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La experiencia más gozosa

Cuando ya se peinan canas, es hora de revisar las ocasiones más felices e inolvidables de toda una vida.

Del nacimiento nadie se acuerda, pero sí de los primeros años de una infancia feliz. El parque, los juegos, los hermanos, los primos, las vacaciones en el pueblo, todo fue muy agradable y digno de recordar. El día de la primera comunión, con la sensación de ser el protagonista por una jornada. Los estudios acabados, el ingreso en bachillerato, las reválidas superadas, la selectividad, la universidad, la carrera, el inicio de los diferentes trabajos, el progreso profesional, las oposiciones ganadas,… todo memorable.

Mucho antes, desde la universidad, el descubrimiento del amor, el hechizo de la pasión, el compromiso, la boda, los años sin hijos, el nacimiento de la primera hija, del segundo hijo,… todo insuperable. Verlos crecer, sus estudios, sus amores,… todo inmejorable. Un largo matrimonio dichoso, una pareja enamorada con quien compartir todo,… algo inigualable. De las cosas uno se acuerda, los coches, las casas,… pero lo indeleble son las personas, las ya desaparecidas y las que nos hacen felices todavía.

Pero si hubiese que elegir unos instantes deliciosos, casi gloriosos, en este momento elegiríamos aquellos en los que con los hijos pequeños se revive la historia de la infancia, el descubrimiento de lo nuevo, los viajes, lo novedoso, las fiestas de celebración. Oír cómo aprender tus hijos e hijas, verles comprender conceptos complejos, sentir su inteligencia en desarrollo,… eso es lo más maravilloso que ha sido otorgado a la humanidad. Ése sentimiento también se emula en la docencia, con el alumnado que aprende ante nosotros. A quienes ya vivimos esa etapa con los hijos, nos queda esperar para revivir la existencia, por tercera vez, con los nietos.

Versión para imprimir: mikel.agirregabiria.net/2006/masgozosa.doc

Eludir elegir

¡Cómo nos complicamos la vida moderna! Han sido los franceses, como en otros muchos casos, quienes han creado la expresión óptima para definir el engorro de elegir: “l'embarras du choix” (l'ennui de choisir). Antes vivíamos en una realidad donde la capacidad de elección era mucho más reducida, en todos los ámbitos. La vida cotidiana se ha transmutado por la multiplicación infinita de opciones. Antes el pan era pan, y se medía en barras. Ahora hay que hacer un curso sobre las modalidades y variantes de panecillos, dispensados en toda suerte de formas, pesos y gustos. Las marcas, los modelos, las modas,… han surgido hasta complicar cualquier decisión por la diversidad y sobreabundancia de posibilidades. 

Antes los vehículos eran moto Sanglas, cochecito Biscuter, coche 600 y supercoche 1500, a elegir de color blanco o negro. La “tele” era la única cadena, la cerveza era una (de barril), el agua una (de grifo), el vino uno (¡a saber de dónde!), y las bebidas alcohólicas coñac para los hombres y anís para las mujeres. Ahora se usan agendas electrónicas para las cosechas de vinos y los coches los hacen personalizados, por lo que o te conviertes en experto de todo o te buscas un asesor personal para cada tema. 

Hasta las decisiones más importantes las resolvías sin las actuales plétoras de opciones. Estudiabas lo mismo que tu hermano mayor por aquello de aprovechar los libros, o no estudiabas; y veraneabas siempre en el pueblo yendo el mismo día 24 de junio y volviendo el 30 de septiembre. Claro que en cualquier referéndum de la época te facilitaban el dilema, permitiéndote escoger entre "Sí, que se quede" o "No, que no se vaya". 

Ya sabemos que en política siempre hay que elegir entre dos males, y es de aplicación el aforismo “De duobus malis, semper minus est eligendum” (Entre dos males, elegir el menor). Tampoco el verdadero drama reside en elegir entre el bien y el mal; sino entre el bien y el bien. Ahí radica el enredo… Es cierto que la libertad de elegir es agradable y nos permite diferenciarnos unos de otros, pero también puede ser agotador el elixir de elegir. Te ofrecen decenas de variantes de comidas, de bebidas, de cortes de pelo (eso de ¿cómo lo cortamos hoy?, ¡pues como siempre por el extremo libre…!). Lo peor es que estamos educando a los niños a que elijan las tonterías mayores (¿cuándo querrá el nene tomarse la medicina?), y luego nos sorprendemos de que se conviertan en unos caprichosos maniáticos de hacer todo de una manera concreta, con una marca determinada y cuando les dé la gana. 

Debo terminar esta disquisición porque me enfrento a la elegía de elegir entre una docena de periódicos distintos mientras escojo entre treinta variantes de infusiones para tranquilizarme antes de comparar las cuarenta tarifas de coste telefónico para llamar y seleccionar entre dos mil destinos turísticos diferentes, y finalmente comprobar cómo el pasaje de avión me ha costado el triple que a mi compañero de viaje. A veces resulta agotadora tanta pluralidad. 
Choice hellhole,  l'embarras du choix, el enojo de elegir
Algunos comenzamos a cansarnos con aquella triple pregunta del barbero: ¿Silencio o conversación? ¿Fútbol o toros? ¿Favor o en contra?, y terminamos de hartarnos después de emplear veinte minutos respondiendo a un obsequioso maître, que está retrasando nuestra pitanza con un intrincado cuestionario gastronómico que exigen un doble doctorado como chef y sommelier para no hacer el ridículo. “¡O tempora, o mores!"