sin prisas. Levantemos ligeramente el pie del acelerador de nuestra vida para oír música, leer por placer, meditar un poco, escuchar y acompañar a los demás. Vivir es un arte donde al final descubrimos un axioma: “Sufro lo que negué y lo que guardé, perdí. Tuve lo que gasté, pero siempre tendré lo que di”.

Tiempo de ser

¿Elegiremos ser personas o autómatas?

Corren tiempos extraños: Lo “políticamente correcto” es no ser demasiado radical, no ser demasiado religioso, no ser demasiado de izquierdas ni de derechas, no ser demasiado sindicalista ni empresarial, no ser demasiado defensor de ninguna cultura, de ninguna lengua,… En definitiva, se “lleva” no ser casi nada. Incluso los “sabios” reunidos por Chirac recomiendan no excesivas cruces, ni exagerados velos, ni innecesarios “kippa” (gorro judío).

Muchos no aceptamos nunca que se decrete la muerte de Dios y el fin de la Humanidad, marginando todas las creencias, todas las identidades en pro de una monótona uniformidad propia de autómatas clónicos. Nunca permutaremos las inmensas esencias y los plurales matices de cada ser humano por la neutral indiferencia y el “miedo al diferente” privativo de espectros hechos de etérea vacuidad.

Un individuo sólo es una persona integral si pertenece a una familia a la que engrandece; si demuestra poseer un alma que busca la trascendencia con su religión, un espíritu de defensa de su tierra y de sus lenguas con su cultivo, de la sociedad que le protegió con su trabajo; si escucha a su corazón para creer y practicar alguna fe; si encuentra energía para militar por alguna utopía política, solidaridad para asociarse sindicalmente y fraternidad para socorrer a los desheredados de la raza humana.

La alternativa actual no se establece entre laicismo o religiosidad, ni entre neutralidad o militancia, sino entre “hombres o robots”. Esta época también es tiempo de “seres humanos”, complejos, paradójicos, buscadores de ideales, desde la diversidad, desde la complementariedad, desde el esfuerzo por la convivencia con pleno respeto a la pluralidad. No pidiendo inadmisibles renuncias a los demás, sino desde la tolerancia máxima hacia todas las religiones (agnosticismo incluido), todas las ideologías, todas las culturas, tradiciones, símbolos o vestimentas. Cada persona es alguien irrepetible, que se auto-describe con esas visibles opciones religiosas, culturales, lingüísticas, políticas y sindicales.

Hagamos que sea realidad en cada uno de nosotros aquel desafío del poeta W. E. Henley: “Yo soy dueño de mi destino; yo soy el capitán de mi alma”. Apuraremos la vida terrenal con pacifismo militante, con defensa activa de los demás, desarrollando y transigiendo con todas las infinitas capacidades de los seres humanos.