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El extranjero ya no existe


El extranjero ya no es lo que era. Viajar se ha convertido en un paseo, más o menos largo, pero sin apenas sorpresas.


Hace años, al viajar al extranjero te encontrabas en tierra extraña. En el extranjero todo era exótico: las gentes vestían diferente, hablaban un mismo galimatías desconocido y todo era extravagante: las comidas, los coches, los productos, los servicios, las costumbres, las personas,... El extranjero era desigual, pero uniforme país a país: toda Francia era de un modo, toda Alemania era de otra forma,… Ahora hay muchas Italias, muchas Suizas,… y todas se parecen.

Hoy día al entrar en el aeropuerto de tu ciudad ves a la misma muchedumbre que transita en cualquier otro terminal del mundo. Se oye una mezcolanza de idiomas similar, proveniente de muchedumbres de todos los colores, razas, religiones y lenguas. La misma policía, todavía con uniformes levemente diferenciados, se agrupa en los aeropuertos, cargada con toda clase de quincalla armamentística y arcos de seguridad que pitan si es alta tu concentración de hierro,… en sangre. Sales a tu ciudad de destino, y ya estás como en casa: sometido a idénticas campañas navideñas (o estacionales), puedes comprar o comer en las mismas multinacionales, ver televisiones semejantes, telefonear desde tu móvil sin prefijos y acceder a un Internet planetario.

Aparte del idioma dominante, sólo algunos detalles advierten de que, quizá, estás en el extranjero. En algunos países todavía circulan al revés, en otros mantienen insólitas monedas o medidas, algunos enchufes peculiares, algún raro monolingüismo y los “souvenirs” específicos… producidos casi siempre en la misma fábrica de China. Sólo el Reino Unido, en un interminable proceso evolutivo desde la metrópoli imperial hacia la excentricidad postmoderna, acumula los signos de rareza, más como baza turística que como seña identitaria.

El mayor choque cultural se produce cuando regresas. Súbitamente comprendes que la gente más irreconocible en sus actitudes, comportamientos y accesorios son algunos de quienes viven en tu propia tierra. Definitivamente, el extranjero ya no existe,… al menos en Europa.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/extranjero.htm

La carrera de la vida

Una metáfora automovilística, válida para cualquier edad, que enseña a llegar muy lejos.

El profesorado está acostumbrado a percibir las peculiaridades de su alumnado, desde la más elemental singularidad de cada persona -que es un universo único- hasta las severas deficiencias sensoriales y cognitivas propias de los casos de “educación especial” ante minusvalías físicas, sensoriales o psíquicas. El personal docente con experiencia sabe perfectamente que, entre la capacidad potencial de cada uno de nosotros y el desarrollo final que logremos, lo definitivo es la voluntad propia que obra milagros insospechados. La constancia, la tenacidad y el empeño forman la piedra filosofal buscada por la alquimia.

Como educador, siempre hubo una historia alegórica que me fue muy útil para motivar a mis alumnos y alumnas en mis funciones de tutoría, incluso de personas adultas. El cuento –de cosecha propia- relata la salida de una carrera de largo recorrido. Se presentan muchos coches, de muy variada apariencia, potencia y antigüedad. Sus conductores se analizan y pronto llegan a conclusiones precipitadas. Algunos creen que, al disponer de vehículos más adaptados o más modernos, serán seguros ganadores. Igualmente, otros se desaniman rápidamente al comprobar que sus automóviles no parecen tan lustrosos como los de otros competidores mejor dotados.
Dado que la carrera está programada a varios años, tras la presentación de los equipos se producen muchas reacciones inesperadas. Los presuntos vencedores se toman el día libre, porque pronto podrán recuperar la ventaja que concedan a sus más débiles contendientes. Los que aceptan su papel de perdedores arrojan la toalla sin avanzar siquiera unos kilómetros. Los jueces avezados pronto descubren quiénes serán probablemente quienes triunfen al final de la larga y afanosa aventura: Son justamente quienes se aprestan a correr con todas sus posibilidades, aunque sean reducidas, sin mirar a los demás ni aceptar jamás la derrota, sabiendo que llegarán hasta donde estén dispuestos a no desfallecer.

En las carreras automovilísticas reales es cierto que el coche es determinante, porque todos los conductores son esforzados vocacionales seleccionados por una acreditada valía de trabajo previo en su currículum. En la vida cotidiana y entre la gente normal sucede que la principal diferencia entre unos y otros no es el cociente de inteligencia, ni las habilidades sociales, ni la edad, sino el carácter esforzado y la energía dispuesta a sacrificar.

En la escuela y en la sociedad advertimos repetidamente la pertinaz tragedia de las capacidades desaprovechadas, la penosa catástrofe de los abandonos prematuros, y la sempiterna maldición de la pereza, la desidia y la apatía… incluida la de los educadores y progenitores que aceptamos el “fracaso escolar”. Muchas veces nos consideramos demasiado incompetentes, nos suponemos demasiado mayores, nos sentimos demasiado cansados. Es evidente que otras personas estarán más dotadas que nosotros, que no seremos los mejores y que nos costará más lograr nuestros objetivos. Pero recordemos que sólo fracasa, quien no lo intenta una y otra vez.

Fallar es legítimo y honorable; abandonar sin intentarlo es lo más triste y deshonroso. Schiller señaló: “La voluntad de la persona: he ahí su felicidad”. No existe mejor cualidad y facultad que una firme voluntad: Y esto está al alcance de todos, porque la voluntad es el alma de cada uno de nosotros, lo que nos hace grandes o pequeños.

Artefacto para adultos

El aparato incomprensible para la juventud cibernética

Los adolescentes, incluso los niños, son expertos en todo tipo de artilugios. Manejan con soltura los modernos cachivaches electrónicos. Sin siquiera hojear las complejas instrucciones en inglés, parecen adivinar sus funciones más ocultas. Dominan ordenadores, consolas de juegos, teléfonos móviles, cámaras digitales y los relojes más avanzados. Programan vídeos, sintonizan televisores, instintivamente controlan mandos a distancia, DVDs, PDAs,… instrumentos muchos de ellos cuyas aplicaciones desconocemos los mayores. Tampoco hay máquina que se les resista: Patinan, surfean, esquían y conducen triciclos, bicicletas, monopatines, motos y coches.

Pero hay una excepción. Sin referirnos a nada relacionado con electrodomésticos para la cocina o la limpieza, artes predestinadas a los adultos, existe un sencillo dispositivo familiar, de mecanismos simples e incluso sin pilas, que los tecno-jóvenes no saben utilizar. Los padres, o incluso los abuelos, debemos ocuparnos por ellos de tan artesanal maquinaria, aunque estemos a miles de kilómetros de distancia.

Los precoces genios de la computación y de la mecánica nos demuestran varias veces al día su dependencia infantil con tan sorprendente ineptitud: Porque está demostrado que nuestros gadgetianos hijos de la generación Internet, especialistas en cualquier invento revolucionario, son incapaces de regular y usar debidamente… el despertador.[Abajo: Un prototipo experimental y alternativo de este artilugio...]

“Haceros" con las aceras

Con el ánimo de informar y formar debidamente a la ciudadanía en general, y a la Policía Municipal en particular, iniciamos una serie de artículos sobre normas ciudadanas para favorecer una mejor convivencia cívica y vial en nuestras ciudades y pueblos. En los municipios conviven, básicamente, dos tipos de seres: humanos y mecánicos, aparte de otras faunas y floras menores. Mientras no se diga lo contrario, tienen prioridad las personas de carne y hueso frente a los vehículos de chatarra más o menos brillante. Para evitar que los segundos atropellen a los primeros, porque a la inversa no sucede nunca, se han establecido unas normas básicas que merecen ser recordadas para conocimiento de todos y todas.

Aceras con calzadas. Las urbes están divididas en dos modalidades de zonas: las aceras para las personas y las calzadas para los coches, con franjas mixtas como semáforos, pasos de cebra o accesos a garajes. Las aceras, protegidas por un bordillo, son espacios peatonales. Insistimos, para peatones exclusivamente, sin que los “listillos” y las “listillas” puedan subir y aparcar sus automóviles en este tipo de pavimento. No existen excepciones, ni para repartidores, ni caraduras habituales, ni para unos minutos.

Las calzadas o carreteras son preferentemente para los vehículos, por lo que tampoco deben ser invadidas ni cruzadas por viandantes, excepto por las zonas previstas para ello, como semáforos y pasos de cebra. En los pasos de cebra, siempre tienen preferencia los transeúntes frente a los conductores, sin importar la prisa que éstos lleven. Se comunica también a los taxistas que no supongan que todos los peatones son acróbatas saltimbanquis expertos en esquivar coches a alta velocidad, sobre todo si en días de lluvia aparentan ser ancianos o ancianas con muletas y paraguas.

Haceros con calzados. Parece recomendable que todos aquellos que deban moverse con rapidez por las localidades urbanas recurran a un buen calzado para andar todo lo deprisa que puedan, sin arrastrar coches que por ocupar más espacio serán difíciles de estacionar. Urge comprar más zapatos y menos automóviles. Esta sugerencia resulta valiosa para repartidores, papás, mamás (con sus famosos Mamamóviles) y… guardias municipales. Con trasporte público y a pie se circula mejor, y se patrulla óptimamente.

Si la policía municipal no sabe cómo rellenar ese bloc de multas para sancionar a quienes suben motos o furgonetas sobre las aceras, preferentemente en las esquinas rebajadas, puede solicitar bolígrafo y ayuda a cualquier sufrido peatón que gustosamente les ayudará a cumplimentar el papeleo. Por último, el área municipal de urbanismo podría sembrar más jardinería, papeleras o pivotes para impedir la invasión de las áreas peatonales por automóviles, pero no justamente como en mi extensa avenida donde el único tramo protegido de acera es frente al escaparate del concesionario de una marca lujosa para despejar la vista a potenciales compradores, mientras sus empleados utilizan constantemente la acera de la urbanización de enfrente como taller propio para estacionar y reparar vehículos, circunstancia llamativa desde hace muchos años que toda la vecindad padece y advierte, excepto la policía municipal que pasa por delante sólo treinta veces al día, conduciendo sus coches de un lado a otro, sin detenerse nunca, no se sabe si porque lo ven todo bien o porque ven demasiadas cosas mal.

Concluyendo: Aceras para peatones. Calzadas para coches. En los pasos de cebra, preferencia al transeúnte. Peatones: Defended vuestro territorio, ¡haceros con las aceras! Sólo pedimos la ciudad sin coches… en las aceras. Seguiremos informando.

Eludir elegir

¡Cómo nos complicamos la vida moderna! Han sido los franceses, como en otros muchos casos, quienes han creado la expresión óptima para definir el engorro de elegir: “l'embarras du choix” (l'ennui de choisir). Antes vivíamos en una realidad donde la capacidad de elección era mucho más reducida, en todos los ámbitos. La vida cotidiana se ha transmutado por la multiplicación infinita de opciones. Antes el pan era pan, y se medía en barras. Ahora hay que hacer un curso sobre las modalidades y variantes de panecillos, dispensados en toda suerte de formas, pesos y gustos. Las marcas, los modelos, las modas,… han surgido hasta complicar cualquier decisión por la diversidad y sobreabundancia de posibilidades. 

Antes los vehículos eran moto Sanglas, cochecito Biscuter, coche 600 y supercoche 1500, a elegir de color blanco o negro. La “tele” era la única cadena, la cerveza era una (de barril), el agua una (de grifo), el vino uno (¡a saber de dónde!), y las bebidas alcohólicas coñac para los hombres y anís para las mujeres. Ahora se usan agendas electrónicas para las cosechas de vinos y los coches los hacen personalizados, por lo que o te conviertes en experto de todo o te buscas un asesor personal para cada tema. 

Hasta las decisiones más importantes las resolvías sin las actuales plétoras de opciones. Estudiabas lo mismo que tu hermano mayor por aquello de aprovechar los libros, o no estudiabas; y veraneabas siempre en el pueblo yendo el mismo día 24 de junio y volviendo el 30 de septiembre. Claro que en cualquier referéndum de la época te facilitaban el dilema, permitiéndote escoger entre "Sí, que se quede" o "No, que no se vaya". 

Ya sabemos que en política siempre hay que elegir entre dos males, y es de aplicación el aforismo “De duobus malis, semper minus est eligendum” (Entre dos males, elegir el menor). Tampoco el verdadero drama reside en elegir entre el bien y el mal; sino entre el bien y el bien. Ahí radica el enredo… Es cierto que la libertad de elegir es agradable y nos permite diferenciarnos unos de otros, pero también puede ser agotador el elixir de elegir. Te ofrecen decenas de variantes de comidas, de bebidas, de cortes de pelo (eso de ¿cómo lo cortamos hoy?, ¡pues como siempre por el extremo libre…!). Lo peor es que estamos educando a los niños a que elijan las tonterías mayores (¿cuándo querrá el nene tomarse la medicina?), y luego nos sorprendemos de que se conviertan en unos caprichosos maniáticos de hacer todo de una manera concreta, con una marca determinada y cuando les dé la gana. 

Debo terminar esta disquisición porque me enfrento a la elegía de elegir entre una docena de periódicos distintos mientras escojo entre treinta variantes de infusiones para tranquilizarme antes de comparar las cuarenta tarifas de coste telefónico para llamar y seleccionar entre dos mil destinos turísticos diferentes, y finalmente comprobar cómo el pasaje de avión me ha costado el triple que a mi compañero de viaje. A veces resulta agotadora tanta pluralidad. 
Choice hellhole,  l'embarras du choix, el enojo de elegir
Algunos comenzamos a cansarnos con aquella triple pregunta del barbero: ¿Silencio o conversación? ¿Fútbol o toros? ¿Favor o en contra?, y terminamos de hartarnos después de emplear veinte minutos respondiendo a un obsequioso maître, que está retrasando nuestra pitanza con un intrincado cuestionario gastronómico que exigen un doble doctorado como chef y sommelier para no hacer el ridículo. “¡O tempora, o mores!"

El día sin…

Debemos felicitar a la Comisión Europea y congratularnos todos por el éxito creciente del Día sin coches que se ha celebrado en más de mil ciudades europeas. Este tipo de iniciativas consigue concienciar a la ciudadanía sobre problemas derivados del uso innecesario de automóviles privados en las ciudades, tales como la contaminación química y sonora, los colapsos circulatorios, los accidentes y las molestias para viandantes, residentes e incluso los propios conductores. Además se demuestra de modo práctico que existen alternativas más eficaces y satisfactorias como el transporte público colectivo, la bicicleta o simplemente caminar.

El objetivo de estas campañas institucionales podría ampliarse gradualmente, proponiendo mejoras alcanzables con un oportuno esfuerzo institucional y la decidida participación masiva de toda la sociedad, que mayoritariamente aplaudiría “Días sin… alcohol, tabaco, telebasura, ruidos, gamberrismo, accidentes,…”. De este modo nos acercaríamos a pedir en un futuro cercano metas más anheladas como “Días sin… soledad, pobreza, discriminación, violencia, guerra,…”.

Cómo NO hacer amigos

Interesante recopilación con 270 formas de molestar a la gente. Extraído de La Frikipedia, la enciclopedia '''extremadamente''' seria, ... Merece la pena leerlo: te ríes... y aprendes.
Mordisquea los bolis que te hayan prestado.
Asómate por encima del hombro de alguien, murmurando mientras lees.
No mires nunca a los ojos de tu interlocutor.
Mantén fijamente tu mirada en los ojos de tu interlocutor, sin apartarla.
Cambia siempre de canal, justo 5 minutos antes del final de cada programa.

Sexlectividad

Primer día de la prueba de selectividad. Casi está colapsada la autovía hacia la universidad, por la intensa circulación de autobuses y coches particulares. No son los habituales alumnos o profesores del campus. Hoy, excepcionalmente, acude el alumnado de bachillerato a examinarse. Dos coches quedan emparejados en la doble vía. En uno, viajan cuatro alumnas con un padre de chofer. En el otro automóvil, excepto la madre conductora, todos son chicos. Ante el gran día de examen que les abrirá las puertas universitarias, el comportamiento por sexo no puede ser más diferente.

Las acicaladas y pálidas colegiales han dormido mal porque trasnocharon estudiando, se quejan de dolor de cabeza, y sólo han podido desayunar valeriana. Repasan todavía, cuchicheando entre ellas, pero la ansiedad es patente. En el corto trayecto, intercambian algunas hojas con los últimos resúmenes, mientras el nerviosismo se acrecienta. Una y otra vez comprueban el equipaje: bolso, calculadora, carpetas y sus pertrechados estuches con varios bolígrafos –uno de cada color sin estrenar-, tres lapiceros, rotuladores, sacapuntas, pañuelitos de papel y el imprescindible tippex… Sus premoniciones no pueden ser más negativas: “Nos va a salir mal, porque no nos ha dado tiempo para revisar todos los temas…” El tono irritable, e incluso lúgubre, no permite al compungido padre sino unas palabras de ánimo antes de que desembarquen. Durante el examen redactarán no menos de treinta folios a doble espacio, con letra rápida y abultada, saliendo con la impresión de no haber podido contarlo todo. Cuando aparezcan las notas, ellas estarán pendientes y rápidamente telefonearán a sus padres para tranquilizarles con los resultados obtenidos, aunque habrán bajado algo la buena nota media que traían del centro. Después, las preparadas damiselas elegirán carreras que estiman quedan perfectamente al alcance de sus cualidades y de sus preferencias de estudio,…

Los desgarbados y greñudos estudiantes varones, por el contrario, han dormido bien pero poco, porque estuvieron la noche anterior viendo la televisión, para descansar de no haber estudiado casi nada durante las tres semanas previas, dado que “la suerte estaba echada, y ya nada se podía cambiar”. Han desayunado demasiado, y rápido, porque sólo se han levantado en la última llamada. Están felices y alborozados porque les queda muy poco para las vacaciones, y piden a la madre que encienda la radio, cambie el rollo de emisora sólo noticias para escuchar música marchosa a todo volumen… como si fuesen de excursión. A duras penas traen un bolígrafo, casi sin tinta, en el bolsillo trasero. Todavía se alegran más al llegar a los primeros edificios y ver cuántas chavalas hay, exteriorizando a gritos ¡cómo están de buenas!… condiciones de salud. Salen disparados del coche, sin dar tiempo a la afligida madre ni a desearles la “buena suerte”, que obviamente necesitarán. En las pruebas se dignarán escribir apenas algunas hojas, semivacías y completadas con símbolos jeroglíficos en los vértices, opinando que se han enrollado demasiado. Cuando salgan las notas, las madres saben perfectamente que ellas mismas tendrán que ir a comprobarlas, porque los mozalbetes estarán desde la mañana en la playa… Después de aprobar justitos, como sus mediocres notas promedio, los despreocupados jovenzuelos, que tras dieciséis años de escolarización no han encontrado todavía una asignatura de su gusto, se matricularán directamente en… Ingenieros.

Esta exagerada hipérbole en clave de humor sólo aspira a recordarnos a los progenitores y al profesorado que, en nuestro aprendizaje continuo del tratamiento a la diversidad, el género es un factor decisivo de diferenciación, marcando profundas disparidades en actitudes, ritmos de maduración, grados de responsabilidad,… Sólo así podremos contribuir a un mayor equilibrio de chicos y chicas en todas las opciones académicas, fomentando la superación del modelo social tradicional, tanto en unas como en otros, y promoviendo especialmente el acceso de las chicas a la ciencia y a la tecnología. Es tarea nuestra, de todos y de todas, el fomento de la igualdad de mujeres y hombres en la familia, en la educación, en el trabajo y en la vida.

Flamantes cincuentones

He ingresado en la legión grisácea de los cincuentones, sin eufemismos paliativos tales como jóvenes maduros o veteranos juveniles. Cuando publiquen esta nota, ya habrá pasado mi cumpleaños, así que pueden abstenerse de felicitarme. Nací un viernes santo cualquiera, justo hace diez lustros. Este quincuagésimo cumpleaños es la fecha en la que descubres que todo es más sencillo de lo que pensabas, y coincides con tus hijos adolescentes en que el día para pegarte el banquete o la fiesta de tu vida es… hoy mismo, sin esperar a mañana, y eso cada día de los próximos mientras puedas decidir. Con todo, la crisis de los 50 me parece más llevadera que la depresión de los 40, y de la angustia de los 30, que ni siquiera recuerdo bien. Convertirse en cincuentón es una trágica y traqueteada experiencia, pero que se vive en compañía de todos los coetáneos. A ellos están dedicadas estas líneas. Siempre pensamos que aquélla fue una gran cosecha, la del 53, aunque ahora lo dudamos tras descubrir que son de la misma quinta Aznar y Blair (quien dijo sentir mariposas en el estómago el día que cumplió 50).

Aquel nuestro año 1953  finalizó la Guerra de Corea, Franco firmó el Concordato con el Vaticano y los primeros acuerdos económicos y militares con los EE.UU., llegó la Coca-Cola, se escaló en Everest, se demostró la relación entre cáncer y tabaco, se descubrió la estructura en doble hélice del ADN, se simplificó la famosa ecuación de Einstein a E=m.c2, se inventó el bolígrafo Bic y se pusieron de moda los pantalones vaqueros. Murieron Stalin, el compositor Prokófiev, el poeta Dylan Thomas,…, pero ahora lo que importa es cómo fuimos, y cómo somos los que entonces nacimos –más exactamente, los que todavía quedamos-.

Nosotros nos criamos a lo bestia. Hacíamos lo que jamás permitimos luego a nuestros hijos. Corríamos en pequeñas e inadecuadas bicicletas sin casco, los columpios eran de metal roñoso y con esquinas en pico, y jugábamos a ver quien era más bruto. Construimos goitiberas para bajar por las cuestas y descubríamos que habíamos olvidado los frenos. Jugábamos a "chorro, morro, pico, tallo, qué" (no pregunten eso qué significaba), procurando caer en plan bomba, y nadie sufrió dislocaciones vertebrales. Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y sólo volvíamos al anochecer. Nadie podía localizarnos por ningún móvil. O hacíamos una fogata para asar patatas y contarnos historias de miedo. Nos abríamos la cabeza jugando a “guerra de piedras” y no pasaba nada, eran “cosa de niños” y se curaba con Mercromina y un cachete adicional de castigo. Comíamos moras, pipas de melón y porquerías, bebiendo aquel refresco de color butano, pero no fuimos obesos. Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando. No tuvimos Playstation, Nintendo, películas en vídeo, móviles, computadores ni Internet: sólo un canal de televisión en blanco y negro,.. en casa de algún amigo rico. Siempre recordaremos nuestros escasos juguetes, pero nos sobraban los amigos y primos. Quedábamos con ellos en el parque más cercano. O ni siquiera quedábamos, con la merienda íbamos a la plaza y allí nos encontrábamos. Ligábamos con las chicas persiguiéndolas, no en un chat tecleando ;-D. Y jugábamos a las chapas, a las canicas, al “hinque” con clavos herrumbrosos, con pólvora,... en fin, con tecnología punta. Bebíamos agua directamente del grifo, cazábamos lagartijas y gorriones con la "chimbera de balines", sin adultos vigilándonos. En los juegos del patio, no todos participaban en los equipos; debías ser elegido. Los otros tuvieron que aprender a superar la decepción. Los menos estudiosos, repetían curso y les ponían a trabajar prematuramente de “botones”… en una Caja de Ahorros y cuando pasadas las décadas te los reencontrabas, te denegaban el crédito.

Viajábamos en minúsculos coches sin cinturones de seguridad ni air-bag, durante viajes de 8 horas con cuatro adultos y cuatro niños en un 600, sin síndromes de la clase turista. Éramos responsables de nuestras acciones y arreábamos con las consecuencias. Si transgredíamos alguno de los numerosos preceptos, nuestros padres no sólo no nos protegían, sino que además nos castigaban aparte. Tuvimos media libertad, mucho fracaso, poco éxito y moderada responsabilidad, pero aprendimos a crecer con todo ello.

Ha pasado la mayor parte, pero quizá no la mejor, de la vida familiar y profesional. Nuestros hijos son insufribles y eternos adolescentes, nuestra pareja ha engordado casi tanto como nosotros, y ya estamos plenamente instalados en esa burguesía postmoderna y acomodada,… que tanto se parece a la de nuestros abuelos y que fue mejor que la de nuestros sufridos padres. Nuestros rutinarios paseos con la parienta, esos recorridos de café con leche en café con leche (descafeinados por supuesto), con muchas paradas, permiten a los comerciantes poner en hora sus relojes cuando nos ven desfilar puntualmente cada atardecer. Nuestra carrera laboral ya ha acumulado suficiente mediocridad como para no quitarnos el sueño las pasadas aspiraciones, que han envejecido más prematuramente que nosotros. Ya sabemos adónde vamos a llegar, y eso con suerte: a la prejubilación. Pero nos sentimos bien, nada de esa "sensación de que la vida se me está escapando". Chispeantes, seguimos creciendo. Los pies, por ejemplo, cada vez están más lejos y cada día te cuesta más llegar hasta ellos, sobre todo el izquierdo. Cierto que ya no podemos pasar de los tres platos en las alubiadas, y que crecen los periféricos de ayuda (gafas de presbicia, y pronto audífonos), pero hay otras ventajas: Vas perdiendo la vergüenza, y desarrollándose una “cara dura” con la edad,…, y disminuye drásticamente el riesgo de morir… joven.

Comenzamos a adivinar lo que se nos avecina en las próximas décadas. Los ruiditos que nos acompañan a cada movimiento, sobre todo de alzada. Disfrutamos de ese sueño “camembert”, plagado de periodos de insomnio, y cuando te levantas recuerdas eso de que si no te duele nada, es que ya estás muerto… El tango dice que “veinte años no es nada”, pero “cincuenta años” otorgan una madura lucidez,… que estremece. Nosotros que fuimos testigos de la carrera por la Luna, pertenecemos a la maldita “generación sándwich”, de selectividades dobles, de “mili” larga, siendo jóvenes cuando se llevaban los veteranos y llegando a expertos cuando mandan los novatos. Fuimos obedientes con nuestros padres y con las demás autoridades de turno, y ahora nos tienen en jaque nuestros hijos a los que, en general, malcriamos por miedo a repetir nuestra historia. Debimos aprender a liberarnos de muchos prejuicios y cuando lo conseguimos, resulta que estábamos cargados de años. Pero disfrutamos de regalos tardíos, como redescubrir y recuperar la música de los ’70 por Internet y ver a la siguiente generación cometer nuestros mismos errores. La nostalgia empieza a invadirnos y cada vez nos parecemos más a nuestros progenitores, e incluso a nuestros abuelos. Pronto añoraremos cuando hablábamos… todo seguido, y no recordaremos a ese tal “Al..zheimer”, y se acerca el día en el que ingresaremos en esos grupos de “ancianas de los dos sexos”. - “Es cruel”, digo, y mi mujer replica: - “Sí, para ellas”.

La vejez es lo más inesperado que le sucede al hombre y llega sin ser invitada. Sólo comienza cuando se pierde la curiosidad y cesa de indignación por todo lo que está mal a nuestro alrededor. La madurez, incluso la vejez bien llevada, puede ser el tiempo de nuestra dicha. La felicidad es el antídoto de la edad. ¡Seamos felices! 
[Cumpleaños para un 3 de abril,....]